miércoles, 21 de noviembre de 2018

(Día 681) Cieza anuncia que será fiel a la verdad, sin ahorrar atrocidades. Almagro, deseoso de ocupar el Cuzco, le envía mensajeros a Hernando Pizarro. Se encuentran de camino, y Lorenzo de Aldana le dice a Hernando que Almagro no quiere pelear. Ambos actúan diplomáticamente.



     (271) Cieza termina su crítica opinión de los hechos generales advirtiendo que expondrá sin disimulos la cruda historia de aquellas terribles guerras: “Se permitió que los mismos soldados matasen a los gobernadores, y otros, elegían por tales a quienes más contento les daban, dejando que los soldados hicieran grandes robos y crueldades, como diré. Porque, sin tener otro fin que decir la verdad, pondré en este volumen que escribo los buenos hechos, y asimismo, las atrocidades y pensados yerros que los autores de las sediciones y sus cómplices hacían”.
    Pasaré volando por lo que cuenta Cieza sobre lo que ya sabemos, pero recogeré detalles anecdóticos que resultan de interés como complemento de lo que conocemos. Ya vimos que, cuando llegó Almagro a las proximidades del Cuzco, tenía la firme decisión de apoderarse de la ciudad, aunque intentó fingidas negociaciones previas. Le envió mensajeros a Hernando Pizarro para convencerlo de que la propiedad de la ciudad le correspondía a él. Uno de ellos fue Lorenzo de Aldana (iba también a su lado Vélez de Guevara, un  brillante capitán al que ya conocemos), escurridizo personaje de gran valía, pero siempre dispuesto a arrimarse al sol que más calentaba, pasándose de un bando a otro con suma habilidad. Yendo de camino, se encontraron con Hernando Pizarro y sus hombres (que habían salido del Cuzco con intención de enfrentarse a Almagro), y ocurrió lo siguiente: “Apeados de los caballos, se abrazaron con él, explicaron su embajada y le dijeron a Hernando Pizarro que se volviese a la ciudad porque Almagro no quería llevar las cosas por la fuerza de las armas, sino que se obedeciesen las provisiones de Su Majestad, y se hiciese en todo lo que fuese de justicia. El capitán Hernando Pizarro tomó aparte al capitán Lorenzo de Aldana, y echándole los brazos al cuello, le rogaba con palabras amorosas que le manifestase lo que pensaba de la intención de Almagro, pues él no dudaba de la obligación de amistad que tenía de decirle la verdad, pues sus padres fueron tan amigos y ellos del mismo lugar (Aldana era también extremeño, pero de Cáceres). Aldana le respondió que Almagro aseguraba que no tenía deseo de romper su amistad con don Francisco Pizarro, ni de que se produjese entre ellos ninguna sedición”.
     Hernando Pizarro les siguió el juego diciéndoles que, de ser así, le asegurasen a Almagro que sería bien recibido, y que creía que la amistad que tenían Pizarro y él bastaría para que nada la quebrase, invitándole a venir al Cuzco, donde se podrían instalar cómodamente ocupando la mitad, y hasta le envió provisiones. Como, además, cuando ya partieron, Hernando Pizarro empezó a hablar a los suyos muy bien de Almagro, Cieza se cura en salud: “Si era fingido o no, Dios lo sabe, que conoce los corazones de los hombres. En aquellos tiempos se decían muchas palabras que, por no saber yo con qué intención se decían, así en el real de Almagro como en la ciudad del Cuzco, no las pongo, porque, al querer tomar información cierta de ellas, veo que están muy tocadas por las pasiones particulares. De manera que, tomando yo lo que supiere haber pasado ciertamente, dejaré lo otro, pues sería ridículo decirlo”.

    (Imagen)  LORENZO DE ALDANA  merecería una biografía aparte por su extraordinaria trayectoria. Era un tipo muy sensato y hábil, que supo atravesar incólume las procelosas aguas de las largas guerras civiles. Había estado al servicio del gran Pedro de Alvarado en Guatemala. Luego, en Santa Marta (Colombia), hizo amistad con Pedro de Lerma (luego trágico protagonista de las guerras civiles), sobrino del gobernador, y juntos, fueron a Perú en 1534. Allí, Aldana se enroló en la durísima y fracasada expedición de Almagro a Chile. Cuando volvieron, Aldana fue uno de los que apresaron en el Cuzco a Hernando Pizarro, hecho que dio origen al inicio del conflicto civil. La enorme agitación de aquellos enfrentamientos nos mostrará a Aldana cambiando de bando y liberando a Hernando Pizarro, mientras que su viejo amigo Pedro de Lerma también daba un giro brusco, pero en sentido contrario, pasando de pizarrista a almagrista. Cieza hablará mucho de la difícil misión que Pizarro le encomendó después a Aldana para evitar que otro grande, Belalcázar, se rebelara en los lejanos territorios de Quito. Fue entonces cuando asesinaron a Pizarro en Lima, y Aldana, en aquel peligroso revoltijo de odios, tuvo la sensatez de ponerse al servicio de los representantes de Carlos V. Más tarde volvió a apostar por  los pizarristas, esta vez bajo el mando de Gonzalo Pizarro, pero resultó caballo perdedor. Aunque aquello pudo costarle la vida, fue perdonado por el extraordinario Pedro de la Gasca, representante del Rey, quien, consciente  de la valía de Aldana, lo ganó para su causa. Uno de sus mayores méritos fue morir de viejo en aquellos tormentosos tiempos.


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