sábado, 29 de junio de 2019

(Día 870) Carlos V se irritó sobremanera al saber que Diego de Almagro había sido ejecutado. Ordenó que se enviara un juez a Perú para castigar a los culpables, y fue elegido Cristóbal Vaca de Castro. Había sospechas de que estaba sobornado por Hernando Pizarro.


     (460) Las  noticias que le llevó al Rey Núñez de Mercado tuvieron que irritarle sobremanera, y es de suponer que se arrepentiría al instante de haberle  otorgado a Pizarro el título de Marqués. Cieza nos habla de su disgusto  “Cuando el Emperador supo la muerte de D. Diego de Almagro, le pesó grandemente, y se tuvo por deservido por lo que había pasado, y por haber sido muerto con tanta crueldad un vasallo suyo tan leal, y mandó a los de su Consejo de Indias que hiciesen justicia sobre aquel caso”. Es de suponer que también el Rey se sintiera en parte  responsable de lo ocurrido, porque va a hacer ahora lo que podía haber hecho mucho antes: enviar a alguien con sumos poderes para zanjar el conflicto entre Pizarro y Almagro. Será la solución definitiva, pero, por llegar tarde el remedio, solo se consiguió que fuera efectivo tras varias guerras civiles, además de las ya habidas.
     Lo que va a contar Cieza ahora aclara muchos detalles importantes que nadie había mencionado. Como ya sabemos, también llegaron a España, con la misma intención de defender la memoria de Almagro, Diego de Alvarado, Diego Gutiérrez de los Ríos y Don Alonso Enríquez. No faltaron defensores de los Pizarro que hicieran lo mismo. Según Cieza, “para contar las cosas diferentemente de como habían pasado”. Los del Consejo de Indias, para contrastar las versiones, decidieron enviar a Perú a alguien con grandes poderes para que investigara los hechos. Escogieron al licenciado Cristobal Vaca de Castro. Adelantemos que no todo lo hizo bien, pero, contra la rebelión de Diego de Almagro el Mozo, acertó de lleno. Sin embargo, según Cieza, se rumoreó que iba vendido a los Pizarro: “Algunos dicen que Hernando Pizarro procuró, logrando el apoyo del cardenal Loaysa, que fuese él y que le encargaran las cosas del marqués Pizarro para que se mostrara favorable a sus negocios”.
     Fue, pues, escogido Vaca de Castro. Pero, además de sus amplios poderes, contaba con una orden asombrosamente previsora: “Si, por caso, durante el tiempo que estuviera allá, falleciese el marqués D. Francisco Pizarro, Su Majestad mandó darle una Cédula Real para que pudiese ser Gobernador e tuviese la provincia en gobernación como el mismo Marqués”. Vaca de Castro tenía asimismo orden de, a su paso por Panamá, someter a investigación judicial al doctor Robles, oidor de la Audiencia, “porque también habían ido a España algunas quejas sobre él”. Cieza, o no sabía o se callaba que quien envió esas quejas en una carta (antes de llegar a la Corte) fue Hernando Pizarro (como ya vimos), el cual, por saber que Robles intentaba procesarlo, evitó el paso por Panamá en su venida a España.
     Otro detalle nos muestra que el ambiente social posterior a la derrota y ejecución de Almagro era pésimo. Estaba empapado de rencores y desconfianzas: “Diego de Alvarado y otros escribieron a Diego de Almagro el Mozo e a Juan de Rada (enseguida convertidos en organizadores del asesinato de Pizarro) diciéndoles que el doctor Beltrán y otros oidores de los que estaban en el Consejo de Indias habían recibido (desde Perú) grandes presentes del Marqués Pizarro, por lo que se temía que Vaca de Castro no hiciera allí recta justicia. Y así, llegadas estas cartas, causó alguna turbación en el ánimo de los almagristas”.

     (Imagen) CRISTÓBAL VACA DE CASTRO será una figura clave en la guerra de Chupas. Nació hacia 1492 en Mayorga (Valladolid). Es poco lo que se sabe de su juventud. El apellido de su madre (Cabeza de Vaca) lo abrevió.  Se licenció en leyes. Hizo pronto un ‘carrerón’. Le nombraron Caballero de la  Orden de Santiago y tuvo un puesto en el Consejo Real. Por su propia valía, y por dudosas influencias, como la de Hernando Pizarro y el arzobispo de Sevilla García de Loaysa, el Rey le confió la honrosa y difícil misión de ir a Perú para poner fin a los conflictos entre pizarristas y almagristas (Almagro ya había sido ejecutado). Partió hacia América en 1540, teniendo un viaje muy accidentado hasta llegar a Perú. Hablé anteriormente demasiado bien de él. Aunque tuvo un éxito total en su lucha contra Diego de Almagro el Mozo, derrotándolo y ejecutándolo, dejó fama de ser muy avaricioso, y la mayoría de los cronistas lo indicaron. Con el tiempo, ha sido juzgado más favorablemente en este sentido, pero, en gran parte, gracias a la campaña de imagen que le hizo su hijo Pedro de Castro y Quiñones, arzobispo de Granada. Durante años, Vaca de Castro vivió lleno de amarguras. Todo empezó cuando llegó a Perú el Virrey Blasco Núñez Vela. Investigó sus posibles apropiaciones indebidas, y lo encarceló. Vaca de Castro tuvo la habilidad de huir y llegar a España, pero le sirvió de poco. Lo procesaron, y, además, con un trámite tan lento que permaneció preso casi once años. Logró una revisión final que le libró en 1556 de toda culpa, y, por mandamiento de Felipe II, fue readmitido en su antigua plaza del Consejo Real y en el cargo de oidor de Valladolid, abonándosele, además, todos los salarios acumulados durante el tiempo de su prisión. Murió en 1572, de manera que aún pudo disfrutar 16 años de honorable y placentera vida. Es una lástima que no escribiera sus memorias.



jueves, 27 de junio de 2019

(Día 869) Belalcázar y Andagoya estuvieron a punto de enfrentarse con las armas, pero el Cabildo reconoció como Gobernador únicamente a Belalcázar, quien mostró cierta hostilidad hacia Jorge Robledo. Por entonces fue nombrado Cristóbal Vaca de Castro para su misión en Perú.


     (459) Al saberlo Andagoya, tuvo que temblar por la próxima llegada del temible Belalcázar, pero, según cuenta Cieza, se sobrepuso como mejor pudo: “Procuraba conseguir amigos e favores para resistirle la entrada y tener de su parte a los regidores del  Cabildo de aquella ciudad, y, aunque todos le daban buena esperanza, deseaban ver ya a Belalcázar para, llegando, negar a Andagoya e pasarse a él. Belalcázar llegó a la ciudad de Cali, y, como si por las armas se hubiera de averiguar quién tenía mejor título para gobernar (se diría que Cieza pensaba en el pleito de Pizarro y Almagro), se pusieron en armas los dos, y estuvieron muy cerca de enfrentarse, pero, interviniendo algunos religiosos, se concertó que el gobernador Belalcázar presentase sus provisiones en el Cabildo, y, si le recibiesen, quedara admitido a la gobernación, y, si no, que la tuviera Andagoya. Vistas las provisiones, los del Cabildo lo recibieron como Gobernador y expulsaron del cargo a Andagoya, el cual, a los pocos días, fue apresado y llevado a la ciudad de Popayán”.
     Y va a entrar en escena otro que terminará destrozado por Belalcázar: “El gobernador Belalcázar escribió al capitán Robledo, y envió a tomar posesión de las ciudades de Cartago y Anserma a Pedro de Ayala. Cuando este llegó a Cartago, el capitán Jorge Robledo, que había repartido los caciques entre los conquistadores, determinó ir con los  españoles que quedaron sin repartimiento a descubrir tierras para darles indios. Fue a la villa de Anserma, desde donde le escribió cartas a Belalcázar, e supo que algunos, movidos de envidia, hablaban mal de él en presencia de Belalcázar, e que el mismo Belalcázar se alegraba, porque, como era de poco saber y bajo entendimiento, no sabía entender con prudencia a los que le iban con injustas informaciones”. Aunque Belalcázar era analfabeto, resulta chocante que, según Cieza, tuviese pocas luces. Quizá fuera principalmente un puro hombre de acción, poco dado a comprender a los demás, y, a veces, brutal, pero su prestigio de líder nato estaba muy consolidado.
     Jorge Robledo partió para su plan desde Anserma, llevando como Alférez al capitán Álvaro de Mendoza Carvajal. Cieza comenta que “era el principal caballero de los que andaban por aquella provincia, y hacía muchos años que servía a Su Majestad”. Y nos va a cambiar de tema: “Dejando las cosas de aquella gobernación en este estado, volveremos a la materia principal, y diremos cómo en España fue nombrado Gobernador del Perú el licenciado Cristóbal Vaca de Castro”.
     Se le nota a Cieza con ganas de meterse de lleno en el tema de las guerras civiles. Nos cuenta que, cuando ejecutaron a Almagro, no solo vino a España Diego de Alvarado con la idea fija de denunciar lo ocurrido, sino que hubo otro almagrista de relieve que reaccionó de la misma manera: “El alcalde (del Cuzco) Diego Núñez de Mercado, como siempre fue fiel amigo del Adelantado D. Diego de Almagro, después de que el Comendador (de la Orden de Santiago) Hernando Pizarro le hubo cortado la cabeza, salió con toda presteza y con la mayor disimulación que pudo, y embarcado en un navío se fue a Panamá, y, desde allí, se vino a la Corte de Su Majestad, y dio noticia de la batalla de las Salinas y de la muerte de Don Diego de Almagro, e de todo lo demás que había pasado en el Perú, como bien lo sabía por haber sido tercero (mediador) en todos los conciertos que había habido entre los dos gobernadores”.

