jueves, 17 de marzo de 2016

(207) – Vamos allá, primoroso pendolista. El final de la carta de setiembre de 1590 deja claro que el rey había pagado el rescate y Sarmiento quedaba definitivamente libre.
     - Así fue, sabio abad. Aclara que aceptó las condiciones de los hugonotes “por no ser echado en el río, como hacían a otros sus naturales cada día. Y, por no perecer miserablemente entre herejes y ver si podía hacer algún servicio a Dios y a V. M., os supliqué humildemente me redimieseis. Y V. M., no por mis méritos, que son ningunos, sino por su admirable liberalidad, largueza y misericordia, tuvo por bien socorrerme y sacarme de aquel infierno”. Yo diría que tanto agradecimiento no era solo coba; es posible que el rey pagara el rescate sin la mezquindad de borrar lo que se le debía.
     - Pero queda otro detalle patético, ilustre cronista. La carta, que la escribió estando en el Escorial, incluye un añadido impresionante, porque, aunque con sibilina retórica, le exige al rey que asista a los desgraciados del Estrecho, ¡y se ofrece él mismo a acudir en su ayuda! (no tiene remedio nuestro héroe). Resumen de su misiva: “Vuestra Majestad Católica está obligado en conciencia (!) a socorrer a sus vasallos que están en aquellas partes (el Estrecho), de cuyo servicio resultarán muy grandes aprovechamientos -que excederán a los gastos presentes- en lo que toca a las Indias del mar del Sur  (el Pacífico), Molucas y Filipinas. Y para la ejecución  dello, si este flaco vasallo de V. M. sirviere de algo, non recuso laborem, lo cual con alegre rostro y la pronta voluntad de siempre, y más agora que es más necesario, abrazaré hasta lo acabar, o la vida, habiendo de dar yo solo la cuenta dello; que cierto no conviene al servicio de V. M. dar cuenta de faltas ajenas (ante todo, el prestigio de España), pudiendo apenas darla de las mías. Y seguiré la voluntad de V. M.; suplicando, con todo, por la sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que se acuerde de aquellos pobres vasallos, y no se contente hasta los poner en firmeza y espantar a los enemigos de Dios y de V. M. cerrando aquel paso (del Estrecho), a lo cual yo me ofrezco. Esto suplico con tanta instancia porque me obliga la conciencia; y después de habérselo significado a V. M., queda sobre la de Vuestra Majestad (la madre que nos parió, pequeñín), a quien Dios dé muy larga vida, con aumento de monarquía para su santo servicio, y después el cielo. Amén”. ¿Cómo lo ves, secre?
     - Es desgarrador, querido Sancho. Sobre todo porque el rey ya sabía desde 3 años antes que todos los colonos, salvo una escasa decena, habían muerto, tras dos años desconectados de Sarmiento. Faltando él, nadie se hizo cargo de la situación, quizá confiando el rey en que se valdrían por sí mismos. Y si Sarmiento lo desconocía en setiembre de 1590, quizá fuera porque acababa de pisar tierra española tras su liberación. Para mayor desgracia, a él, perpetuo optimista, solo le quedaba un año de vida. Un brindis por el gran sufridor. Ciao.
     - Oiremos también las palabras de un superviviente. Dorme bene.



     En la foto, Thomas Cavendish (Candi, que decía Sarmiento). Es otro elegante ejemplar de la plantilla de piratas dandys que tenía la temible Isabel de Inglaterra. Nada que ver con el zarrapastroso patapalo John Silver de “La isla del tesoro”. Viene a cuento el pollo pera porque pasó por el Estrecho en 1587, y solo encontró a unos pocos colonos en Ciudad de Rey Don Felipe, a la que cambió de nombre llamándola, no sin razón, Puerto del Hambre (qué tragedia). Por diversas razones, solo se embarcó con él un tal Tomé (o Tomás) Hernández, del que veremos una breve declaración sobre el fracaso del proyecto del Estrecho. Sarmiento supo del viaje de “Candi”; pero en 1590, cuando quedó libre de los hugonotes, nada conocía del espantoso final. Él murió, casi con certeza, en 1591, y Cavendish también, con solo 32 años, dejando un bonito cadáver antes de llegar al Estrecho en una nueva expedición.


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