viernes, 30 de noviembre de 2018

(Día 689) En medio de su angustia, Pizarro se alegra de que haya sido Almagro el iniciador del conflicto armado. Anima a sus hombres confiando en que, con la ayuda de Alonso de Alvarado, someterían a su enemigo. La gravedad de la situación superaba lo que Pizarro y Almagro, ya ancianos, podían soportar.


     (279) Siguió Pizarro con sus lamentaciones, pero dijo que se alegraba de no haber sido él quien había iniciado el conflicto: “Mirando hacia el cielo, decía que mucho se holgaba de que hubiera sido Almagro el primero que rompió la paz y fue contra lo jurado, ya que sus hados y los de su compañeros habían querido que, en la senectud de ambos, contendiesen en guerras civiles e fueran tenidos por los principales promovedores; de lo cual él ponía por testigo a Dios de que no se holgaba, ni quería seguir adelante, porque el Rey sería de ello muy deservido”.
     Vemos que Cieza ha utilizado las reflexiones de Pizarro (al que sin duda apreciaba y admiraba) para ponerse de su parte en este punto concreto. Sabe, y no lo oculta en sus crónicas, que Almagro tenía poderosas razones para sentirse injusta y repetidamente ninguneado por los Pizarro, pero se nota que le produce cierta satisfacción que ahora el villano sea Almagro, y además en un acto de terribles consecuencias: desencadenó el inicio de las guerras civiles.
     Pizarro se sobrepuso y trató de animar a sus soldados: “A todos los que venían con él les pareció mal que Almagro hubiese entrado en el Cuzco por la fuerza de las armas e prendido a Hernando Pizarro, que estaba en ella como Teniente del Gobernador y Justicia Mayor, e decían que de aquella entrada habían de redundar grandes males en todo el reino. El Gobernador, mirando que convenía mostrar buen ánimo a sus gentes para que no deseasen algún cambio, les dijo que no se acongojasen, porque  su capitán Alonso de Alvarado se había situado en el puente de Abancay con tanta gente que, juntos con ellos, bastaban para constreñirle a Almagro, si hiciera falta,  a que se arrepintiese de lo hecho y volviese a su amistad”.
     Tanto Almagro como Pizarro eran entonces, para su época, unos hombre ancianos y, como veremos después, también achacosos. Aunque no debe olvidarse que, cuando tres años después, le atacaron sus asesinos a Pizarro, tuvo el arranque y el pundonor de morir matando, acabando con la vida de tres de los confabulados. Pero lo cierto es que Almagro estaba my afectado de sífilis, y Pizarro ya no peleaba abiertamente en campaña. El uno y el otro tenían que verse sobrepasados por el enorme problema en el que estaban metidos. Los dos ilustres analfabetos van a protagonizar, a través de sus asesores, una serie de inútiles intentos de negociación, con cartas y emisarios que volaban de un bando al otro, agotando hasta la última esperanza de una solución pacífica y acordada. Va a ser un espectáculo penoso por lo repetitivo y las eternas discusiones acerca de cómo había que interpretar las provisiones del emperador. Ni siquiera la batalla de Abancay, que, como enseguida vamos a ver, fue ganada por Almagro, cambiará el panorama. Habrá más y más negociaciones, siempre hechas tendenciosamente y sin posible arreglo, porque ni Pizarro ni Almagro estaban dispuestos a ceder en sus pretensiones, justas o no.

     (Imagen) Nunca podremos agradecerle suficientemente a Carlos Lummis los ‘buenos ojos’ y la admiración con que propagó en sus escritos los hechos de los españoles en América. Mérito doble tratándose de un ‘gringo’. Su propia vida fue novelesca. Valoraba especialmente la heroicidad  y no se equivocó sobre la grandeza de la epopeya de Indias. En su magnífico libro ‘Los exploradores españoles del siglo XVI’ (publicado ¡en 1893!) le dedica su mayor entusiasmo a Pizarro. Como hombre apasionado, se dejaba llevar a veces por su simpatía o antipatía hacia los personajes, y, con Almagro, fue muy injusto, haciéndole culpable de revolverse contra Pizarro por su mezquina envidia. Así juzga el inicio de los primeros enfrentamientos entre los dos socios: “La diferencia de poderes concedidos por el Emperador a cada uno de los dos dio pie a disgustos muy serios. Almagro jamás perdonó a Pizarro su preeminencia, y le acusó de haber procurado lo mejor para sí de forma traicionera. Algunos historiadores se han puesto de parte de Almagro, pero tengo fundados motivos para creer que Pizarro obró con rectitud, y que fue la Corona la que se negó a darle a Almagro los mismos poderes. Era una medida muy prudente, pues la existencia de dos jefes constituye siempre un peligro”. El bueno de Lummis murió en 1528, con 69 años, y seguro que, en alegre tertulia con los dos magníficos personajes, se habrá dado cuenta de que Almagro, aunque triturado por el destino y despreciado injustamente, como suele ocurrir con los perdedores, fue el más noble y leal.



jueves, 29 de noviembre de 2018

(Día 688) Pizarro y sus hombres siguen avanzando hacia el Cuzco para expulsar a Almagro. Cieza critica con gran dureza el mal trato que daban a los indios porteadores. Pizarro se deprime al recibir las malas noticias que le envía Alonso de Alvarado sobre la situación en el Cuzco.


     (278) Por entonces, avanzaban Pizarro y sus cuatrocientos hombres hacia el Cuzco: “Llevaba por capitanes a Felipe Gutiérrez y Diego de Urbina. Iba con gran voluntad de socorrer la ciudad del Cuzco, pues hacía muchos días que no había recibido de allí noticia alguna, por lo cual estaba muy acongojado”. Cieza tratará de disculpar a Pizarro, pero nos muestra la terrible explotación que podían sufrir los indios cuando los españoles iban a marchas forzadas. Ya lo vimos en la travesía de los Andes que hizo Almagro. Y ahora se repetirá el tremendo espectáculo: “Los indios de los fructíferos valles, viendo el poderío que el Gobernador llevaba, le salían a servir y le proveían de lo necesario. Aunque Don Francisco Pizarro llevaba muy buen propósito en lo referente a la pacificación de las provincias, no dejaré de decir que ocurrieron grandes maldades contra los naturales cometidas por los españoles”.
     Y para no ahorrarnos la vergüenza, las detalla: “Les tomaban a sus mujeres y, a algunos, sus haciendas. Y lo que más de llorar es que, para que llevaran sus cargas, los ponían en cadenas, y como iban caminando por los arenales, sin sombras ni fuentes, los pobres indios se cansaban, y en lugar de dejarles descansar, les daban muchos palos, diciendo que como bellacos lo hacían. Tanto los maltrataban, que muchos de ellos caían al suelo, y por no pararse a soltar a todos los encadenados y sacar a los caídos, algunos les cortaban las cabezas con poco temor de Dios”. Cieza no  miente, pero, sin tener en cuenta el gran daño que hicieron las epidemias, saca una conclusión exagerada: “De esta suerte fueron muertos muchos indios, pues solía haber en estos valles gran número de ellos, y por los malos tratos que han recibido de los gobernadores y capitanes, vinieron a la disminución que ahora tienen, estando ahora muchas de estas tierras despobladas”. De lo que cuenta Cieza parece entenderse que el mayor tormento para los indios fue servir de porteadores en las grandes expediciones militares. De hecho, había leyes que los protegían en su servicio a los encomenderos, entre otras, la que prohibía que se les cargara con más de dieciocho kilos de peso. Pero, sin duda, las leyes fueron en muchas ocasiones simple texto orillado, quedando los indios a merced del buen o mal corazón de cada español.
     PIZARRO alcanzó en su impaciente marcha hacia el Cuzco el valle de Guarco. Nada más asentar su campamento, llegaron Gómez de León y sus hombres con las preocupantes noticias que le enviaba Alonso de Alvarado, y el viejo y trabajado trujillano se deprimió: “Cuando las supo, fue grande la turbación que recibió, en tanta manera que bien lo mostraba en el rostro. Estuvo un poco de tiempo perplejo acordándose de la afinidad tan conjunta que había habido entre el Adelantado don Diego de Almagro y él, de los trabajos tan crecidos que habían pasado en los descubrimientos, del juramento tan solemne que en el Cuzco habían hecho entrambos, con tantos vínculos y firmezas (hasta poniendo a Dios por testigo), y de que, sin mirar los daños que de la guerras podían resultar, Almagro había entrado violentamente en el Cuzco y prendido a sus hermanos”.