     (Imagen) El investigador Julio Carmona Cerrato ha detectato un error curioso (caso bastante común en cuanto a los personajes de Indias). En Don Benito (Badajoz) le han dedicado una calle a Alonso de Mendoza como “dombenitense ilustre y fundador de La Paz, capital de Bolivia”. Pues bien: ni lo uno ni lo otro. Alonso de Mendoza era el hijo de ÁLVARO DE MENDOZA CARVAJAL, a quien Cieza ahora se limita a elogiar diciendo que era “el principal caballero de los que iban con Jorge Robledo”. Álvaro sí había nacido en Don Benito (Badajoz), pero Alonso vino al mundo en las Indias. Por si fuera poco, el Alonso de Mendoza que fundó La Paz no fue este, sino otro del mismo nombre, nacido en Garrovillas de Alconétar (Cáceres), y a quien el gran Pedro de la Gasca le confió la misión. Hay partidarios de no cambiar el nombre de la calle. Pero es un sinsentido. Además, hay una solucion perfecta: ponerle el de su padre. Porque resulta que era un tipo excepcional. ÁLVARO DE MENDOZA CARVAJAL fue a las Indias  en 1534. Estuvo a las órdenes de Pedro de Heredia (con cuya sobrina, Francisca de Heredia, se casó) y de Jorge Robledo en momentos clave de la historia de Colombia (fue gobernador de Popayán). En los muchos conflictos que hubo entre españoles, Álvaro se decantó a favor de Pedro de Heredia y en contra de Belalcázar. En 1555 llegó a España con su hermano Francisco de Carvajal, sobreviviendo ambos a un naufragio y obteniendo muchas concesiones de la Corona. Hizo después otro viaje a España en 1559, del que retornó pronto. Tuvo que lidiar muchas veces con los piratas franceses e ingleses, como, por ejemplo, contra John Hawkins  en Cartagena de Indias (fundada por Pedro de Heredia), y sufrió, ya anciano, la ocupación de la ciudad por parte de Francis Drake. Murió con más de 90 años. (Dejo constancia de que a Julio Carmona Cerrato, nacido en Don Benito, no lo han desterrado).



(Día 868) Vuelve el hambre y la fatiga insoportables, de lo que mueren algunos. Gonzalo Gómez de Pineda trae la buena noticia de que podía haber una salida hacia Quito. Regresa Belalcázar de España con amplios poderes. Tendrá que competir con Federman y con Quesada.


     (458) Los que iban en la canoa con Gonzalo Díaz de Pineda tuvieron un enfrentamiento con varios indios ribereños y mataron a cuatro. Viendo también que el terreno mejoraba y que a lo lejos había grandes montañas que podían ser de la zona de Quito, decidieron volver río abajo al encuentro del resto de la tropa. Gonzalo Pizarro y sus hombres seguían río arriba con muchísimas dificultades, y, literalmente, muertos de hambre: “Se habían comido los perros que llevaban que eran más de novecientos, e dos tan solo habían quedado vivos, uno de Gonzalo Pizarro e otro de Don Antonio de Ribera. También habían comido muchos caballos de los que traían, e los españoles venían tan fatigados, que no se podían tener, e algunos quedaban por aquellos montes muertos. Yendo por el río, Gonzalo Díaz oyó el ruido que traían cortando los árboles con las espadas, e salieron muy alegres a tierra y fueron donde estaban los cristianos, holgándose unos con otros, e no podemos  contar el gran placer que Gonzalo Pizarro recibió en ver a Gonzalo Díaz de Pineda, porque ya lo tenían por muerto, el cual le contó que habían visto a la parte de Mediodía unas sierras muy altas, y que creían que en  ellas  hallarían algún poblado o camino para salir a tierra de cristianos. Y, con saber estas cosas, Gonzalo Pizarro mucho se holgó”. No deja de asombrar el dato que da Cieza de la enorme cantidad de perros de guerra que llevaban aquellas tropas.
     Pero, como le encanta simultanear los hechos, nos cambia de tercio, abandona momentáneamente a Gonzalo Pizarro en medio de su terrible campaña, y nos lleva de nuevo al escenario de las andanzas de Belalcázar, al que vamos a ver muy crecido y mandón volviendo con grandes poderes de España. Y Cieza, para que lo entendamos, nos explica el desarrollo del argumento. Nos recuerda que Belalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada y el alemán Federman se presentaron, en sus campañas de conquista, casi al mismo tiempo en Bogotá (ya hablé de ello anteriomente). Quien llegó primero fue Quesada, pero los tres aceptaron dejar que el Rey decidiera a quién le correspondían los derechos de ocupación. Belalcázar fue a España para defender su pretensión. Aunque, finalmente,  se hizo justicia reconociendo la prioridad de Quesada, no volvió descontento Belalcázar porque consiguió jugosos permisos de conquista.
     Cieza va a hacer el sorprendente comentario, probablemente acertado, de que la ausencia del Rey le favoreció, y en perjuicio de otros: “Llegado a España el capitán Belalcázar, halló a Su Majestad ausente de ella, por lo que entonces a los que iban a España les era fácil negociar, y los señores del Consejo de Indias creían a los capitanes que iban a pedir mercedes. A Belalcázar, después de hechas sus informaciones, le hicieron merced de la gobernación de Popayán, con las villas de Anserma, Cartago, Cali y Neiva, y todo lo que se incluye hasta llegar a los términos de la ciudad de Quito. Con sus despachos e favores, partió de España, dirigiéndose a Cali, donde ya había noticia de que llegaba como Gobernador”.

     (Imagen) Vemos que, junto a Gonzalo Pizarro, va en la terrible campaña amazónica el capitán ANTONIO DE RIBERA. Era Caballero de Santiago, y, en 1545, tenía el prestigioso cargo de Alcalde de Lima. Cuando asesinaron a Pizarro, luchó contra Diego de Almagro el Mozo. Se supone que  luego abandonó a Gonzalo Pizarro y se pasó al bando de los leales a la Corona, puesto que vivió muchos años. Todo le iba bien. Pero el colmo de su fortuna le llegó siendo alcalde: se casó con INÉS MUÑOZ. ¡Qué mujer! Era una sevillana humilde y analfabeta. Fue a las Indias con su primer marido, Francisco Martín de Alcántara, hermanastro (por parte de madre) de Francisco Pizarro.  Con el tiempo, se establecieron en Lima, ya como ricos vecinos. Pizarro le confió la educación de sus mestizos hijos. Cuando fueron asesinados juntos Pizarro y su marido, Inés tuvo el valor de enterrar sus cuerpos, evitando así que fueran profanados por los implacables amotinados. Para que nadie molestara a los hijos de Pizarro, los mantuvo escondidos en un convento, y luego huyó con ellos, abandonando casi todos sus bienes. Vinieron tiempos mejores para Inés. Pasó a ser Inés Muñoz ‘de Ribera’. Introdujo en Perú numerosos productos agrícolas. Estableció el primer ‘obraje’ para el tejido de la lana y el algodón. Tuvo un solo hijo (murió joven), fruto de su matrimonio con Antonio de Ribera. Cuando quedó viuda, fundó un convento (sigue en pie) para ayudar a “las muchas hijas de conquistadores pobres que había en Lima”. El cuadro que la representa (el de la imagen) dice (de forma peculiar): “Esta señora  fue la primera conquistadora que entró en Perú, por cuyas manos llegaron el trigo y otras plantas a estos reinos”. Murió muy anciana, y, aunque, de los dos hijos de Pizarro, solamente sobrevivió Francisca Pizarro, es de suponer que, si también ella llegó a ser una mujer excepcional, fue gracias a la educación y el ejemplo que le dio INÉS MUÑOZ DE RIBERA.



miércoles, 26 de junio de 2019

(Día 867) La yuca los salvó pero estaban casi moribundos. Decidieron renunciar a la campaña y volver a tierra conocida, pero también las dificultades eran demoledoras.


