jueves, 31 de marzo de 2016

(221) – Alors, mon petit, ¿tout va bien? Feliz diaversario.
     - C,est vrai, mon tendre Sanchó: cada día es un regalo. Sigamos navegando. Mendaña está, como dijiste ayer, picoteando, sin saberlo,  por las islas Salomón. Terminado el bergantín, envía a Pedro de Ortega a recorrer la costa durante un mes. Así lo cuenta: “Para conseguir una ‘lengua’ (intérprete al que tendrían que enseñar castellano) apresaron a un hijo de un fauriqui, y otro hijo quedó en mi navío, al cual mostré toda la especiería que nosotros llevábamos (clavo, nuez moscada, jengibre, pimienta, canela…), y dijo que no lo había. A las perlas, dijo que en el mar había muchas. De la salida que hizo Ortega, descubrió mucha tierra después de haber costeado la isla de Santa Isabel (se sigue llamando igual), que así puse nombre a esta primera en que surgimos, y al puerto, el puerto de la Estrella, por memoria de la que vimos en el cielo al entrar (está claro que fue para ellos una profunda experiencia religiosa)”. Cita los descubrimientos de islas, los nombres que les pusieron y su ‘boj’ (perímetro): Ramos (por la fecha), Buena Vista, San Dimas y Flores. “Descubrió demás destas una a la que puso por nombre Guadalcanal (que lo conserva, y es el de un pueblito sevillano que anda por los 3.000 habitantes, donde nació Ortega), que tendrá 300 leguas de boj, y hallaron jengibre, y las islas de San Jorge, San Marcos y San Jerónimo. Tuvo muchas guazabaras con los naturales, y fue Dios servido de que no mataron ningún cristiano”. Le visitó a Mendaña su amigo cacique,  y lo “instruyó” en el contenido del Requerimiento, “a todo lo cual estuvo muy atento, y preguntó dónde estaba ese rey de Castilla, y tomé una carta de marear, y señaléle por su tierra (la del cacique) una isla muy pequeña (cartografiaban al instante),  y toda la demás tierra le dije que era de V. M., y que todos aquellos fauriquis eran vasallos de V. M., y lo aceptó muy contento”. Tan protocolario como todos los conquistadores, Mendaña formalizó el acto mediante testigos. Luego quiso ver lo descubierto, y navegó por la zona. Tomó oficialmente posesión de Guadalcanal (para futura desgracia de gringos y japoneses en la 2ª Guerra Mundial),  y subió “con unos 27 hombres a un montecillo del cual se veía mucha parte de la isla; conté más de 30 pueblos y vimos muchos, llanos y muy poblados”. Turismo muy problemático, pero seguro que disfrutaron de algo tan exótico, de los bellos paisajes y de la emoción de descubrir. Va bene, caro.
     - Certamente, piccolino: é bello penetrare il mistero. Arrivederci.


     La aventura de Indias fue un vivero de mitos fantásticos (aunque algunas realidades superaron lo imaginado): El Dorado, Las 7 Ciudades de Cibora, la Fuente de la Eterna Juventud…, incluso el mismísimo Paraíso Terrenal. Pero hay otra historia rocambolesca. La tradición inca decía que en tiempos de Tupac Inca Yupanqui, abuelo del trágico Atahualpa, llegaron por el Pacífico naves desde unas remotas tierras ricas en oro. Poco después, el temerario Tupac fue a buscarlas, las encontró y, tras largo tiempo, volvió ‘forrado’. Esta fábula circuló entre los españoles de Perú, ¿gracias a quién?; no podía ser otro: Pedro Sarmiento. La idea cuajó, y partió en busca de esa bicoca la expedición de Álvaro de Mendaña. Esperaban incluso que se tratara de las misteriosas minas de las que se surtía el  rey Salomón. Hallaron un extenso archipiélago, pero ni rastro de oro, y,  aunque volvieron con el sueño roto, dejaron las islas bautizadas con el nombre del sabio monarca hebreo.


miércoles, 30 de marzo de 2016

(220) – Buona notte, caro figliolo. Acompañemos al jovencito Mendaña. Siempre me emociona el rito de toma de posesión.
     - Ya sé, nostálgico clérigo, que lo que te llega al alma es el himno gregoriano. Cuenta Álvaro que, tras el ‘milagro’ (‘¡y fue milagro, testarudo descreído!’) que les salvó de las rocas y les condujo a buen puerto en la isla grande, “después de haber surgido (arribado) ambas naos, saltamos a tierra y pusimos una cruz alta; y los religiosos cantaron aquel himno, ‘Vexilla regis prodeunt’ (los estandartes del Rey avancen), y luego tomé posesión de toda aquella tierra en nombre de V. M.”. Llegó  el cacique principal de la isla y el encuentro fue cortés, intercambiándose los nombres en señal de amistad; el jefe se llamaba Bilebanhama. Observó Mendaña que la fonética era muy parecida al castellano, y le explica al rey, quizá un poco ingenuamente, algunas palabras que aprendió. Se quedaron 3 meses para hacer un bergantín (estas hábiles improvisaciones fueron habituales en Indias). Pero había también nativos más problemáticos, “indios bien abastecidos de arcos, flechas, lanzas y macanas, los cuales no osaron llegar a bordo”. Para mayor seguridad, envió dos grupos de exploración, uno bajo el mando del capitán Pedro Sarmiento (sí, el nuestro), y el otro dirigido por Pedro de Ortega. El primero se encontró con muchos indios “y pareciéndole a Sarmiento que querían darle alguna guazabara (lucha), quiso prender a su fauriqui (cacique), y sobre esto vinieron a las manos, y el fauriqui se escapó, y le hirieron un soldado de un flechazo en la cabeza, y los españoles desbarataron a los indios y prendieron a un hermano de Bilebanhama, y trajéronle a los navíos. Al cual yo solté para conservar la amistad”. Pedro de Ortega tuvo un incidente casi idéntico, y los indios “diéronle una guazabara y le hirieron dos soldados, y uno dellos murió de ahí a 8 días, que se pasmó (enconó) la herida”. Otro fauriqui le hizo un ‘exquisito’ regalo a Mendaña. “Envióme un cuarto de carne humana, que parecía ser de muchacho. Hice apartar toda la gente para que el fauriqui viese lo que hacíamos; mandé hacer un hoyo junto a la lengua del agua, hice enterrar el cuarto, y le dije en su lengua ‘teo nateha arra’, que quiere decir ‘yo no lo como’. Viendo que habíamos tenido en poco su presente, como corridos y agraviados, se fueron”. A domani.
     - No lo dudes, melancólico (y descreído) filósofo: la raza humana ha mejorado un montón. Ciao.


     Viendo este mapa, no cabe duda de que, una vez más, la Historia tiene que darle la razón a Sarmiento y a sus monumentales cabreos. Mendaña  se limita a picotear por las islas Salomón, unas miserables migajas comparado con los inmensos territorios que tenía al alcance de la mano. Él va a justificar su repentina vuelta, pero cuesta creer que, tras un viaje tan largo, hiciera como el río Paraná, ‘que besa la playa y se va’. Veremos cómo en su carta al rey se llena de razones, pero  también que sus silencios son clamorosos. Quizá, por su juventud, le faltara algún hervor.


