martes, 22 de marzo de 2016

(212) – Me alegra mucho, peripatético cronista,  que hayas sacado a escena a Tomé Hernández. Su información es muy valiosa.
     - Así es, tierno abad; se merece, además, un puesto rumboso en la historia de Indias; sufrió lo indecible. Conocíamos que Pedro volvió a Nombre de Dios, pero no toda su intención. Tomé dice: “Al cabo de dos meses, estando la gente pacífica en Rey Don Felipe (las decapitaciones hacían milagros), Sarmiento se embarcó con los marineros y 10 soldados, y dijo que iba por la demás gente para juntarla con estotra y pasar luego a Chile por bastimentos, y nunca más volvió (recordemos que la culpa fue del destino, no de Pedro)”. Las cuatro últimas palabras cierran dramáticamente todo contacto futuro con Sarmiento. El único cronista de lo que pasó después en el Estrecho será Tomé, y nos cuenta lo que nadie sabía en España. Se quedaron como astronautas perdidos en el infinito espacio. Y sigue: “Después llegó a pie la gente que había quedado en Nombre de Jesús, y dieron aviso de que, a causa de un temporal muy grande, Sarmiento  había picado el cable del navío y no tuvieron más nueva dél”. Eso es lo que desde tierra vieron, aunque aquí hay que creerle a Sarmiento cuando dice que había prohibido cortar el cable pero alguien lo hizo. Lo que nunca supo esta gente es la tremenda lucha que Pedro tuvo en sus fracasados intentos de volver con ayuda. Se encontraban desesperados y sin saber hacia dónde ir, como pollos  sin cabeza. Andrés de Viedma, que estaba al mando, “al ver que se quedaban sin comida, envió a la costa a mariscar a 200 soldados y a que mirasen si aparecía algún barco”. El primer invierno se fue, “pero por miedo a no poder resistir otro, y viendo que la gente se iba muriendo de hambre, hicieron dos barcas, con 50 hombres que quedaban vivos y 5 mujeres españolas, para ir a Nombre de Jesús”. Viedma cambió de idea a mitad de camino, y se volvió con 20 soldados al fuerte Don Felipe, dejando al resto donde estaban. “Y este declarante, y otros 30 hombres con él y 5 mujeres anduvieron todo el invierno por allí mariscando, y de noche se recogían en los bohíos (indigenismo: cabaña) que hacían. E yendo ya reconociendo el verano, les envió llamar el capitán Viedma. Y de la gente que había quedado con este declarante, se juntaron por todos 15 hombres y 3 mujeres, siendo muertos los demás de hambres y enfermedades por la aspereza y esterilidad de la tierra”.
     - Ya ves, querido escribano: los dos inviernos, uno tras otro, fueron diezmando a los españoles. Tomé, con la poca gente que le quedaba, se pone en fúnebre marcha hacia Don Felipe; nos lo sigue contando: “Y fueron caminando, y por el camino hallaban muchos cuerpos muertos, que eran de los españoles que el capitán había mandado partir de Don Felipe. Y pasada la punta de San Jerónimo, descubrieron tres navíos que venían embocando por el Estrecho”. Pero, maldita sea, no eran del rey. Qué vergüenza. Ciao.
     - Y, mientras tanto, Sarmiento, tres años encaneciendo y perdiendo los dientes en una pútrida cárcel francesa. Mala peste para Felipe II. Bye, my dear.


     - Pongamos, querido secretario, en honor del olvidado héroe Tomé Hernández, una foto de su patria chica, Badajoz. Y aclara por qué se les llama pacenses a los de esa tierra, sin irte por las ramas como aquel camarero al que le preguntaste allí su sentido y te respondió: “Buena pregunta: no tengo ni idea”.

     - Ahora ya me lo sé, profe. Viene de que el antiguo nombre de Badajoz, en tiempos de Augusto, era “Civitas Pacensis”. En la foto se ve el coqueto ayuntamiento (que Tomé no conoció) y la catedral (esta la vio tal cual). Hay otro dato curioso. Sarmiento fue a encontrarse con Felipe II en Badajoz (el rey vendría de la cercana Lisboa). Fue  allí donde consiguió la licencia para su loca aventura, y me temo que al mismo tiempo reclutaría al jovencísimo Tomé, tras emborracharle de sueños. Y como no paramos, sabio abad, diremos que hemos encontrado dos datos importantes. Uno falso, porque Sarmiento no está enterrado en Sanlúcar, como se dice, sino que se trata de Pedro Ribera Sarmiento, un marinero fallecido bastante después de 1592, año de la muerte de nuestro héroe. Otro, cierto: el hiperactivo Pedro Sarmiento de Gamboa empezó a ejercer ese  mismo año como almirante en la flota de los galeones que protegía a las naos de Indias, y lo hacía bajo las órdenes del general lequeitiano Juan Uribe de Apallúa. El envejecido y deteriorado Pedro tardó poco en morir, pero eso sí, al pie del cañón junto al puerto de Lisboa, y con profunda tristeza en el alma, sin duda, porque entonces ya conocía el catastrófico final de los españoles que fueron con él al Estrecho de Magallanes. Aquella terrible aventura merece como pocas un recuerdo oficial en los anales de la Historia.


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