     (457) La abundante yuca que encontraron estaba en un territorio despoblado, pues los indios que la sembraron habían sido expulsados de la zona por otros indios. La alegría fue mucha, pero pronto volvieron a pasar por grandes dificultades. Por lo que dice Cieza, resulta que ya no seguían los cauces río abajo, sino hacia arriba, lo que parece indicar (luego lo confirmará) que su verdadero propósito era abandonar la aventura y tratar de dirigirse de vuelta a tierras quiteñas, pero no sabian por dónde. Habían pasado veintisiete días hasta que les trajeron la yuca. En ese tiempo el hambre fue atroz. Se comieron hasta el cuero de las sillas de los caballos. Se trasladaron después adonde estaban los campos de yuca: “Allí asentaron el Real y estuvieron ocho días, pero muy dolientes, enfermos y angustiados”.
     La tremenda situación le sirve a Cieza para reflexionar sobre la parte heroica de Gozalo Pizarro y de los españoles en general, sin pasar por alto sus defectos: “Fue mucho lo que trabajó Gonzalo Pizarro en este descubrimiento, e, si él no mancillara su fama con nombre de traidor, ella hablaría para siempre de lo mucho que había servido. Mas, en esta gran historia, que fue el principio de lo que los españoles hicieron en estos reinos, pondremos los cosas como pasaron, no perdonando el contar la maldad ni la atrocidad, pero sin dejar de decir los buenos hechos”.
    Ocho días permanecieron hartándose en los yucales, y luego se pusieron en marcha: “Allí habían muerto dos españoles de la mucha yuca que comieron, y otros se hincharon e pusieron malos, que de ninguna manera podían andar. Los ponían en los caballos, atándoles con una recia cuerda para que no pudiesen caerse. Muchos andaban ya descalzos. A Orellana e a los que fueron con él tuviéronlos por muertos de hambre o por mano de los indios. Anduvieron río arriba cuarenta leguas, y después llegaron a una pequeña población. Los bárbaros poníanse en unas canoas y les hablaban por señas, trayéndoles de la comida que ellos tenían. Echábanla en tierra y recibían como rescate cascabeles, peines e otras cosas que los españoles traen siempre consigo”.
     Seguían río arriba, pero completamente desorientados: “Gonzalo Pizarro iba muy triste porque no sabía en qué país estaban, ni qué derrota podría tomar para salir al Perú o a otra tierra donde hubiese cristianos. Determinó que fuese a descubrir por el río el capitán Gonzalo Díaz de Pineda con algunos hombres, llevando una ballesta e un arcabuz, hasta ver si daban con algún poblado. Detrás de ellos iban los de Gonzalo Pizarro con muy gran trabajo, y, como el camino era todo montaña, lleno de troncones e árboles espinosos, llevaban los pies llenos de grietas, y tenían muchas púas en las piernas. Y de esta suerte iban todos muertos de hambre, desnudos, descalzos, llenos de llagas y abriendo el camino con las espadas, maldiciéndose muchas veces por haber venido a pasar tan grandes trabajos”.

     (Imagen) El expeditivo asturiano Pedro Menéndez de Avilés se hizo famoso (entre otros motivos) por destruir los asentamientos de hugonotes franceses en territorio de dominio español, y le brindan en nuestros días gran admiración y gratitud los ‘gringos’ porque fundó en 1565 San Agustín (Florida), su primera ciudad europea. Pero hubo antes  en las Indias otro asturiano de gran valía y apenas conocido: GONZALO DÍAZ DE PINEDA. Nacido cerca de Oviedo, partió hacia el Nuevo Mundo en 1526. Conoció a Pizarro y se apuntó a su aventura peruana, haciéndose rico con su jugosa parte del botín arrebatado a Atahualpa. Intervino en la campaña de la conquista de Quito, y, aunque tuvo algún roce con el difícil Belalcázar (que lo encarceló durante unos meses), fue nombrado alcalde de la ciudad por ser hombre muy culto y respetado. Pero era, sobre todo, un inquieto militar, y (como ya vimos) se entusiasmó con los rumores que circulaban sobre las riquezas amazónicas de canela y oro. Así se convirtió en el primero de la larga lista de soñadores que fracasaron persiguiendo lo que no existía. Sin embargo, su hazaña fue portentosa, y anduvo perdido durante meses, pero abrió el camino de entrada a aquellos territorios selváticos tan desmedidos y peligrosos. Descubrió el volcán Sumaco, y dejó pobladas tres localidades, Sumaco, Quijos y Cosanga (donde un lugar lleva su nombre). Se mantuvo fiel a Gonzalo Pizarro y le ayudó a luchar contra el virrey Blasco Núñez Vela (lo que le convirtió en un rebelde a la Corona), muriendo por un envenanimiento accidental el año 1545 (al menos, se libró de que le cortaran la cabeza).



martes, 25 de junio de 2019

(Día 866) Gonzalo y sus hombres se desesperaban porque Orellana no volvía. Empezaron a comer los caballos y los perros de guerra que tenían. Superaron el infierno gracias a la yuca que encontraron.


     (456) Cieza acaba de decir que les pareció imposible volver río arriba, pero deja entrever que la actitud de Orellana fue sospechosa: “Diciendo algunas justificaciones, Orellana prosiguió su camino, e descubrió por el grande e muy ancho río Marañón (nombre inicial del Amazonas) grandes provincias e pueblos tan grandes, que afirman que, yendo caminando dos días por el río abajo, no acababan de pasar lo poblado. Tuvieron algunas guerras con los indios, e fueron heridos algunos españoles, e al padre Fray Gaspar de Carvajal le quebraron un ojo. Pasados otros trabajos mayores, llegaron al Mar Océano, desde donde Fancisco de Orellana fue a España. Su Majestad le hizo merced de aquella provincia con título de Adelantado, e, publicando mayores cosa de las que vio, juntó mucha gente, con la cual entró por la boca del gran río, y murió miserablemente, y toda la gente se perdió (algunos se salvaron)”.
     Aunque Gonzalo Pizarro, sus hombres y los indios que los acompañaban sufrían con desesperación la tardanza de Orellana en volver, estaban tan atormentados por el hambre que decidieron ponerse en marcha: “No tenían alimentos ni parte cierta adonde pudiesen ir. Los cielos derramaban agua sin parar. Se abrían camino con hachas e machetes, y no dejaban de cortar aquel espeso monte. Como hallaban tanta maleza y ningún poblado, acordando aguardar a ver si Francisco de Orellana volvía, y por no perecer todos de hambre, comían los caballos y los perros que tenían, sin que se perdiese parte ninguna de sus tripas ni cueros”.
     Llegaron a una isla del río. Cieza hace la reflexión de que la única oportunidad de salvarse estaba en haber preparado allí algún barco para bajar navegando (como lo había hecho Orellana), porque habrían encontrado “tantas poblaciones e tan grandes que es admiración decirlo”. Pero estaban completamente desorientados: “Gonzalo Pizarro mandó al capitán Alonso de Mercadillo que fuese con una docena de soldados en unas canoas y supiese si había algún rastro del capitán Francisco de Orellana, y si había algún bastimento por la tierra. El capitán Mercadillo anduvo ocho días sin hallar ninguna cosa ni rastro de indios”. Aunque Gonzalo Pizarro vio que aquello era el fin, ordenó que varios hombres repitieran el intento, también en canoas, pero en otra dirección, yendo bajo el mando del capitán Gonzalo Diaz  de Pineda (recordemos que fue el primer español que había entrado un buen trecho en las tierras amazónicas): “Llegaron a otro río más poderoso, e vieron cortaduras de machetes y espadas, sabiendo así que estuvo allí Orellana con sus hombres. Siguieron su marcha y, al cabo de diez leguas, hallaron muchas labranzas de yuca, lo que no fue poco alivio para los españoles. Se hincaron de rodillas y dieron muchas gracias a Dios nuestro Señor por tan gran merced como les había hecho. Cargaron de yuca las dos canoas que llevaban, y se volvieron adonde habían quedado Gonzalo Pizarro y los españoles, estando todos tan desmayados, que ninguno pensaba escapar con vida. Cuando vieron lo que traían en las canoas, ponían los ojos en el cielo y le daban gracias a Dios por aquella merced tan grande”.

     (Imagen) Decía Juan de Peñalosa (en la imagen anterior) que había luchado contra los nicaragüenses hermanos HERNANDO Y PEDRO DE CONTRERAS, quienes protagonizaron una pintoresca y loca historia. Justo cuando el gran Pedro de la Gasca acabó con la rebelión de Gonzalo Pizarro, se rebelaron contra la corona española. Hasta hay quien dice que su empeño tuvo un fundamento indigenista, algo chocante porque eran hijos de españoles. Además su padre, el segoviano Rodrigo  de Contreras, había sido el Gobernador de Nicaragua, y, por si fuera poco, yerno del temible Pedrarias Dávila, al haberse casado con su hija María de Peñalosa, quien, curiosamente, fue la prometida de Vasco Núñez de Balboa (decapitado por Pedrarias). Pedro de la Gasca volvía a España con tanto oro, que tuvo que dejar parte en Panamá porque no cabía en el barco que le esperaba para partir. Todo el botín era para el Rey y para familiares de los conquistadores (y dice un cronista: “Sin llevar cosa alguna para sí, que es el mayor milagro que se ha visto en el Nuevo Mundo”). Magnífica ocasión de ataque para los Contreras: reclutaron a 200 hombres, prepararon dos naves, robaron el oro de Panamá,  y Hernando de Contreras fue por tierra tras La Gasca para quitarle el sustancioso resto. La reaccion de La Gasca fue fulminante. Reclutó gente, los derrotó, recuperó lo robado y castigó con dureza a los cabecilas y a toda su tropa. Fue su último susto en Las Indias, y, una vez más, lo superó ágilmente. El padre de los insensatos, Rodrigo de Contreras (murió en 1558), había sido un buen gobernador, que, además, velaba por los indios, y confirmó su fidelidad a la Corona luchando contra Francisco Hernández Girón, el último rebelde.



lunes, 24 de junio de 2019

(Día 865) Gonzalo Pizarro envió a Francisco de Orellana río abajo con 70 hombres y el único barco, para buscar alimentos, con la orden de que volviera cuanto antes. Orellana nunca regresó.