    (Imagen) El capitán Diego de Urbina, también nacido en Orduña, fue siempre fiel a Pizarro, y era sobrino del almagrista Juan de Urbina, un ejemplo más de las trágicas enemistades entre amigos y familiares que provocaban aquellas nefastas guerras civiles. Encuentro en el maravilloso archivo PARES una carta de Diego (parte de ella aparece en la imagen) que me aclara un tema que me parecía extraño (la muerte del obispo Vicente de Valverde). Resumo el texto: Le cuenta al Rey algo que sucedió años después del inicio de estas guerras fratricidas.  Cuando mataron a Pizarro, en 1541,  Diego de Urbina estaba como teniente suyo en Puerto Viejo y en Santiago (cerca de Colombia). Los indios de la zona se rebelaron contra los españoles. El obispo fray Vicente de Valverde iba hacia Quito en unas balsas con treinta y tantos hombres. Salieron los indios de la isla Puná y mataron a todos (no era, pues, un asunto personal: lo hicieron porque estaban en rebeldía general aprovechando la muerte de Pizarro). Urbina permanecía en Santiago, y todos los indios de Puná, con los demás caciques de aquellas provincias, fueron a cercarle. “Nos tuvieron cercados seis meses, dándonos muchas guazabaras (peleas), y nos tenían tan fatigados que acordé, con la conformidad del cabildo, irme de la ciudad, y con veinte balsas traje a los vecinos, sin perder ninguno (muestra su orgullo), por un río abajo en las provincias de los guancavelicas, que son indios de paz e seguros,  donde dejé la ciudad asentada  (la refundó como un campamento provisional), e fui a la ciudad de Puerto Viejo, donde hallé que habían matado a ciertos cristianos, recogí toda la gente que pude, prendí a ciertos caciques e hice castigo de ellos, poniendo temor en los demás, que fue causa de que vinieran a la obediencia de Vuestra Majestad”.



miércoles, 28 de noviembre de 2018

(Día 687) Muchos de los de Alonso de Alvarado querían que empezara la guerra y unirse a Almagro. Alvarado le manda información a Pizarro, quien ya se había puesto en marcha hacia el Cuzco con 400 hombres. Almagro envía mensajeros para que Alvarado lo reconozca como Gobernador de aquellas tierras.


    (277) Alonso de Alvarado veía muy negra la situación, y le angustiaba también un problema añadido del que era muy consciente: “Tenía, además, gran cuidado porque no estaban conformes todos los ánimos de los que con él venían, sino que muchos de ellos se alegraban de la llegada de Almagro, esperando los que estaban pobres hacerse ricos con tales discordias, y comenzaron a aborrecer la tranquila paz, viniéndoles la ira fácil e pronta para darse a cualquier maldad por huir de la necesidad; y desde entonces comenzó a estar  desquiciada la confianza en estos reinos, y a tener todos por cosa provechosa la cruel guerra civil. Y así, los que eran de esta opinión, deseaban ver delante las banderas de Almagro para pasarse a ellas, diciendo, para poder justificarse, que había sido recibido con todo derecho como Gobernador en el Cuzco, y que era señor tan valeroso que iba a hacer a todos ricos y poderosos para que pudiesen volver a España a gozar en sus tierras”. El lamento de Cieza se centra de lleno en la eufórica insensatez de aquellos momentos cruciales. La misma que se ve en las fotos (tan repetidas) de entusiastas soldados despidiéndose desde el tren para ir a la guerra.
     Alonso de Alvarado tomó sus precauciones para no ser sorprendido por un ataque de Almagro. Luego envió a Gómez de León con cartas que le informaran ampliamente de la situación a Pizarro, quien al estar muy preocupado por la falta de noticias, ya se había puesto en marcha hacia el Cuzco con unos cuatrocientos hombres. Por consejo de sus capitanes (entre ellos Sebastián Garcilaso de la Vega), y dado que era muy peligroso andar tan largo camino por territorios de los indios, le acompañaban a Gómez de León doce jinetes de valía y absolutamente leales, como Alberto de Orduña, Gonzalo Hernández de Heredia, Juan Alejandre, Origüela, Losa y Juan Porcel.
     Por su parte, Almagro movió ficha, en principio solo diplomática, pero contundente: “En el Cuzco, Almagro y sus hombres principales habían tomado ya acuerdo de lo que harían sobre la estancia de Alonso de Alvarado en Abancay. Determinaron que se fuese a requerirle que le diese obediencia a Almagro como Gobernador y Capitán General de Su Majestad en aquellas provincias, y que le requiriesen que saliese de ellas si no lo quisiese hacer, para lo que envió a Gómez de Alvarado y Diego de Alvarado, por la autoridad de sus personas y por la amistad que les tenía Alonso de Alvarado, ya que vinieron juntos de Guatemala con el Adelantado Don Pedro de Alvarado. Irían con ellos a hacerle el requerimiento el contador Juan Guzmán, D. Alonso Enríquez de Guzmán, hombre de grandes mañas (lo que confirma que este ya se había pasado al bando de Almagro y la fama de habilidoso liante que tenía), el licenciado Prado, el factor Mercado, un escribano y un alguacil. Le escribió a Alonso de Alvarado muy graciosamente, para atraerle a que siguiese su opinión, haciéndole grandes ofertas y prometiéndole mucho dinero para poder ir a España si lo desease”. Se diría que Almagro olvidaba la inquebrantable honradez de Alonso de Alvarado.
   