martes, 29 de marzo de 2016

(219) – Llegó la hora, honrado cronista: juraste sobre mi cruz pectoral hablar de las mujeres de Indias. No seas sacrílego.
     - Y tú no seas guasón: ya sabes que me encanta hablar de las mujeres casi tanto como a ti. Pero, dos advertencias: 1.- Para hablar de la primera, necesitamos antes resumir la relación de un viaje escrita por su marido; 2.- Se va a tratar de una dama excepcional, ambiciosa y con dotes de mando, pero que (lo siento) no me cae nada bien: una mujer puede tener tantas virtudes y defectos como un hombre. El feliz esposo fue Álvaro de Mendaña, de quien ya hablamos no hace mucho porque iba al frente de la armada que, Pacífico adelante, descubrió las islas Salomón. Mira quién se nos cuela ahora.
     - ¡Leches!: otra vez Sarmiento; ¡qué afán de protagonismo! Pero, hola y adiós; solo diremos que, para no variar, también tuvo  broncas en esa expedición: Mendaña empezó por cambiar la ruta que Pedro, como buen cartógrafo, había trazado, y luego, cuando ordenó dar ya la vuelta, nuestro entrañable cascarrabias inentó inútilmente convencerle de que siguieran descubriendo tierras y mares. En parte, se comprende la discrepancia porque Mendaña solo tenía 26 años (enchufado como jefe de la expedición por el presidente de la Audiencia de Lima, su tío García de Castro), y, Sarmiento, diez más y una biografía vivida a tope.
     - No obstante, reverendo, también hay que reconocer que el ‘jovencito’ demostró mucha valía. Salieron desde El Callao (Lima). A 800 leguas (unos 4.500 km.) viraron hacia el sur, y, tras 24 jornadas de navegación, encontraron una isla pequeña a la que llamaron Nombre de Jesús, fiesta de aquel día (15-1-1568).
     - ¡Oh, Sarmiento!: nos vas a trastornar; casi 20 años después le puso ese mismo nombre a su primera fundación del Estrecho. Proseguid, mancebo.
     - Gustosamente. El 7-2-1568 encontraron una isla tan grande que la creyeron tierra firme, pero toparon con un arrecife sin poder esquivarlo. Mendaña cuenta. “Y, como es costumbre de navegantes cuando se ven en peligro, acudimos a Ntra. Señora, y cuando estábamos pensando dar en las peñas adonde perdiéramos todos la vida, dio la nao la vuelta y salimos afuera. Y para que más claramente entendiéramos que era Dios el que nos sacaba destos peligros, quiso mostrarnos una señal. Vimos una estrella resplandeciente, y siguiéndola, entramos en un puerto; y, al entrar, vimos que desde una montaña cayó un gran pedazo della con mucha arboleda de agua, haciendo gran terremoto, y aunque en España se han visto estrellas al mediodía, el verlo nosotros en tanta necesidad es causa que lo tengamos por obra de Dios”. Bye, bye.
     - No te lo tomes a broma, hombre de poca fe, que te conozco. Ciao.

     Así es el azar, sensible poeta: el aleteo de una mariposa, mejor dicho de un faldero que iba de flor en flor, cambió la vida de Álvaro de Mendaña. El virrey  Don Diego López de Zúñiga saltaba de cama en cama desenfrenadamente. Parece ser que un marido nada consentidor lo asesinó. En 1564, Lope García de Castro, ministro del Consejo de Indias, fue enviado para sustituirle (solo como gobernador provisional) e investigar lo ocurrido. Llegó, vio, y miró para otra parte: el asunto era demasiado espinoso. Le acompañaba su sobrino Álvaro de Mendaña (22 añitos), y pronto lo promocionó a lo grande, confiándole una fuerte expedición Pacífico adelante. Pasaron más de cincuenta días de agua y cielo hasta que encontraron un atolón al que llamaron Nombre de Jesús, hoy conocido como Nui, perteneciente al archipiélago Tuvalu. Mendaña, de acuerdo con el piloto mayor, Hernán Gallego, había modificado el rumbo trazado por Pedro Sarmiento y tropezó con ese peñasco. Pero fíjense vuesas mersedes en la foto; de haberlo respetado como quería Pedro, navegando más al sur, habrían descubierto un territorio ciertamente inmenso: Australia.



lunes, 28 de marzo de 2016

(218) - De cabeza a lo nuestro, charlatán: definitivo final de la asombrosa histora de Sarmiento.
     - Okay: metamos con calzador lo que falta. El “anónimo testigo” dice que Flores permitió quedarse en Río de Janeiro a algunos colonos de la expedición y, lo que era peor, a los oficiales herreros, “lo que nos pareció mal a los que teníamos ganas de ir a Magallanes, porque no se podría fortificar allí sin herreros de guerra. De suerte que entendimos que Flores llevaba mucho miedo y cobardía, como siempre se conoció. Salimos para Magallanes, y abandonó la nao Galeaza, la capitana, temiendo dar en algún bajo, y para librarse mejor en un navío pequeño. Y dijo que lo hacía para descubrir dónde hubiese poco agua, sin ponerse nunca a ello porque siempre iba la Galeaza por delante (en la cual, como sabemos, navegaba Sarmiento y contó fielmente lo ocurrido)”. Viene ahora otra confirmación de lo que narraba Pedro: “Y Pedro Sarmiento me dijo, jurando a Dios, que Diego Flores le había enviado a dos  deudos suyos y a Alonso de Sotomayor para que fuera conforme en volver a España, diciendo que no era cosa de proseguir porque el tiempo no daba lugar a ello”. Añade que le contó más cosas, pero que no las dice porque no hubo testigos. Como Sarmiento no se dejó convencer, partieron hacia el Estrecho; entraron bien, pero una tormenta les volvió a sacar. Tras otro fracaso, se volvieron hacia Río de Janeiro. Omite que Pedro no quería retroceder  pero tuvo que hacerlo porque sus hombres se le estaban rebelando. Lo que sí confirma, sin dar detalles, es el vergonzoso comportamiento de Flores durante el retorno. La frase es lacónica: “Y en el camino sucedió acabar de conocer el poco ánimo de Diego Flores en cosas que dejo de escribir, que ya al Consejo daré particular relación”. Llegan a Río y encuentran las 4 naos de ayuda que les mandaba el rey. “Y Diego Flores, no sé con qué parecer, se determinó de venirse a España. Ya aprestado para volverse, soy testigo de oír a P. Sarmiento, con ser de su patria y creo que deudo, decir: ‘No sé por qué va a España sin haber hecho nada en el Estrecho, y ordenándole a él y no a mí el rey que haga esta jornada’. De que nos pareció a todos haber sido mucho atrevimiento en venirse a España sin orden de V. M. ni acabar aquella jornada”. Te ríes por mi error, reverendo: me equivoqué de parentesco.
     - Certo, poverello: el ‘anónimo’ no cree que Flores sea pariente suyo, sino de Sarmiento, y además paisanos (asturiano y gallego).
     - Y más ná, caro Sancio: se separaron los barcos, y, además, el resto de la declaración se ha perdido. ¿Y Flores? ¿Y Felipe II?
     - Pues no hay quien lo entienda, pequeñín. Ni que fueran novios: 5 años después el rey le dio un puesto clave en la Armada Invencible. En el pecado llevaron la penitencia: se le condenó a Flores como uno de los máximos responsables del histórico desastre. Volvamos a lo nuestro, y terminemos ya, emocionados, esta triste y fracasada epopeya: ‘Adiós para siempre, quijotesco Don Pedro Sarmiento de Gamboa. Tomaremos todavía algún breve aperitivo contigo (albariño y pulpo a la gallega), y adonde fuéremos, defenderemos a capa y espada tu gloriosa memoria y tu honorabilidad. AMÉN’.
     - Qué gran placer, reverendo, ha sido contar sus grandezas. Ciao.







     Qué hermosura de grabado, my dear investigator. Representa el Bilbao de finales del XV, el que yo conocí. La iglesia de San Antón con su bello puente (el actual está desplazado). El enorme convento de San Francisco,  ya desaparecido pero que dejó su nombre a la calle de tu trajinada infancia. La iglesia de la Merced. Esas playitas que explican por qué el ahora asfáltico Arenal se llama así. Una Plaza Nueva que no existía porque ‘no más’ había la de la iglesia de Santiago. En ese casco antiguo vivía mi hijo, Luis, casado con María de Olloqui Ugarte. Su padre, Martín, fue alcalde de la villa y prior (presidente) del Consulado de Bilbao (sí, con ese nombre quedó bautizado  tu cine preferido), un organismo poderosísimo de mercaderes que comerciaban con el norte de Europa.  Aparecen en la ría barcos navegando, porque Bilbao era un puerto famoso. Y hasta veo a Pedro Sarmiento de Gamboa salir de la casa de la familia de su madre y pasear por la ribera, saboreando mezclados sus sueños marineros gallegos y vascos al oler la brea de las naos. Y conoció a  mi querido hijo, Luis, y a los parientes de su mujer, importantes armadores navales que hacían la travesía de Indias, llegando a ser el más notable Juan Martínez de Recalde,  uno de los pocos que alcanzaron la gloria como almirante de la Armada Invencible (el reverso de Diego Flores, al que hay que colocar entre los principales culpables de aquel desastre). Pues bien: esta preciosa villa fue otra de las principales circunstancias que forjaron la excepcional personalidad de Pedro Sarmiento de Gamboa.


