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– Revive el momento, querido literato: los ‘Últimos del Estrecho’ acaban de ver
tres barcos. Tan desesperados estaban que ya se creían salvados (¡oh milagro,
nos los envía el rey!).
- Pero
fue otra burla de los dioses, reverendo. Dice Tomé: “Y entonces hicieron candeladas
para que los navíos lo viesen, pensando que eran navíos de España, y ellos
hacían faroles en señal de haberlo visto”. A la mañana siguiente vieron a
algunos pasar en un batel. “Este declarante le pidió licencia al capitán Viedma
para ver qué gente era, y lo tuvo por bien. Y salió a tal efecto con los
soldados Juan Martín Chiquillo, extremeño, y Juan Fernández, de Pontevedra”. Se
acercaron a ellos en la playa, “les preguntó este declarante qué gente eran, y
respondió uno en español que eran de Inglaterra y que pasaban al Pirú, y que si
querían los llevaban. Y trataron entre sí que era mejor embarcarse que perecer.
Y este declarante se embarcó con su arcabuz, y se hicieron a lo largo sin
querer embarcar a los otros dos soldados”.
- Vale, ya sigo yo, sensible poeta, que te
me estás emocionando. Tomé no explica por qué solo le admitieron a él, pero
seguro que la elección fue calculada por parte de los ingleses. Ya embarcado,
“supo cómo el general Tomás Candi (Cavendish) estaba en el bajel, al cual pidió
que se sirviese de admitir a los dos soldados. Y le preguntó si había más
hombres en tierra, y le contestó que otros 12 hombres y 3 mujeres”. Así, pues,
queda clara la cifra total (que a veces se equivoca): 3+12+3 = 18
supervivientes en total, con el dato curioso de que uno de ellos era el capitán
Viedma, quizá confirmación de que los oficiales siempre comen mejor que los
soldados y se quebrantan menos. “Y el general Candi quiso que los otros dos soldados fuesen a decir a la demás gente que viniesen todos a
embarcarse. Pero después, viendo que les hacía buen tiempo para navegar, se
hicieron a la vela sin aguardarlos (pirata, al fin y al cabo). Y fueron
navegando hasta la ciudad de Don Felipe, y allí estuvieron 4 días haciendo aguada y leña, deshaciendo las casas
para ella, y cogieron seis piezas de artillería (fue entonces cuando Cavendish,
ante tanta desolación, le puso al lugar el nombre de Puerto del Hambre). Al cabo
de 8 días, desembocaron el Estrecho, saliendo a la Mar del Sur. Se hicieron en
demanda del puerto de Valparaíso y no se pudo reconocer (por la niebla); cuando
aclaró el día, se hallaron sobre Puerto Quintero, donde saltaron para hacer
aguada y leña, y meter carne. Recogieron mucho ganado vacuno”. Pero…
- Pero, querido abad, la vida de Tomé va a
dar otro giro. Dice: “Aparecieron tres hombres a caballo, armados con sus
lanzas y adargas. El general le dijo que fuese a ver quiénes eran”. Ciao,
bambino.
-
Dorme bene, santo poverello. Mañana veremos la peripecia.
Este mapa es una joya publicada antes de
1645. Tiene la rareza de que está “tumbado” de forma arbitraria, y levanta
caprichosamente hacia arriba (quizá por falta de espacio) la Tierra del Fuego y
la Tierra Incógnita. Dibuja la costa atlántica hasta Buenos Aires (en el
interior destaca Mendoza), y la del Pacífico (muy detallada en nombres) hasta
la frontera entre Perú y Chile. Se muestra a un representante de los Gigantes,
y, por si fuera poca fantasía, a otro de los Rabudos. En la salida del Estrecho
hacia el Pacífico, se ve un conglomerado de lo que parecen pequeñas islas con
una frase debajo: “Petro Sarmiento detecta” (descubierto por Pedro Sarmiento). Y hay dos datos que encogen
el alma. 1.- Se señalan los restos de la Ciudad de Rey Don Felipe indicándose:
“despoblado”. No le gustaría nada a Sarmiento saber que la costumbre había
hecho cambiar su nombre: el mapa dice (y Tomé Hernández también lo hacía)
“Ciudad de ‘San’ Felipe”. En cuanto a Nombre de Jesús, ni siquiera se la
menciona. 2.- Pero hay otra cosa dramática que no sabíamos; un poco más al
Este, pone: “Aquí se perdió Argüello”. Resumo (no se me alboroten vuesas
mersedes): el capitán Sebastián Argüello naufragó allí con 150 hombres en 1540;
avanzaron a pie tierra adentro y desaparecieron para siempre envueltos en el
misterio. Ni Sarmiento ni Tomé hablan de ellos (ocurrió 40 años antes de que llegaran
a la zona), pero fueron también asombrosos héroes engullidos entre sombras por
la Historia.
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