     (Imagen) No era ninguna broma recorrer largas distancias a través del  territorio controlado por el rebelde  Manco Inca y sus miles de indios. Prueba de ello es que Pizarro fundaría después, principalmente por motivos de defensivos, la población de San Juan,  a mitad de camino entre Lima y el Cuzco. Por eso ahora Alonso de Alvarado, para enviar un correo urgente a Francisco Pizarro, utiliza un grupo de trece jinetes veteranos y de toda confianza, a pesar de que le hacen mucha falta para defenderse del más que probable ataque de Almagro. Entre ellos va Antonio de Orihuela, quien tres años más tarde iba a demostrar su absoluta fidelidad a Francisco Pizarro de una manera insensata. Poco después de su asesinato, llegó Orihuela a Lima procedente de Panamá, y se le ocurrió la idea de acusar públicamente a los almagristas de traidores, por lo que fue degollado. Otro acompañante, Juan Porcel, fue demandado judicialmente más tarde, como fiel pizarrista, por la viuda del virrey  Núñez Vela. Barriendo para casa, comentaré que el capitán que estaba al mando de los jinetes mensajeros, llamado Gómez de León, era alavés (murió tiempo después en la batalla de Huarina), y llevaba a su lado a dos casi paisanos suyos, Alberto de Orduña, y un tal Losa de apellido. El Valle de Losa, Orduña y Álava son colindantes. Y para que no haya discusiones, digamos de paso que, aunque quizá el gran Juan de Garay, fundador de Buenos Aires, naciera en Orduña, los años de su juventud los vivió en Villalba de Losa. Como se ve en la imagen, así lo reconocen los propios argentinos.



martes, 27 de noviembre de 2018

(Día 686) Pedro de Lerma logra mandarle a Almagro un mensajero para comunicarle que tenía ya muchos hombres dispuestos a pasarse a su bando. También Hernando Pizarro consigue avisarle a Alonso de Alvarado de que Almagro se ha apoderado del Cuzco, lo que le hace comprender que el conflicto será inevitable.


    (276) En su versión, Cieza nos precisa quiénes fueron los mensajeros de uno y otro bando. El enviado por Hernando Pizarro a Alonso de Alvarado era Pedro Gallego, “hombre muy andador y que había andado por todos los caminos de la tierra; partió del Cuzco tomando vestidura de indio, cortándose la barba, sin llevar espada sino una honda, y metiendo la carta en un canuto”. Con lo que dice queda claro que era muy grande el peligro de que le interceptaran los indios por el camino. Nos acaba de hablar Pedro Pizarro de la carta que el ‘traidor’ Pedro de Lerma le remitió a Almagro para que atacara a Alonso de Alvarado. En la crónica de Cieza se aclara que era una respuesta a un mensaje que anteriormente le había enviado el propio Almagro pidiéndole que se pasara a su bando. Nos comenta que, para contestarle, Lerma se sirvió de otro corredor de ‘ligeros pies’ (como Aquiles): “Pedro de Lerma, habiendo recibido las cartas del Cuzco, deseando responder al Adelantado Don Diego de Almagro (Cieza nunca le llama ‘Gobernador’), envió con la respuesta a Melchor Palomino, que también era muy ligero, llevando unas cartas escritas por él y por otros muchos del real ofreciéndose enteramente al servicio de Almagro, y diciéndole que se alegraban mucho de que lo hubiesen recibido como Gobernador en el Cuzco, pues así lo mandaba Su Majestad en sus provisiones (la eterna estrategia de dar por cierto lo dudoso). Al día siguiente, se echó de menos a Palomino. Al saberlo el capitán Alonso de Alvarado, recibió mucha pena suponiendo que lo había enviado alguno de sus capitanes”.
     Justo entonces, llegó Pedro Gallego con el aviso de Hernando Pizarro (quizá se cruzara con Palomino): “Cuando Alonso de Alvarado leyó la carta, le pesó que Almagro hubiese tomado por la fuerza la posesión del Cuzco (hasta entonces solo sabía que podía ocurrir)”. Luego Cieza manifiesta una opinión mucho más creíble que la que hizo Pedro Pizarro sobre el comportamiento de Alonso de Alvarado, hombre muy respetado por casi todos los cronistas: “Y  no habría recibido esta pena si él hubiera llegado al Cuzco antes de que entrara Almagro, pero la culpa no fue suya sino del Gobernador don Francisco Pizarro, que le mandó invernar en Jauja para que dejase a todos los indios pacificados (como vimos, Pedro Pizarro aseguraba que Alvarado hizo ese trabajo para proteger las encomiendas de indios del influyente Antonio Picado, a quien, según él, le debía el puesto de general que ostentaba Pedro de Lerma)”.
     Después Alonso de Alvarado reunió a sus capitanes y les leyó la preocupante carta de Hernando Pizarro. Decidieron mantener allí su campamento, enviarle las noticias a Francisco Pizarro, y darle a Almagro, si se sentía molesto por su permanencia en aquel lugar, la explicación de que estaban a la espera de las órdenes de Pizarro. “Y, si Almagro decidiera atacarlos, el tiempo diría lo que fuese mejor. Pero Alvarado bien entendía que ya la cosa iba rota, y la amistad tan antigua de los de Almagro y los de Pizarro, deshecha, y que estaba el negocio puesto en nivel tan delicado que, si Dios no ponía en ello su mano, habría grandes daños, con muchas muertes”.

     (Imagen) Hoy hemos visto la actuación de dos traidores haciendo de mensajeros espías, uno, Pedro Gallego, a favor de Hernando Pizarro, y el otro, Melchor Palomino, para ayudar a Almagro. El primero va a morir pronto, en la batalla de las Salinas, pero consta que el segundo aún vivía en 1551, aunque no sabemos si por mucho tiempo, ya que era uno de los demandados por doña Brionda de Acuña, la viuda del asesinado virrey Blasco Núñez Vela. Adelantemos que, cuando las guerras civiles terminaron, les cayó a los vencidos todo el peso de la justicia. Curiosamente, uno de los encargados de juzgarlos fue el gran ALONSO DE ALVARADO, siempre consciente del demencial error de alzarse contra la Corona. El Rey publicó la durísima sentencia. En la imagen vemos la primera página del expediente (resumo el texto): “Por los delitos de traición y rebelión cometidos en las provincias de Perú por Gonzalo Pizarro y otros, sus secuaces, contra nuestro servicio y bien común de aquella tierra, el Licenciado Oidor de la nuestra Audiencia e Cancillería Real de las dichas provincias, y el Mariscal ALONSO DE ALVARADO, jueces nombrados para el castigo de los dichos delitos, procedieron contra los dichos rebeldes y traidores, y los proclamaron traidores, y a algunos de ellos condenaron a penas de muerte natural, e a otros a penas de azotes e a que sirviesen perpetuamente en nuestras galeras, y a otros en destierro de aquellas provincias para estos reinos y para otra partes de las Indias, y en otras penas, y a todos ellos en confiscación y perdición de todos sus bienes”.



lunes, 26 de noviembre de 2018

(Día 685) Alonso de Alvarado, tras enterarse de que Almagro ha tomado el Cuzco, apresando a Hernando y Gonzalo Pizarro, prepara su defensa junto al río Abancay. Deseando vengarse, Pedro de Lerma consigue aliados, y envía un mensaje a Almagro indicándole una parte del río por la que le podrán ayudarle a pasarlo.


