miércoles, 20 de diciembre de 2017

(Día 569) El cronista Pedro Pizarro censura duramente a Soto por seguir, sin permiso, hacia el Cuzco. Menciona la llegada a Jaquijaguana de Manco Inca en son de paz. Sentencian a muerte a Caracuchima y lo ejecutan.

     (159) El cronista Pedro Pizarro explica también esa marcha hasta el Cuzco, pero no pierde ocasión de acusarle a Soto por querer llegar el primero. Ya nos contó que, cuando Pizarro se enteró de que Soto se adelantaba, envió a Almagro para que le ordenase parar: “Pues partido Almagro, Soto tuvo noticia de que iba, y por seguir su intención (de llegar antes que nadie), fue doblando jornadas, fingiendo con la gente que llevaba que se daba prisa para poder pasar antes de que los indios se juntasen, haciendo hartos meses que estaban juntos allí. Se dio tanta prisa que cansó los caballos y subió la cuesta con ellos cansados, de manera que a la mitad de la subida dieron los indios contra ellos, mataron a cinco españoles e hirieron muchos caballos”. Ya hemos visto la versión de otros cronistas, pero Pizarro (que escribió su relato muchos años después) se olvida de que, según Diego de Trujillo, los hombres de Soto estuvieron de acuerdo en ir sin esperar a Almagro  ni a Pizarro hasta el Cuzco aunque fuera arriesgado.
     Este percance ralentizó la escapada de Soto, de manera que, como vimos, llegó pronto Almagro para sacarlos del apuro, viendo el cielo abierto cuando oyeron la trompeta de Arconchel. Más tarde les alcanzó Pizarro y, tras hacer huir a los indios, siguieron todos los españoles juntos hacia el Cuzco. Faltando cuatro leguas, se detuvieron en Jaquijaguana; el gran Gonzalo Pizarro, que, como dije, iba adquiriendo notable protagonismo, no pudo saber que llegaba al lugar en el que, años después, sufriría la derrota que le costó la vida.
     Y nos cuenta Pedro Pizarro: “Vino entonces de paz al Marqués don Francisco Pizarro un hijo de Huayna Cápac llamado Manco Inca, diciendo que a él le pertenecía aquel señorío, y le contestó que se informaría en el Cuzco y se lo daría si le correspondiese. Y más tarde se lo concedió, que no debiera haberlo hecho, porque los naturales querían que los mandase el Marqués, y ciertamente habría sido así mejor, visto lo que este indio hizo después”.
     Luego da su versión, sin ninguna piedad por él, de lo que le pasó al gran capitán Caracuchima: “En este lugar se descubrieron las traiciones que este Caracuchima hacía a los españoles mandando a la gente de guerra que les aguardasen en los pasos donde hubieron los enfrentamientos que tengo dichos; también se entendió los venenos que había dado a Túpac Hualpa, y por estas causas y porque, si se soltara, pusiera en aprieto a los españoles, acordó el Marqués y sus capitanes matarle, y así, en aquel lugar, fue muerto. Cuando le sacaban para matarlo, daba muy grandes voces llamando a su compañero Quizquiz y diciendo que cómo le dejaban matar, porque creía que le oía, pues por los cerros de este lugar de Jaquijaguana había gente de guerra del Quizquiz. Era Caracuchima indio bien dispuesto, de miembros gruesos, moreno y muy animoso. Acuérdome que estando él en la plaza de Cajamarca, salió don Diego de Almagro y, para espantarle, puso las piernas al caballo, enderezando hacia él; Caracuchima se estuvo quedo, sin menearse aunque llegó el caballo a ponerle la barba encima de la cabeza. Todos culpaban a Diego de Almagro por no haberle atropellado. Era indio muy cruel”.


     (Imagen) Digamos algo más de Caracuchima. El genial mestizo Poma de Ayala lo dibujó junto a los chachapoyas en su asombrosa crónica. Parece ser que hizo una lista de los grandes capitanes, porque le adjudicó el número diez y a Rumiñahui el once. Caracuchima Había nacido en el Cuzco, pero, en la guerra civil entre sus hermanos, abandonó a Huáscar y se pasó al bando del quiteño Atahualpa. Fue quizá hasta más cruel de lo habitual entre aquellos despiadados capitanes. Su venganza resultó terrible cuando ocupó el Cuzco. Un cacique de la ciudad se lo echó en cara: “¿Cuándo será el día que tú y aquella bestia fiera de tu capitán, Quizquiz, os hartaréis de sangre humana?”. Al entrar Hernando Pizarro en Jauja, encontró la huella de su terrible paso; vio una escena pavorosa en la plaza: un bosque de lanzas clavadas verticalmente, en cuyas puntas había cabezas, lenguas o manos, “que era cosa de espanto ver las crueldades que tenía hechas”. Cuando fue ejecutado Atahualpa, los españoles llevaron retenido a Caracuchima, y por temer que estuviera conspirando, le hicieron un proceso en el que añadieron otras acusaciones más dudosas, y lo ejecutaron.  Y entonces, ese personaje tan cruel demostró que era también un hombre muy valiente y de gran dignidad: a diferencia de Atahualpa, él no aceptó un humillante bautismo para salvarse de la hoguera.


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