miércoles, 2 de marzo de 2016

(192) - Querido hijo mío: es necesario que acompañemos a Pedro Sarmiento en su triste peregrinar. El abandono de Alonso de Sotomayor fue otro mazazo, y Flores continuó a regañadientes.
     - Así es, reverendo padre; volvamos adonde estábamos. Pedro reaccionó como siempre,  derecho sin desmayo hacia el objetivo. “Partió don Alonso al Río de la Plata. Partimos nosotros otro  día para el Estrecho, con gran tristeza de Diego Flores y los de su bando, con solas dos naos y tres fragatas, de 23 (!) que habíamos sacado de Sanlúcar, y navegamos hasta la mesma boca del Estrecho, adonde llegamos a principios de febrero. Y en todo el viaje, aunque le saludaba a Diego Flores, nunca le respondió; de lo que P. Sarmiento se reía y pasaba por ello como por niñerías, a trueco de que se hiciese la voluntad de V. M.”. Con la excusa de que los vientos impedían la entrada al Estrecho, dijo: “Yo me vuelvo al Brasil; sígame quien quisiere. Y P. Sarmiento le respondió que por experiencia sabía que el viento iba a calmar, que no hay perdón donde no se hace lo posible, ni valen ignorancias crasas, ni se merece palma sin certamen. Acuérdese que en España hacía donaire (risa) despreciando a los que habíamos pasado el Estrecho, y algunos van aquí (lo que prueba que los de aquel viaje anterior seguían confiando en él) y con un solo y pequeño bajel lo han hecho, no siendo más de acero ni inmortales que vuesa merced, y cuanto más caballero, más obligación se tiene a ser constante en los casos arduos”. Nada que hacer: Flores se largó. Sigue con el drama, caro Sancio.
     - Lástima no haber estado allí para excomulgar a ese bellaco. Lo malo es que todos le siguieron a Flores, y hasta Sarmiento, a pesar de su tenacidad, tuvo que hacerlo porque sus oficiales se le amotinaron (no arriesgaron mucho con su rebeldía porque el que mandaba era Flores). El “jefazo” siguió durante la vuelta a Brasil con sus arbitrariedades (no olviden vuesas mersedes la mala opinión que también tenía de él Sotomayor). En el puerto de San Vicente toparon con dos de las tres naos del pirata Edward Fenton (ya hablamos de este malandrín). Se liaron todos a cañonazos, yéndose a pique la nao Begoña, pero hicieron huir a los ingleses. Siguieron sin control las corruptelas de los que compraban cosas para mercadear. Se fueron hacia Río de Janeiro sabiendo que el rey había enviado allí suministros destinados al Estrecho. Sarmiento se pone lírico (y pelota): “Cuatro naos que V. M. nos enviaba, cargadas de todo género de bastimentos, como monarca y señor y más que padre de todos, y con entrañas de santo, a quien Dios inmenso guarde muchos años y después le dé cielo, como sus santas obras merecen”. Para eterna vergüenza de nuestra historia, el rey no hizo nada por socorrer después a los que, como veremos,  iban a morir allá totalmente abandonados. Ciao.
     - No es extraño que se exalte Sarmieno al hablar de esos refuerzos que acababan de llegar esta vez desde España: ten en cuenta que  fue una inmensa alegría para este santo Job. A rivederci, Sancio.



     Nunca caigas en la superstición, hijo mío; no por pecaminosa, sino porque es una ridiculez. Pero hasta yo mismo voy a terminar por creer que Sarmiento estaba gafado. Vamos a ver que el resto de su vida fue un tormento detrás de otro. Fíjate: acaba de alcanzar, ¡por fin!, el Estrecho, y el berzas de Flores hace volver toda la expedición a Brasil. Bueno: aprendamos geografía. Llegan al puerto de San Vicente, que está en la costa de Sao Paulo, y tienen una batalla naval con los piratas, a los que hacen salir a todo trapo de esa preciosa bahía que vemos, tan original y resguardada que abraza una isla dentro. Sepan vuesas mersedes que se trata de la primera población que fundaron los portugueses en Brasil, en 1532, y que le pusieron el nombre del patrón de Lisboa. ¡Ah!, y que nadie lo confunda con el de Paúl: el San Vicente brasileiro (del siglo IV) es un mártir nuestro, y, más precisamente, aragonés (o sea, doblemente terco).


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