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– Good night, methodical investigator. Cada vez que sospechas de la veracidad
de Sarmiento, metes la patita.
- Certainly, my reverend. Ejemplo al canto:
les atrapan los piratas ingleses, los torturan y, creyendo que son una manga de
desarrapados, les van a dejar seguir su ruta, pero “el mismo piloto que traía
Sarmiento, portugués, le vendió y dijo quién era, y aun encareció más de lo que
era para hacerle más mal, y, con esto, soltaron a los demás, y se llevaron a
Pedro Sarmiento, al piloto y a otros dos a Inglaterra presos”. Me parecía un
poco extraño este desenlace, pero resulta que el inglés John Evesham, allí
presente, también hizo su particular crónica, contando que pudieron alcanzar a los
españoles y vieron que tiraban cosas al mar, subieron al barco y “apresamos a
un caballero español llamado Pedro Sarmiento, Gobernador de los Estrechos de
Magallanes, al cual llevamos a Inglaterra y lo presentamos a Nª Sª la Reina”.
Excuse me, daddy.
- Se te perdonará mucho porque has amado
mucho, hijo mío. Vamos a ver ahora las increíbles “vacaciones” forzosas de nuestro héroe. Va contando detalles y
copiando “de oído” los nombres ingleses. Tocan tierra en agosto y consigue
enterarse de algunas novedades, a pesar de estar “preso y desnudo”. Hace
referencia a un famoso viaje del pirata Cavendish al Estrecho de Magallanes,
dando el dato poco conocido de que anteriormente había desechado la idea al
enterarse de que estaba fortificado, pero “un año después (1586), sabiendo la
prisión de Pedro Sarmiento en Francia
(su siguiente infotunio), se tornó a determinar y salió para allí (ya
veremos lo que encontró el corsario cuando llegó). A 14 de setiembre (1585) le
llevaron a Pedro Sarmiento a Windsor, donde está la reina Elisabeth. Y le presentaron
a un gentilhombre privado de la reina (y tan privado, hijo mío), que era el
señor de los bajeles que le prendieron (es decir, otro pirata, pero sir: el
gran Walter Raleigh). El cual le hizo alegre recibimiento al prisionero, y,
hablando entrambos en latín, Pedro Sarmiento le razonó de manera que luego fue
Dios servido que le ganara buena voluntad (¡este es nuestro hombre!)”. Y de tal
forma que el ilustre personaje “le comenzó a honrar y sentar a su lado, y le
dio casa particular”. Pero, maldición, mira quién asoma.
- No te sulfures, querido patriota: donde
más a salvo podía estar Don Antonio de Crato (el aspirante al trono de
Portugal) era bajo las faldas de la reina Isabel. Ya hablamos de él. Estuvo a
punto de convertirse en rey, pero Felipe II le ganó la partida a las bravas.
Antonio fue tan maniobrero que pretendió casar a una hija bastarda de Carlos V
con Gabriel de Espinosa, conocido, por su oficio, como el Pastelero de Madrigal,
quien tuvo el “papo” de fingir ser el redivivo rey luso Don Sebastián. Felipe
se lo tomó temporalmente como una payasada.
- Hasta que Antonio convirtió el complot
en algo demasiado peligroso, y entonces, lucero mío, la cabeza del fantasioso
Gabriel acabó en una pica, y cada puerta de la muralla de tu querida Madrigal
de las Altas Torres con un trozo de su
cuerpo descuartizado. Sarmiento nos contará mañana la pintoresca aparición de
don Antonio de Crato. Pax et bene semper tibi, carus.
Ahí lo tienes: sir Walter Raleigh. Que no
te engañe ese aspecto tan remilgado. Tenía en el bote a la reina Isabel, sí,
pero brillaba mucho más entre el humo de los cañonazos que bajo las primorosas
sábanas. De él fue la idea de colonizar el norte americano. Fundó Virginia.
Incordió lo suyo en los dominios españoles de la costa venezolana. Buen
escritor. Maquiavélico político. Conspiró contra el sucesor de su amada, Jacobo
I, hijo de María Estuardo y buen rey. De momento, se libró por los pelos, pero se
le volvió a acusar de traidor, y, con la labor de zapa de Diego Sarmiento (ya
es casualidad el apellido), Conde de Gondomar y embajador español en Inglaterra,
muy apreciado por Jacobo, se le torcieron las cosas, siendo decapitado en 1618. Dice mucho de la
valía de Pedro Sarmiento de Gamboa el que fuera de inmediato altamente valorado
por ese number one.
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