domingo, 27 de marzo de 2016

(217) – Bella noche, dulce trovador, buena compañía, delicioso coñac, aroma habanero, ¡y el tema de Indias…!
     - Esto raya con lo pecaminoso, reverendo. Vamos con una última referencia a Sarmiento; pero nos va a durar dos tertulias: no quiero resumir demasiado la declaración de un testigo (anónimo) porque nos sirve como prueba definitiva de la justicia de las protestas de  nuestro querido Pedro. ¿Okay, pater?
     - De acuerdo, cabal cronista. Se trata de una declaración hecha en 1584, de la que, lamentablemente, faltan las últimas páginas, lo que no importa demasiado, ya que solo se pierde lo que ocurrió después de la separación definitiva de Sarmiento y Flores; aunque es una lástima que el autor  quede desconocido por faltar la firma. Por lo que dice, tenía algún parentesco con Pedro; no obstante rezuma credibilidad la crítica demoledora que va a hacer del asturiano Flores, y si los de su pueblo no están de acuerdo (dita sea), que se busquen un defensor (pero sin sobornarlo). Sigue.
     - Con tu venia, dottore. El comienzo del relato es un sabroso ejemplo de los innumerables cronistas improvisados de Indias que, a pesar de sus dificultades narrativas, lo contaban todo claro, alto y con sentimiento. Allá va: “Lo que V. M. me manda, yo hago dando parte de lo sucedido en la jornada del Estrecho de Magallanes. Como persona que a todo se halló presente, lo haré de todo lo que me acordare, sin pasión de parte alguna, si no es la que a mí me obliga diga verdad. Sea de V. M. perdonado mi ruin estilo en manifestarlo, pues solo nace de mi rudo ingenio”. Tenía un alto cargo en la expedición, alguacil real y fiscal de la armada. La primera pedrada, en medio de la frente: “Solo avisaré de los servicios del general Diego Flores y de lo que a mí me parece dejó de hacer tocante al servicio de V. M. y a las obligaciones de los capitanes generales. Lo que sé es lo siguiente: Viendo al general en Sanlúcar, me parece que, de su vista y de sus palabras que siempre tenía, se podía considerar tener poco ánimo y voluntad de emprender la jornada, que  parecía dificultosa a la gente menuda (sin cargos) que por fuerza fue embarcada. Soldados y marineros estaban de tan mala gana, que era necesario que el capitán general (Sarmiento) saliera a cada momento a animarles (sería un éxito, el rey quedaría muy contento y les haría mercedes…). Y estas palabras ponían el ánimo grande a los que poco tenían. Y, al contrario, del general (Flores) no salía esto, de lo que me parece que dejó de hacer su obligación”. Después del gran desastre inicial de la flota, se refugiaron en Cádiz. Continúe vuestra reverencia.
     - Gracias, juvenil anciano. El “anónimo” confirma todo lo que contó Sarmiento: la depresión de Flores, su empeño en abandonar, y (lo que hay que ver) los “mimos” del rey, que debería haberlo fulminado: “Y yo estuve presente en la casa de Diego Flores, que nos leyó una carta que V. M. le había escrito, tratándole amorosamente (ver para creer) y encomendándole hiciese la jornada, pesándole de los que se habían ahogado en la tormenta (‘solo’ 800, y por zarpar desoyendo a Sarmiento)”. Hace referencia a las constantes discusiones entre Flores y Sarmiento durante el viaje, “y se dejaba entender que las ocasiones nacían del general (Flores), por estar a mal con el hombre que era la causa dél ir a Magallanes por orden de V. M.”. A la altura de Río de la Plata, la tormenta hundió una nave y dañó las otras; se refugiaron en la isla Santa Catalina, siendo necesario repararlas rápidamente porque un retraso haría imposible continuar debido al cambio del tiempo. Pero “estuvimos allí más de diez días de lo que había necesidad, sin otra razón que poca gana de hacer el viaje”. Mañana daremos fin al culebrón Sarmiento. Bonne nuit.
     - Pero tropezaremos (un poquito) más veces con él. Au revoir.



     Tienes razón, pedestre filósofo: nos arrastra el Río de las Circunstancias. El Cardenal Cisneros fue un rarísimo mirlo blanco de nuestra historia; en algún sentido, el más destacado. Sin ser linajudo, buscó la humildad del convento, pero su inteligencia, su honradez y su sentido común le llevaron a la cúspide clerical y política. Una de las ‘pequeñas’ cosas que hizo fue fundar la Universidad de Alcalá de Henares (la Complutense, por llamar Complutum los romanos al lugar; y el mismo nombre lleva la de Madrid por ser hija de ella). La vemos en la foto nº 1. Pedro Sarmiento de Gamboa nació en esta culta población. Pontevedra, cuyo casco antiguo es, después del de Santiago, el mejor de Galicia (calidad garantizada en la patria de los maestros canteros); ciudad esencialmente marinera, volcada al bravo Atlántico. El antiguo puente de la foto nº 2 dio origen a su nombre (‘puente de piedra’). Pedro Sarmiento de Gamboa pasó aquí su infancia. Él aportó su extraordinaria calidad humana, y el resultado de ese cúmulo de circunstancias fue espléndido. Pero ya veremos también otra ciudad que le tuvo que marcar profundamente.




sábado, 26 de marzo de 2016

(216) - Sublime historiador: somos los reyes del despiste; nos solemos pasar de largo la estación. Pero esta vez procede volver atrás.
     - Bonita advertencia, docto reverendo. Es necesario mostrar otros dos breves documentos relativos a Sarmiento porque son el apuntalamiento definitivo de su credibilidad. Para seguir con nuestra anarquía, presentaremos primero el más reciente (1586), y después el otro (de 1583). Sabemos ya que Sarmiento, el príncipe de los gafes, fue apresado por los piratas ingleses en las Azores cuando saboreaba la proximidad de España. Otro ‘donnadie’ merecedor de ser recordado, Marcos Fernández Riobón, iba en el mismo barco y los ingleses le dejaron seguir viaje junto a varios compañeros. Llegó a Sanlúcar y prestó declaración de su peripecia ante el Duque de Medina Sidonia. Desde el principio de la demencial aventura estuvo siempre junto a Sarmiento, incluso cuando entraron en el Estrecho y fundaron las dos fantasmales ciudades. Confirma que su jefe, estando en Brasil, decidió ir a España a buscar ayuda porque era la única posibilidad que le quedaba para salvar a la gente del Estrecho. En las Azores, los corsarios ingleses “les tiraron mucha artillería, y visto por Sarmiento que no se podía defender, comenzó a echar a la mar todos los papeles que traía, pero le tomaron  cantidad dellos, e saquearon el navío, e hicieron mucho mal tratamiento a la gente, y los llevaron a su nao capitana, y en ella dieron algunos tomentos de fuego por la boca y por los pies para ver si traían dinero (Sarmiento precisó que les ‘rompieron las cabezas de los dedos’). Y a cabo de 3 días los volvieron a echar en su navío, y dejaron a P. Sarmiento, a su piloto, un soldado e un marinero en su nao capitana. Y este declarante, con la demás gente, vinieron con el navío a la isla Tercera (Azores), donde se entraron en el navío de Pedro Vernal Cermeño, donde han entrado hoy (12/10/1583, oportuno aniversario) en este puerto”. Nada le preguntó el miserable y avaricioso Duque de Medina Sidonia sobre la desesperada situación de los olvidados del Estrecho, pero sí acerca de la potencial riqueza de aquel páramo inhóspito. La primera en la frente: ¿Hay minas de oro o plata? No se sabe lo que Marcos pensaría del potentado aristócrata andaluz: se limitó a contestar que no, pero que “sacaban muchas perlas del mar, pequeñas y grandes, y que los indios, que  no hicieron amistad con los españoles, llevaban unos cuchillos que parecían como de plata”. Termina diciendo que había mucha caza de conejos, venados, carneros y avestruces, y que la tierra era buena. Se supone que toda esa “despensa” desaparecía con las nieves, y que bastaron dos inviernos para aniquilar a los españoles.“Dijo que tenía 25 años. Firmó con su nombre”. Un placer conocerlo.
     - Pobre  muchacho: tan joven y tan vivido. Brindemos por él, honorable secretario mío.


