viernes, 18 de marzo de 2016

(208) – Despidámonos, pues, del gran Pedro Sarmiento, querido revuelvelegajos, pero no sin una última pincelada: proseguid, amanuense.
     - Con vuestra venia, reverendo abad. En 1591, probable año de su muerte, un viejo amigo suyo, Enrique Garcés, también veterano de Perú, hizo una traducción de Petrarca. El sorprendente Pedro le dedica una brillante poesía celebrando su trabajo literario, en la que llaman la atención dos cosas: su extraordinaria cultura clásica y el gran afecto que siente por Garcés. Esto último hace todavía más enigmático el misterio de su vida sentimental. Los versos están llenos de alusiones literarias y míticas: Eolo, Parnaso, Petrarca, Calíope, Talía, Helicona, Hipocrene, Píndaro, Apolo, Alejandro Magno, Marte, Neptuno y Belona. Digamos adiós (o hasta siempre) al inigualable Sarmiento  recogiendo los versos finales, que hablan de sí mismo: “Perdonad, buen Garcés, mi atrevimiento, / Recibid chico don de pobre mano. / Años ha que conoces de Sarmiento / Ser más descubridor que cortesano, / Tiempo fue en que templaba al Mantuano (¿“adoraba”? a Virgilio), / Mas ya me dieron jaque deste asiento / Marte y Neptuno, y otro impedimento, / Que es vejez, que madura lo temprano. / Dicen que no embotó lanza la pluma / En mí no veo al menos tal milagro: / Belona es a Minerva inconveniente, / No hay cosa que el desuso no consuma, / Que no produce sin cultura el agro”. Rindámosle un final honor dejando constancia de que el gran Cervantes, al hablar de los literatos de Indias, recogió este melancólico poema de Sarmiento, prueba evidente de que el buen Pedro también  brillaba en el campo literario. Digamos, al estilo romano: “TIBI ETERNA GLORIA, ET SIT TIBI TERRA LEVIS”.
     - Bien rematada la faena, docto jubileta, deseándole eterna gloria y que la tierra le sea ligera. Es una pena tener que abandonarlo. Sin embargo,  es necesario aún hablar de lo que sucedió en el Estrecho, e incluso contrastar las cartas del este divino impaciente con otros testimonios. Ya sabemos que el corsario Cavendish pasó por allí en 1587. Dos inviernos criminales  habían dejado a más de 300 pobladores, que no tenían ningún barco ni recibieron ayuda desde el cercano Río de la Plata,  en solo 18 supervivientes (es la cifra que da uno de ellos). El pirata dandy muestra buena voluntad y se ofrece a rescatarlos; por honor o desconfianza, la mayoría se niega. Tres aceptan, pero Cavendish, por aprovechar un viento favorable, deja en tierra a dos rezagados, alcanzando el barco solamente Tomé Hernández, que nos contará muchas cosas. Año 1589: el pirata Merrick  (¿y tú dónde estabas, Felipe II?) recogió a un español rematadamente loco tras dos años de absoluta soledad; murió en el barco. Hay otros españoles de la expedición de Sarmiento que siguieron vivos porque la dejaron antes de la llegada al Estrecho y narraron la historia del viaje hasta el momento de su abandono. Pero ¡el único! de toda aquella locura que vivió para contar la película entera fue Tomé Hernández. Nos visitará mañana y nos irá dando una versión fiable y clara. Bye, my little heart.
     - Al llegar a Quántix, Sancho, exprésale a Sarmiento mi admiración.  



     En cuanto te descuidas, ¡zas!, tropiezas con algún brillante personaje del que nada sabías. Déjame contarlo. Enrique Garcés, el amigo de Pedro Sarmiento, algo mayor que él y traductor de Petrarca, nació en Lisboa, estudió en España, fue buen literato y, qué cosas, experto en minas. Conocía lo más novedoso de la técnica del uso del mercurio en la extracción de oro y plata. Para gloria suya, descubrió las minas peruanas de Huancavelica, tan importantes que durante muchos años proporcionaron el imprescindible mercurio a todas las Indias (y también para su deshonra, porque la explotación fue catastrófica para los nativos). Llegó a Perú en 1559, y, al menos desde entonces, fue gran amigo de Sarmiento, coincidiendo también en España el año 1591, cuando el simpar gallego le agasajó con un poema por su traducción de Petrarca. Es probable que ambos fueran solterones, porque se dice que Garcés tomó ya mayor hábitos de clérigo. Tuvo, como Sarmiento, la suerte de que Cervantes le dedicara unos versos. He aquí una parte: “De un Enrique Garcés, que al piruano / reino enriquece, pues con dulce rima, / con sutil, ingeniosa y fácil mano, / a la más ardua empresa en él dio cima, / pues en dulce español al gran toscano (Petrarca) / nuevo lenguaje ha dado y nueva estima, / ¿Quién será tal que la mayor le quite, / aunque el mesmo Petrarca resucite?”. Ahí va una foto del mapa de Huencavelica, y otra que muestra la ciudad.


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