viernes, 11 de marzo de 2016

(201) – Alegría verte, puntual ectoplasma. Encárgate tú hoy de hacer la crónica del gran Sarmiento. Volvía hacia el Estrecho.
     - Qué bien se está contigo en la terracita, generoso sumiller. Me encanta tu bodega. Pues bien; a lo que estamos: Pedro sale de una y se mete en otra de campeonato, como si todo el Olimpo estuviera contra él. Y ya que lo describe como un Homero hispánico, lo voy a dejar casi tal cual (téngase en cuenta que el que habla es un  veteranísimo marinero curado de espantos): “Partió Pedro Sarmiento de Río de Janeiro en tiempo trabajoso, por el amor que tenía de socorrer a sus compañeros, y tuvo una tormenta que fue juzgada la más terrible que hubiésemos visto, que todos los elementos andaban hechos un ovillo, y comenzó con un trueno y rayo que quebró sobre nuestras cabezas, tan bajo y horrible que pareció abierto el mar en un abismo de fuego, quedando todos atronados, y mirándonos unos a otros no nos conocíamos (es cómico porque uno los ve como zumbados), y cada ola nos comía, y una nos encapilló (¡oh!) por la parte siniestra de la popa, y metió el bordo de la diestra medio puente debajo de la mar. Y fueron tan terribles los golpes de mar que reventaron los barraganetes (pieza superior de las cuadernas) y los abrió. Con cablotes de hierba (maromas) que echamos por debajo del navío y los ligamos por encima con tensores, y garrotes a fuerza de cabestrantes, pudimos continuar”. Pero, hijo mío, “tó pa ná”: los tormentosos vientos contrarios los devolvieron a Río de Janeiro ¡52 días después! Y allí se encontró Sarmiento otra “deliciosa” sorpresa: también había regresado, sin poder entrar en el Estrecho, la nao que envió con auxilios para los colonos: “De lo cual Pedro Sarmiento pensó reventar de enojo, pero considerando que no tuvieron culpa, conformóse con la voluntad de Dios, cuyas obras y secretos son maravillosos e incomprensibles (la mismísima reacción que el santo Job)”. ¿Dificultades?: pues se solucionan sobre la marcha con ingenio. Se pusieron de inmediato a reparar la nave, y al no tener clavazón, la cogieron de un navío anegado, haciendo clavos nuevos con el hierro de los viejos. Tuvo que esperar el envío de más material: “Venida la brea, faltaba grasa y aceite para ella, por lo que Pedro Sarmiento dio orden a los marineros de matar alguna ballena, y mataron dos en el puerto, de las que se sacó lo necesario. Entre estas calamidades, sucedió otra (¿más todavía?) a Pedro Sarmiento, y no la menor”. Veremos que será el gran giro de la historia. Dorme bene, piccolino.    
     - Yo creo, Sancho, que estos escritos que le envió al rey fueron uno de los pocos desahogos que obtuvo de tan trágica empresa. Ciao, reverendo.


     El sufrido Pedro Sarmiento no lograba levantar cabeza. Todo se desbarataba en un encadenamiento fatal de dificultades que no podían suprimir su empeño de acero, heroico pero inútil. Recordemos que llegó al Estrecho y el cobarde Flores le hizo volver a Río de Janeiro. Consiguió, por fin, entrar de nuevo en el canal y fundar dos ciudades. Una fatal corriente lo arrastra una vez más a Río, desde donde envía una nao con provisiones para los desesperados colonos aislados en las gélidas tierras de Patagonia, y él sube hasta Recife para obtener mas pertrechos, con los que, una vez más, pone rumbo a la zona austral. Una tormenta le obliga a regresar a Río, y allí se encuentra con la nao que tenía que haber ido a auxiliar a los colonos y tampoco pudo, por culpa de las tormentas. Sarmiento se desespera pensando en la suerte de la pobre gente abandonada en el fin del mundo. Dejémosle en Río de Janeiro, ajeno ya a su belleza y  buscando una solución para el enorme embrollo en que está metida toda la expedición. Y ocurrirá lo peor.


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