     (455) Fue entonces cuando ocurrió algo que iba a cambiar todos los planes, y hasta daría origen a un hecho histórico. Los caciques huidos les habían asegurado, tramposamente, a los españoles que más adelante encontrarían tierras prósperas, donde podrían abastecerse hasta hartarse, y se dejaron seducir por el engaño. Decidieron continuar. Pero no todos, porque la mayoría estaban exhaustos, sino parte de ellos. Cieza, que sabe lo que va a ocurrir, insiste en las advertencias de Gonzalo Pizarro: “Mandó al capitán general Francisco de Orellana que, con setenta hombres, fuese a ver si era cierto lo que los indios habían dicho, y que volviesen con el barco lleno de bastimentos, y que él, con todo el campo, se iría después río abajo, y que mirase la manera en la que dejaba a los españoles, porque era grande la necesidad que se pasaba, y viniese con toda la brevedad que pudiese a remediarlos; e que no hiciese otra cosa, porque solo a él le confiaba el barco. Francisco de Orellana le respondió que él pondría toda la diligencia que se le mandaba, y que se daría prisa en ir y volver con el bastimento que pudiese, e que no tuviese duda de ello. Luego partió Orellana por el río abajo, quedando Gonzalo Pizarro y los demás españoles con gran deseo de que su vuelta fuese con brevedad”.
     Es bien conocido lo que ocurrió después. Orellana no volvió. Logró ser el primero en recorrer entero el Amazonas, y nunca se sabrá si le fue imposible retornar contra corriente, o si le pudo la ambicion descubridora y se convirtio en un traidor. Gonzalo Pizarro y sus hombres esperaron largo tiempo verlo reaparecer por las aguas del gran río, con la duda de si todos los de Orellana habrían muerto, cosa frecuente en aquellas aventuras. Perdida ya toda esperanza, abandonaron la misión y volvieron a Quito dos años después de haber partido. A la amargura de su tremendo fracaso, Gonzalo Pizarro tuvo que añadir dos mazazos. Se enteró de que su hermano Francisco Pizarro había sido asesinado, y de que Francisco de Orellana, cubierto de gloria por su proeza, estaba en España pidiéndole al Rey que lo premiara confiándole una exploración por tierras amazónicas. Gonzalo lo denunció por traidor, pero no  se aceptó su versión. En cualquier caso, los dos rivales iban a quedar estrechamente unidos por la desgracia. Francisco de Orellana consiguió la licencia del Rey, pero, el año 1546, murió en algún lugar impreciso de la Amazonía. Dos años más tarde, le tocó el turno a Gonzalo Pizarro, derrotado por rebelde en la batalla de Jaquijaguana, y ejecutado de inmediato.
     Pero sigamos leyendo los datos que va desgranando Pedro Cieza de León, el maravilloso autor de una crónica que lo abarcó todo. En este caso reduce la peripecia de Orellana a pocas palabras, aunque da la sensación de que desconfía de su honradez: “Partieron por el río abajo llevando muy pocos bastimentos, e pasaron muy grandes trabajos porque navegaron algunos días sin hallar poblados. Cuando dieron donde los había (los alimentos), trataron sobre darse la vuelta (era lo ordenado por Gonzalo Pizarro), y parecioles cosa imposible por haber más de trescientas leguas”.

     (Imagen) Volvamos a JUAN DE PEÑALOSA, el capitán que se casó con ANA DE AYALA, la viuda del gran Francisco de Orellana. Todavía vivía ella cuando Juan le pidió al Rey en 1572 que le permitiera defenderse de una acusación que le habían hecho. Juan aprovecha el mismo expediente para exponer sus méritos y sus servicios a la Corona. La imagen muestra la primera página, y aporta datos intresantes. Resumo lo que le dice a Felipe II: “Hace treinta años que sirvo a Vuestra Majestad en la Indias como Contador en Tierra Firme (Panamá), y en el descubrimiento y conquista del río Marañón (Amazonas) con el Adelantado Orellana (se trata del segundo viaje de Orellana), y asimismo serví con mucha lealtad a Vuestra Majestad en la rebelión de los Contreras, yendo en seguimiento del General y de sus secuaces, algunos de los cuales fueron muertos, y otros sometidos a la justicia en la ciudad de Nata, donde se les dio alcance”. (Se refiere a una rebelión menor, y apenas conocida porque se habla de ella poco, pero la explicaré en la póxima imagen). Luego Peñalosa le indica al Rey que, el año 1569, se hizo una inspección en la Audiencia de Panamá, y resultó que el Consejo de Indias le condenó a él con privacion de su oficio, destierro perpetuo de las Indias y pago de más de cuatro mi pesos. Alega que no le dieron opción a defenderse, dado que el plazo para hacerlo (quince días) fue muy corto: “Se hacía la inspección en Panamá, y yo estaba en la ciudad de Nombre de Dios despachando solo la flota de Vuestra Majestad. Y así, fui condenado sin culpa, porque las acusaciones correspondían a otros contadores antecesores míos”.



sábado, 22 de junio de 2019

(Día 864) Gonzalo y los suyos se animan porque el cacique Delicola les asegura que, más adelante, hay poblados ricos. Se lo llevan preso por si ha mentido. La marcha se vuelve muy dificultosa y no encuentran nada. Se ahogan algunos españoles. Delicola consigue huir.


     (454) Empezó entonces un juego de disimulos: “El cacique se había arrepentido por haber salido de paz, y, como ya tenía noticias de la muerte que habían dado a muchos indios por no haber querido darles alegres noticias, determinó decirles, aunque fuese mentira, que delante había regiones muy ricas, con señores muy poderosos. Gonzalo Pizarro y los españoles estaban muy alegres por oírlo, ceyendo que todo era verdad. Gonzalo Pizarro mandó a sus hombres que, sin dar a entender que vigilaban al cacique, tuviesen cuidado de que no se les pudiera huir, y él bien lo barruntaba, mas también lo disimulaba”. Los españoles siguieron adelante (con el vigilado cacique) para ver si era cierto lo que decía. Llegaron a un punto en el que el río se estrechaba. Hicieron puentes para pasarlo. Al ver que al otro lado se habían puesto muchos indios dispuestos para la pelea, Gonzalo Pizarro ordenó a sus arcabuceros que dispararan, “mataron a unos siete, y los demás, viendo las muertes tan rápidas de sus compañeros, comenzaron a huir”. Continuando su marcha, encontraron unos poblados, pero poca comida. Tras ser avisados los que se habían quedado en Zumaque, fueron a juntarse con el grupo de Gonzalo Pizarro.
     Siguiendo la marcha, llegaron a otro poblado: “El cacique vino de paz, pero, turbándose mucho al ver los caballos y a tantos cristianos, quiso echarse al río para huir, pero se lo impidieron, y Gonzalo Pizarro mandó encadenarle a él y a otros dos caciques”. También lo hicieron con el cacique Delicola porque sus indios de Zumaque llegaron con canoas para intentar liberarlo, y él corría hacia ellos para salvarse. Se lo impidieron y lo encadenaron.
     Había que seguir, y tenían el grave problema tan habitual en las expediciones largas: “Los españoles, estando en aquel río que habían descubierto, que es muy grande y va a entrar en el Mar Dulce (ese nombre le había puesto Vicente Yáñez Pinzón en 1500 a la desembocadura del Amazonas), comprobaron que no les quedaba casi nada de las provisiones que habían sacado de Quito, y, siendo la tierra tan mala, pensaron que sería bueno hacer un barco para llevar por el río abajo el mantenimiento, e los caballos por tierra.”. Dicho y hecho, porque aquellas tropas de las Indias siempre llevaban gente de diversos oficios. Cargaron el barco hasta los topes; mientras descendía por el río, los hombres iban a pie o a caballo, pero forzosamente por la orilla: “Quisieron algunas veces entrar en una parte o en otra para ver lo que había, pero eran tantas las ciénagas e atolladeros, que no lo podían hacer, e les era forzado caminar siguiendo el río, aunque no sin mucha dificultad, porque había ciénagas tan hondas, que era forzoso pasarlas a nado con los caballos; y se ahogaron algunos caballos y españoles”.
     Solo paraban lo imprescindible: “Anduvieron por el río abajo caminando cuarenta y tres jornadas. Hallaban poca comida, e sentíase el hambre, porque los más de mil puercos que sacaron de Quito ya se los habían comido. En este tiempo, el cacique Delicola e los otros que venían presos, un día que no había mucho cuidado en los vigilar, se echaron con la cadena al río, e pasaron a la otra parte sin que los cristianos los pudieran tomar. Al verse sin guías para pasar adelante, los cristianos entraron en consulta para determinar lo que harían”.

