martes, 8 de marzo de 2016

(198) - ¡Las doce y sereenooo…! Qué bien vives, jubiloso jubileta. Te lo mereces. ¿Qué era lo peor del hormiguero del que escapaste?
      - Pues las muchas veces que estaba uno entre la espada y la pared. Ahora se me está poniendo cara de Buda. Me encanta su  sonrisa, que a veces se ve también en imágenes de la Virgen,  estatuas etruscas, griegas, egipcias… y hasta en la Gioconda. Es la la cara bonita de la vida: la cruz queda bien representada por nuestro atormentado Sarmiento. Te lo paso.
     - Gracias, gurú saltarín. Ya ibas camino de hablar a lo New Age. Prosiganos: Después de la avería que les hicieron los patagones, enterraron al soldado muerto y siguieron adelante “padeciendo lo que no se puede creer. Los heridos los llevábamos a vuelapié y algunos a cuestas (cómo precisa). Y hubo uno de los heridos que no quiso ir adelante, sino quedarse entre unos juncos a morir. Y con dolor de todos, no pudiendo hacer más, se quedó (da escalofríos). Y en todo este camino era ordinaria la murmuración contra Sarmiento, diciendo que iba errado. Y aunque lo oía, disimulaba y los animaba a seguir hasta la costa del Estrecho. Hubo algunos que se metían secretamente por los bosques y se quedaban a morir. Y Sarmiento puso pena de la vida (de muerte) al que viese a su camarada  huir y no diese noticia dello, con lo cual se reparó este mal”. Era tal el hambre, que vieron un árbol con frutos desconocidos de buen sabor, “y los soldados los comían como pan, de que a  muchos se les vino a hinchar la barriga a reventar”. Fue ya insoportable: todos dijeron que no podían aguantar más “y se querían quedar allí a esperar la  misericordia de Dios o morir. Quién podrá creer el sentimiento del gobernador viendo a sus compañeros, a quienes amaba como a sí mesmo, del todo faltos de confianza y desfallecidos. Y les habló animándolos y diciéndoles que pronto hallarían el navío. Y así, en amaneciendo, P. Sarmiento, con unos doce de su caso (sus fieles), partió dejando al resto, y antes de andar 200 pasos, descubrió un bajel que venía hacia nosotros”. Mandó aviso a los rezagados, “y (cómo cambia la cosa) se alegraron tan de veras que les bastó para poner ánimo, y se levantaron, y, unos a gatas y otros cojeando, vinieron a la playa, se abrazaron los unos a los otros, y supieron con gran alegría que el navío quedaba a tiro de arcabuz de allí”.  Los de la nao habían tenido problemas para no encallar, hasta que encontraron el fondeadero que Sarmiento conocía de su viaje anterior (el portugués resultó “piloto mal marinero”). Y añade: “Sobre lo cual hubo motines para matar al capitán, como se supo después”. Hace el balance de las bajas (6): el que mataron los patagones, tres muertos por las heridas que recibieron, uno al que tuvieron que abandonar, y otro que huyó desesperado. Ciao, caro.
     -Tenía el coraje inoxidable de los líderes natos. Sayonara, reverend.


     - Qué hermoso amanecer en el Estrecho de Magallanes. Pero Sarmiento = tormento. Se acaba de despertar sabiendo que solo le queda un cartucho: encontrar el navío que ha avanzado por el canal hasta el punto donde él y los suyos, que van a pie, han de juntarse para fundar otra población, porque así lo ordenó el rey (¡qué buen vasallo si oviese buen señor…!). Esta vez habrá suerte porque la nao estaba muy cerca, y les renace la esperanza. Como sé que te gusta el bricolaje filosófico, te pongo una foto de la sonrisa de Buda, el polo opuesto del torturado Sarmiento, hijo de una cultura (ay, la nuestra) siempre insatisfecha. ¿Qué te decían los mexicanos, baby?

     - Con frase popular, nos definen  cantinflescamente a los españoles como “coñidicentes, cejijuntos, barbados y eternamente enojados”.



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