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– Llegó la hora, honrado cronista: juraste sobre mi cruz pectoral hablar de las
mujeres de Indias. No seas sacrílego.
- Y tú no seas guasón: ya sabes que me
encanta hablar de las mujeres casi tanto como a ti. Pero, dos advertencias: 1.-
Para hablar de la primera, necesitamos antes resumir la relación de un viaje
escrita por su marido; 2.- Se va a tratar de una dama excepcional, ambiciosa y
con dotes de mando, pero que (lo siento) no me cae nada bien: una mujer puede
tener tantas virtudes y defectos como un hombre. El feliz esposo fue Álvaro de
Mendaña, de quien ya hablamos no hace mucho porque iba al frente de la armada
que, Pacífico adelante, descubrió las islas Salomón. Mira quién se nos cuela
ahora.
- ¡Leches!: otra vez Sarmiento; ¡qué afán
de protagonismo! Pero, hola y adiós; solo diremos que, para no variar, también
tuvo broncas en esa expedición: Mendaña
empezó por cambiar la ruta que Pedro, como buen cartógrafo, había trazado, y
luego, cuando ordenó dar ya la vuelta, nuestro entrañable cascarrabias inentó
inútilmente convencerle de que siguieran descubriendo tierras y mares. En parte,
se comprende la discrepancia porque Mendaña solo tenía 26 años (enchufado como
jefe de la expedición por el presidente de la Audiencia de Lima, su tío García
de Castro), y, Sarmiento, diez más y una biografía vivida a tope.
- No obstante, reverendo, también hay que
reconocer que el ‘jovencito’ demostró mucha valía. Salieron desde El Callao (Lima).
A 800 leguas (unos 4.500 km.) viraron hacia el sur, y, tras 24 jornadas de
navegación, encontraron una isla pequeña a la que llamaron Nombre de Jesús,
fiesta de aquel día (15-1-1568).
- ¡Oh, Sarmiento!: nos vas a trastornar; casi
20 años después le puso ese mismo nombre a su primera fundación del Estrecho.
Proseguid, mancebo.
- Gustosamente. El 7-2-1568 encontraron
una isla tan grande que la creyeron tierra firme, pero toparon con un arrecife
sin poder esquivarlo. Mendaña cuenta. “Y, como es costumbre de navegantes
cuando se ven en peligro, acudimos a Ntra. Señora, y cuando estábamos pensando
dar en las peñas adonde perdiéramos todos la vida, dio la nao la vuelta y
salimos afuera. Y para que más claramente entendiéramos que era Dios el que nos
sacaba destos peligros, quiso mostrarnos una señal. Vimos una estrella
resplandeciente, y siguiéndola, entramos en un puerto; y, al entrar, vimos que
desde una montaña cayó un gran pedazo della con mucha arboleda de agua,
haciendo gran terremoto, y aunque en España se han visto estrellas al mediodía,
el verlo nosotros en tanta necesidad es causa que lo tengamos por obra de
Dios”. Bye, bye.
- No te lo tomes a broma, hombre de poca
fe, que te conozco. Ciao.
Así es el azar, sensible poeta: el aleteo
de una mariposa, mejor dicho de un faldero que iba de flor en flor, cambió la
vida de Álvaro de Mendaña. El virrey Don
Diego López de Zúñiga saltaba de cama en cama desenfrenadamente. Parece ser que
un marido nada consentidor lo asesinó. En 1564, Lope García de Castro, ministro
del Consejo de Indias, fue enviado para sustituirle (solo como gobernador
provisional) e investigar lo ocurrido. Llegó, vio, y miró para otra parte: el
asunto era demasiado espinoso. Le acompañaba su sobrino Álvaro de Mendaña (22
añitos), y pronto lo promocionó a lo grande, confiándole una fuerte expedición
Pacífico adelante. Pasaron más de cincuenta días de agua y cielo hasta que
encontraron un atolón al que llamaron Nombre de Jesús, hoy conocido como Nui,
perteneciente al archipiélago Tuvalu. Mendaña, de acuerdo con el piloto mayor,
Hernán Gallego, había modificado el rumbo trazado por Pedro Sarmiento y tropezó
con ese peñasco. Pero fíjense vuesas mersedes en la foto; de haberlo respetado
como quería Pedro, navegando más al sur, habrían descubierto un territorio
ciertamente inmenso: Australia.
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