(441) Pero ocurrió algo que pone en evidencia la trágica situación de
verse ocupado por los españoles: “El cacique que estaba preso envió a una mujer
vieja a traer oro, la cual trajo al otro día unos dos mil pesos, de lo cual nos
asombramos. Dijo el cacique que tenía más oro enterrado y que quería ir a
sacarlo, y le rogó al Capitán que le diese algunos españoles que fuesen con él,
lo cual hacía con intención de huir si pudiese. El Capitán ordenó a ciertos
españoles que fuesen con él, e, llegando a unos riscos muy grandes,
aborreciendo el vivir en poder de los españoles, determinó matarse, e así, con
ánimo de bárbaro e gentil, se arrojó por aquellos riscos abajo, y fue dejando
los sesos por las piedras, de manera que, cuando llegó a lo bajo, ya su ánima
estaba en el infierno”. Resulta impresionante, no solo lo ocurrido, sino
también la rigidez religiosa de la época, tan intensa en Cieza. Esa forma de
ver la realidad tuvo otra parte buena: consiguió suavizar en alguna medida la
crueldad típica de las ocupaciones militares.
Lo siguiente que le ordenó Robledo a Rodríguez de Sosa fue que siguiera con cincuenta hombres la ruta
del río grande hacia el Atlántico para descubrir nuevos territorios. Llegaron a
poblados que Cieza cita con sus nombres,
algunos puestos por los españoles: Pascua (lugar encontrado el día de Pascua),
Cenufara, Pobres y provincia de la Loma de Maíz. Para orientarnos, nos sirve saber
que ese río grande es el Magdalena, por cuya orilla habían venido descendiendo
desde el inicio de su expedición. Habla Cieza del final del viaje con una
indicación muy precisa: “Llegaron hasta Buriticá, desde donde dieron la vuelta
a la provincia de Arma porque se supo que no había más poblados hasta muy lejos
de allí”. Buriticá sí figura en los mapas actuales, y se encuentra a unos 50
kilómetros de la Medellín colombiana.
Pero los indios de Arma volvían a pensar en atacar a los españoles.
Robledo decidió abandonar la zona “dejándola tan de guerra como al principio,
cuando llegamos”. La despedida fue, una vez más, cruel: “Cuando ibamos a
partir, algunos indios se pusieron en lo alto de nuestro real”. Robledo, con
engaños de paz, consiguió que descendieran: “A todos los que vinieron, el
Capitán los encerró en unas casas, y allí mandó a los españoles que les diesen
heridas y les cortasen las manos, y así se acuchillaron a más de treinta, y
murieron otros tantos, y luego los enviaron a sus pueblos”. En su camino de
vuelta, pasaron nuevamente por Pozo, “prendiendo el Capitán en aquellas
provincia a ciertos caciques principales, y quemando a uno de ellos por causa
bien liviana”. Se diría que toda la tropa de Robledo andaba desquiciada por la
agresividad de los indios. También Belalcázar disculpó ante el Rey sus excesos
diciendo que los indios de aquellas tierras eran especialmente brutales, aunque
quizá la excusa fuera exagerada. Cieza, que nunca pecaba de fabulador, nos va a
hablar de dos capitanes que tuvieron terribles muertes a manos de esos indios:
“Dejaré esto porque es necesario contar la manera en que fueron muertos los
capitanes Pedro de Añasco y Juan de Ampudia”.
(Imagen) Voy a dedicar esta imagen a JUAN DE AMPUDIA, puesto que Cieza
lo menciona. Tenía fama de ser extremadamente duro con los indios (en algún
momento, quemó vivo a un cacique), pero veremos pronto que el cronista lo
califica como ‘capitán bueno e virtuoso’. Es posible que solo lo diga en el
sentido de competente y valeroso. Hay dos factores que pudieron convertirlo en
implacable: haber tenido como jefe en Nicaragua al sanguinario Pedrarias
Dávila, y el hecho de que los indios que le tocaron como rivales en Colombia
fueran especialmente crueles. Tampoco hay que olvidar que estuvo durante varios
años por la zona de Quito al servicio de otro duro conquistador, Sebastián de
Belalcázar. Figura Ampudia entre los fundadores de la ciudad de Quito, donde
ejerció como Alcalde, y era, sin duda, uno de los mejores capitanes de
Belalcázar, quien, al parecer, les confiaba a él y a Pedro de Añasco las
misiones más importantes. Los dos murieron en 1540 a manos de los indios pijaos,
y, por crueldad natural o por acumulada sed de venganza, los mataron
brutalmente. Cieza comenta que Ampudia era muy grueso, algo raro entre aquellos
enjutos conquistadores, y que, ya muerto, lo echaron al río sus hombres para
que los indios no comieran sus abundantes carnes. A una de sus fundaciones le
puso el nombre de Ampudia, pero ha vuelto a ser vencido por la revancha
indigenista: ahora se llama Jamundi, en honor a un notable cacique. Aunque nació
en Jerez de la Frontera, su origen familiar estuvo en Ampudia (Palencia),
sorprendente y poco conocido lugar, que, además, está cuajado de historia.
Conserva una maravillosa colegiata, un impresionante castillo y un monasterio
de monjas cistercienses. ¿Quién da más?
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