(271) Cieza termina su crítica opinión de
los hechos generales advirtiendo que expondrá sin disimulos la cruda historia
de aquellas terribles guerras: “Se permitió que los mismos soldados matasen a
los gobernadores, y otros, elegían por tales a quienes más contento les daban,
dejando que los soldados hicieran grandes robos y crueldades, como diré.
Porque, sin tener otro fin que decir la verdad, pondré en este volumen que
escribo los buenos hechos, y asimismo, las atrocidades y pensados yerros que
los autores de las sediciones y sus cómplices hacían”.
Pasaré volando por lo que cuenta Cieza
sobre lo que ya sabemos, pero recogeré detalles anecdóticos que resultan de
interés como complemento de lo que conocemos. Ya vimos que, cuando llegó
Almagro a las proximidades del Cuzco, tenía la firme decisión de apoderarse de
la ciudad, aunque intentó fingidas negociaciones previas. Le envió mensajeros a
Hernando Pizarro para convencerlo de que la propiedad de la ciudad le
correspondía a él. Uno de ellos fue Lorenzo de Aldana (iba también a su lado Vélez
de Guevara, un brillante capitán al que
ya conocemos), escurridizo personaje de gran valía, pero siempre dispuesto a
arrimarse al sol que más calentaba, pasándose de un bando a otro con suma
habilidad. Yendo de camino, se encontraron con Hernando Pizarro y sus hombres (que
habían salido del Cuzco con intención de enfrentarse a Almagro), y ocurrió lo
siguiente: “Apeados de los caballos, se abrazaron con él, explicaron su
embajada y le dijeron a Hernando Pizarro que se volviese a la ciudad porque
Almagro no quería llevar las cosas por la fuerza de las armas, sino que se obedeciesen
las provisiones de Su Majestad, y se hiciese en todo lo que fuese de justicia.
El capitán Hernando Pizarro tomó aparte al capitán Lorenzo de Aldana, y
echándole los brazos al cuello, le rogaba con palabras amorosas que le
manifestase lo que pensaba de la intención de Almagro, pues él no dudaba de la
obligación de amistad que tenía de decirle la verdad, pues sus padres fueron
tan amigos y ellos del mismo lugar (Aldana
era también extremeño, pero de Cáceres). Aldana le respondió que Almagro
aseguraba que no tenía deseo de romper su amistad con don Francisco Pizarro, ni
de que se produjese entre ellos ninguna sedición”.
Hernando Pizarro les siguió el juego
diciéndoles que, de ser así, le asegurasen a Almagro que sería bien recibido, y
que creía que la amistad que tenían Pizarro y él bastaría para que nada la
quebrase, invitándole a venir al Cuzco, donde se podrían instalar cómodamente
ocupando la mitad, y hasta le envió provisiones. Como, además, cuando ya
partieron, Hernando Pizarro empezó a hablar a los suyos muy bien de Almagro,
Cieza se cura en salud: “Si era fingido o no, Dios lo sabe, que conoce los
corazones de los hombres. En aquellos tiempos se decían muchas palabras que,
por no saber yo con qué intención se decían, así en el real de Almagro como en
la ciudad del Cuzco, no las pongo, porque, al querer tomar información cierta
de ellas, veo que están muy tocadas por las pasiones particulares. De manera
que, tomando yo lo que supiere haber pasado ciertamente, dejaré lo otro, pues
sería ridículo decirlo”.
(Imagen) LORENZO DE ALDANA merecería una biografía aparte por su
extraordinaria trayectoria. Era un tipo muy sensato y hábil, que supo atravesar
incólume las procelosas aguas de las largas guerras civiles. Había estado al
servicio del gran Pedro de Alvarado en Guatemala. Luego, en Santa Marta
(Colombia), hizo amistad con Pedro de Lerma (luego trágico protagonista de las
guerras civiles), sobrino del gobernador, y juntos, fueron a Perú en 1534.
Allí, Aldana se enroló en la durísima y fracasada expedición de Almagro a
Chile. Cuando volvieron, Aldana fue uno de los que apresaron en el Cuzco a
Hernando Pizarro, hecho que dio origen al inicio del conflicto civil. La enorme
agitación de aquellos enfrentamientos nos mostrará a Aldana cambiando de bando
y liberando a Hernando Pizarro, mientras que su viejo amigo Pedro de Lerma
también daba un giro brusco, pero en sentido contrario, pasando de pizarrista a
almagrista. Cieza hablará mucho de la difícil misión que Pizarro le encomendó
después a Aldana para evitar que otro grande, Belalcázar, se rebelara en los
lejanos territorios de Quito. Fue entonces cuando asesinaron a Pizarro en Lima,
y Aldana, en aquel peligroso revoltijo de odios, tuvo la sensatez de ponerse al
servicio de los representantes de Carlos V. Más tarde volvió a apostar por los pizarristas, esta vez bajo el mando de
Gonzalo Pizarro, pero resultó caballo perdedor. Aunque aquello pudo costarle la
vida, fue perdonado por el extraordinario Pedro de la Gasca, representante del
Rey, quien, consciente de la valía de
Aldana, lo ganó para su causa. Uno de sus mayores méritos fue morir de viejo en
aquellos tormentosos tiempos.
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