lunes, 11 de diciembre de 2017

(Día 561) Rumiñahui manda indios al ataque, pero Belalcázar los hace huir. Los cañaris establecen una alianza con los españoles que nunca se romperá. Nuevo ataque y se ven en apuros Ruy Díaz y 10 compañeros. Belalcázar va a ayudarlos. La batalla fue durísima. Los indios, exultantes por haber matado dos caballos.

     (151) Así lo cuenta Cieza: “Había determinado Rumiñahui que un capitán del linaje de los incas llamado Chuquitinto fuese con una guarnición de gente para que atacara a los cristianos. Llevó consigo más de mil hombres, y deseaba que los españoles llegasen pareciéndole que no sería gran hazaña matarlos a todos. Belalcázar, habiéndose adelantado con treinta a caballo, tuvo a la vista a la gente de guerra, y en tanta manera se asombraron de ver que los caballos ya estaban encima de ellos que, llenos de temor, comenzaron a huir. Sabían los cañaris que los españoles iban contra los de Quito, de lo que mostraron gran contento y alegría porque Atahualpa los había quebrantado. Belalcázar tuvo aviso de que en aquella tierra aguardaban a los españoles con paz y amor. Les mandó mensajeros para esforzarles en su propósito y loarles la virtud de sus pasados y de ellos. Con esta embajada, se alegraron más los cañaris, y sus principales, con más de trescientos hombres armados para les ayudar, fueron adonde Benalcázar, llorando de placer porque vieron a los españoles implorar su ayuda contra sus crueles enemigos. Benalcázar los recibió bien; prometió de los tener por amigos y de les dar venganza de sus enemigos. Y esta paz fue firme; no ha quebrado ni faltado, a pesar de que los españoles, en diversos tiempos y por casos que han sucedido, han sido molestos a estos cañaris, y los han fatigado y hecho en ellos lo que suelen hacer en todos los demás indios”. Habrá que precisar que, además de los cañaris, hubo otros pueblos indios que fueron aliados de los españoles por su odio a Atahualpa, como los huancas, los huaylas y los chachapoyas.
     Esta alianza preocupó a los partidarios de Atahualpa: “En Quito, luego se supo cómo habían estado los españoles en la tierra de los cañaris y de la amistad que entre unos y otros asentaron después de haber desbaratado al capitán que habían enviado. Se juntó gente para que partiesen a parar la entrada que los españoles hacían en la tierra, y recogiéronse más de cincuenta mil hombres de guerra. Belalcázar, que fue hombre animoso para estas conquistas, llegó hasta Teocajas. Envió a Ruy Díaz con diez de a caballo a reconocer aquellas tierras, y llegados a un llano, un indio dio la alarma y los demás salieron con una grita infernal, habiendo para cada español mil indios. Fue Dios servido de librarlos de sus manos, con daño de ellos porque mataron a muchos con ánimo grande. Uno de los españoles, viendo el peligro en que estaban, volvió adonde Belacázar, dándole cuenta de cómo estaban cercados por los indios. Salieron luego los de a pie y los de a caballo con sus armas, quedando algunos para guardar el real. Los capitanes de los indios salieron por todas partes e la batalla se trabó de veras. Ellos se animaban diciendo cuán pocos eran los españoles. Los cristianos peleaban con esfuerzo, pues no les iba menos que las vidas. El campo estaba  llenos de muertos que caían; los indios veían la gran ventaja que los españoles les tomaban aunque eran tan pocos, pero no dejaron de pelear hasta que el que todo lo puede, que es Dios, entró de por medio con la oscuridad de la noche que envió, y los unos y los otros  partieron sin del todo ser vencidos ni vencedores. Mataron los indios dos caballos e hirieron algunos cristianos. Pesó mucho a todos la muerte de los caballos, porque la fuerza de esta guerra y quien la ha hecho a estos indios, los caballos son. De los indios murieron, según me contaron, más de cuatrocientos de ellos. Se dice que de los caballos que murieron, cortaron los indios la cabeza y los pies, y los enviaron como presente a los señores de la comarca”.


     (Imagen) Dijo Cieza: “Los caballos son la fuerza de esta guerra  contra los indios”. Por algo el grande y entrañable Bernal Díaz del Castillo, con casi 80 años, se acordaba emocionado de algunos con los que batallaron en México (todos eran de raza hispano-árabe):  “Caballos: el capitán Cortés, un castaño zaíno;  Cristóbal de Olid, un castaño oscuro, harto bueno;  Francisco de Montejo y Alonso de Ávila, un alazán tostado no bueno para cosa de guerra; Francisco de Morla, un castaño oscuro, gran corredor; Juan de Escalante, un castaño claro, tresalbo, no fue bueno; Gonzalo Domínguez, otro castaño oscuro muy bueno y gran corredor; Pedro González Trujillo, un castaño que corría muy bien; Morón,  un overo labrado de las manos y bien revuelto; Baena, otro overo, algo morcillo, no salió bueno para cosa ninguna; Lares, un castaño algo claro, buen corredor; Ortiz el Músico y Bartolomé García, un oscuro llamado El Arriero. Éste fue uno de los mejores caballos de la expedición, que más tarde pasó a manos de Cortés. Yeguas: Pedro de Alvarado y Hernán López de Ávila, una alazana de juego y de carrera; Alonso Hernández Puertocarrero, una rucia de buena carrera; Juan Velázquez de León, una rucia muy poderosa llamada La Rabona, muy revuelta y de buena carrera; Diego de Ordaz, otra rucia, machorra, pasadera, aunque corría poco, y Juan Sedeño, una castaña que parió en el navío".


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