     (Imagen) Vimos en la imagen anterior  que el Rey dio por buenos los argumentos con los que Francisco de Orellana justificaba haber abandonado a Gonzalo Pizarro. Sin embargo Gonzalo le envió un escrito al Rey (el de la imagen actual) en el que le decía que le había permitido descender por el Amazonas solo hasta cierto punto, y con el único fin de que consiguiera provisiones para la hambrienta expedición, “y no miró a lo que debía hacer como yo, su capitán, le había dicho”. El cronista Inca Garcilaso no tiene ni la menor duda de que fue una traición. Escribió al respecto muchos años después, y conocía todas los versiones publicadas y los comentarios que oyó a viejos conquistadores de la época, entre ellos, su padre. Reconoce que le habría resultado muy costoso a Orellana volver hasta el campamento de Gonzalo Pizarro, pero critica su actitud. Resumo sus palabras: “Alzó velas y siguió su camino adelante con intención de venirse a España y pedir aquella conquista. Muchos de los que iban con él, especialmente fray Gaspar de Carvajal,  sospecharon de su mala intención, y le dijeron que no se excediese de lo que le había permitido Gonzalo Pizarro, pero Orellana apaciguó a muchos con buenas palabras. Hernán Sánchez de Vargas, un caballero mozo, natural de Badajoz, se convirtió en el cabecilla de quienes no estaban de acuerdo, y Orellana no lo mató para darle muerte más duradera, pues lo dejó entre el gran río y las montañas para que pereciese de hambre. Luego se hizo elegir capitán de Su Majestad, sin dependencia de Gonzalo Pizarro. Hazaña que mejor se podía llamar traición, como la han hecho otros conquistadores en el Nuevo Mundo”. No obstante, nunca se sabrá si Orellana obró en conciencia. Una cosa es cierta: de haber vuelto adonde Gonzalo Pizarro, toda le expedición habría regresado a Quito, y, a buen seguro, pasarían muchos años hasta que otro aventurero dispuesto a todo fuera capaz de recorrer el Amazonas entero y descubrir sus misterios.



viernes, 21 de junio de 2019

(Día 863) Gonzalo Pizarro castiga brutalmente a unos indios. Cieza sufre por estos abusos y lo califica de ‘carnicero’. Las dificultades aumentan. Gonzalo Pizarro disimula su decepción y anima a los soldados.


     (453) Los de Orellana estaban tan agotados de la travesía, que se decidió que descansaran un tiempo en Zumaque. Siguió adelante Gonzalo Pizarro con sesenta de los suyos, pero sin llevar caballos porque la dificultad del terreno lo impedía. Iban hacia el Este (“por la derrota de donde el sol nace”). Y encontraron ‘canelos’. Cieza los alaba pero se confirma que el objetivo principal era el oro: “Son a manera de grandes olivos, y echan de sí unos capullos con su flor grande, siendo su canela perfectísima e de mucha sustancia; los naturales los tienen en mucho, y mercadean con ella por todas las poblaciones”.
    Lo que cuenta después Cieza resulta odioso, pero no se muerde la lengua. Gonzalo Pizarro, por medio de intérpretes, quiso obtener más informacion de aquellos indios, pero le dijeron que no sabían si había más pueblos por aquellas tierras, porque, de existir, se encontrarían en lugares muy lejanos. Se sintió muy frustrado, y también rabioso por creer que mentían. Los atormentó sin piedad, y se le fue la mano. Además de torturarlos con fuego, mató a algunos de forma horrible: “El carnicero Gonzalo Pizarro no se contentó con quemar a los indios sin tener culpa ninguna, sino que mandó que fuesen mandados otros de aquellos indios a los perros, los cuales los despedazaban con sus dientes e los comían. Y oí decir que, entre los que aquí quemó y aperreó, hubo alguna mujeres, que es tener mayor maldad”. Otro comentario de Cieza que deja bien claro su afán de contar las cosas como ocurrieron. Bastaría este pasaje para dejar claro que no tiene fundamento el comentario de algún historiador en el sentido de que adornaba la figura de los Pizarro. Se le suele notar a Cieza que sufre contando los abusos que cometieron los españoles con los indios, pero le vence la honradez del cronista que pone por encima de todo la verdad.
     Los españoles rumiaban su frustración. Siguieron marchando hasta prepararse para dormir en la ‘tranquila’ ribera de un río. Pero en tierras amazónicas, nada es tranquilo: “Y llovió tanto en el nacimiento del río, que llegó una gran avenida de agua, y, si no fuera por los que estaban de guardia, se habrían ahogado algunos. Al oír las voces que dieron, todos se levantaron y se subieron a unas barrancas, y, aunque se dieron prisa, perdieron parte de su fardaje”. Luego no les quedó más remedio que retroceder, con la esperanza de encontrar otro camino menos peligroso.
     Había sido tan duro el comienzo de la expedición que, a pesar del demostrado aguante los españoles, el superveterano Gonzalo Pizarro empezó a desmoralizarse: “Muy acongojado estaba Gonzalo Pizarro al ver que no encontraba ninguna provincia fértil, y que hubiera tantas montañas, e pesábale muchas veces no haberse quedado a descubrir por tierras del Cuzco. Y esto no lo daba a entender a los que con él estaban, sino que les daba mucho ánimo. Por consejo de todos ellos, determinaron volver al punto de partida”. De camino hacia Zumaque, vieron un gran río, con canoas e indios en su orilla. Los llamaron en son de paz. El cacique, que se llamaba Delicola, se les acercó con varios nativos: “Gonzalo Pizarro se holgó de verlo y le hizo mucha honra, dándole algunos peines y cuchillos, que ellos tenían en mucho, e preguntole si hallaría alguna tierra que fuese buena”.

     (Imagen) Hay que ponerlo en un pedestal a FRANCISCO DE ORELLANA por su proeza del Amazonas. La imagen muestra el recorrido (desde su partida de Guayaquil). Casi 7.000 km de sufrimientos, incertidumbre y enfrentamientos con los indios. Entre los que sobrevivieron, estaba fray Gaspar de Carvajal, quien hizo una crónica de la terrible aventura (cuánto mérito el de aquellos religiosos…).  La siguiente expedición fue un desastre total, pero igualmente heroica. Fue a la gobernación que le habían concedido en tierras amazónicas. Se casó previamente en Sevilla con una joven mujer excepcional: ANA DE AYALA. De nada sirvió que se opusiera con todas sus fuerzas al matrimonio fray Pablo de Torres porque ella no aportaba nada de dote, y hacía falta dinero para la empresa. Orellana antepuso su amor, y le contestó que quería ir con ella casado, y no amancebado. Partió en 1544, con más de 400 personas (solo sobrevivieron 44), y poca ayuda económica del Rey. Empezaron mal. Ya en Cabo Verde murieron bastantes por alguna infección. También perdieron dos naves de las cuatro que tenían, pero nada pudo minar la determinación de Orellana. Entraron en la enorme desembocadura del Amazonas, y siguieron río arriba, por laberintos de afluentes que solo mostraban una naturaleza feroz y escasas poblaciones de indios. Anduvieron perdidos durante once meses, en un goteo constante de fallecidos, entre ellos, el propio Orellana, a quien su mujer, Ana de Ayala, enterró tan piadosamente como los compañeros del gran Hernando de Soto sumergieron su cadáver en las aguas de Misisipi. Dos de los pocos que  pudieron encontrar el acceso a la desembocadura del gran río, fueron el capitán Juan de Peñalosa y Ana de Ayala, y, además, se casaron, permaneciendo juntos en Panamá hasta que ella falleció (26 años después aún vivía).



jueves, 20 de junio de 2019

(Día 862) Cieza elogia con gran admiración la heroicidad de los españoles. Parte Gonzalo Pizarro para el Amazonas, y se le junta pronto Francisco de Orellana.



