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- Gran placer, hijo mío, recorrer juntos las Indias de mi tiempo.
- Y qué diré yo: ir de la manita del que
todo lo observó en vivo y en directo. Contigo, querido Sancho, al fin del
mundo. Continuemos con don Alonso de Sotomayor. Le dejamos lamentándose al rey
de que los españoles le pagaran con críticas. Leamos más: “Habiendo tenido yo
siempre prósperos sucesos (éxitos en las durísimas guerras con los mapuches),
con excesivo trabajo, riesgo y gasto, el premio me lo quitaron de las manos. Y
proveyó V. M. que un letrado viniese desde Lima a tomarme residencia (investigarme).
Por lo que sería temeridad que yo agora me encargase nuevamente de aquella
guerra (el rey quería que lo hiciera), si no fuese disponiendo primero de todos
los medios necesarios, yendo yo antes a España para explicarlo, y no partir ya
a gobernar Chile”. No lo menciona, pero se diría que su principal intención era
conseguir a cualquier precio que su familia volviera al terruño. Y explica
más claramente la estrategia de lucha que ya propuso en otra carta: “Se ha de
acabar como la guerra de Granada, ocupándoles (a los indios) todas sus tierras
con muchas poblaciones”. Insiste en escurrir el bulto: “Y que el encargado
fuera persona de mediana edad y no esté tan quebrantado como yo, y con
seguridad del premio, pues no hay cosa que más ánimo dé que la esperanza de
honor y gratificación”. Se despide machacando obsesivamente en el mismo clavo: que
le deje el rey volver ¡ya! A España. Te dejo la 5ª y última carta, daddy.
- Grazzie mille, piccolino. Terminaremos
así con Sotomayor, porque es corta. La escribió desde Portobelo (20/7/1604). Se
muestra decepcionado porque no ha
llegado en el último galeón nadie que lo sustituya, siendo tan necesario que “fuera
yo a España (y dale) para informar a V. M. de todo lo de la guerra de Chile,
que es el negocio de más gravedad y peso que hay en las Indias, por pender dél,
no solo la restauración de aquel reino, sino la quietud del Pirú”. Explica de
nuevo la estrategia, ahora descarnadamente: “Aquella guerra se ha de acabar, o
consumiéndose los indios con muerte y destierro, u ocupándole sus tierras con
muchas poblaciones después de haberles dado grandes castigos. En los dos casos,
habrá grandes dificultades y muchos años de guerra. Por ningún caso me
encargaré de aquella guerra (vaya forcejeo) si no es dándome V. M. los medios
necesarios para que pueda acertar en su servicio, que es lo que más estimo en
esta vida. Y V. M. no los proveerá si no es oyéndome primero (más quemado que
la parrilla de un castañero), pudiendo así V. M. disponerlo todo de manera que
aquella guerra y sus asombros no le den
más cuidado”. Pues el bueno de Sotomayor se salió con la suya. Volvió a
España, le encargaron trajinar en la expulsión de los moriscos de Granada, y descansó en la paz del Señor en
1610. Visto para sentencia: recuperemos a Sarmiento. A domani.
- Y lo haremos justo en el momento en que se
largó Sotomayor, abandonando la gafada expedición de Pedro y Flores. Dolce volo
a Quántix, caro.
La bellísima Alhambra de Granada. Aunque
no lo son menos los Alcázares de Sevilla, donde siguen tal cual las
dependencias de “mi” Casa de la Contratación de Indias. Vayan y vean (les fago mersed
de tres fotos: 1.- La Alhambra. 2.- Alcázares de Sevilla. Y, ¡oh, oh, oh!, 3.-
El local de la Casa de Contratación). El rey, entonces Felipe III, dio orden
general de expulsar a los moriscos que quedaban en España. ¿Razones?; un explosivo
y heredado revoltijo de ellas: conflictos raciales, religiosos, políticos, envidias,
odios, maniobras de muchos “buitres” adinerados… Ni siquiera el monarca lo veía
claro, pero triunfaron los partidarios de medidas radicales. A Sotomayor le
correspondió desalojar a los de Granada, donde no quedaban muchos, unos 2.000
aproximadamente. Era el año 1610, el mismo en que murió el glorioso mutilado.
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