     - Marchando, joven: una de píldoras homeopáticas de historia.
     - Éccolo súbito, caro dottore. 1580: Antonio de Crato se proclama rey de Portugal; Felipe II (premio al que sepa quién fue el 1º) manda una poderosa armada, lo derrota y le quita la corona. Antonio escapa a las Azores y las mantiene independientes. 1583: ‘Los enemigos de mis enemigos son mis amigos’; en aquella Champions League europea (pero con muchos muertos), el destronado se alía con Francia, que, a cambio de promesas de enormes compensaciones por parte del portugués, se enfrenta a los españoles en una colosal batalla naval frente a las Azores; tan colosal como su derrota, sufriendo los muchos oficiales apresados una ejecución implacable al ser tratados como piratas. 1586: en esas islas, los filibusteros anglosajones se apoderan de Sarmiento y lo llevan a Inglaterra;  Walter Raleigh (“Guaterales”) se da cuenta de lo que vale, le deja libre y lo trata como un señor; aparece por allí ¡Antonio de Crato!, refugiado al amparo de los ingleses (“los enemigos de…”) tras su derrota en Azores. Trata de hacerle la vida imposible a Sarmiento, y este lo llama bastardo, por lo que intenta sin éxito envenenarlo. Luego es la reina Isabel la que se entusiasma con Pedro y le encarga llevarle un mensaje al rey de España. El resto lo sabemos.

     Dos fotos representativas de un estilo de vida: 1.- “Guaterales”: cortesano, presumido, brillante, heroico, pirata aristocrático, gran poeta, el “juguetito” de la seca Isabel, y político maniobrero ajusticiado después por traidor. 2.- Felipe II: consciente de su grandeza, meticuloso, responsable, maniático de los papeles, frío como una culebra, austero, prudente, religioso en extremo, estoico en la derrota, vestido como un clérigo y con el rosario en la mano. Razones tendría, pero parece cosa miserable que no encontrara la manera de sacar del Estrecho de Magallanes a los desgraciados que habían quedado allí destinados a una muerte segura y terrible.



viernes, 25 de marzo de 2016

(215) – La vida sigue, carrozón, y nos toca otra despedida: hoy diremos adiós al simpático y meritorio Tomé Hernández (lo mejor de Badajoz). No hay quien pare la máquina del Universo.
     - Certo, caro ectoplasma: “Todo fluye” (y todo lo dijeron los griegos). El bueno de Tomé, en la escaramuza que se hizo, con éxito, contra Cavendish y sus piratas, perdió una pierna. Residió varios años en Valparaíso, pobre ¡pero vivo! El año 1620, cuando hizo su declaración, era vecino de Lima. La finalizó con algunos datos más sobre el Estrecho. Fueron dos los supervivientes de los que pisaron aquella desolación, Sarmiento y él, pero solo Tomé protagonizó  toda la tragedia, aunque tampoco presenció la agonía y muerte de los 17 españoles que el corsario inglés dejó allí abandonados por no desaprovechar “un viento favorable” (peor fue  el olvido total de Felipe II). El ilustre extremeño calculó en100 leguas la longitud del Estrecho. Habló de lo que comían los indios: “y dijo que algunos traían pedazos de ballenas y marisco, y que una mujer de las que trujo consigo Pedro Sarmiento vino a parar en poder de los indios, de dos que cogieron caminando por tierra, y a la otra mataron, y que esta mujer quedó viva entre ellos, la tuvieron tres meses y al cabo le dieron libertad, y ella  contó que no tenían población y se sustentaban de raíces y marisco, y lobos (de mar) y ballenas, y que no tenían sembrados”. Los indios decían que había españoles más al norte, y es un espanto imaginar que fueran parte de la tropa que desapareció por esa zona bajo el mando del capitán Sebastián Argüello, según contamos hace dos días.
     - Alto ahí, escribano. Pon la mano sobre mi cruz pectoral de abad y júrame que tendremos varias tertulias sobre los seres más olvidados de Indias: LAS MUJERES, indígenas y españolas.
     - Eso está hecho, clérigo de noble corazón; y bien sé yo que no es solo tu propio sentimiento de culpa el que te motiva. Estremece pensar en esa pobre española cautiva de los ‘buenos’ salvajes. Luego Tomé recuerda también que, sin duda para salvar su propio pellejo, les advirtió a los piratas que no se fiaran de la falsa amabilidad de unos indios que les salieron al paso; así, consiguieron evitar un ataque a traición y hacerles huir, hiriendo y matando a muchos. También encontraron abundantes armas “de los españoles  que se habían muerto por los caminos, gente de la que llevó Sarmiento a las poblaciones”. Sigue su declaración retrocediendo a la vida de los colonos: “Había muchas perlas de mejillones, y cuando todavía tenían esperanza de salir de allí y aguardaban al capitán Sarmiento, iban juntando gran cantidad, pero después, como se vieron tan acabados y perdidos, no hacían caso dellas”. Llegó el momento, Sancho: Tomé se nos despide para siempre: “Y lo firmó, y dijo que es de edad de 62 años: Tomé Hernández. Ante mí, García Tamayo”. Cae el telón. Bye.
     - El más desgraciado y el más afortunado del mundo. Va por él.

     
     - Vamos, secre, cuéntalo telegráficamente. A Cavendish le molieron a palos en Puerto Quintero. Vaya par de jovencitos. Él 27 años, y Tomé solo 25. ¿Qué pasó después?
      - Aunque perdió varios hombres, siguió navegando, llegó a Guayaquil y también fue rechazado. Pero su plan inicial era dar la vuelta al mundo, y tuvo el éxito enorme de apoderarse de uno de los galeones de Filipinas, cargado de riquezas. Llegó triunfante a Londres en 1588 completando la cicumnavegación (como lo había hecho anteriormente el otro pirata inglés ennoblecido, Sir Drake). Tentó a la fortuna y emprendió nuevo viaje al Estrecho, pasándole lo que a Sarmiento: se le torció todo. Sin poder embocar el canal, subió hacia Brasil, y los portugueses lo machacaron, acabando con casi toda la piratesca tripulación. Intentó reponerse en la isla Santa Elena (ya la utilizó en su primer viaje al Estrecho), un  peñón perdido en medio del Atlántico, a 2.800 km. de la costa africana; pero el dandy corsario, con  solo 32 años, murió en sus proximidades. Una isla tan perdida que fue el lugar que las potencias europeas escogieron para librarse definitivamente de Napoleón sin tener que matarlo, escarmentadas porque habían hecho un ensayo previo en la isla de Elba y se escapó, encendiendo de nuevo todo el continente  europeo. Foto 1ª: situación de Santa Elena; foto 2ª: Napoleón en la isla mirando hacia su perdida Europa.



jueves, 24 de marzo de 2016

(214) – Mira a la izquierda, querido tertuliano: 214 días de agradable encuentro contigo. Tenemos que poner una fecha final.
     - Es como viajar, tierno Sancho: siempre hay una “estación termini”. ¿Qué tal 365 días? Nosotros no nos aburriremos. ¿Cómo lo ves?
     - Me piace, caro bambino. Tienes mucho material transcrito que casi nadie conoce, y no importa que abuses del flashback histórico ni del picoteo territorial. Sigamos dando pedales en el tándem. ‘Decíamos ayer’ que, cuando Cavendish y sus truhanes pusieron pie en la playa de Puerto Quintero, aparecieron tres hombres a caballo. Tomé continúa explicando que “el general le dijo que fuera a ver quiénes eran, y lo hizo así, llevando dos ingleses de guardia”. Habló con ellos, que eran españoles, les contó, sin poder revelar que los barcos eran piratas, que venían del Estrecho necesitados de provisiones, y le prometieron ayuda. “Y estando razonando con ellos, este declarante vio que por un lado venían ocultos 25 de los enemigos, pareciéndole que  el general los enviaba a coger a alguno de los españoles, y les dio aviso disimuladamente dello y de que eran ingleses; y con esto, se fueron y este declarante se volvió adonde estaba Tomás Candi, y tuvo traza,  diciéndole que haría que diesen los bastimentos, de que el general le volviese a mandar adonde estaban los españoles. Y habiendo ido adonde los españoles (sin duda con vigilantes), que lo aguardaron, uno dellos le subió a las ancas de su caballo y se fueron aquella noche a una estancia. Y como quiera que ya tenía aviso el corregidor de Santiago de la entrada de los enemigos, vino con su gente al amanecer a la estancia, donde halló al declarante. Y otro día siguiente hicieron una emboscada, y habiendo saltado en tierra la gente de los navíos a hacer aguada y lavar su ropa en una laguna de Puerto Quintero, dieron sobre ellos los españoles y mataron doce ingleses y prendieron otros nueve, sin que ninguno de los nuestros saliese herido. Y se fueron a Santiago, donde quedó este declarante. Y después vino al Pirú, dejando ahorcados seis hombres de los nueve presos (sin ley para ‘los sin ley’). Y este fin tuvo el viaje que el declarante hizo al Estrecho y Población de Magallanes”. Desde luego, querido socio, algo falta en la foto que pusiste ayer de la plaza de Badajoz, con la catedral y el ayuntamiento. Brilla dolorosamente por su ausencia una estatua de TOMÉ HERNÁNDEZ, un humildísimo soldado a quien el destino le reservó una biografía incomparable, y lo convirtió en el símbolo de tanta heroicidad atormentada y anónima como hubo en Indias.
    - Has estado sembrado, querido Sancho: sin ser santo, tienes más razón que si lo fueras. No solo, ni siempre, el éxito es admirable. Mañana nos despediremos de Tomé, porque le queda todavía algo que añadir.


