jueves, 3 de marzo de 2016

(193) - Muéstranos, dulce ruiseñor, la riqueza de expresión de Sarmiento.
     - Es que, reverendo, los cabreos le inspiraban. Seguían hacia el norte, de vuelta a Río de Janeiro, y, sin que Flores se opusiera, los oficiales utilizaban las naves con afán de lucro: “Varios capitanes, un proveedor y otros muchos habían cargado las naos con azúcar y cueros para llevarlo a España a vender, muy contentos, como si llevaran palmas de victoria y las armas tintas en sangre del enemigo”. También da por hecho que se aprovecharían de las cosas que estaban en las 4 naves que habían llegado ya, enviadas por el rey,  con bastimentos para el Estrecho. Y sentencia: “Cierto es que no se pueden bien acordar Mercurio con Marte, esto es, mercadear y robar con procurar honor por armas y constancia en el servicio del Príncipe, porque, cuanto lo uno ensalza el ánimo, tanto la bajeza del trafique lo abate”. Su facilidad como escritor va minando la figura de Flores. Continúa con la soflama, Sancho.
     - Esta vez sin resumir, querido socio, porque el amplio remate de verónica no tiene desperdicio, dejando al toro como borracho: “Yo confieso de mí ser más malo que los malos, pero no consintiendo este tipo de defectos, no lo disimularé, aunque esté mal con tales hombres; y los buenos amigos de V. M. todos me lo juzgan bien y me animan a perseverar (ahora ya sabemos que  no estaba del todo solo). Y cuando, por mis pecados, no se me hiciese merced de reconocerme esto, quedaré ante Dios y conmigo muy glorioso (¡este es nuestro Sarmiento!), y me juzgaré por bien remunerado de lo temporal en esta vida. Y esto me servirá de corona, aunque esté, como estoy, ‘in puribus’ (“in puribus naturalibus”, que en versión fina sería “en cueros vivos”), y los que ilícitamente se hayan enriquecido se mofen de mí, que siempre seré ‘unus et idem’, queriéndolo Dios (que se ponga toda la plaza en pie). Sigue tú.
     - Ciertamente, reverendísimo abad, era un hombre de una sola pieza. Llegaron todos a Río de Janeiro antes que Flores, que estuvo a punto de naufragar en zona de caníbales: “Mas Dios, que no quiere la ruina del pecador sin que se convierta, hubo piedad dellos y los trajo a este puerto. Y, en lugar de agradecerle a Dios esta merced, comenzó Diego Flores a bravear y hacer de león en tierra, no habiéndolo sido en la mar, y prendió al piloto mayor y riñó con el almirante, acusándoles de haberle dejado, habiendo él dejado a ellos. Luego trató muy ásperamente sin causa a un poblador, gallardo soldado, que había venido del Perú con P. Sarmiento, y al decirle este que se  moderase, respondió con una soberbia increíble que él aquí haría su voluntad sin respeto de Dios ni del Rey, como lo hacía. Y comenzó a haber conventículos y monipodios con los pusilánimes mercaderes y enemigos de la expedición contra Sarmiento. Pero no es justo que se hable mal de los buenos y valerosos vasallos de V. M., que son muchos, por culpa de algunos inconstantes que siempre hubo en el mundo”. À demain, mon copin.
     - Que duermas arropado en bellos sueños. Carpe diem, filiolus.

    

     Sin duda, Sarniento era un justiciero, pero se debe a la propia exigencia consigo mismo y a  la grandeza de sus sueños, a los que sacrificó, casi místicamente, toda su vida, ajeno a cualquier tipo de mezquindad. Critica duramente a Flores porque se lo merece, y aún se queda corto. No haría falta probarlo, pero otro personaje excepcional, que les acompañó largo tiempo en la expedición, Sotomayor, le contó al rey, como ya vimos, de forma prudente pero muy clara, el pésimo cocepto que tenía de Flores. Hay que ser un santo Job para estar ya en el Estrecho, tener que volver a Río de Janeiro (4.000 kilómetros), y no estrangular a Flores, que, por miedo al tiempo, o por el simple deseo de arruinar el viaje, no quiso entrar en las aguas del canal. Un hurra por Pedro, socio.


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