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Vamos a ver que, incluso muerto Atahualpa, los españoles iban a estar obligados
a seguir con batallas más a menos peligrosas hasta apoderarse de la gran
capital del imperio, el Cuzco. Los indios del valle de Jauja estaban dispuestos
para la lucha, incluso provocando a los españoles, que decidieron atacarlos y
los hicieron huir. Pero da la impresión de que los españoles querían lanzar un
aviso a todo el imperio inca; así que decidieron ser implacables. Entre poético
y crudo, Cieza explica que “Hernando de Soto, sabiendo por dónde iban a salir
los indios, se puso en su delantera de tal manera que no pudieron escapar de
ser alanceados algunos de ellos. Juan Pizarro, que iba por el río, y Almagro,
por el mismo camino que los indios llevaban, dando con ellos los hicieron
dividir en dos partes; muy turbados de ver los caballos encima de ellos e cómo,
rasgando las lanzas sus cuerpos, hacían camino para que salieran sus ánimas, se
dividieron: unos tomaron la sierra, y los otros se movieron hacia el poniente,
temerosos de ver cuán feroces enemigos tenían. Les dieron los españoles tal
mano que por todas las partes corría la sangre de los cuerpos muertos que
había; y cansados los españoles de matar, volvieron al llano del valle, donde
hallaron al gobernador”.
Según lo que cuenta Juan Ruiz de Arce, que participó en estos enfrentamientos,
los indios eran unos mil, y ya derrotados, huyeron hacia el Cuzco porque allí
estaba el grueso del ejército. Lo que quiere decir que los capitanes de
Atahualpa (y se supone que Caracuchima incluido) estaban dispuestos a aniquilar
a los españoles: “Partimos ochenta de a caballo adonde estaba el real de los
indios, pero habían marchado. Seguimos tras ellos, y a media legua los
alanceamos. Dimos con la retaguardia y los desbaratamos. Caminan en escuadrones
de ciento en ciento; entre los escuadrones iban las mujeres y gente de servicio. Seguimos el alcance
cuatro leguas y alanceamos a muchos indios. Tomámosles toda la gente de
servicio y las mujeres. Hicimos noche en un campo; hubo buen despojo, así de
oro como de plata. Llamábase el capitán de esta gente Quizquiz y era capitán de
Atahualpa (pero él se encontraba con la
mayoría de sus tropas en el Cuzco)”.
Pedro Pizarro recoge otros detalles: “El Marqués se detuvo algunos días
en el valle de Jauja para que descansase la gente y para poblar en él un
pueblo, que después se trasladó a Lima para tener el puerto cerca. Fue el
segundo que en el reino se pobló (recordemos
que el primero era San Miguel). Estando en este lugar, Túpac Hualpa murió
de los bebedizos que Caracuchima le dio en Cajamarca, como tengo dicho. Después
de estar descansada la gente, el Marqués acordó dejar aquí españoles (como siempre: establecían una población y dejaban
a algunos compañeros para conservarla), aunque por entonces no hizo la
fundación oficial del poblado, sino cuando volvió del Cuzco. Pues acordado
esto, mandó prepararse a la gente que habíamos de ir con él al Cuzco (nótese que habla en primera persona),
mandando que Soto fuese adelante a la ligera con alguna gente, y que le diese
aviso siempre de lo que adelante había; y así nos partimos los unos y los
otros”. Sin darse cuenta, Pedro Pizarro deja claro que se equivocó cuando dijo,
páginas atrás, que Túcac Hualpa murió ‘siete u ocho’ meses después de que
Caracuchima le diera el bebedizo, ya que, entre la muerte de Atahualpa (que fue
cuando nombraron emperador a Túpac) y la salida de Jauja tras fundarla (en
octubre de 1533) solo transcurrieron tres meses.
(Imagen)
Tupac Hualpa era uno de los cientos de hijos de Huayna Cápac, como Huáscar y
Atahualpa. En la guerra civil fue partidario de Huáscar. No pudo disfrutar de la placentera Jauja
porque murió allí, al parecer envenado. Hay quien dice que lo mataron los españoles por tratar de
rebelarse. Pero ningún cronista da esa versión. Todas las sospechas recayeron
en Caracuchima, que lo consideraba un enemigo. Cierto o no, le vino muy bien a
Pizarro ese rumor para justificar su ejecución añadiéndolo a otros cargos.
Túpac Hualpa fue entronizado por los españoles para que los incas siguieran
teniendo un orden social. Como nunca había sido emperador, quizá hasta le
hiciera ilusión, pero tuvo que sentirse muy humillado. Fue de pésimo tacto que a su distintivo real,
la ‘mascaipacha’ (que la llevaba en la frente), le añadieran los españoles un
escudo de Castilla. Sin embargo, parece ser que siempre se mostró colaborador,
quizá para conservar el máximo nivel social posible, como los maharajás de la
India bajo el imperio británico. O como Pu Yi, el último emperador de China, al
servicio de los japoneses, y quizá con su mismo vacío existencial soportado a base
de drogas. El siguiente emperador entronizado por los españoles en Perú va a
ser Manco Inca, pero, en este caso, se tratará de alguien que morirá con la
gloria de una rebeldía heroica.
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