     Una rápida sesión de historia, discípulo ejemplar. Pizarro se aprovechó descaradamente de Almagro, faltando a lo contratado entre ellos. El burlado y tuerto, viendo posibilidades de triunfar yendo hacia Chile, partió con un considerable ejército, él por tierra y varias naves explorando la costa, con Alonso Quintero (otro andaluz) de piloto mayor, quien en 1536 descubrió dos bahías, la que llevaría su nombre y otra tan preciosa que la llamaron de inmediato Valparaíso (eran unos románticos). La expedición de Almagro fue un fracaso y volvió a Perú, pero ya con ganas de pelea contra los Pizarro: le costó la cabeza. Uno de los partidarios del bando ganador, el gran Pedro de Valdivia, se creyó más capaz que Almagro, y lo fue, porque intentó también lo de Chile pero con un éxito extraordinario. Fundó en 1441 Santiago (eso es tener ojo), y, en 1552, Valdivia (otra diana); aunque solo un año después los fieros mapuches (araucos) acabaron con él, previa refinada tortura. La 1ª foto muestra en rojo la bahía de Valparaíso, que, por la niebla, se pasó de largo Cavendish, y la de Puerto Quintero, donde ocurrió lo que cuenta Tomé. La 2ª es un mapa general. Desde Puerto Quintero hasta Santiago hay 154 km.  Como dice que, tras ser avisado el corregidor de Santiago, se presentó con sus hombres al día siguiente, queda claro que el servicio de correo funcionaba a matacaballos.



miércoles, 23 de marzo de 2016

(213) – Revive el momento, querido literato: los ‘Últimos del Estrecho’ acaban de ver tres barcos. Tan desesperados estaban que ya se creían salvados (¡oh milagro, nos los envía el rey!).
     - Pero fue otra burla de los dioses, reverendo. Dice Tomé: “Y entonces hicieron candeladas para que los navíos lo viesen, pensando que eran navíos de España, y ellos hacían faroles en señal de haberlo visto”. A la mañana siguiente vieron a algunos pasar en un batel. “Este declarante le pidió licencia al capitán Viedma para ver qué gente era, y lo tuvo por bien. Y salió a tal efecto con los soldados Juan Martín Chiquillo, extremeño, y Juan Fernández, de Pontevedra”. Se acercaron a ellos en la playa, “les preguntó este declarante qué gente eran, y respondió uno en español que eran de Inglaterra y que pasaban al Pirú, y que si querían los llevaban. Y trataron entre sí que era mejor embarcarse que perecer. Y este declarante se embarcó con su arcabuz, y se hicieron a lo largo sin querer embarcar a los otros dos soldados”.
     - Vale, ya sigo yo, sensible poeta, que te me estás emocionando. Tomé no explica por qué solo le admitieron a él, pero seguro que la elección fue calculada por parte de los ingleses. Ya embarcado, “supo cómo el general Tomás Candi (Cavendish) estaba en el bajel, al cual pidió que se sirviese de admitir a los dos soldados. Y le preguntó si había más hombres en tierra, y le contestó que otros 12 hombres y 3 mujeres”. Así, pues, queda clara la cifra total (que a veces se equivoca): 3+12+3 = 18 supervivientes en total, con el dato curioso de que uno de ellos era el capitán Viedma, quizá confirmación de que los oficiales siempre comen mejor que los soldados y se quebrantan menos. “Y el general Candi        quiso que los otros dos soldados fuesen a decir  a la demás gente que viniesen todos a embarcarse. Pero después, viendo que les hacía buen tiempo para navegar, se hicieron a la vela sin aguardarlos (pirata, al fin y al cabo). Y fueron navegando hasta la ciudad de Don Felipe, y allí estuvieron 4 días  haciendo aguada y leña, deshaciendo las casas para ella, y cogieron seis piezas de artillería (fue entonces cuando Cavendish, ante tanta desolación, le puso al lugar el nombre de Puerto del Hambre). Al cabo de 8 días, desembocaron el Estrecho, saliendo a la Mar del Sur. Se hicieron en demanda del puerto de Valparaíso y no se pudo reconocer (por la niebla); cuando aclaró el día, se hallaron sobre Puerto Quintero, donde saltaron para hacer aguada y leña, y meter carne. Recogieron mucho ganado vacuno”. Pero…
     - Pero, querido abad, la vida de Tomé va a dar otro giro. Dice: “Aparecieron tres hombres a caballo, armados con sus lanzas y adargas. El general le dijo que fuese a ver quiénes eran”. Ciao, bambino.
     - Dorme bene, santo poverello. Mañana veremos la peripecia.

     Este mapa es una joya publicada antes de 1645. Tiene la rareza de que está “tumbado” de forma arbitraria, y levanta caprichosamente hacia arriba (quizá por falta de espacio) la Tierra del Fuego y la Tierra Incógnita. Dibuja la costa atlántica hasta Buenos Aires (en el interior destaca Mendoza), y la del Pacífico (muy detallada en nombres) hasta la frontera entre Perú y Chile. Se muestra a un representante de los Gigantes, y, por si fuera poca fantasía, a otro de los Rabudos. En la salida del Estrecho hacia el Pacífico, se ve un conglomerado de lo que parecen pequeñas islas con una frase debajo: “Petro Sarmiento detecta” (descubierto por  Pedro Sarmiento). Y hay dos datos que encogen el alma. 1.- Se señalan los restos de la Ciudad de Rey Don Felipe indicándose: “despoblado”. No le gustaría nada a Sarmiento saber que la costumbre había hecho cambiar su nombre: el mapa dice (y Tomé Hernández también lo hacía) “Ciudad de ‘San’ Felipe”. En cuanto a Nombre de Jesús, ni siquiera se la menciona. 2.- Pero hay otra cosa dramática que no sabíamos; un poco más al Este, pone: “Aquí se perdió Argüello”. Resumo (no se me alboroten vuesas mersedes): el capitán Sebastián Argüello naufragó allí con 150 hombres en 1540; avanzaron a pie tierra adentro y desaparecieron para siempre envueltos en el misterio. Ni Sarmiento ni Tomé hablan de ellos (ocurrió 40 años antes de que llegaran a la zona), pero fueron también asombrosos héroes engullidos entre sombras por la Historia.