Recordemos que el cronista Pedro Pizarro estaba entre los apresados por Almagro en el Cuzco. Va a contar las cosas escuetamente, pero su información es interesante. Anoto unos datos aportados por él que enlazan con lo anterior de Cieza: “Alonso de Alvarado llegó a Cochacaxa y  al río Abancay, que está a unas veinte leguas del Cuzco, no pudiendo ser vadeado en invierno, y, en verano, con trabajo. Aquí supo Alonso de Alvarado de la entrada de Almagro en el Cuzco y de la prisión  de Hernando Pizarro, por lo que se detuvo en Cochacaxa, que está en lo alto de un cerro y tiene una llanada pequeña, desde donde baja una cuesta de casi una legua hasta el río de Abancay. Dejando el real y gente en lo alto, bajó al puente de Abancay, y aquí hizo una albarrada, y se quedó guardando este paso con más gente de guerra. Ordenó a cincuenta de a caballo que fuesen a dar aviso al Marqués Don Francisco Pizarro de lo sucedido”.
     Unos y otros, a través de los indios, recibían información de lo que estaba pasando. De esa manera, también Almagro supo que Alonso de Alvarado estaba asentado muy cerca del Cuzco. La inquietud en ambos bandos era enorme, sobre todo por la posibilidad de un trasvase de desertores, una baza que estaban jugando tanto Almagro como Hernando Pizarro, quien consiguió enviarle una carta a Alonso de Alvarado para reforzar su lealtad y la de los hombres bajo su mando haciéndoles ver que Almagro había ocupado el Cuzco sin respetar la tregua que tenían establecida. La mayor inquietud para Alvarado era que el gran capitán Pedro de Lerma, resentido por haber sido privado del mando supremo, se aliase con Almagro, que es lo que ocurrió.
     Sigamos a Pedro Pizarro: “Ya dije que Antonio Picado le quitó la gente a Pedro de Lema y se la dio a  Alonso de Alvarado, porque este Picado, siendo su secretario, tenía tanto poder con el Marqués, que no se hacía más que lo que él quería y ordenaba, lo que fue harto mal en esta tierra, como más adelante diré (no resulta creíble que tuviera más poder que Pizarro). Pedro de Lerma venía disconforme en su pecho, sin darlo a entender, por la afrenta que le había hecho Picado de quitarle el cargo de general y dárselo a Alvarado. Traía muchos amigos Pedro de Lerma, y hombres principales, y visto que tenía coyuntura para vengarse de la injuria que le habían hecho, pidió, al parecer, a sus amigos que le escribiesen a Almagro para que atacase sin miedo, que ellos le entregarían presos a Alonso de Alvarado y a su gente. Se dijo también que, después de haber conocido la discordia que había en el campo de Alvarado y el recado de Pedro de Lerma, Almagro determinó ir a Abancay, enviando aviso de su partida a Pedro de Lerma y a sus amigos, y prometiéndoles grandes mercedes. Cuando supieron que Almagro había salido, Pedro de Lerma y sus amigos fingieron estar muy de la parte de Don Francisco Pizarro, procurando que los pusiesen en el lugar más peligroso, el del vado del río, indicándole luego a Almagro que acometiera por aquel lugar porque todo lo encontraría llano”.

     (Imagen) Ya di datos en otra reseña sobre ANTONIO PICADO, un auténtico (y valiosísimo) trepa. Vimos que llegó a Perú con el gran Pedro de Alvarado, y que, en cuanto pudo, se pasó al ejército de Pizarro. Era su complemento ideal, supliendo las carencias culturales y la escasa habilidad diplomática del insuperable conquistador extremeño. Le fue fiel hasta la muerte, víctimas los dos del mismo complot. Vimos también que, antes de que lo ejecutaran, decidió casarse con su amante, Elena Martínez, quien, años después, logró que la justicia oyera sus súplicas, como consta en esta cédula: “Real Cédula del príncipe (Felipe II) a la Audiencia de Lima para que se dé lo que pide a Elena Martínez, madre de dos hijos residentes en el Perú, Antonio y Francisco Picado (hijos de la pareja); al primero le mandó matar Diego de Almagro (el Mozo), y al segundo lo mataron los indios, de los cuales quedaron muchos bienes que reclama como legítima heredera”. En una parte de otro documento (el de la imagen) vemos cómo se inició, en 1530, la ascensión de Antonio Picado: “Don Carlos: Por cuanto  mandamos al Alcalde Mayor de la provincia de Nicaragua que examinara para la merced de escribano e notario público a D. Antonio Picado en la nuestra Corte y en todos nuestros Reinos e Señoríos, y, siendo hábil, os entregasen esta nuestra provisión, por ende, con testimonio de vuestra habilidad, y por hacer bien a Vos, el dicho Antonio Picado, tenemos por bien y es nuestra merced y voluntad que de agora y de aquí adelante, para en toda vuestra vida, seáis nuestro escribano y notario público en la nuestra Corte y en todos nuestros Reinos y Señoríos”.



sábado, 24 de noviembre de 2018

(Día 684) El notable Gabriel de Rojas se pasa al bando de Almagro. El rebelde Manco Inca y sus indios disfrutaban viendo los enfrentamientos entre españoles. Va a empezar la batalla del río Abancay. El Capitán General de Pizarro era Alonso de Alvarado, lo que provocará después la traición de Pedro de Lerma por haber sido desplazado de ese cargo.


      (274) Ya dueño de la situación, Almagro, para animar a los vecinos de Cuzco, les prometió premiarlos y darles mejor trato que el que habían recibido de Hernando Pizarro. Le ofreció al prestigioso Gabriel de Rojas (capitán de Hernando Pizarro) el puesto más importante. A pesar de ser un hombre lleno de valores (del que ya hablé elogiosamente), Cieza da a entender que era algo chaquetero: “Almagro le pidió a Gabriel de Rojas que tomase la vara de Teniente e Justicia Mayor de la ciudad. Gabriel de Rojas era amigo de Almagro, pero también se condolía de los vecinos del Cuzco. Mirando que con tal cargo podía favorecerlos, o porque era amigo de andar con el tiempo y de acostarse a la parte que veía más próspera, aceptó ser Teniente e Justicia”.
     Mientras tanto, Manco Inca y sus indios, que habían fracasado en el cerco del Cuzco, contemplaban con regocijo el conflicto entre los españoles: “Cuando supieron las cosas que pasaban, holgábanse grandemente, esperando que sus dioses habían de permitir que hubiese tanta guerra entre los españoles, que fuese consumida en ella la mayor parte de ellos, de forma que pudieran tornar a recobrar su señorío”.
     El primer paso fatídico lo había dado Almagro. Le fue fácil apoderarse del Cuzco. Tener presos a Hernando y Gonzalo Pizarro le daba cierta tranquilidad frente a la previsible reacción agresiva de Francisco Pizarro. Y por el contrario, el temor a ser ejecutados era una pesadilla constante para los dos rehenes. Tras ese aperitivo de guerra civil, vendrá el primer plato fuerte, y quien lo va a saborear con deleite será Almagro. Pero el segundo le resultó tan indigesto que le costará la vida. Arriba el telón: LA BATALLA DEL RÍO ABANCAY.
     Cieza nos pone en antecedentes del protagonismo que va a tener ALONSO DE ALVARADO en este encontronazo entre los  dos bandos. El cronista Pedro Pizarro ya nos contó (tendenciosamente) que Almagro no habría podido apoderarse del Cuzco si Alvarado no se hubiera entretenido sometiendo a unos indios que andaban molestando en una zona de encomiendas que pertenecían a ANTONIO PICADO, el poderoso secretario de Pizarro. Incluso aseguraba (injustamente) que de esa manera consiguió Alvarado desplazar a PEDRO DE LERMA en el puesto de capitán general. Lo que sí parece haber ocurrido es que fue esa humillación lo que le impulsó después a Pedro de Lerma a pasarse al bando de Almagro (como veremos).
     Cieza explica que Alonso de Alvarado terminó en aquella zona con la resistencia de los indios, pero que se dio cuenta de que un cacique que iba con él aparentemente como colaborador, en realidad le estaba dando informaciones falsas, y, cosa rara en él, “enojado por ello lo mandó quemar”. A partir de ese momento, Alvarado iniciará su actuación en el Cuzco: “En el valle de Andaguaylas  supo por los indios que Almagro había entrado en la ciudad del Cuzco y apresado a Hernando Pizarro e a su hermano Gonzalo Pizarro. Mas estas cosas no las creyó, pues habiendo ido Almagro con tan ilustre ejército a las provincias tan ricas de Chile, no era creíble que se volviera sin dejarlas pobladas. Y siguió su camino (iba hacia el Cuzco), llegando a Cochacaxa”.

