(439) Cieza añade luego: “Ya no
había en el peñol ningún indio, y fueron muertos más de trescientos. El
Comendador Rodríguez de Sosa se volvió con los cristianos al real. Los indios
amigos, teniendo por buena pascua aquella, hicieron más de doscientas cargas de
carne humana, y con ello y con los indios vivos se volvieron al real, yendo
comiendo lo tierno, corazones crudos y tripas. Enviaron grandes presentes de
aquella carne a sus pueblos, y, a los que quedaban vivos, haciéndoles bajar la
cabeza, les daban con porras en los colodrillos y así los mataban. Y la única
reprensión que tenían de nosotros (esto
sí lo vio Cieza en el Real) era reírnos de ver lo que hacían, y
preguntarles si les sabía bien aquella carne. Yo vi que trajeron más de veinte
ollas, y las llenaron todas con aquella carne, y entre todos la comieron,
enviando las cabezas a sus pueblos. Tiempo vino en el que, permitiéndolo Dios, hicieron
más daño que este en ellos los indios de Pozo, como diremos más adelante”.
Todos los indios de aquellos territorios quedaron impresionados y
temerosos por la reacción de los españoles. Llegaron luego con regalos, les
pidieron disculpas, solicitando una paz permanente, y el Capitán Jorge Robledo,
que ya se había recuperado de sus heridas, los recibió amistosamente. Pacificada la zona, Robledo y
los suyos salieron de la zona de Pozo, contando con muchos indios voluntarios
para llevar el fardaje. Los caciques de Carrara y Picara se volvieron con sus
guerreros a sus tierras.
Llegaron Robledo y su tropa a Paucura, cuyo principal cacique, Pimaná,
era tabién mortal enemigo de los de Pozo, por ser él de las mismas costumbres y
lengua que los de Picara. Recibió a los españoles regalándoles muchos
suministros. Entonces ocurrió de nuevo un incidente de poca importancia con los
Pozo que provocó una reacción tremenda por parte de Jorge Robledo. Algo que a
Cieza le produjo un gran disgusto, quizá, sobre todo, porque siempre apreció y
admiró a su Capitán. Sin duda, lo decepcionó: “Después de haber llegado toda la
gente, un soldado que se llamaba Mirando, dijo que los indios de Pozo le habían
hurtado ciertos puercos, lo cual no era pecado tan grande como para que se
catigase con la crueldad que ahora diremos. Oído por Robledo, mostró muy gran enojo,
diciendo que los indios de Pozo no guardaban la paz con él asentada. Por lo
cual, como amigos fingidos, quería castigarlos, y mandó a su alférez, Suer de
Nava, que, con cincuenta españoles, se partiese a Pozo e castigase el hurto que
habían hecho. Al saberlo los naturales de Paucura, les pareció coyuntura grande
para hacer en los de Pozo el daño que pudiesen, juntándose más de tres mil
paucureños”.
Al llegar allí, los españoles les dejaron actuar ‘a su estilo’, y la
masacre fue espantosa: “Comenzaron a hacer gran daño en los pobres naturales,
quemándoles sus casas y arruinándoles sus pueblos. E, para que el pecado fuese
mayor, mataron más de doscientas ánimas, y, en pedazos, como si fueran cuartos
de carnero o piernas de vaca, lo llevaron a su provincia. Y, ciertamente,
era cosa extraña ver que, en hombres
racionales, hubiese tan gran gusto por comer la humana carne, pues, por
tenerla, no había paz entre los padres con los hijos ni los hermanos. Después
de que Suer de Nava hubo hallado los puercos, volvió a Paucura”.
(Imagen) Hubo alguien muy importante en la vida del Mariscal Jorge
Robledo (era su título): su mujer, MARÍA
DE CARVAJAL Y MENDOZA. Lo que no quiere decir que fuera perfecta. Dejó
fama de altiva y dominante (tanto que la llamaban la Mariscala), pero,
precisamente por esas características, consiguió muchas cosas para su marido
buscando influencias a altos niveles. Como Robledo, ella era también nacida en
Úbeda (Jaén). Puesto que nació hacia 1525, tuvo que ser unos veinte años más joven
que él. Todo indica que el matrimonio no tuvo descendencia, ya que ninguno de
los hijos de María figura con el apellido Robledo. Cuando Belalcázar ejecutó malévolamente
a su marido, reaccionó como la luchadora que era, y consiguió que, tras un
largo pleito, Belalcázar fuera condenado a muerte, pero no llegó a aplicársele
porque falleció cuando se dirigía a España para apelar la sentencia. Aunque
había en las Indias muchas viudas de conquistadores porque la profesión era
mortífera, las españolas o criollas volvían a casarse con facilidad. María,
muerto Robledo, iba a repetir dos veces. Vimos anteriormente un documento en el
que María de Carvajal pedía justicia por la muerte de su marido. En el de la
imagen que muestro ahora (del año 1549), el Rey toma nota de su reclamación y
ordena que se investiguen los hechos. Hay en el escrito un detalle curioso. El
segundo marido de María fue Pedro Briceño, Tesorero de la Hacienda Real en las
Indias. El matrimonio duró solo cuatro años porque Pedro, que también era militar,
murió en 1552 luchando en la zona de
Santa Marta (Colombia). En el mencionado escrito, a quien confía el trabajo el
Rey es al oidor Francisco Briceño. Pues bien:
cinco años después se convirtio en el tercer marido de María. Ella murió hacia 1573 en Bogotá.
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