miércoles, 5 de junio de 2019

(Día 849) Los indios amigos comían la carne de los enemigos muertos (Cieza era testigo). Los nativos derrotados pidieron las paces, pero, en otro incidente, se les castigó de nuevo brutalmente.


     (439) Cieza añade luego: “Ya no había en el peñol ningún indio, y fueron muertos más de trescientos. El Comendador Rodríguez de Sosa se volvió con los cristianos al real. Los indios amigos, teniendo por buena pascua aquella, hicieron más de doscientas cargas de carne humana, y con ello y con los indios vivos se volvieron al real, yendo comiendo lo tierno, corazones crudos y tripas. Enviaron grandes presentes de aquella carne a sus pueblos, y, a los que quedaban vivos, haciéndoles bajar la cabeza, les daban con porras en los colodrillos y así los mataban. Y la única reprensión que tenían de nosotros (esto sí lo vio Cieza en el Real) era reírnos de ver lo que hacían, y preguntarles si les sabía bien aquella carne. Yo vi que trajeron más de veinte ollas, y las llenaron todas con aquella carne, y entre todos la comieron, enviando las cabezas a sus pueblos. Tiempo vino en el que, permitiéndolo Dios, hicieron más daño que este en ellos los indios de Pozo, como diremos más adelante”.
     Todos los indios de aquellos territorios quedaron impresionados y temerosos por la reacción de los españoles. Llegaron luego con regalos, les pidieron disculpas, solicitando una paz permanente, y el Capitán Jorge Robledo, que ya se había recuperado de sus heridas, los recibió  amistosamente. Pacificada la zona, Robledo y los suyos salieron de la zona de Pozo, contando con muchos indios voluntarios para llevar el fardaje. Los caciques de Carrara y Picara se volvieron con sus guerreros a sus tierras.
     Llegaron Robledo y su tropa a Paucura, cuyo principal cacique, Pimaná, era tabién mortal enemigo de los de Pozo, por ser él de las mismas costumbres y lengua que los de Picara. Recibió a los españoles regalándoles muchos suministros. Entonces ocurrió de nuevo un incidente de poca importancia con los Pozo que provocó una reacción tremenda por parte de Jorge Robledo. Algo que a Cieza le produjo un gran disgusto, quizá, sobre todo, porque siempre apreció y admiró a su Capitán. Sin duda, lo decepcionó: “Después de haber llegado toda la gente, un soldado que se llamaba Mirando, dijo que los indios de Pozo le habían hurtado ciertos puercos, lo cual no era pecado tan grande como para que se catigase con la crueldad que ahora diremos. Oído por Robledo, mostró muy gran enojo, diciendo que los indios de Pozo no guardaban la paz con él asentada. Por lo cual, como amigos fingidos, quería castigarlos, y mandó a su alférez, Suer de Nava, que, con cincuenta españoles, se partiese a Pozo e castigase el hurto que habían hecho. Al saberlo los naturales de Paucura, les pareció coyuntura grande para hacer en los de Pozo el daño que pudiesen, juntándose más de tres mil paucureños”.
     Al llegar allí, los españoles les dejaron actuar ‘a su estilo’, y la masacre fue espantosa: “Comenzaron a hacer gran daño en los pobres naturales, quemándoles sus casas y arruinándoles sus pueblos. E, para que el pecado fuese mayor, mataron más de doscientas ánimas, y, en pedazos, como si fueran cuartos de carnero o piernas de vaca, lo llevaron a su provincia. Y, ciertamente, era  cosa extraña ver que, en hombres racionales, hubiese tan gran gusto por comer la humana carne, pues, por tenerla, no había paz entre los padres con los hijos ni los hermanos. Después de que Suer de Nava hubo hallado los puercos, volvió a Paucura”.

     (Imagen) Hubo alguien muy importante en la vida del Mariscal Jorge Robledo (era su título): su mujer, MARÍA  DE CARVAJAL Y MENDOZA. Lo que no quiere decir que fuera perfecta. Dejó fama de altiva y dominante (tanto que la llamaban la Mariscala), pero, precisamente por esas características, consiguió muchas cosas para su marido buscando influencias a altos niveles. Como Robledo, ella era también nacida en Úbeda (Jaén). Puesto que nació hacia 1525, tuvo que ser unos veinte años más joven que él. Todo indica que el matrimonio no tuvo descendencia, ya que ninguno de los hijos de María figura con el apellido Robledo. Cuando Belalcázar ejecutó malévolamente a su marido, reaccionó como la luchadora que era, y consiguió que, tras un largo pleito, Belalcázar fuera condenado a muerte, pero no llegó a aplicársele porque falleció cuando se dirigía a España para apelar la sentencia. Aunque había en las Indias muchas viudas de conquistadores porque la profesión era mortífera, las españolas o criollas volvían a casarse con facilidad. María, muerto Robledo, iba a repetir dos veces. Vimos anteriormente un documento en el que María de Carvajal pedía justicia por la muerte de su marido. En el de la imagen que muestro ahora (del año 1549), el Rey toma nota de su reclamación y ordena que se investiguen los hechos. Hay en el escrito un detalle curioso. El segundo marido de María fue Pedro Briceño, Tesorero de la Hacienda Real en las Indias. El matrimonio duró solo cuatro años porque Pedro, que también era militar, murió  en 1552 luchando en la zona de Santa Marta (Colombia). En el mencionado escrito, a quien confía el trabajo el Rey es al oidor Francisco Briceño. Pues bien:  cinco años después se convirtio en el tercer marido de  María. Ella murió hacia 1573 en Bogotá.



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