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- Muéstranos, dulce ruiseñor, la riqueza de expresión de Sarmiento.
- Es que, reverendo, los cabreos le
inspiraban. Seguían hacia el norte, de vuelta a Río de Janeiro, y, sin que
Flores se opusiera, los oficiales utilizaban las naves con afán de lucro: “Varios
capitanes, un proveedor y otros muchos habían cargado las naos con azúcar y
cueros para llevarlo a España a vender, muy contentos, como si llevaran palmas
de victoria y las armas tintas en sangre del enemigo”. También da por hecho que
se aprovecharían de las cosas que estaban en las 4 naves que habían llegado ya,
enviadas por el rey, con bastimentos
para el Estrecho. Y sentencia: “Cierto es que no se pueden bien acordar
Mercurio con Marte, esto es, mercadear y robar con procurar honor por armas y
constancia en el servicio del Príncipe, porque, cuanto lo uno ensalza el ánimo,
tanto la bajeza del trafique lo abate”. Su facilidad como escritor va minando
la figura de Flores. Continúa con la soflama, Sancho.
- Esta vez sin resumir, querido socio,
porque el amplio remate de verónica no tiene desperdicio, dejando al toro como
borracho: “Yo confieso de mí ser más malo que los malos, pero no consintiendo
este tipo de defectos, no lo disimularé, aunque esté mal con tales hombres; y
los buenos amigos de V. M. todos me lo juzgan bien y me animan a perseverar
(ahora ya sabemos que no estaba del todo
solo). Y cuando, por mis pecados, no se me hiciese merced de reconocerme esto,
quedaré ante Dios y conmigo muy glorioso (¡este es nuestro Sarmiento!), y me juzgaré
por bien remunerado de lo temporal en esta vida. Y esto me servirá de corona,
aunque esté, como estoy, ‘in puribus’ (“in puribus naturalibus”, que en versión
fina sería “en cueros vivos”), y los que ilícitamente se hayan enriquecido se
mofen de mí, que siempre seré ‘unus et idem’, queriéndolo Dios (que se ponga
toda la plaza en pie). Sigue tú.
- Ciertamente, reverendísimo abad, era un
hombre de una sola pieza. Llegaron todos a Río de Janeiro antes que Flores, que
estuvo a punto de naufragar en zona de caníbales: “Mas Dios, que no quiere la
ruina del pecador sin que se convierta, hubo piedad dellos y los trajo a este
puerto. Y, en lugar de agradecerle a Dios esta merced, comenzó Diego Flores a
bravear y hacer de león en tierra, no habiéndolo sido en la mar, y prendió al
piloto mayor y riñó con el almirante, acusándoles de haberle dejado, habiendo
él dejado a ellos. Luego trató muy ásperamente sin causa a un poblador,
gallardo soldado, que había venido del Perú con P. Sarmiento, y al decirle este
que se moderase, respondió con una
soberbia increíble que él aquí haría su voluntad sin respeto de Dios ni del Rey,
como lo hacía. Y comenzó a haber conventículos y monipodios con los pusilánimes
mercaderes y enemigos de la expedición contra Sarmiento. Pero no es justo que
se hable mal de los buenos y valerosos vasallos de V. M., que son muchos, por
culpa de algunos inconstantes que siempre hubo en el mundo”. À demain, mon
copin.
- Que duermas arropado en bellos sueños. Carpe
diem, filiolus.
Sin duda, Sarniento era un justiciero, pero
se debe a la propia exigencia consigo mismo y a la grandeza de sus sueños, a los que sacrificó,
casi místicamente, toda su vida, ajeno a cualquier tipo de mezquindad. Critica
duramente a Flores porque se lo merece, y aún se queda corto. No haría falta
probarlo, pero otro personaje excepcional, que les acompañó largo tiempo en la
expedición, Sotomayor, le contó al rey, como ya vimos, de forma prudente pero
muy clara, el pésimo cocepto que tenía de Flores. Hay que ser un santo Job para
estar ya en el Estrecho, tener que volver a Río de Janeiro (4.000 kilómetros), y
no estrangular a Flores, que, por miedo al tiempo, o por el simple deseo de arruinar
el viaje, no quiso entrar en las aguas del canal. Un hurra por Pedro, socio.
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