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- Bonne nuit, mon bon ami. Precisa las fechas de las cartas.
- À ton service, mon doux patron. La carta
actual, que está a punto de terminar, la escribe Sarmiento en setiembre de
1590, ya liberado. Recordemos un dato. Decidió escribirle al rey para que le
canjearan por un preso francés. Pero sus captores le obligaron a cambiar el
enfoque definitivo: querían un rescate en dinero. Así lo redactó Sarmiento en
setiembre de 1589, y esta es la transcripción resumida. “Suplico a V. M. no le
espante la larga historia ni la mala letra (tenía que estar muy deteriorado:
dibujaba bien, y sin embargo la caligrafía es torpe; hasta las líneas van
decayendo). Suplico a V. M., por la llagas de Dios, haya piedad y me socorra
con la suma de 6.000 ducados y 4 caballos, que es el acuerdo que se ha
impuesto, y si pareciere dura cosa hacerme esta merced, declaro que no es mi
intención que se me den graciosos, sino prestados, y daré más cantidad en la
forma siguiente”. Te veo pensativo, sigue tú.
- Fíjate en una cosa, secre: Sarmiento es
el hombre más solo del mundo. Nunca habla de (ni recurre a) amigos, parientes,
o (pobrecito mío) esposa ni hijos. No tiene más que a Dios y al Rey (a quienes
se entrega en cuerpo y alma), si exceptuamos las ayudas que ha ido consiguiendo
de algunos funcionarios o de personas importantes que se han cruzado en su camino,
y esto porque él mismo es un hombre público de gran relieve. Tuvo antes los
criados que le acompañaban, e incluso un esclavo negro que le salvó de
ahogarse. Y más ná. Solo quiere que le rescaten, y renuncia a todo lo que el
rey le debe. Hace convincente y patéticamente el balance: sin contar los 4.000
ducados que gastó en el viaje al Estrecho (“amén de las veces que ha puesto en
peligro su vida”), se le deben 23.000 ducados. “De esa suma, solo quiero la que
me bastará para salir de cautividad, y del resto yo hago servicio a V. M.
espontáneamente haciéndome merced de pagarme esta suma de 6.000 escudos y los
cuatro caballos (el escudo valía algo menos que el ducado)”. Es para mesarse
los cabellos. Me pongo malo.
- Tú ya lo sabías como nadie, querido funcionario
real. Los que iban a Indias fueron
“abusadores”, pero al mismo tiempo muy explotados por el rey y la corte. De ahí
que escribieran tantas cartas lastimeras. Salvo algunos mimados por la fortuna
(Cortés, Pizarro…), casi todos eran, simplemente, carne de cañón. Termina
Sarmiento añadiéndole al rey que se podía quedar, de ser necesario, con las
rentas que tenía en Perú; tampoco reclama su salario como Gobernador del
Estrecho, “porque son de los frutos de aquella tierra, donde no hay agora
ninguno, sino muchos trabajos (incluso la situación allá de “sus” colonos” era
mucho peor de lo que se imaginaba). Insiste en que en Francia lleva preso casi
tres años. Le suplica la ayuda “como padre y señor mío”. Termina así: “Deste castillo infernal, 27 de
setiembre de 1589”. Hasta mañana, cósmico ectoplasma.
- Daremos fin a la otra carta de este
olvidado héroe. Sayonara.
Veamos en el mapa, querido socio, el
patético recorrido de Sarmiento. Los piratas le llevan preso a Plymouth. Él,
que solo sabe latín, lo llama Plemua. No le riñas: lo mismo le pasaba a Felipe
II, y eso que se casó con Mary Bloody, a quien sucedió su virginal (?)
hermanastra, Isabel, que le recibió afablemente en Londres a Sarmiento, y le
dejó libre, y… Vuelve eufórico hacia España. Pasa por Calais, se desvía un poco
hacia Dunquerque por si hay algún despacho para el rey. Visita al embajador
Mendoza en París, recibe su ayuda y no hace caso de un sabio consejo: que
siguiera el viaje por mar. Tiene prisa. Pasa de largo Burdeos y, a solo unos
kilómetros de la frontera española, lo apresan los hugonotes, acrecentados en
el odio que vienen arrastrando desde la matanza parisina de la noche de San
Bartolomé, ya lejana pero inolvidable. Pedro ansiaba recuperar la libertad;
pues bien: lo tienen encerrado y cubierto de miseria en un castillo de Mont de
Marsan casi tres años. Es la historia de su constante sin vivir.
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