(155) Cieza hace un cometario crítico sobre un ataque excesivo de
Almagro y Soto contra un numeroso grupo de indios que huían al darse cuenta de
que serían vencidos: “Retrajéronse por el real camino que va al Cuzco, sin
pensar que los vendrían siguiendo, y
cuando oyeron el bufido de los caballos, recibieron gran temor, aunque eran
muchos, y procuraron escapar con vida. Los españoles los mataban cruelmente,
logrando gran botín, prendiendo muchas y muy hermosas señoras, entre las cuales
estaban tres hijas del rey Huayna Cápac.
Con este robo dieron la vuelta, teniendo por gran hazaña las muertes que habían
hecho en los desarmados y tímidos indios”.
Explica después Cieza que, cuando fundaron en Jauja la población que más
tarde se trasladaría a la Ciudad de los Reyes (Lima), lo hicieron solemnemente
y con festejos: “Estuvieron aquí los españoles más de veinte días, alegrándose
con juegos de cañas. No salían galanos a ellos (carecían de ropa vistosa), mas salían lujosos cuanto querían con el
oro que tenían”. Como ya sabemos, al partir hacia el Cuzco, iba por delante Hernando
de Soto con sus hombres de a caballo para evitar sorpresas: “Supo Soto que los
caciques se habían preparado para dar guerra a los españoles, y avisó a Pizarro
para que viniese pronto. Los indios ocupaban en Vilcas (una localidad muy importante)
todos los caminos, y desde un cabezo alto arrojaban tiros contra los cristianos,
que ya llegaban junto a ellos, pero cuando veían los caballos y oían sus
relinchos, temblaban de miedo y no hacían más que huir. Así les acaeció en este
día, quedando muertos y heridos muchos del aprieto y alcance que les dieron los
españoles. Descansó aquella noche Soto del trabajo que habían tenido”. El día
siguiente, continuaron avanzando hacia Lamatambo porque sabían que los indios
esperaban allá para atacarlos: “Pareció a la mayoría que sería más acertado
aguardar a que llegase el gobernador con el resto de la gente. Soto dijo que no
era tiempo de parar, sino de ir en seguimiento de la victoria, pues Dios era
servido de se la dar. Como esto dijo, partieron al encuentro de los indios”.
Esta decisión de Soto, que Cieza parece considerar como legítima y
honrosa, fue interpretada por algunos como una mala jugada suya para ganarse la
gloria de ser el primero en entrar en el Cuzco. El cronista Pedro Pizarro,
siempre al servicio de la memoria de su pariente, lo afirma rotundamente: “Los
españoles desbarataron a muchos indios en Vilcas, de lo que dio Soto aviso al
Marqués, quien le contestó ordenándole que le aguardase antes de entrar en el
Cuzco tres o cuatro jornadas, lo cual el Soto no hizo, a cuya causa estuvimos a
punto de perdernos. Yendo Soto con mala intención para entrar en el Cuzco primero
que el Marqués, tuvo noticia de que en Vilcaconga estaba toda la gente de
guerra aguardándonos para darnos batalla en un lugar que era fuerte para ellos.
Entendiéndolo sus soldados, uno de ellos avisó al Marqués de la intención de
Soto. Sabido pues esto, el Marqués mandó a don Diego de Almagro fuese en su
seguimiento y lo detuviese donde lo alcanzase”.
(Imagen) Ya vimos que Hernando de Soto, uno de los más grandes capitanes
de Indias (quien luego descubrió el Misisipi y cuyo cadáver fue depositado en
1541 bajo sus aguas), se había unido con
su socio Hernán Ponce de León a las tropas de Pizarro. En los archivos
históricos siempre aparecen datos curiosos. El documento de la imagen va
encabezado por “Don Carlos y Doña Juana” (confirmación de que ‘oficialmente’ la
reina era Juana ‘la Loca’). Está fechado en 1550 y se hace un requerimiento a
Isabel de Bobadilla, viuda de Soto e hija del temible Pedrarias Dávila, para
que se explique sobre lo que le reclama
Hernán Ponce de León, que asciende a la cantidad de 60.000 castellanos
(equivalente a unos180 kilos de oro). El texto constata que Soto fue Gobernador
de Cuba y que Ponce era entonces miembro del ayuntamiento de Sevilla. El
reclamante se basa en que “los dos habían hecho sociedad en Nicaragua a partes
iguales entrambos, y el dicho Hernando de Soto había tomado en Perú 120.000
pesos de oro, y se había venido con ellos a estos reinos mientras estaba él en
el Cuzco, sin su consentimiento, so color de que todo lo que traía era suyo
propio”. Un pleito difícil de aclarar, y se supone que hicieron otros repartos
menos conflictivos, como el del oro de Atahualpa. A Ponce, hombre respetado, le
permitieron los asesinos de Pizarro recoger su cadáver.
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