martes, 22 de marzo de 2016

(212) – Me alegra mucho, peripatético cronista,  que hayas sacado a escena a Tomé Hernández. Su información es muy valiosa.
     - Así es, tierno abad; se merece, además, un puesto rumboso en la historia de Indias; sufrió lo indecible. Conocíamos que Pedro volvió a Nombre de Dios, pero no toda su intención. Tomé dice: “Al cabo de dos meses, estando la gente pacífica en Rey Don Felipe (las decapitaciones hacían milagros), Sarmiento se embarcó con los marineros y 10 soldados, y dijo que iba por la demás gente para juntarla con estotra y pasar luego a Chile por bastimentos, y nunca más volvió (recordemos que la culpa fue del destino, no de Pedro)”. Las cuatro últimas palabras cierran dramáticamente todo contacto futuro con Sarmiento. El único cronista de lo que pasó después en el Estrecho será Tomé, y nos cuenta lo que nadie sabía en España. Se quedaron como astronautas perdidos en el infinito espacio. Y sigue: “Después llegó a pie la gente que había quedado en Nombre de Jesús, y dieron aviso de que, a causa de un temporal muy grande, Sarmiento  había picado el cable del navío y no tuvieron más nueva dél”. Eso es lo que desde tierra vieron, aunque aquí hay que creerle a Sarmiento cuando dice que había prohibido cortar el cable pero alguien lo hizo. Lo que nunca supo esta gente es la tremenda lucha que Pedro tuvo en sus fracasados intentos de volver con ayuda. Se encontraban desesperados y sin saber hacia dónde ir, como pollos  sin cabeza. Andrés de Viedma, que estaba al mando, “al ver que se quedaban sin comida, envió a la costa a mariscar a 200 soldados y a que mirasen si aparecía algún barco”. El primer invierno se fue, “pero por miedo a no poder resistir otro, y viendo que la gente se iba muriendo de hambre, hicieron dos barcas, con 50 hombres que quedaban vivos y 5 mujeres españolas, para ir a Nombre de Jesús”. Viedma cambió de idea a mitad de camino, y se volvió con 20 soldados al fuerte Don Felipe, dejando al resto donde estaban. “Y este declarante, y otros 30 hombres con él y 5 mujeres anduvieron todo el invierno por allí mariscando, y de noche se recogían en los bohíos (indigenismo: cabaña) que hacían. E yendo ya reconociendo el verano, les envió llamar el capitán Viedma. Y de la gente que había quedado con este declarante, se juntaron por todos 15 hombres y 3 mujeres, siendo muertos los demás de hambres y enfermedades por la aspereza y esterilidad de la tierra”.
     - Ya ves, querido escribano: los dos inviernos, uno tras otro, fueron diezmando a los españoles. Tomé, con la poca gente que le quedaba, se pone en fúnebre marcha hacia Don Felipe; nos lo sigue contando: “Y fueron caminando, y por el camino hallaban muchos cuerpos muertos, que eran de los españoles que el capitán había mandado partir de Don Felipe. Y pasada la punta de San Jerónimo, descubrieron tres navíos que venían embocando por el Estrecho”. Pero, maldita sea, no eran del rey. Qué vergüenza. Ciao.
     - Y, mientras tanto, Sarmiento, tres años encaneciendo y perdiendo los dientes en una pútrida cárcel francesa. Mala peste para Felipe II. Bye, my dear.


     - Pongamos, querido secretario, en honor del olvidado héroe Tomé Hernández, una foto de su patria chica, Badajoz. Y aclara por qué se les llama pacenses a los de esa tierra, sin irte por las ramas como aquel camarero al que le preguntaste allí su sentido y te respondió: “Buena pregunta: no tengo ni idea”.

     - Ahora ya me lo sé, profe. Viene de que el antiguo nombre de Badajoz, en tiempos de Augusto, era “Civitas Pacensis”. En la foto se ve el coqueto ayuntamiento (que Tomé no conoció) y la catedral (esta la vio tal cual). Hay otro dato curioso. Sarmiento fue a encontrarse con Felipe II en Badajoz (el rey vendría de la cercana Lisboa). Fue  allí donde consiguió la licencia para su loca aventura, y me temo que al mismo tiempo reclutaría al jovencísimo Tomé, tras emborracharle de sueños. Y como no paramos, sabio abad, diremos que hemos encontrado dos datos importantes. Uno falso, porque Sarmiento no está enterrado en Sanlúcar, como se dice, sino que se trata de Pedro Ribera Sarmiento, un marinero fallecido bastante después de 1592, año de la muerte de nuestro héroe. Otro, cierto: el hiperactivo Pedro Sarmiento de Gamboa empezó a ejercer ese  mismo año como almirante en la flota de los galeones que protegía a las naos de Indias, y lo hacía bajo las órdenes del general lequeitiano Juan Uribe de Apallúa. El envejecido y deteriorado Pedro tardó poco en morir, pero eso sí, al pie del cañón junto al puerto de Lisboa, y con profunda tristeza en el alma, sin duda, porque entonces ya conocía el catastrófico final de los españoles que fueron con él al Estrecho de Magallanes. Aquella terrible aventura merece como pocas un recuerdo oficial en los anales de la Historia.


lunes, 21 de marzo de 2016

(211) – Fíjate, desconfiado cronista, qué diáfano y claro queda en la versión de Tomé el motín al que escuetamente se refirió Sarmiento.
     - Estoy de acuerdo, perspicaz Sancho: llego a la definitiva conclusión de que, al margen de apasionadas reacciones, Pedro es un historiador totalmente fiable. Explica ‘el superviviente’ que fundaron la Ciudad de Rey Don Felipe, “cercada con maderas fortísimas, con  una puerta que salía al mar, y otras dos a la parte de la montaña, poniéndose piezas de artillería”. Échale un capote a Tomé.
     - Excomulgaré a quien lo tilde de ‘chivato’, porque se limitó a cumplir con su deber, e incluso demostró un gran aprecio por Sarmiento, que ya nos hizo saber que controló un complot gracias al aviso de alguien. Ahora nos enteramos de quién fue,  porque Tomé mismo lo cuenta, con mucho más detalle que Pedro: “De ahí a unos 30 días, viéndose la gente apurada del trabajo, hambres y necesidad de vestidos (llegó la nieve), andaba disgustada. Y una noche, recorriendo la guardia este testigo, como cabo de escuadra, halló que un clérigo llamado Alonso Sánchez estaba a deshoras hablando con el soldado Juan de Arroyo, que estaba de posta”. Tomé le reprendió al soldado por admitir a alguien sin dar la contraseña. “El clérigo, pareciéndole que había quedado enojado, le fue a buscar y le dijo que, si guardaba secreto, le daría noticia de un negocio grave y provechoso para todos los soldados. Y este declarante se lo prometió. Y el clérigo le dijo que estaba tratado entre todos los soldados amotinarse y matar al capitán (Sarmiento), alzarse con el navío y volver a Brasil, porque ya no podían sufrir aquella vida. Y este declarante dio aviso dellos a Sarmiento cuando desembarcó del navío, porque dormía siempre en él, y si no hubiera tenido ese cuidado, tiene por cierto que lo hubieran muerto días había”. Sarmiento encerró en el barco al fraile, al cabecilla y a otros tres soldados. Reconocieron su plan, “por lo cual les sacó en tierra con rótulos en la espalda de traidores, y en la plaza les cortó la cabeza por detrás, y se pusieron en unos palos. Y el clérigo se quedó preso en el navío”.  ¿A qué viene esa cara, puntilloso?
    - Excuse me, dear Sancho: ‘Amo a Sarmiento, pero amo más la verdad’  (que dijo el clásico), y creo que en su carta al rey suavizó la versión. Afirmaba que ejecutó al cabecilla, pero que, para los otros, los castigos habían sido menos graves. Aunque Pedro no tenía necesidad de mentirle al rey, porque un motín costaba la cabeza, quizá quisiera mostrarse como especialmente humano, por mucho que empleara otro argumento más verosímil: andaba escaso de soldados. De todas formas, yo me inclino a favor de Tomé: en total, decapitó a tres, perdonando al resto.  Donde coinciden ambos es en que respetó la vida del fraile. A domani.
     - Certamente, piccolino: “Se non é vero, é ben trovato”. Y ya es también casualidad que quien le descubrió el complot a Sarmiento (que tuvo la delicadeza de no mencionar su nombre) fuera precisamente el único que sobrevivió, el correoso Tomé, revelando después el dato en su declaración. Ciao.



     Dos fotos relativas a la Ciudad (es mucho decir) Rey Don Felipe. En el plano antiguo se la ve construida como un fuerte el año de su fundación, 1584, y su nombre en griego clásico, Philippopolis. Tenía una puerta hacia el mar y dos hacia las montañas, todas artilladas, como nos cuenta Tomé Hernández, el único superviviente de los “sin ventura” que se habían quedado abandonados en esa tristísima población. Lo contó todo al detalle el año 1620, en declaración ante las autoridades. No estaría de más que se le recordara en el lugar, aunque solo fuera con una placa enriquecida con su nombre. También es poca cosa lo que  se ha hecho allí por la memoria de Pedro Sarmiento de Gamboa, pero algo hay, como ese crucero, típicamente gallego, que le colocaron sus sentimentales paisanos en el 2010, después de visitar la zona el buque escuela Juan Sebastián Elcano.