     (452) Cieza deja un testimonio de su admiración que sirva para que todas las generaciones futuras puedan valorar con justicia la parte heroica de la gran aventura de las Indias: “Esta expedición que hizo Gonzalo Pizarro fue una de las más fatigosas que se han hecho en estas partes de las Indias. Todos saben que muchas naciones superaron e hicieron tributarios suyos a otros, e que pocos vencían a muchos. Alejandro Magno, con teinta y tres mil macedonios, emprendió la conquista del mundo; y muchos de los capitanes que enviaban los romanos a guerrear acometían a los enemigos con tan poca gente, que es asombroso creerlo. Pero yo digo que no hallo gentes que por tan áspera tierra, grandes montañas, desiertos e ríos caudalosos, pudiesen andar como los españoles. Ellos, en tiempo de setenta años, han descubierto otro mundo mayor que el que conocíamos, sin llevar carros de vituallas, ni gran bagaje, ni tiendas para recostarse, ni más que una espada y una rodela, e una pequeña talega para su comida. Así se metían a descubrir, y esto es lo que yo pondero de los españoles, y lo que mucho estimo. En esta jornada que hizo Gonzalo Pizarro se pasó ciertamente muy gran trabajo”.
     En algún sentido, Cieza se queda corto. No detalla que la muerte era la eterna compañera de aquellos hombres. La estadística lo prueba. No solo morían, sino que el pánico tenía que ser una sensación constante. Bernal Díaz del Castillo lo describe a menudo en su gran crónica sobre México. Se avergonzaba de reconocer que sentía miedo (¡cómo para no tenerlo..!), sin poder soportar el infernal ruido de los tambores, cuando sabía que, en ese momento, los aztecas estaban arrancándoles el corazón a compañeros suyos que habían apresado. Imaginemos el tembleque de ver venir en avalancha a miles de indios, o al atreverse a ir a conocer a un poderosísimo Atahualpa rodeado de la enorme masa humana de sus tropas. Añadamos méritos: su inquebrantable determinación para llegar al objetivo señalado, y la capacidad de fundar cientos de ciudades, algunas de ellas convertidas en grandes metrópolis, dotándolas de catedrales y universidades que siguen llenas de actividad y han sostenido la religión y la cultura.
     Después de pararse a reflexionar sobre la terrible aventura que les espera a Gonzalo Pizarro y a sus hombres en su intento de descubrir y poblar las tierras amazónicas, comienza a narrarlo. Fue por delante su Maestre de Campo, Antonio de Rivera, con parte de la tropa. Se detuvieron en un poblado llamado Hatunquijo. Cuando ya había salido también hacia allá Gonzalo Pizarro, hubo alguien que se entusiasmó con la aventura, y decidió, sin aviso pevio, incorporarse a ella con treinta españoles. Alguien que luego protagonizó una proeza: el trujillano Francisco de Orellana (ya anteriormente había sido uno de los fundadores de Guayaquil). Nuevamente los Andes empezaron a hacer estragos. Cieza se lamenta de que el horribe frío les costó la vida a cien indios de los que acompañaban a Gonzalo. Llegaron a Zumaque, donde se detuvieron y pidieron a Antonio de Rivera que les enviara provisiones desde Hatunquijo. Los de Orellana, que venían detrás con las mismas dificultades, lograron alcanzar Zumaque, y, aunque fueron una sorpresa, resultó para bien, porque Gonzalo Pizarro y los suyos se alegraron del refuerzo. Seguro que todos se conocían, y lo más probable es que, de niños, Gonzalo y Orellana jugaran juntos en Trujillo.

     (Imagen) FRANCISCO DE ORELLANA fue un gran personaje de corta vida y largos hechos. Nació en Trujillo el año 1511, y se supone que sería amigo de infancia de los hermanos Pizarro, menos de Francisco, que ya andaba por las Indias. Para allá se fue Orellana en 1527, empezando a batallar por los territorios de Nicaragua. En 1535, al producirse la rebelión general de Manco Inca, Pizarro, viéndose en apuros, lanzó una petición general de ayuda a otras gobernaciones. Uno de los que atendió la llamada fue Orellana, que ya era un hombre rico. Luchando contra los indios peruanos, quedó tuerto. En la guerra de Las Salinas, Orellana estuvo bajo el mando de los Pizarro. Derrotado Almagro, fue enviado a Ecuador, donde fundó la ciudad de Guayaquil. Luego se incorporó a la campaña amazónica de Gonzalo Pizarro. Tratándose de dos viejos amigos (incluso parientes), avanzarían con redoblado entusiasmo por aquellos territorios prometedores de grandes descubrimientos. Pero todo se torció. Gonzalo le acusó después  ante el Rey a Orellana de haberle abandonado traidoramente. Orellana, tras lograr la proeza y la gloria de recorrer por primera vez todo el Amazonas, presentó sus alegaciones. Carlos V las aceptó y le permitió ir a conquistar y gobernar en territorio amazónico. En el documento de la concesión (el de la imagen) se ve que el monarca aceptaba plenamente su versión de lo ocurrido: “Habiendo vos ido con ciertos compañeros por el río abajo a buscar comida, por la corriente fuisteis llevados más de doscientas leguas sin poder dar la vuelta, y, por las muchas noticias que tuvisteis de la riqueza de aquella tierra, posponiendo vuestro peligro y solo por servir a Su Majestad, os aventurasteis a saber lo que había en aquellas provincias”. Le concedieron, pues, a FRANCISCO DE ORELLANA la nueva gobernación, pero fue un regalo envenenado: murió en la aventura. Era el año 1546.



miércoles, 19 de junio de 2019

(Día 861) Gonzalo Pizarro es aceptado en Quito sin problemas como gobernador. A pesar de los fracasos habidos en la búsqueda del país de La Canela y de El Dorado, Gonzalo Pizarro decidió repetir suerte y contagió su entusiasmo.


     (451) El detalle de que Antonio Picado concediera puestos importantes a cambio de regalos, confirmaría que, como dijo el cronista Pedro Pizarro, su poder en los asuntos de la gobernacón de Pizarro era muy grande. Sin embargo, Cieza asegura que, aunque Tapia llegara a Anserma, nadie le aceptaría como teniente de Belalcázar, prefiriendo todos a Jorge Robledo.
     Gonzalo Pizarro llegó con su provisión, encontró allá a Lorenzo de Aldana, y fue reconocido como Gobernador de Quito, San Miguel, Puerto Viejo, Guayaquil y Pasto. Desembarcó en la zona Pedro de Puelles, que había ejercido como Teniente de Gobernador, y acató de inmediato la autoridad de Gonzalo, a quien siempre le va  ser fiel, incluso cuando este se rebeló contra la Corona. Recordemos que esa fidelidad le costó la vida, porque se la quitó un capitán apellidado Salazar al enterarse de que había ahorcado a una mujer que daba, contra la rebeldía de Gonzalo, vivas al Rey.
     En la demarcación de Quito se hablaba mucho de dos tierras soñadas, que llenaban de ilusiones a aquellos ambiciosos conquistadores. La de La Canela y la del Dorado. No solo era muy preciada la canela que esperaban encontrar, sino que también se aseguraba que había gran cantidad de oro, tanto de minas como de tesoros incas allá enterrados. Todo resultó un fiasco y se perdieron muchas vidas. Aquellos rumores tuvieron su origen en versiones fantasiosas o malintencionadas de los indios. Se decía que aquellas riquezas estaban en territorio amazónico, y el primero que se atrevió a dirigir una expedicion por aquellas trabajosas profundidades fue el capitán Gonzalo Díaz de Pineda. Nadie había penetrado tanto en la selva amazónica, pero lo único que encontraron fueron indios muy belicosos que mataron a varios soldados y a un clérigo, por lo que el resto de la tropa volvió a Quito.
     Pero el sueño perduraba, y quien se lo tomó más en serio fue Gonzalo Pizarro, dispuesto a lograr con un fuerte expedición superar esa asignatura pendiente. Era su gran oportunidad para ser un Pizarro rutilante por méritos propios. Había en Quito un clima de euforia al respecto: “Gonzalo Pizarro juntó en pocos días doscientos veinte españoles de a pie y a caballo, nombró por Maestre de Campo a D. Antonio Rivera, y por Alférez General a Juan de Costa. Se prepraron para salir, y dejó en Quito como Teniente e Justicia Mayor a Pedro de Puelles (como dije, le sería fiel hasta a muerte a Gonzalo)”. Cieza comenta que los indios de Quito, por perderlos de vista, les hablaban maravillas de lo que iban a encontrar, “e los españoles ya lo tenían delante de sus ojos y así lo creían”.
     Merece la pena, y es de justicia, recoger las sinceras palabras de admiración que escribe después Cieza. Le salen de improviso porque la campaña que le espera a Gonzalo Pizarro fue durísima, y él, que vivió en sus carnes situaciones parecidas, rinde ahora un homenaje a todos los españoles de Indias en general. De ninguna manera le avergüenza que se conquiste a otros pueblos. Le parece algo natural, y con ese criterio menciona a Alejando Magno y a los romanos.