     (Imagen) PEDRO DE LERMA fue un extraordinario capitán, y, sin embargo, escasean los datos sobre su biografía. Llegó a las Indias con una persona ciertamente peculiar, su tío GARCÍA DE LERMA, quien, siendo más hombre de negocios y de letras que de guerra, fue nombrado Gobernador de Santa Marta  (en zona colombiana), tras haber  desembarcado en Santo Domingo como asesor de Diego Colón, el hijo del descubridor. Ocurrió después que García tuvo un enfrentamiento tan ácido por alguna cuestión económica con su sobrino, Pedro, que ordenó su destierro. Cuando lo llevaban embarcado con destino a España, Pedro tuvo la habilidad de convencer a quien estaba al mando de la nao para que le dejara quedarse en Santo Domingo. Lo que hizo después fue tratar de legalizar su situación dirigiéndose a la Real Audiencia de la isla para querellarse contra su tío porque la pena del destierro era excesiva. Sorprendentemente, encontró allí una ayuda esencial para su causa de alguien que después sería su mortal enemigo: Hernando Pizarro. Ya libre de cargos, Pedro soñó con ir a Perú, algo que tuvo que aplazar hasta que su tío muriera, porque eran tantos los que lo hacían, que se iba quedando despoblada su gobernación. Ya en Perú, se convirtió en el principal capitán de Pizarro, pero, al ser desplazado por el brillante Alonso de Alvarado, desahogó su rencor pasándose al bando de Almagro, lo que le llevó al fracaso y a la muerte. Para bien o para mal, las vidas se cruzaban entre aquellos trotamundos.



viernes, 23 de noviembre de 2018

(Día 683) Almagro, que había acordado con Hernando Pizarro esperar la opinión de Francisco Pizarro, se deja convencer por sus hombres y, con su superioridad de fuerzas, se apodera del Cuzco, apresando a Hernando y Gonzalo Pizarro. Al Cabildo de la ciudad (alcaldes y regidores) no le queda más remedio que aceptarlo como Gobernador y Capitán General.


     (273) Se inicia así ‘el baile’ al son que cada uno va a  querer dar a las provisiones del rey. No eran lo suficientemente precisas, pero ninguno de los dos bandos cederá. Empezó un tira y afloja, con apariencias de respetar la legalidad y aceptar lo que fuera justo. Pero, aunque trataban de ampararse en la ley para ser bendecidos por la Corona, estaba decidido por ambas partes quedarse con el Cuzco a cualquier precio. Recordemos que, cuando la tensión llegó a un punto extremo, Almagro y Hernando Pizarro acordaron tomarse un respiro estableciendo una tregua en las reclamaciones hasta saber lo que el gobernador Pizarro opinaba al respecto. Almagro, tras oír a sus capitanes, que le hicieron ver que con ese compromiso había caído en una trampa de Hernando Pizarro, tomó la imprudente decisión de entrar por la fuerza en el Cuzco. Así lo hizo con su poderoso ejército, muy superior a la escasa tropa de su enemigo. Apresó, entre otros, a Hernando y Gonzalo Pizarro. Como ya comenté en su momento, este simple acto dañó por completo la imagen de Almagro, quitándole gran parte de valor a sus justas quejas contra los abusos que venía padeciendo por parte de los Pizarro. Y lo que es peor: al tomarse la supuesta justicia por su mano (rompiendo además una tregua pactada) se convirtió en el culpable del inicio de las guerras civiles. De forma insensata y creyendo que así lograba el máximo esplendor para su gobernación, abrió la caja de Pandora.
     Como ya vimos anteriormente, para Almagro fue sumamente fácil entrar en el Cuzco  y anular la débil resistencia que encontró. Hernando Pizarro estaba con su hermano Gonzalo y varios capitanes en su casa. Reaccionaron con bravura, dispuestos a luchar hasta el último aliento, pero les quemaron el habitáculo, y el fuego, que no las armas,  les obligó a entregarse. Los llevaron hacia la iglesia, donde estaba Almagro, quien no quiso ver a Hernando Pizarro. Cuenta Cieza: “Mandó que los quitasen de su presencia, por ser Hernando Pizarro hombre tan malo, que había dado lugar a que se rompiera la antigua y verdadera amistad que había habido entre él y el Gobernador Don Francisco Pizarro. Los llevaron presos a casa de Diego de Mercado (quien, aceptándolos, traicionó a Hernando), que mucho se había ofrecido al servicio de Almagro, y luego los pasaron a las casas del Sol (debía de ser hermano de Diego Núñez de Mercado)”.
     Inevitablemente, se creó una situación muy comprometida para quienes, habiendo sido nombrados por Francisco Pizarro (puesto que era el Gobernador), tenían cargos públicos en la ciudad. Pero se impondrá la ley de la fuerza: “Pasadas estas cosas, Don Diego de Almagro mandó que se juntasen los alcaldes y regidores de la ciudad, que mirasen las provisiones del rey y que le recibiesen como Gobernador de ella. Aunque algunos lo deseasen, otros lo tenían por cosa violenta y que era contra el servicio a Su Majestad, mas, viendo a los de Chile tan pujantes, comprendieron que hacer otra cosa sería darles motivo para que los matasen a todos, y por eso, adaptándose al tiempo, recibiéronle como Gobernador e Capitán General”.

    (Imagen) DIEGO DE MERCADO, que era funcionario de la Corona en el Cuzco, se pasó al bando de Almagro. Apenas hay datos sobre él, pero hasta los menos conocidos tuvieron vidas desmesuradas y dejaron su rastro en los archivos históricos. Así sabemos que aún vivía en 1550, saliendo incólume de las guerras civiles a base de alternar sus lealtades. Encuentro también en PARES, el riquísimo portal de Internet, un curioso documento (la imagen muestra una parte) que habla de él, y que es un ejemplo de que había hilo directo entre las Indias y España para que los jueces funcionaran, los delitos se condenaran y las deudas se liquidaran. La referencia del contenido pone: “Real Cédula a Diego Núñez de Mercado, vecino de la villa de Madrigal de las Altas Torres, comunicándole haber quedado levantado el secuestro que se puso en los cuatro mil y tantos pesos de oro que su hermano Diego de Mercado debía a Alonso Enríquez de Guzmán, vecino de Sevilla,  por haber dado fianzas al dicho Alonso Enríquez de que pagará lo que contra él fuere juzgado en la causa que ante el Consejo se trata con él sobre ciertos delitos cometidos en las Indias de que se le acusa”. Todo tiene sentido: Antes de volver a España, el aventurero y gran cronista Don Alonso Enríquez de Guzmán le vendió bienes a Diego de Mercado, quien, no teniendo dinero en efectivo, le dio  un aval, que luego le fue retenido al ‘calavera’ Enríquez hasta que se dictara sentencia por ciertos delitos que había cometido en las Indias. Pero era tan hábil como vividor, y logró que lo absolvieran.



jueves, 22 de noviembre de 2018

(Día 682) Almagro se irrita porque se entera de que Hernando Pizarro habla mal de él diciendo que era un moro castigado por las Inquisición. Sus hombres le aconsejan a Almagro que pida a los del Cabildo del Cuzco que lo acepten como gobernador.