domingo, 20 de marzo de 2016

(210) – Gloria a los héroes anónimos, a los magníficos juannadies que han enriquecido notablemente el patrimonio del mundo que entre todos hemos creado, como las lenguas y el folklore, o esos ingeniosísimas parodias que algunos sin nombre ponen en circulación y se propagan solos hasta el confín de la tierra…
     - Razón tienes, querido Sancho. Y viene a cuento por Tomé Hernández, aunque lo que te ha disparado es una anécdota mínima pero típica de lo que dices. Nos hemos reído con ganas al saber por Facebook (Internet: el gran escenario de los genios anónimos) que en el Quito de los años 70 llamaban a una calle “El Tontódromo” porque allí paseaban chicos y chicas en la edad de la efervescencia para ver y dejarse ver. Es imposible que por casualidad  se llamara así también entonces a la Gran Vía de Bilbao. Tuvo que haber un solo “ingenioso”, pero nunca se sabrá quién fue ni de qué país. Pero, como decía Bernal Díaz del Castillo, dejemos de lado esas niñerías y sigamos con nuestro homenaje particular a Tomé. Te toca, daddy.
     - Grasias, polido mansebo. Contó en su declaración que fueron 50 hombres a explorar la tierra y se encontraron con 200 patagones. El grandullón jefe cogió por la mano al capitán Íñiguez, y se lo llevaba “como que iba de paz, hasta que el capitán dio voces y los soldados cobraron a su capitán; cuando les tiraban postas (de plomo), se las sacudían con las manos pensando que se les caerían”. Encontraron otra partida de indios; fue un fraile a decirles que Sarmiento era el capitán. Y ahora, arrepiéntete, pecador, porque también Tomé te va a machacar ese cerebro desconfiado que tienes. Pigafetta, el cronista de Magallanes, contó una anécdota; Pedro la repitió. Te dije que otro testigo contó lo mismo; y todavía estabas mosqueado, mezquino incrédulo. Imposible absolverte si esta vez no te es suficiente lo que dice Tomé. Mete tus dedos en la llaga de Sarmiento y cree, no solo esto, sino todas sus crónicas. Escucha arrepentido su testimonio: “Un indio, oyendo estas razones, respondió que él era el capitán, dándose un golpe en los pechos; y mostrando enojo, se metió por la boca una flecha, y lastimándose con ella, echó alguna sangre por la boca y se untó con ella los pechos airadamente”. De seguido, les atacaron y se defendieron. “Mataron los indios a un cabo llamado Loperráez (Lope Herráez) e hirieron a otros ocho con las flechas, que  debían de estar  con untura de  hierbas envenenadas, porque vinieron después a morir todos. Y los españoles mataron al capitán de los indios, y los demás fueron malheridos, huyendo al tiempo que Pedro Sarmiento revolvió sobre ellos con su gente de vanguardia”.  Non embargante, e por el mucho amor que te tengo, ego te absolvo.
     - Gracias, reverendo. Aborrezco de mis repugnantes dudas. Hasta el detalle de que Pedro iba siempre en vanguardia y volvió a defender a los de atrás lo confirma divinamente Tomé, con la sola diferencia de que Sarmiento no explica que los españoles heridos murieron después. Ciao, caro.



     Es asombrosa la cantidad de creación, hasta ahora anónima, que está brotando a chorros por los modernos medios de comunicación. Digan lo que digan, discípulo amado, vuestro nivel medio cultural es mucho más elevado que nunca. Acuérdate de tus abuelos analfabetos. Y qué decir de la contribución histórica de las olvidadas masas. Los franceses han puesto al soldado desconocido donde le corresponde, bajo un arco de triunfo magnífico. Churchill sufría porque en las guerras morían sobre todo los jóvenes. Al pie de esa foto de uno de los abundantes cementerios de soldados fallecidos en la 2ª guerra mundial, tan olvidados como Tomé Hernández, una bloguera murciana ha escrito: “La verdad es que impresiona muchísimo ver esa cantidad de cruces blancas jalonando un campo de césped rodeado de frondosa vegetación”.





sábado, 19 de marzo de 2016

(209) - Buenas noches, marchoso abuelo. El proyecto de Sarmiento era una utopía. Tenía sentido cortar el paso a los piratas, pero eso se hace con un fuerte y gente de armas, no con colonos.
     - Es cierto, ilustre y orillado menés. La zona era inhóspita y solo pasaban por allí los bucaneros. El que tuvo visión fue tu “primo” Juan de Matienzo: diseñó y logró que se creara la ruta que unía Perú con Río de la Plata, así que todo el tráfico iba por ella, o hacia el norte, atravesando Panamá. Tendrían que ponerle una estatua a Sarmiento en el túnel de La Engaña, símbolo de la idea equivocada.
     - No nos vayamos por las ramas, didáctico profesor emérito. Al grano.
     - Allá vamos: Tomé Hernández, ¡el único superviviente! de la dos poblaciones fundadas por Sarmiento en el Estrecho de Magallanes. Es un misterio que esperaran hasta el año 1620 para tomarle declaración sobre lo que allí pasó, aunque parece ser que al virrey de Perú, don Francisco de Borja (qué familia esta), Príncipe de Esquilache, lo que más le interesaba es que aportara datos geográficos y ambientales del Estrecho. Tomé era de Badajoz y soldado profesional. En su declaración va narrando el viaje sin hacer críticas contra nadie y repitiendo muchas cosas de las ya narradas por Sarmiento. Pérdida de 7 naves al salir de Cádiz; llegada a Río de Janeiro; permiso de Diego Flores para que se quedaran allí algunos soldados porque los piratas incordiaban a los portugueses (Sarmiento nos contó que le irritó la decisión porque mermaba caprichosamente su propio equipo); siguen viaje y se hunde una nave con 300 personas; Alonso de Sotomayor y sus hombres deciden ir a Chile por el Río de la Plata, abandonando la expedición de Sarmiento; en esta, al hundirse una fragata, todos los que van a bordo se salvan en la costa (zona de indios belicosos), pero lejos del resto de la armada; “llegó el capitán Gonzalo Meléndez por tierra, que era uno de los de la fragata, y dos mujeres con él, y dio aviso de que los soldados se habían amotinado (15 días después aparecieron también y fueron castigados los cabecillas)”; alcanzan el Estrecho y una tormenta los vuelve a Río de Janeiro, donde están las 4 naos con provisiones mandadas por el rey. Y aquí difiere de Sarmiento, quizá por estar mal informado, como simple soldado raso. Dice que “se” decidió que Flores volviera a España (si le oye Pedro, lo estrangula), dejando como general para ir al Estrecho a Diego de la Ribera y quedando en tierra, al llegar al destino, Sarmiento con 280 hombres (en total pasaban de 300). Dice que luego, “se fue Diego de Ribera sin dejarles bastimento ninguno más que un bajel pequeño. Se hizo una población cerca de la mar (Nombre de Jesús). Vinieron de paz 250 indios, varones y hembras agigantados”; les hicieron regalos, se marcharon, “y de allí a tres noches vinieron a dar sobre nosotros, de lo que salieron algunos soldados heridos”. Bye, daddy.
     - El bueno de Tomé, cuando declaró, tenía ya 62 años, pero no pudo olvidar el espanto de lo que ocurrió cuando solo contaba con 26. Ciao.



     Que sirva Tomé Hernández como ejemplo de los miles de atormentados y anónimos españoles que vivieron tan intensa y heroicamente la epopeya de Indias como los grandes protagonistas de la historia. Era de Badajoz, o sea, también extremeño, como los más sonoros capitanes que anduvieron por aquellas tierras. Pero, ilustre investigador, conviene deshacer el tópico sobre qué tierra dio más conquistadores. Este es el orden, de mayor a menor cantidad aportada: 1º, andaluces; 2º, castellanos; 3º, extremeños; 4º, vascos. Pero ahora, en honor a Tomé, toca hablar de Extremadura, y nada mejor que poner dos fotos de Cáceres. La 1ª muestra un lado de su asombroso casco antiguo, quizá el más bello de España (que ya es decir); la 2ª, una mansión que está en su interior, el llamado Palacio Moctezuma. ¿Curioso, no? Un claro ejemplo de un mestizaje que explica muchas cosas. Su dueño fue Juan Toledo Moctezuma, descendiente directo del matrimonio de Juan Cano de Saavedra y de Isabel de Moctezuma, hija del gran emperador azteca. “¡Ay de los vencidos!”.