     (Imagen) Cristóbal Colón consiguió casi lo imposible: encontrar un nuevo e inmenso continente. Luego los españoles lo recorrieron sin cesar buscando la gloria, la riqueza, la expansón del cristianismo y aumentar el poderío de España. En el balance, fue grande el peso de los sufrimientos y las frustraciones, pero conquistar imperios tan poderosos como el azteca y el inca fue como un milagro que llenó de esperanzas. Surgieron rumores de que había más lugares maravillosos, y se convirtieron en mitos jamás hechos realidad. Así ocurrió con ELDORADO. Contaban los indios que, en un lugar impreciso de la (terrible) Amazonía, se hallaba una población tan rica, que su cacique se espolvoreaba a diario todo el cuerpo con oro molido. Y la creencia cuajó entre los españoles. Ahora le vemos a Gonzalo Pizarro preparándose para  encontrar ese lugar de ensueño. Fracasará, y resulta asombroso que, durante siglos, se haya seguido buscándolo. Entre la lista de otros que lo intentaron (por distintos sitios, porque el territorio amazónico es inmenso), escojo estos: Alonso de Alvarado, Francisco de Orellana, Felipe Von Hutten, Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre (juntos), Pedro Malaver, Diego Hernández de Serpa, Juan Ponce de León, Gonzalo Jiménez de Quesada, Antonio Berrio, Domingo de Vera, el pirata inglés Walter Raleigh, José Cabarte y Manuel Centurión. Queda otro: el increíble británico PERCY FAWCETT, un prodigio de tenacidad y obsesión. Desapareció el año 1925 en su empeño de dar con Eldorado por tierras de la Amazonía brasileña. La imagen es la portada de un libro muy interesante (“La ciudad perdida de Z”), donde se muestra que su autor, David Grann, investiga deslumbrado (recorriendo en persona la aventura de Percy), en un intento de saber con certeza qué fue de él. Qué tipos da la naturaleza.



martes, 18 de junio de 2019

(Día 860) Alonso de Alvarado tiene un incidente con otros capitanes. Gonzalo Pizarro comienza a acentuar su protagonismo. Para controlar las ambiciones de varios capitanes, su hermano lo envía a Quito con el título de Gobernador.


     (450) Por entonces volvió a Lima el gran Alonso de Alvarado tras su exitosa campaña en las tierras de los indios chachapoyas, y, sin que Cieza explique los motivos, nos cuenta que discutió violentamente con otros capitanes de Pizarro: “Tuvo, en presencia del Marqués, algunas porfías con los capitanes Francisco de Chaves y Gómez de Alvarado, e llegaron a tanto, que él y Gómez de Alvarado se desafiaron e salieron al campo (para pelear); lo cual, sabido por el Marqués, lo remedió e los puso en paz. Luego favoreció mucho a Alonso de Alvarado por haber conquistado e poblado la ciudad de La Frontera, adonde este se volvió con permiso del Marqués”.
     Llega ahora un momento clave en la biografía de Gonzalo Pizarro. A pesar de su enorme valía, que, según Cieza, quedaba algo mermada por falta de sensatez, siempre estuvo a la sombra de sus hermanos, incluso del único que tuvo de padre y madre, Juan Pizarro, quien fue el primero que murió (durante el cerco que pusieron los indios a la ciudad el Cuzco). Le ha llegado el momento de volar en solitario, viviendo terribles dramas. Le tocará sufrir lo indecible al mando de una expedición que fue a las tierras amazónicas. Cuando vuelva, se enterará de que Francisco Pizarro ha sido asesinado. Quedará solo en el mundo porque Hernando estaba preso en España. Estará metido hasta el cuello en las guerras civiles y cometerá la insensatez de dirigir una rebelión frontal contra la Corona. En el proceso, alcanzará fugazmente la gloria porque sus cómplices lo nombrarán Gobernador de Perú. Todo terminará el triste día en que, derrotado por las tropas de Pedro de la Gasca, el genial enviado del Rey, perderá lo más valioso que tenía: su cabeza.
     Lo que nos explica ahora Cieza es un laberinto de ambiciones entre varios candidatos a gobernar por las tierras de Quito y de la actual Colombia, guiados más por la pasión que por la razón y el respeto a los derechos. Van a crear un ambiente nada tranquilizador. Tras la muerte de Almagro, el gran jefe de Perú era Pizarro, pero sus competencias en estas tierras del norte no estaban bien definidas. Ya sabemos que, entre Belalcázar, Andagoya y Robledo, el riesgo de conflicto militar era muy alto.  Conociendo el panorama, Pizarro hizo valer su prestigio y los grandes poderes que ostentaba para tratar de tenerlos a todos supeditados a su autoridad. Y, con ello, aumentó la inestabilidad. El medio que empleó fue enviar a la zona a su hermano Gonzalo con  nombramiento de gobernador de Quito. Lo justificaba basándose en un documento de Carlos V. Pero, según Cieza, hacía una interpretación del mismo que iba más allá de su contenido: “Y, en verdad, la provisión del Rey no decía que Don Francisco Pizarro pudiese dividir la gobernación de Quito, sino solo que, si le pareciese, la pudiese dejar a cualquiera de sus hermanos o a quien le pareciese; pero su intento fue dar poder a su hermano Gonzalo en aquella provincia para que Su Majestad no le diese la gobernacón a Belalcázar. Y, cuando se supo que D. Pascual de Andagoya venía como Gobernador de Río de San Juan, recibió mucho enojo, y proveyó por teniente de Cali y de Anserma a Isidro de Tapia, por grandes presentes que, según se dijo, dio este al secretario Antonio Picado”.

     (Imagen) Llega a Quito GONZALO PIZARRO luciendo con orgullo el título de Gobernador de aquellas tierras que le ha concedido su hermano. Se trataba de cortarle las alas a Belalcázar y de organizar una expedición por el inmenso río Amazonas. No podía imaginar cuántos acontecimientos catastróficos se le iban a venir encima. Volverá fracasado de la campaña (pero supondrá la gloria para Orellana, por recorrer todo el Amazonas), y se enterará de que han asesinado a su hermano. Más tarde, el responsable de su muerte, Diego de Almagro el Mozo, será ejecutado por Vaca de Castro, el enviado del Rey. Y después, Gonzalo, antes de que él mismo sea decapitado por el gran Pedro de la Gasca, acabará con la vida del virrey Blasco Núñez Vela (que venga Shakespeare y lo narre). El  eco de estos acontecimientos circulaba por Perú lentamente pero si cesar. Sirva de ejemplo la carta de la imagen. Unos meses después de esta última desgracia, le escribían al Rey los miembros del ayuntamiento de Nombre de Dios, puerto de la costa atlántica de Panamá y centro de todo el tráfico entre Perú y España. Resumo el texto: “Ha llegado aviso de que en el Perú hubo batalla entre el Virrey y Gonzalo Pizarro hará unos tres meses (hacía seis meses) dentro de Quito, en la que murió el Virrey, y su gente fue desbaratada, y hubo muertos de ambas partes, los más, de la parte del Virrey. Parece que el Virrey dio ocasión a ello porque vino a la gobernacón de Belalcázar con mucha menos gente y menos aderezada que la de Gonzalo Pizarro”. Luego dicen que la flota de Gonzalo estaba en Panamá y que su capitán, PEDRO DE HINOJOSA esperaba órdenes del Rey. Como ya sabemos, Hinojosa se puso después con todos los barcos a las órdenes de Carlos V, y esta traición fue clave en la derrota del rebelde Gonzalo Pizarro.



lunes, 17 de junio de 2019

(Día 859) Almagro el Mozo y sus seguidores se encontraban en Lima marginados y viviendo miserablemente. Se iba fraguando la conspiración para matar a Pizarro, y no hizo caso de los avisos que sus amigos le dieron.


     (449) Pero no perdamos de vista que, además de estos viejos soldados almagristas incorporados al ejército pizarrista, quedaban otros que, muy descontentos, fueron haciendo una piña con Diego de Almagro el Mozo y maquinaron el asesinato del Marqués Don Francisco Pizarro. Cieza nos cuenta el inicio de esta deriva: “En este tiempo, los de Chile (almagristas derrotados) pasaban muy grandísima necesidad, y andaban por los pueblos de los indios para que les diesen de comer, desnudos y con mucha miseria. Como todos ellos sabían que D. Diego de Almagro el Mozo estaba en Los Reyes, venían a buscarlo desde Charcas, Arequipa y el Cuzco. Pero los que estaban en Los Reyes no pasaban menos necesidad que los que venían, porque ya el Marqués hacía muchos días que había mandado salir fuera de su casa a Don Diego, y, aunque después estuvo en la de Francisco de Chaves, también le echaron de ella. Juan de Rada y Juan Balsa, criados antiguos de su padre, le buscaron lugar donde estuviese. Juntáronse con él unos cuarenta de los que habían seguido al Adelantado Almagro, y padecían gran necesidad, y el Gobernador Pizarro de ninguna cosa les mandaba proveer, ni se acordaba de que, sin Almagro, él no habría sido lo que era, ni llegado a tener el mando que tenía”. Impesiona el relato de Cieza, y también extraña que el Mozo siguiera vivo, porque lo lógico era pensar que el odio concentrado que llevaba dentro acabaría convirtiéndolo en un enemigo mortal para Pizarro. A eso se añadía la vengativa actitud de no dar  ninguna ayuda a los derrotados almagristas sumidos en la desesperación y en la más absoluta pobreza. Hambre y humillación, malas consejeras. ¿Resultado?: a Pizarro le quedaba un año de vida.
     De nada sirvió que le advirtieran del evidente peligro; en este caso el aviso vino de los hermanos Suárez de Carvajal (a quienes ya conocemos): “El factor Illán Suárez de Carvajal, al enterarse de que muchos de los de Chile se iban a los Reyes con la posible intención de hacerle algo al Marqués, le envió una carta cifrada; la descifró el licenciado Benito Suárez, y le dijo al Marqués que su hermano, el factor, le avisaba en ella que se cuidase de que los de Chile no le matasen, porque iban a Los Reyes a juntarse con D. Diego de Almagro el Mozo. Y, aunque el Marqués tuvo esta noticia, no dio ninguna orden, ni puso en su persona ninguna guardia”. Lo que demuestra que Pizarro, tras haber derrotado a Almagro, estaba tan confiado, que había suprimido la guardia personal que siempre tuvo a su lado durante el conflicto.
     Todos los almagristas derrotados tenían un malvivir, incluso el Mozo: “Los que estaba con él, por no tener más que una capa, cuando salía uno cubierto con ella, los otros se estaban en casa quietos. Y, además de los que se juntaron con Almagro el Mozo, había otros en la ciudad que no hallaban en ningún vecino caridad para solamente darles de comer, y él de ninguna manera se pudiera sostener, ni los que con él estaban, si Domigo de la Presa no le hubiera dado un pueblo pequeño, en el que los indios le proveían de maíz, leña y otras cosas necesarias”. (El vasco Domingo de la Presa era uno de los secretarios de Pizarro, al que ya le dediqué un par de imágenes anteriormente).

