jueves, 29 de noviembre de 2018

(Día 688) Pizarro y sus hombres siguen avanzando hacia el Cuzco para expulsar a Almagro. Cieza critica con gran dureza el mal trato que daban a los indios porteadores. Pizarro se deprime al recibir las malas noticias que le envía Alonso de Alvarado sobre la situación en el Cuzco.


     (278) Por entonces, avanzaban Pizarro y sus cuatrocientos hombres hacia el Cuzco: “Llevaba por capitanes a Felipe Gutiérrez y Diego de Urbina. Iba con gran voluntad de socorrer la ciudad del Cuzco, pues hacía muchos días que no había recibido de allí noticia alguna, por lo cual estaba muy acongojado”. Cieza tratará de disculpar a Pizarro, pero nos muestra la terrible explotación que podían sufrir los indios cuando los españoles iban a marchas forzadas. Ya lo vimos en la travesía de los Andes que hizo Almagro. Y ahora se repetirá el tremendo espectáculo: “Los indios de los fructíferos valles, viendo el poderío que el Gobernador llevaba, le salían a servir y le proveían de lo necesario. Aunque Don Francisco Pizarro llevaba muy buen propósito en lo referente a la pacificación de las provincias, no dejaré de decir que ocurrieron grandes maldades contra los naturales cometidas por los españoles”.
     Y para no ahorrarnos la vergüenza, las detalla: “Les tomaban a sus mujeres y, a algunos, sus haciendas. Y lo que más de llorar es que, para que llevaran sus cargas, los ponían en cadenas, y como iban caminando por los arenales, sin sombras ni fuentes, los pobres indios se cansaban, y en lugar de dejarles descansar, les daban muchos palos, diciendo que como bellacos lo hacían. Tanto los maltrataban, que muchos de ellos caían al suelo, y por no pararse a soltar a todos los encadenados y sacar a los caídos, algunos les cortaban las cabezas con poco temor de Dios”. Cieza no  miente, pero, sin tener en cuenta el gran daño que hicieron las epidemias, saca una conclusión exagerada: “De esta suerte fueron muertos muchos indios, pues solía haber en estos valles gran número de ellos, y por los malos tratos que han recibido de los gobernadores y capitanes, vinieron a la disminución que ahora tienen, estando ahora muchas de estas tierras despobladas”. De lo que cuenta Cieza parece entenderse que el mayor tormento para los indios fue servir de porteadores en las grandes expediciones militares. De hecho, había leyes que los protegían en su servicio a los encomenderos, entre otras, la que prohibía que se les cargara con más de dieciocho kilos de peso. Pero, sin duda, las leyes fueron en muchas ocasiones simple texto orillado, quedando los indios a merced del buen o mal corazón de cada español.
     PIZARRO alcanzó en su impaciente marcha hacia el Cuzco el valle de Guarco. Nada más asentar su campamento, llegaron Gómez de León y sus hombres con las preocupantes noticias que le enviaba Alonso de Alvarado, y el viejo y trabajado trujillano se deprimió: “Cuando las supo, fue grande la turbación que recibió, en tanta manera que bien lo mostraba en el rostro. Estuvo un poco de tiempo perplejo acordándose de la afinidad tan conjunta que había habido entre el Adelantado don Diego de Almagro y él, de los trabajos tan crecidos que habían pasado en los descubrimientos, del juramento tan solemne que en el Cuzco habían hecho entrambos, con tantos vínculos y firmezas (hasta poniendo a Dios por testigo), y de que, sin mirar los daños que de la guerras podían resultar, Almagro había entrado violentamente en el Cuzco y prendido a sus hermanos”.

    (Imagen) El capitán Diego de Urbina, también nacido en Orduña, fue siempre fiel a Pizarro, y era sobrino del almagrista Juan de Urbina, un ejemplo más de las trágicas enemistades entre amigos y familiares que provocaban aquellas nefastas guerras civiles. Encuentro en el maravilloso archivo PARES una carta de Diego (parte de ella aparece en la imagen) que me aclara un tema que me parecía extraño (la muerte del obispo Vicente de Valverde). Resumo el texto: Le cuenta al Rey algo que sucedió años después del inicio de estas guerras fratricidas.  Cuando mataron a Pizarro, en 1541,  Diego de Urbina estaba como teniente suyo en Puerto Viejo y en Santiago (cerca de Colombia). Los indios de la zona se rebelaron contra los españoles. El obispo fray Vicente de Valverde iba hacia Quito en unas balsas con treinta y tantos hombres. Salieron los indios de la isla Puná y mataron a todos (no era, pues, un asunto personal: lo hicieron porque estaban en rebeldía general aprovechando la muerte de Pizarro). Urbina permanecía en Santiago, y todos los indios de Puná, con los demás caciques de aquellas provincias, fueron a cercarle. “Nos tuvieron cercados seis meses, dándonos muchas guazabaras (peleas), y nos tenían tan fatigados que acordé, con la conformidad del cabildo, irme de la ciudad, y con veinte balsas traje a los vecinos, sin perder ninguno (muestra su orgullo), por un río abajo en las provincias de los guancavelicas, que son indios de paz e seguros,  donde dejé la ciudad asentada  (la refundó como un campamento provisional), e fui a la ciudad de Puerto Viejo, donde hallé que habían matado a ciertos cristianos, recogí toda la gente que pude, prendí a ciertos caciques e hice castigo de ellos, poniendo temor en los demás, que fue causa de que vinieran a la obediencia de Vuestra Majestad”.



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