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- La dosena campanada, fermoso mansebo: héteme aquí.
- Estamos en el siglo XXI, querido Sancho:
te queda algún tic trasnochado, pero tienen sabor. Anunciaba Sarmiento otra
calamidad (estando en Río), “y no la menor”, decía. Vamos con ello: “Los
marineros, no pudiendo más aguantar, se alteraron de manera que determinaron prender a Sarmiento y matarlo”.
Dice que apresó al cabecilla, y luego, acompañado de sus criados, “entró en el
navío y los halló puestos en arma, rebeldes y desvergonzados, queriendo huirse
con la nao. Y aunque les habló mansamente, no bastó. Hubo de acudir a la
fuerza, y metió mano a la espada llevándolos a todos debajo de cubierta a
cuchilladas, hiriendo al más atrevido, y, al piloto, que era la cabeza
disimulada, le dio una puñalada y lo prendió, y quedaron todos más blandos que
cera. Y al más delincuente desterró al fuerte San Vicente, y cuando los otros
pensaban que los había de castigar, los perdonó y los trató bien porque no era
tiempo de rigor sino de indulgencia, a riesgo de quedar solo y sin marineros,
considerando también que estaban desesperados”. ¿Cómo lo ves?
- Pues creo, compañeiriñu, que el sublime
atormentado estaba contra las cuerdas. En otras circunstancias habría rodado
alguna cabeza. Tuvo que comerse el sapo, aunque, ya tragado, vio con más
serenidad y comprensión el acto de rebeldía. Prueba de ello es que, ¡por primera
vez!, da un paso atrás, decidiendo buscar la salvación en España. Justifica su
sorprendente cambio de plan (motivos tenía de sobra y nadie habría luchado
tanto), pero seguro que sintió su orgullo profundamente herido. Así lo cuenta:
“Finalmente, viendo Sarmiento en el Brasil no haber remedio, y habiendo hecho
más de lo posible, con buen parecer del gobernador, Salvador Correa, y de todos
en general, determinó venir a dar cuenta a V. M. de lo hecho, para que mandase
proveer lo que más fuese de su real servicio en aquellas partes. Partió el 26
de abril muy indispuesto, pero siempre sobre cubierta, recelándose de los
marineros”. ¿Todo iba bien, secre?
- Tratándose de Sarmiento, docto abad, era
metafísicamente imposible. Atraviesa el océano, y “llegado Sarmiento a las
islas Azores, tres bajeles ingleses le cercaron y, tirándole algunos cañonazos,
fue preso sin poder resistir, y en la fragata inglesa les dieron tormentos con
fuego y garrotes, rompiéndoles las puntas y cabezas de los dedos de las manos
para que dijesen si traían plata o moneda”. Esto dará un vuelco total en la
vida de Sarmiento. A domani.
- Ya ves, piccolino: la brutalidad no era
monopolio español. Ciao.
Don Pedro Sarmiento de Gamboa, el glorioso
“Pupas de Indias”. Ya había alcanzado las Azores, entonces españolas, pero la
fatalidad le esperaba entre sus bellas islas (véase la 1ª foto). Por falta de
medios, había partido de Brasil en un pequeño e indefenso navío: fácil presa
para los bien armados piratas ingleses. La otra foto nos aclara dónde le
pillaron, porque él dice que fue entre la isla Tercera, la San Jorge y la
Graciosa. En ese preciso instante se le acabó para siempre toda posibilidad de
contacto con los pobres desgraciados atrapados en el Estrecho de Magallanes,
que, sin él, quedaron completamente abandonados, y a los que jamás olvidó. Qué
vergüenza para la administración española. Imposible entender por qué no se les
echó una mano desde el Río de la Plata o desde Chile. Quizá, dita sea, porque
no era “rentable”.
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