     (272) En el párrafo anterior, llama la atención la honesta objetividad con que Pedro Cieza de León se propone contar solamente lo que le conste como cierto en aquel mar de pasiones que fueron las guerras civiles, en las que, como alguien dijo de cualquier enfrentamiento bélico (y más aún tratándose de ‘hermanos contra hermanos’), la primera víctima fue la verdad.
     Recordemos que nos encontramos en el punto en que Almagro acampa frente al Cuzco con pretensión de apoderarse de la ciudad. Como era tan clara la rivalidad entre los almagristas y pizarristas, ya empieza Cieza a llamarlos ‘chilenos’ y ‘pachacanos’ (o de Pachacama). Esto último, porque el asentamiento principal de los hombres de Francisco Pizarro estaba en Lima (comarca actual de Pachacámac). Tanto Almagro como Hernando Pizarro desconfiaban el uno de otro y fingían correctas maneras, pero se odiaban, aunque Almagro fuera más flexible: “No fiándose Almagro de las buenas palabras de Hernando Pizarro, le mandó recado al capitán Juan de Saavedra con Cristóbal de Sotelo y veinte españoles para que tuviese gran cuidado en el campamento, pues sabía que Hernando Pizarro era hombre doblado y que, por cumplir su deseo, no tendría ningún miramiento”. Al parecer, Hernando Pizarro se enteró de que Almagro enviaba emisarios y tenía intención de apresarlos. Pero los chivatazos eran de ida y vuelta: “Cuando iba a partir Sotelo, llegó un vecino del Cuzco llamado Diego Méndez, hermano del general Rodrigo Orgóñez, avisó de esto y dijo lo que allí pasaba”. No es extraño que un hermano del capitán más importante de Almagro traicionara a Hernando Pizarro.
     Cieza nos da otro detalle de lo mucho que se ‘querían’ Almagro y Hernando Pizarro: “Vasco de Guevara, que era capitán de Almagro, me dijo a mí en esta ciudad de Lima que, este mismo día, estando Don Diego de Almagro diciendo que pensaba darle a Hernando Pizarro unos cincuenta mil pesos por haberle conseguido de Carlos V su gobernación (en realidad hizo lo posible para que el rey se la negara), le dijeron que Hernando Pizarro había dicho en el Cuzco que Almagro era un moro relajado (castigado por la Inquisición), y recibió mucho enojo de ello, y respondió: ‘Miente en eso que dice, y eso merezco yo por haberles quitado yo a él y a sus hermanos las liendres’. Le pregunté a Pedro de Hinojosa si fue cierto lo que dijo Hernando Pizarro, y me dijo que era verdad. Otros dicen que Hernando Pizarro lo dijo muchas veces en España y en las Indias, de manera que, tal y como se iban enconando las cosas, nada le importaría decirlo en el Cuzco”.
     Aunque Cieza solo considera muy verosímil que Hernando Pizarro despreciara tan duramente a Almagro, luego considera ese hecho como el desencadenante de los conflictos posteriores: “Mucho fue el enojo que recibió Don Diego de Almagro al saber que Hernando Pizarro le hubiese tratado tan mal en ausencia suya, y dijo que, si Dios le diese vida, él lograría una satisfacción. Y todos los capitanes y españoles se indignaron grandemente contra Hernando Pizarro. Diego Orgóñez, Gómez de Alvarado y Diego de Alvarado, daban su parecer de que Almagro mandase enviados a los del Cabildo del Cuzco para que le quisiesen reconocer como Gobernador, según ordenaba Su Majestad por sus provisiones”.

     (Imagen) Los orígenes de DIEGO DE ALMAGRO tienen mucha semejanza con los de Francisco Pizarro, además de su común analfabetismo. Los dos nacieron ilegítimos, aunque Pizarro con la ventaja de que su padre, Gonzalo Pizarro, era un famoso capitán en las guerras europeas. Y los dos fueron quienes culminaron la proeza de Perú. La infancia de Almagro estuvo envuelta en la amargura de un triste, y en su caso rebelde, Oliver Twist. Él aseguraba haber nacido en la manchega Almagro. El cronista Pedro Pizarro comentó  que le sobraba energía, a pesar de ser pequeño, que tenía un rostro feo, luego empeorado al quedar tuerto, y que no se le conocían parientes. También había rumores de que descendía de musulmanes condenados por la Inquisición, algo que Hernando Pizarro solía comentar con desprecio. Era hijo ilegítimo de Juan de Montenegro, un copero del Maestre de Calatrava, y de una humilde mujer llamada Elvira Gutiérrez, que se lo entregó a una tal Sancha López de Peral. Su padre tuvo el detalle de recogerlo contando solo con cuatro años de edad, pero falleció sin  haberlo reconocido, haciéndose después cargo de él una mala bestia dura y despótica, su tío materno Hernán Gutiérrez. Diego de Almagro huyó buscando el amparo de su verdadera madre, que, ya casada, lo rechazó. El futuro gran conquistador desahogó su rabia con una vida pendenciera, buscando su redención definitiva en la aventura de las Indias. Allí al menos, aunque murió injusta y trágicamente, alcanzó una gloria excepcional y  demostró su enorme valía.




miércoles, 21 de noviembre de 2018

(Día 681) Cieza anuncia que será fiel a la verdad, sin ahorrar atrocidades. Almagro, deseoso de ocupar el Cuzco, le envía mensajeros a Hernando Pizarro. Se encuentran de camino, y Lorenzo de Aldana le dice a Hernando que Almagro no quiere pelear. Ambos actúan diplomáticamente.



