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- Querido hijo mío: es necesario que acompañemos a Pedro Sarmiento en su triste
peregrinar. El abandono de Alonso de Sotomayor fue otro mazazo, y Flores
continuó a regañadientes.
- Así es, reverendo padre; volvamos adonde
estábamos. Pedro reaccionó como siempre,
derecho sin desmayo hacia el objetivo. “Partió don Alonso al Río de la
Plata. Partimos nosotros otro día para
el Estrecho, con gran tristeza de Diego Flores y los de su bando, con solas dos
naos y tres fragatas, de 23 (!) que habíamos sacado de Sanlúcar, y navegamos
hasta la mesma boca del Estrecho, adonde llegamos a principios de febrero. Y en
todo el viaje, aunque le saludaba a Diego Flores, nunca le respondió; de lo que
P. Sarmiento se reía y pasaba por ello como por niñerías, a trueco de que se
hiciese la voluntad de V. M.”. Con la excusa de que los vientos impedían la
entrada al Estrecho, dijo: “Yo me vuelvo al Brasil; sígame quien quisiere. Y P.
Sarmiento le respondió que por experiencia sabía que el viento iba a calmar,
que no hay perdón donde no se hace lo posible, ni valen ignorancias crasas, ni
se merece palma sin certamen. Acuérdese que en España hacía donaire (risa)
despreciando a los que habíamos pasado el Estrecho, y algunos van aquí (lo que
prueba que los de aquel viaje anterior seguían confiando en él) y con un solo y
pequeño bajel lo han hecho, no siendo más de acero ni inmortales que vuesa
merced, y cuanto más caballero, más obligación se tiene a ser constante en los
casos arduos”. Nada que hacer: Flores se largó. Sigue con el drama, caro Sancio.
- Lástima no haber estado allí para
excomulgar a ese bellaco. Lo malo es que todos le siguieron a Flores, y hasta
Sarmiento, a pesar de su tenacidad, tuvo que hacerlo porque sus oficiales se le
amotinaron (no arriesgaron mucho con su rebeldía porque el que mandaba era
Flores). El “jefazo” siguió durante la vuelta a Brasil con sus arbitrariedades
(no olviden vuesas mersedes la mala opinión que también tenía de él Sotomayor).
En el puerto de San Vicente toparon con dos de las tres naos del pirata Edward
Fenton (ya hablamos de este malandrín). Se liaron todos a cañonazos, yéndose a
pique la nao Begoña, pero hicieron huir a los ingleses. Siguieron sin control
las corruptelas de los que compraban cosas para mercadear. Se fueron hacia Río
de Janeiro sabiendo que el rey había enviado allí suministros destinados al
Estrecho. Sarmiento se pone lírico (y pelota): “Cuatro naos que V. M. nos
enviaba, cargadas de todo género de bastimentos, como monarca y señor y más que
padre de todos, y con entrañas de santo, a quien Dios inmenso guarde muchos
años y después le dé cielo, como sus santas obras merecen”. Para eterna
vergüenza de nuestra historia, el rey no hizo nada por socorrer después a los
que, como veremos, iban a morir allá
totalmente abandonados. Ciao.
- No es extraño que se exalte Sarmieno al
hablar de esos refuerzos que acababan de llegar esta vez desde España: ten en
cuenta que fue una inmensa alegría para
este santo Job. A rivederci, Sancio.
Nunca caigas en la superstición, hijo mío;
no por pecaminosa, sino porque es una ridiculez. Pero hasta yo mismo voy a
terminar por creer que Sarmiento estaba gafado. Vamos a ver que el resto de su
vida fue un tormento detrás de otro. Fíjate: acaba de alcanzar, ¡por fin!, el
Estrecho, y el berzas de Flores hace volver toda la expedición a Brasil. Bueno:
aprendamos geografía. Llegan al puerto de San Vicente, que está en la costa de
Sao Paulo, y tienen una batalla naval con los piratas, a los que hacen salir a
todo trapo de esa preciosa bahía que vemos, tan original y resguardada que abraza
una isla dentro. Sepan vuesas mersedes que se trata de la primera población que
fundaron los portugueses en Brasil, en 1532, y que le pusieron el nombre del
patrón de Lisboa. ¡Ah!, y que nadie lo confunda con el de Paúl: el San Vicente brasileiro
(del siglo IV) es un mártir nuestro, y, más precisamente, aragonés (o sea,
doblemente terco).
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