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– Vamos allá, primoroso pendolista. El final de la carta de setiembre de 1590
deja claro que el rey había pagado el rescate y Sarmiento quedaba
definitivamente libre.
- Así fue, sabio abad. Aclara que aceptó
las condiciones de los hugonotes “por no ser echado en el río, como hacían a
otros sus naturales cada día. Y, por no perecer miserablemente entre herejes y
ver si podía hacer algún servicio a Dios y a V. M., os supliqué humildemente me
redimieseis. Y V. M., no por mis méritos, que son ningunos, sino por su
admirable liberalidad, largueza y misericordia, tuvo por bien socorrerme y
sacarme de aquel infierno”. Yo diría que tanto agradecimiento no era solo coba;
es posible que el rey pagara el rescate sin la mezquindad de borrar lo que se
le debía.
- Pero queda otro detalle patético,
ilustre cronista. La carta, que la escribió estando en el Escorial, incluye un
añadido impresionante, porque, aunque con sibilina retórica, le exige al rey
que asista a los desgraciados del Estrecho, ¡y se ofrece él mismo a acudir en
su ayuda! (no tiene remedio nuestro héroe). Resumen de su misiva: “Vuestra
Majestad Católica está obligado en conciencia (!) a socorrer a sus vasallos que
están en aquellas partes (el Estrecho), de cuyo servicio resultarán muy grandes
aprovechamientos -que excederán a los gastos presentes- en lo que toca a las
Indias del mar del Sur (el Pacífico),
Molucas y Filipinas. Y para la ejecución
dello, si este flaco vasallo de V. M. sirviere de algo, non recuso
laborem, lo cual con alegre rostro y la pronta voluntad de siempre, y más agora
que es más necesario, abrazaré hasta lo acabar, o la vida, habiendo de dar yo solo
la cuenta dello; que cierto no conviene al servicio de V. M. dar cuenta de
faltas ajenas (ante todo, el prestigio de España), pudiendo apenas darla de las
mías. Y seguiré la voluntad de V. M.; suplicando, con todo, por la sangre de
Nuestro Señor Jesucristo, que se acuerde de aquellos pobres vasallos, y no se
contente hasta los poner en firmeza y espantar a los enemigos de Dios y de V.
M. cerrando aquel paso (del Estrecho), a lo cual yo me ofrezco. Esto suplico
con tanta instancia porque me obliga la conciencia; y después de habérselo
significado a V. M., queda sobre la de Vuestra Majestad (la madre que nos
parió, pequeñín), a quien Dios dé muy larga vida, con aumento de monarquía para
su santo servicio, y después el cielo. Amén”. ¿Cómo lo ves, secre?
- Es desgarrador, querido Sancho. Sobre
todo porque el rey ya sabía desde 3 años antes que todos los colonos, salvo una
escasa decena, habían muerto, tras dos años desconectados de Sarmiento.
Faltando él, nadie se hizo cargo de la situación, quizá confiando el rey en que
se valdrían por sí mismos. Y si Sarmiento lo desconocía en setiembre de 1590, quizá
fuera porque acababa de pisar tierra española tras su liberación. Para mayor
desgracia, a él, perpetuo optimista, solo le quedaba un año de vida. Un brindis
por el gran sufridor. Ciao.
- Oiremos también las palabras de un
superviviente. Dorme bene.
En la foto, Thomas Cavendish (Candi, que
decía Sarmiento). Es otro elegante ejemplar de la plantilla de piratas dandys
que tenía la temible Isabel de Inglaterra. Nada que ver con el zarrapastroso patapalo
John Silver de “La isla del tesoro”. Viene a cuento el pollo pera porque pasó
por el Estrecho en 1587, y solo encontró a unos pocos colonos en Ciudad de Rey
Don Felipe, a la que cambió de nombre llamándola, no sin razón, Puerto del
Hambre (qué tragedia). Por diversas razones, solo se embarcó con él un tal Tomé
(o Tomás) Hernández, del que veremos una breve declaración sobre el fracaso del
proyecto del Estrecho. Sarmiento supo del viaje de “Candi”; pero en 1590,
cuando quedó libre de los hugonotes, nada conocía del espantoso final. Él
murió, casi con certeza, en 1591, y Cavendish también, con solo 32 años,
dejando un bonito cadáver antes de llegar al Estrecho en una nueva expedición.
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