     (271) Cieza termina su crítica opinión de los hechos generales advirtiendo que expondrá sin disimulos la cruda historia de aquellas terribles guerras: “Se permitió que los mismos soldados matasen a los gobernadores, y otros, elegían por tales a quienes más contento les daban, dejando que los soldados hicieran grandes robos y crueldades, como diré. Porque, sin tener otro fin que decir la verdad, pondré en este volumen que escribo los buenos hechos, y asimismo, las atrocidades y pensados yerros que los autores de las sediciones y sus cómplices hacían”.
    Pasaré volando por lo que cuenta Cieza sobre lo que ya sabemos, pero recogeré detalles anecdóticos que resultan de interés como complemento de lo que conocemos. Ya vimos que, cuando llegó Almagro a las proximidades del Cuzco, tenía la firme decisión de apoderarse de la ciudad, aunque intentó fingidas negociaciones previas. Le envió mensajeros a Hernando Pizarro para convencerlo de que la propiedad de la ciudad le correspondía a él. Uno de ellos fue Lorenzo de Aldana (iba también a su lado Vélez de Guevara, un  brillante capitán al que ya conocemos), escurridizo personaje de gran valía, pero siempre dispuesto a arrimarse al sol que más calentaba, pasándose de un bando a otro con suma habilidad. Yendo de camino, se encontraron con Hernando Pizarro y sus hombres (que habían salido del Cuzco con intención de enfrentarse a Almagro), y ocurrió lo siguiente: “Apeados de los caballos, se abrazaron con él, explicaron su embajada y le dijeron a Hernando Pizarro que se volviese a la ciudad porque Almagro no quería llevar las cosas por la fuerza de las armas, sino que se obedeciesen las provisiones de Su Majestad, y se hiciese en todo lo que fuese de justicia. El capitán Hernando Pizarro tomó aparte al capitán Lorenzo de Aldana, y echándole los brazos al cuello, le rogaba con palabras amorosas que le manifestase lo que pensaba de la intención de Almagro, pues él no dudaba de la obligación de amistad que tenía de decirle la verdad, pues sus padres fueron tan amigos y ellos del mismo lugar (Aldana era también extremeño, pero de Cáceres). Aldana le respondió que Almagro aseguraba que no tenía deseo de romper su amistad con don Francisco Pizarro, ni de que se produjese entre ellos ninguna sedición”.
     Hernando Pizarro les siguió el juego diciéndoles que, de ser así, le asegurasen a Almagro que sería bien recibido, y que creía que la amistad que tenían Pizarro y él bastaría para que nada la quebrase, invitándole a venir al Cuzco, donde se podrían instalar cómodamente ocupando la mitad, y hasta le envió provisiones. Como, además, cuando ya partieron, Hernando Pizarro empezó a hablar a los suyos muy bien de Almagro, Cieza se cura en salud: “Si era fingido o no, Dios lo sabe, que conoce los corazones de los hombres. En aquellos tiempos se decían muchas palabras que, por no saber yo con qué intención se decían, así en el real de Almagro como en la ciudad del Cuzco, no las pongo, porque, al querer tomar información cierta de ellas, veo que están muy tocadas por las pasiones particulares. De manera que, tomando yo lo que supiere haber pasado ciertamente, dejaré lo otro, pues sería ridículo decirlo”.

    (Imagen)  LORENZO DE ALDANA  merecería una biografía aparte por su extraordinaria trayectoria. Era un tipo muy sensato y hábil, que supo atravesar incólume las procelosas aguas de las largas guerras civiles. Había estado al servicio del gran Pedro de Alvarado en Guatemala. Luego, en Santa Marta (Colombia), hizo amistad con Pedro de Lerma (luego trágico protagonista de las guerras civiles), sobrino del gobernador, y juntos, fueron a Perú en 1534. Allí, Aldana se enroló en la durísima y fracasada expedición de Almagro a Chile. Cuando volvieron, Aldana fue uno de los que apresaron en el Cuzco a Hernando Pizarro, hecho que dio origen al inicio del conflicto civil. La enorme agitación de aquellos enfrentamientos nos mostrará a Aldana cambiando de bando y liberando a Hernando Pizarro, mientras que su viejo amigo Pedro de Lerma también daba un giro brusco, pero en sentido contrario, pasando de pizarrista a almagrista. Cieza hablará mucho de la difícil misión que Pizarro le encomendó después a Aldana para evitar que otro grande, Belalcázar, se rebelara en los lejanos territorios de Quito. Fue entonces cuando asesinaron a Pizarro en Lima, y Aldana, en aquel peligroso revoltijo de odios, tuvo la sensatez de ponerse al servicio de los representantes de Carlos V. Más tarde volvió a apostar por  los pizarristas, esta vez bajo el mando de Gonzalo Pizarro, pero resultó caballo perdedor. Aunque aquello pudo costarle la vida, fue perdonado por el extraordinario Pedro de la Gasca, representante del Rey, quien, consciente  de la valía de Aldana, lo ganó para su causa. Uno de sus mayores méritos fue morir de viejo en aquellos tormentosos tiempos.


martes, 20 de noviembre de 2018

(Día 680) Cieza anticipa lo que vamos a ver y dice que en las guerras civiles murieron más de 4.000 españoles. Habitualmente, su imparcialidad con Pizarro y Almagro es constante. Aprecia a los dos, y cree (exagerando) que la mayor culpa la tuvieron los ambiciosos que los rodeaban.


     (270) Nos cuenta Cieza: “Tras dar noticia de algunos descubrimientos que hubo en aquellos tiempos, veremos la ida de Hernando Pizarro a España, y después, en el libro segundo, la segunda guerra, que se llamó de Chupas. En estas guerras civiles, además de ser muy largas, pasaron grandes acontecimientos, y no ha habido en el mundo gentes de una sola nación que tan cruelmente las hiciesen, olvidados de la muerte y sin importarles nada perder la vida por vengarse unos de otros. Los negocios que las acarrearon tuvieron muy poco fundamento; después se fueron encendiendo de tal manera que perdieron la vida más de cuatro mil españoles”.
     Acabo de leer a un buen historiador que coloca a Cieza entre los escritores que, a la hora de juzgar a los dos principales protagonistas del inicio de este conflicto, absuelven a Pizarro y condenan a Almagro. No puedo estar de acuerdo. Cieza aprecia y valora a los dos, pero no tapa las responsabilidades que ambos tuvieron en el inicio de este desastre, y, con sensatez, se limita a opinar sin hacer juicios temerarios cuando no está seguro de las causas. Aunque también es cierto que, en caso de duda, suele aplicarle automáticamente a Pizarro la presunción de inocencia. Lo que escribe a continuación deja bien clara la postura que va a mantener: “Dicen que estas guerras empezaron porque, cuando Hernando Pizarro fue a España, llevó un encargo de Don Diego de Almagro para pedir a Su Majestad que le hiciese la merced del Nuevo Reino de Toledo, pero que intentó, hablando mal de la persona de Almagro, que no le hiciese la merced, aunque Su Majestad, acordándose de lo mucho que le había servido Almagro, se la concedió; y que, al saberlo Hernando Pizarro, obtuvo  de Su Majestad, setenta leguas más para añadir a lo que su hermano ya tenía en gobernación. Llegadas estas provisiones, Almagro pretendió que el Cuzco entraba en su gobernación, oponiéndose Pizarro; de manera que, por esta cuestión, se levantó la primera guerra y las que siguieron. Mas yo no dejaré de creer que estas guerras las formaron más bien, por envidias y rencores ya viejos entre Almagro y Hernando Pizarro, los émulos que hubo de una parte y de otra (todos eran parte interesada), pues, de haber querido, habrían podido intervenir cuerdamente y no dar lugar a que tal plaga se extendiera por la tierra y vinieran tan grandes calamidades”.