viernes, 18 de marzo de 2016

(208) – Despidámonos, pues, del gran Pedro Sarmiento, querido revuelvelegajos, pero no sin una última pincelada: proseguid, amanuense.
     - Con vuestra venia, reverendo abad. En 1591, probable año de su muerte, un viejo amigo suyo, Enrique Garcés, también veterano de Perú, hizo una traducción de Petrarca. El sorprendente Pedro le dedica una brillante poesía celebrando su trabajo literario, en la que llaman la atención dos cosas: su extraordinaria cultura clásica y el gran afecto que siente por Garcés. Esto último hace todavía más enigmático el misterio de su vida sentimental. Los versos están llenos de alusiones literarias y míticas: Eolo, Parnaso, Petrarca, Calíope, Talía, Helicona, Hipocrene, Píndaro, Apolo, Alejandro Magno, Marte, Neptuno y Belona. Digamos adiós (o hasta siempre) al inigualable Sarmiento  recogiendo los versos finales, que hablan de sí mismo: “Perdonad, buen Garcés, mi atrevimiento, / Recibid chico don de pobre mano. / Años ha que conoces de Sarmiento / Ser más descubridor que cortesano, / Tiempo fue en que templaba al Mantuano (¿“adoraba”? a Virgilio), / Mas ya me dieron jaque deste asiento / Marte y Neptuno, y otro impedimento, / Que es vejez, que madura lo temprano. / Dicen que no embotó lanza la pluma / En mí no veo al menos tal milagro: / Belona es a Minerva inconveniente, / No hay cosa que el desuso no consuma, / Que no produce sin cultura el agro”. Rindámosle un final honor dejando constancia de que el gran Cervantes, al hablar de los literatos de Indias, recogió este melancólico poema de Sarmiento, prueba evidente de que el buen Pedro también  brillaba en el campo literario. Digamos, al estilo romano: “TIBI ETERNA GLORIA, ET SIT TIBI TERRA LEVIS”.
     - Bien rematada la faena, docto jubileta, deseándole eterna gloria y que la tierra le sea ligera. Es una pena tener que abandonarlo. Sin embargo,  es necesario aún hablar de lo que sucedió en el Estrecho, e incluso contrastar las cartas del este divino impaciente con otros testimonios. Ya sabemos que el corsario Cavendish pasó por allí en 1587. Dos inviernos criminales  habían dejado a más de 300 pobladores, que no tenían ningún barco ni recibieron ayuda desde el cercano Río de la Plata,  en solo 18 supervivientes (es la cifra que da uno de ellos). El pirata dandy muestra buena voluntad y se ofrece a rescatarlos; por honor o desconfianza, la mayoría se niega. Tres aceptan, pero Cavendish, por aprovechar un viento favorable, deja en tierra a dos rezagados, alcanzando el barco solamente Tomé Hernández, que nos contará muchas cosas. Año 1589: el pirata Merrick  (¿y tú dónde estabas, Felipe II?) recogió a un español rematadamente loco tras dos años de absoluta soledad; murió en el barco. Hay otros españoles de la expedición de Sarmiento que siguieron vivos porque la dejaron antes de la llegada al Estrecho y narraron la historia del viaje hasta el momento de su abandono. Pero ¡el único! de toda aquella locura que vivió para contar la película entera fue Tomé Hernández. Nos visitará mañana y nos irá dando una versión fiable y clara. Bye, my little heart.
     - Al llegar a Quántix, Sancho, exprésale a Sarmiento mi admiración.  



     En cuanto te descuidas, ¡zas!, tropiezas con algún brillante personaje del que nada sabías. Déjame contarlo. Enrique Garcés, el amigo de Pedro Sarmiento, algo mayor que él y traductor de Petrarca, nació en Lisboa, estudió en España, fue buen literato y, qué cosas, experto en minas. Conocía lo más novedoso de la técnica del uso del mercurio en la extracción de oro y plata. Para gloria suya, descubrió las minas peruanas de Huancavelica, tan importantes que durante muchos años proporcionaron el imprescindible mercurio a todas las Indias (y también para su deshonra, porque la explotación fue catastrófica para los nativos). Llegó a Perú en 1559, y, al menos desde entonces, fue gran amigo de Sarmiento, coincidiendo también en España el año 1591, cuando el simpar gallego le agasajó con un poema por su traducción de Petrarca. Es probable que ambos fueran solterones, porque se dice que Garcés tomó ya mayor hábitos de clérigo. Tuvo, como Sarmiento, la suerte de que Cervantes le dedicara unos versos. He aquí una parte: “De un Enrique Garcés, que al piruano / reino enriquece, pues con dulce rima, / con sutil, ingeniosa y fácil mano, / a la más ardua empresa en él dio cima, / pues en dulce español al gran toscano (Petrarca) / nuevo lenguaje ha dado y nueva estima, / ¿Quién será tal que la mayor le quite, / aunque el mesmo Petrarca resucite?”. Ahí va una foto del mapa de Huencavelica, y otra que muestra la ciudad.


jueves, 17 de marzo de 2016

(207) – Vamos allá, primoroso pendolista. El final de la carta de setiembre de 1590 deja claro que el rey había pagado el rescate y Sarmiento quedaba definitivamente libre.
     - Así fue, sabio abad. Aclara que aceptó las condiciones de los hugonotes “por no ser echado en el río, como hacían a otros sus naturales cada día. Y, por no perecer miserablemente entre herejes y ver si podía hacer algún servicio a Dios y a V. M., os supliqué humildemente me redimieseis. Y V. M., no por mis méritos, que son ningunos, sino por su admirable liberalidad, largueza y misericordia, tuvo por bien socorrerme y sacarme de aquel infierno”. Yo diría que tanto agradecimiento no era solo coba; es posible que el rey pagara el rescate sin la mezquindad de borrar lo que se le debía.
     - Pero queda otro detalle patético, ilustre cronista. La carta, que la escribió estando en el Escorial, incluye un añadido impresionante, porque, aunque con sibilina retórica, le exige al rey que asista a los desgraciados del Estrecho, ¡y se ofrece él mismo a acudir en su ayuda! (no tiene remedio nuestro héroe). Resumen de su misiva: “Vuestra Majestad Católica está obligado en conciencia (!) a socorrer a sus vasallos que están en aquellas partes (el Estrecho), de cuyo servicio resultarán muy grandes aprovechamientos -que excederán a los gastos presentes- en lo que toca a las Indias del mar del Sur  (el Pacífico), Molucas y Filipinas. Y para la ejecución  dello, si este flaco vasallo de V. M. sirviere de algo, non recuso laborem, lo cual con alegre rostro y la pronta voluntad de siempre, y más agora que es más necesario, abrazaré hasta lo acabar, o la vida, habiendo de dar yo solo la cuenta dello; que cierto no conviene al servicio de V. M. dar cuenta de faltas ajenas (ante todo, el prestigio de España), pudiendo apenas darla de las mías. Y seguiré la voluntad de V. M.; suplicando, con todo, por la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que se acuerde de aquellos pobres vasallos, y no se contente hasta los poner en firmeza y espantar a los enemigos de Dios y de V. M. cerrando aquel paso (del Estrecho), a lo cual yo me ofrezco. Esto suplico con tanta instancia porque me obliga la conciencia; y después de habérselo significado a V. M., queda sobre la de Vuestra Majestad (la madre que nos parió, pequeñín), a quien Dios dé muy larga vida, con aumento de monarquía para su santo servicio, y después el cielo. Amén”. ¿Cómo lo ves, secre?
     - Es desgarrador, querido Sancho. Sobre todo porque el rey ya sabía desde 3 años antes que todos los colonos, salvo una escasa decena, habían muerto, tras dos años desconectados de Sarmiento. Faltando él, nadie se hizo cargo de la situación, quizá confiando el rey en que se valdrían por sí mismos. Y si Sarmiento lo desconocía en setiembre de 1590, quizá fuera porque acababa de pisar tierra española tras su liberación. Para mayor desgracia, a él, perpetuo optimista, solo le quedaba un año de vida. Un brindis por el gran sufridor. Ciao.
     - Oiremos también las palabras de un superviviente. Dorme bene.



     En la foto, Thomas Cavendish (Candi, que decía Sarmiento). Es otro elegante ejemplar de la plantilla de piratas dandys que tenía la temible Isabel de Inglaterra. Nada que ver con el zarrapastroso patapalo John Silver de “La isla del tesoro”. Viene a cuento el pollo pera porque pasó por el Estrecho en 1587, y solo encontró a unos pocos colonos en Ciudad de Rey Don Felipe, a la que cambió de nombre llamándola, no sin razón, Puerto del Hambre (qué tragedia). Por diversas razones, solo se embarcó con él un tal Tomé (o Tomás) Hernández, del que veremos una breve declaración sobre el fracaso del proyecto del Estrecho. Sarmiento supo del viaje de “Candi”; pero en 1590, cuando quedó libre de los hugonotes, nada conocía del espantoso final. Él murió, casi con certeza, en 1591, y Cavendish también, con solo 32 años, dejando un bonito cadáver antes de llegar al Estrecho en una nueva expedición.