     (Imagen) Los capitantes JUAN BALSA y Juan de Rada se convirtieron en los protectores y servidores del huérfano Diego de Almagro el Mozo. Incluso encabezaron los dos el asesinato de Pizarro. El Mozo pronto tuvo iniciativa y coraje para dirigir la gobernación heredada de su padre, y acaudilló el enfrentamiento contra Vaca de Castro, el representante del Rey. Fueron derrotados en la batalla de Chupas (Rada ya había muerto), al Mozo lo ejecutaron, Juan Balsa huyó adonde Manco Inca, y sus indios lo mataron. Muchos años después, en 1581, sus descendientes solicitaron mercedes por la brillante historia de toda la familia. En el documento de la imagen se habla, entre otras cosas, de los méritos de Juan Balsa. Resumo el contenido: Juan Balsa emparentó con incas de la alta aristocracia a través de su mujer, Inés Tocto Ocllo Caitore, de la que tuvo una hija llamada Francisca Balsa. Fallecida Inés, volvió a casarse con otra princesa, de la que nació un hijo, también llamado Juan Balsa. Luego se habla de que Juan Balsa (el padre), que sirvió como criado a Diego de Almagro, fue con él a luchar en Chile. Al tratar de la vuelta de Juan con Almagro al Cuzco, se hila fino para no meter la pata. Se dice que luchó contra los indios que estaban cercando la ciudad, lo cual era cierto. Pero se da la versión de que, en la batalla de Las Salinas (primera guerra civil), hizo un gran servicio a la Corona (en realidad fue una rebeldía que molestó mucho al Rey). Y, con un burdo camuflaje, se pasa directamente a las hazañas de otros descendientes (en primer lugar, las del hijo de Juan Balsa), dejando de lado su participación en el asesinato de Pizarro y en la batalla de Chupas frente a Vaca de Castro. Si la de Salinas fue una guerra no autorizada, la de Chupas alcanzó la categoría, por primera vez, de abierta sublevación contra la Corona.



sábado, 15 de junio de 2019

(Día 858) Pizarro fue a Lima. Repartió encomiendas entre los vecinos, pero muchos se sintieron agraviados. Por encargo suyo, Gómez de Alvarado fundó la ciudad de Huánuco.


     (448) Coincidió que entonces regresó también a Lima Pizarro. Llegaba muy cansado tras fundar las ciudades de Huamanga y Arequipa, y por haber visitado toda la provincia del Collado. Era admirable que ni la vejez, ni los achaques, ni la enorme preocupación por el clima de enemistad entre los españoles y de rebeldía de los indios le impidieran mantener viva su responsabilidad de fundar y de gobernar lo ya fundado. Lo primero que hizo en Lima fue llevar a cabo algo que siempre fue conflictivo, el reparto de encomiendas de indios entre sus hombres. Tema delicado porque hacía falta mucha honradez a la hora de aquilatar los méritos de cada uno. El Rey había ordenado que todo fuera supervisado por el obispo fray Vicente de Valverde, quien, como sabemos, tuvo gran protagonismo hasta entonces en la historia de la conquista de Perú, y murió  un año después, en 1541, al igual que Pizarro. Pero, al parecer (Cieza, con su típica prudencia, a veces excesiva, no se define) el reparto no fue justo: “El obispo y el Marqués Pizarro juraron solemnemente hacer el repartimiento sin mirar  otra cosa que a los servicios que cada uno hubiese hecho, mas, aunque esto juraron, dicen algunos que lo guardaron mal, porque a muchos conquistadores dejaron pobres, y a muchos de sus criados dieron los mejores y más ricos repartimientos”.
      Se diría que los soldados andaban escasos de bienes, y hasta es posible que fuera algo habitual en todas las Indias. Cada decisión que daba origen a oportunidades, también provocaba malestar por agravios comparativos. Pizarro quiso fundar una  nueva ciudad, la de Huánuco. Para nombrar al jefe de la campaña escogió a alguien que ya conocemos. Cieza nos cuenta el porqué de su elección y las protestas que surgieron: “El Marqués, mirando a quién mandaría como Capitán para que lo hiciese, pareciole que Gómez de Alvarado, hermano del Adelantado D. Pedro de Alvarado, lo haría bien, y que así ganaría su amistad (eso explicaría también que antes Pizarro le perdonara la vida, a pesar de haber luchado al lado de Almagro), e incluso ayudaría a que muchos de los de Chile (almagristas) perdiesen el odio que contra él (Pizarro) tenían por causa de las diferencias pasadas”. Gómez aceptó, pero fueron inevitables las protestas del cabildo y los vecinos de Lima, porque consideraban que la fundacion de esa nueva ciudad se hacía a costa del territorio que le correspondía a la suya. De nada sirvió la reclamación. Gómez de Alvarado partió con su gente y logró hacer realidad el encargo de Pizarro, nombrando como alcaldes de la nueva ciudad a Diego de Carvajal y a Rodrigo Núñez, quien en otro tiempo había sido Maestre de Campo del difunto Diego de Almagro. Sin embargo, Pizarro intentó calmar a los que protestaban, para lo que hizo un gesto que tampoco sirvió de nada: “Los de Lima no dejaron de reclamar, y el Marqués (para contentarlos) mandó que (a Huánuco) se le quitara el nombre de ciudad, poniéndole el de villa, e que fuese tributaria de la Ciudad de Los Reyes. Sabiéndolo Gómez de Alvarado, vino de la nueva ciudad o villa de Huánuco a Los Reyes con la determinación de, si no mandaban que fuese ciudad, no volver a ella”. Lo que sí ocurrió, cuenta Cieza, fue que más tarde Pizarro dejó de lado a Gómez de Alvarado y le otorgó el mando sobre Huánuco al capitán Pedro Barroso.

     (Imagen) Nos cuenta Cieza ahora que Pizarro, a pesar de su edad y de los achaques, seguía pendiente de todo. En 1540, un año antes de ser asesinado, estableció la peruana ciudad de AREQUIPA. Le encargó al capitán Garci Manuel de Carvajal los últimos detalles. Veamos (resumido) el texto del acta de la fundación: “A 15 días de agosto de 1540, el Capitán Garci Manuel de Carvajal, en cumplimento de lo ordenado por el Gobernador Don Francisco Pizarro, fundó LA VILLA HERMOSA DE LA ASUNCION DE NUESTRA SEÑORA (era la festividad del día) DEL VALLE DE AREQUIPA. Su Señoría mandó poner una cruz en el sitio que viene señalado para iglesia, y puso la picota (donde eran públicamente avergonzados los delincuentes) en la plaza. Mandó pregonar que las personas que tienen solares en la dicha villa hermosa (el reparto que había hecho Pizarro creó conflictos) los pueblen y edifiquen sus casas en ellos dentro de seis meses cumplidos, bajo las penas que el señor Gobernador manda, de no hacerlo. Y así pregonado por el pregonero Pedro Ires, Su Merced (el capitán Carvajal) lo firmó de su nombre, siendo testigos Hernando de Silva, Hernando de Torres, Juan de la Torre, Luis de León, el Padre Rodrigo Bravo, Fray Bartolomé de Ojeda, Fray Diego Manso, Diego Hernández y otras muchas personas que estaban presentes. Todo lo cual pasó ante mí, Alonso de Luque, escribano público”. Hay un detalle curioso. En la imagen anterior vimos  el triste final de Sebastián de Torres. Pues ahora, dos años después, aparece en este documento una referencia a su hermano mayor, HERNANDO DE TORRES. Firmó como testigo en el acta, siendo uno de los recién nombrados regidores (concejales) de Arequipa. Hay constancia también de que vivía en Granada en 1552 y de que era cuñado del escribano Alonso de Luque, quien seguía residiendo en Arequipa.