     (Imagen) Conviene recordar  en líneas muy generales el proceso de deterioro de la gran amistad que hubo entre Pizarro y Almagro. Eran los dos de edad parecida. Pizarro desembarcó en las Indias casi diez años antes que Almagro, lo que le daba un grado mayor de veteranía y una hoja de servicios ya enriquecida por hechos extraordinarios, como el de haber formado parte del grupo que descubrió el Pacífico bajo el mando de Vasco Núñez de Balboa. Su primer encuentro lo tuvieron cuando Almagro llegó a aquellas tierras el año 1514 en la impresionante armada del durísimo Pedrarias Dávila, a cuyo ejército también se incorporó Pizarro. Allí surgió tal amistad entre nuestros dos héroes, que se asociaron, ya enriquecidos, para explotar una hacienda agrícola ganadera. Luego les enardeció la idea de descubrir las maravillas de Perú. Se asociaron además con el sensato clérigo Hernando de Luque, y ellos dos se entregaron obsesivamente a la impresionante aventura, Pizarro como heroico capitán, y Almagro, también gran sufridor, encargado de llevarle una y otra vez provisiones en medio de grandes peligros. El equipo perfecto y sin fisuras. La llegada de los hermanos de Pizarro y su mala influencia, especialmente por culpa de Hernando Pizarro, en el reparto de los éxitos, con gran perjuicio para Almagro, acabará con el idilio. El rey les concedió dos gobernaciones. Los límites eran discutibles. Y, sin esperar a que Carlos V zanjara las diferencias, lo resolvieron a las bravas, Pizarro con un ejército de veteranos de Perú, y Almagro, con otro que estaba principalmente integrado por quienes le habían acompañado a la fracasada conquista de Chile. Nada pudo ser peor que las guerras civiles resultantes.



domingo, 18 de noviembre de 2018

(Día 679) Cumpliendo lo prometido, reactivo hoy, día 19 de noviembre, el blog para empezar a contar el drama de LAS GUERRAS CIVILES DE PERÚ. Nunca le podremos agradecer suficientemente a PEDRO CIEZA DE LEÓN la extensa y maravillosa crónica que nos regaló.


LAS GUERRAS CIVILES DE PERÚ

     (Imagen) Para comenzar a sumergirnos en las aguas empantanadas de las GUERRAS CIVILES DE PERÚ, nada mejor que preparar un pequeño homenaje a aquellos tipos llenos de bravura que hicieron cosas extraordinarias, lanzándose a una de las aventuras más asombrosas de la humanidad. La mayor parte de los protagonistas eran extremeños. El excepcional rey Carlos V escogió esa zona para esperar que la muerte acogiera sus cansados huesos. Estuvo muy enamorado de su mujer, Isabel de Portugal. Cuando ella murió, nunca volvió a casarse, pero vivió una intensa relación con la alemana Bárbara  Blomberg, de la que nació un hijo de enorme valía y prematuramente muerto, Don Juan de Austria. Años después, Carlos V lo reconoció como hijo en un escrito oficial, haciendo referencia a él con el nombre que llevó durante muchos años: “Estando yo en Alemania, después que enviudé, tuve un hijo natural de una mujer soltera, el cual se llama Gerónimo». Fallecido Carlos V, la vida de la bella Bárbara fue muy ajetreada, sobre todo en amores. Tanto Felipe II como Don Juan de Austria deseaban que se recluyera en un convento, pero ella consiguió evitarlo. Con mucho sentido del humor, los extremeños han registrado una cerveza que lleva su nombre (la de la imagen), con el sugerente lema de LA PASIÓN DE CARLOS V. Abriré una botella rememorando a todos aquellos héroes que tanta grandeza alcanzaron y tan olvidados han quedado.



     (269) Empezamos ahora el relato de la segunda parte de la conquista de Perú, en la que se narra el triste, tenebroso y lamentable espectáculo de LAS GUERRAS CIVILES. Como en todas las historias de las Indias, los españoles derrocharon valor en situaciones desesperadas, pero todo ello empapado en las miserias que son parte integrante de los enfrentamientos entre quienes fueron compañeros de armas, amigos, o incluso hermanos: odios, venganzas, crueldad, traiciones y ejecuciones implacables. A lo que hay que añadir que en diversos períodos se hizo manifiesta una clara rebeldía contra la Corona Española. Lo que demuestra hasta qué punto las pasiones se descontrolaron, ya que solamente un ciego podía creer que era posible vencer al emperador. Los sublevados ganaron batallas, pero no estaba a su alcance la victoria definitiva. El destino de los rebeldes fue siempre el mismo en las Indias.  Aunque la lucha durara años, había algo inevitable: más tarde o más temprano, eran descabezados (literalmente).

     Como dije, recurriré principalmente  en gran parte de la narración al maravilloso cronista PEDRO CIEZA DE LEÓN. Él inicia su texto contando algo que ya vimos, pero creo que nos vendrá bien para recordarlo bajo su punto de vista; nos servirá, además, para entender mejor  los hechos que desencadenaron las guerras civiles. Me ha sorprendido también Cieza porque, al tratarse ahora de sus libros posteriores, su estilo, que ya era extraordinario, ha mejorado con la práctica, y hasta ha perfeccionado las habilidades de investigador ‘periodístico’ que había lucido en sus obras anteriores. Asombra pensar en lo que logró hacer este hombre, como soldado y como escritor, en tan solo 34 años de vida.
     Titula Cieza su primer tomo de la Guerras Civiles como GUERRA DE LAS SALINAS, aunque hubo una batalla previa, la de ABANCAY, que también va a contar. Dado que toda la historia de la conquista de Perú está llena de acontecimientos y personajes, resulta muy útil cruzar las versiones de los cronistas para aclarar aspectos, e incluso para obtener una visión aceptablemente objetiva de los hechos y de las responsabilidades que tuvieron sobre los mismos los principales protagonistas. Serán muy interesantes, por ejemplo, los textos de Inca Garcilaso de la Vega, Don Alonso Enríquez de Guzmán y Pedro Pizarro (pariente del gran Francisco Pizarro), a quienes ya conocemos.
     Empieza Pedro Cieza de León poniéndonos en situación y anticipando lo que va a ocurrir: “Daré noticia de lo que contiene esta primera guerra, la de las Salinas. Venido de Chile Don Diego de Almagro, entró en el Cuzco por la fuerza de las armas, e prendió a Hernando Pizarro, que era en la ciudad lugarteniente del Gobernador Don Francisco Pizarro, e saliendo del Cuzco, fue al puente de Abancay y desbarató e apresó a Alonso de Alvarado; y hubo tratos ente ambos gobernadores, hasta que, estando libre Hernando Pizarro, se encendió más la guerra, y con la gente que cada uno pudo juntar, se dio la batalla de las Salinas”.

     (Imagen) PEDRO CIEZA DE LEÓN nos va a servir como cronista central de las guerras civiles de Perú. Veremos que las cuenta con sencillez, emoción y eficacia. Es increíble que pudiera ser soldado y al mismo tiempo dar a luz  su gran obra, “robando horas al sueño”, como decía él. Tenía un  pequeño problema en ese gran proyecto. Para dar una visión de conjunto, se veía obligado a interrumpir el hilo de las guerras civiles porque al mismo tiempo sucedían otros acontecimientos muy importantes, y, siempre tan caballeroso, le pedía disculpas al lector. Era muy consciente de que quizá a los lectores no les gustase que abandonara momentáneamente el tema principal, y con su habitual amabilidad les ruega, a los de su tiempo y a los futuros, que le comprendan, pues se  muestra convencido (¡qué razón tenía!) de que su crónica sería imperecedera: “No me culpe el lector de que haga digresión de las guerras civiles para contar otros acontecimientos, como el de las luchas contra los indios que hubo al mismo tiempo, pues era necesario para seguir el orden que llevo en mis libros. Si miran mi intención, no me culparán, pues es necesario contar las cosas que pasaron entre una guerra y otra, para que no haya confusión. E a los que viven en el tiempo presente, e a los que han de nacer, ruego que reciban mi humildad y llaneza de estilo con amor, mirando que soy tan ignorante que mi débil juicio no me parecía capaz de salir adelante con obra tan grande”. ¡Y vaya si salió..!