miércoles, 26 de junio de 2019

(Día 867) La yuca los salvó pero estaban casi moribundos. Decidieron renunciar a la campaña y volver a tierra conocida, pero también las dificultades eran demoledoras.


     (457) La abundante yuca que encontraron estaba en un territorio despoblado, pues los indios que la sembraron habían sido expulsados de la zona por otros indios. La alegría fue mucha, pero pronto volvieron a pasar por grandes dificultades. Por lo que dice Cieza, resulta que ya no seguían los cauces río abajo, sino hacia arriba, lo que parece indicar (luego lo confirmará) que su verdadero propósito era abandonar la aventura y tratar de dirigirse de vuelta a tierras quiteñas, pero no sabian por dónde. Habían pasado veintisiete días hasta que les trajeron la yuca. En ese tiempo el hambre fue atroz. Se comieron hasta el cuero de las sillas de los caballos. Se trasladaron después adonde estaban los campos de yuca: “Allí asentaron el Real y estuvieron ocho días, pero muy dolientes, enfermos y angustiados”.
     La tremenda situación le sirve a Cieza para reflexionar sobre la parte heroica de Gozalo Pizarro y de los españoles en general, sin pasar por alto sus defectos: “Fue mucho lo que trabajó Gonzalo Pizarro en este descubrimiento, e, si él no mancillara su fama con nombre de traidor, ella hablaría para siempre de lo mucho que había servido. Mas, en esta gran historia, que fue el principio de lo que los españoles hicieron en estos reinos, pondremos los cosas como pasaron, no perdonando el contar la maldad ni la atrocidad, pero sin dejar de decir los buenos hechos”.
    Ocho días permanecieron hartándose en los yucales, y luego se pusieron en marcha: “Allí habían muerto dos españoles de la mucha yuca que comieron, y otros se hincharon e pusieron malos, que de ninguna manera podían andar. Los ponían en los caballos, atándoles con una recia cuerda para que no pudiesen caerse. Muchos andaban ya descalzos. A Orellana e a los que fueron con él tuviéronlos por muertos de hambre o por mano de los indios. Anduvieron río arriba cuarenta leguas, y después llegaron a una pequeña población. Los bárbaros poníanse en unas canoas y les hablaban por señas, trayéndoles de la comida que ellos tenían. Echábanla en tierra y recibían como rescate cascabeles, peines e otras cosas que los españoles traen siempre consigo”.
     Seguían río arriba, pero completamente desorientados: “Gonzalo Pizarro iba muy triste porque no sabía en qué país estaban, ni qué derrota podría tomar para salir al Perú o a otra tierra donde hubiese cristianos. Determinó que fuese a descubrir por el río el capitán Gonzalo Díaz de Pineda con algunos hombres, llevando una ballesta e un arcabuz, hasta ver si daban con algún poblado. Detrás de ellos iban los de Gonzalo Pizarro con muy gran trabajo, y, como el camino era todo montaña, lleno de troncones e árboles espinosos, llevaban los pies llenos de grietas, y tenían muchas púas en las piernas. Y de esta suerte iban todos muertos de hambre, desnudos, descalzos, llenos de llagas y abriendo el camino con las espadas, maldiciéndose muchas veces por haber venido a pasar tan grandes trabajos”.

     (Imagen) El expeditivo asturiano Pedro Menéndez de Avilés se hizo famoso (entre otros motivos) por destruir los asentamientos de hugonotes franceses en territorio de dominio español, y le brindan en nuestros días gran admiración y gratitud los ‘gringos’ porque fundó en 1565 San Agustín (Florida), su primera ciudad europea. Pero hubo antes  en las Indias otro asturiano de gran valía y apenas conocido: GONZALO DÍAZ DE PINEDA. Nacido cerca de Oviedo, partió hacia el Nuevo Mundo en 1526. Conoció a Pizarro y se apuntó a su aventura peruana, haciéndose rico con su jugosa parte del botín arrebatado a Atahualpa. Intervino en la campaña de la conquista de Quito, y, aunque tuvo algún roce con el difícil Belalcázar (que lo encarceló durante unos meses), fue nombrado alcalde de la ciudad por ser hombre muy culto y respetado. Pero era, sobre todo, un inquieto militar, y (como ya vimos) se entusiasmó con los rumores que circulaban sobre las riquezas amazónicas de canela y oro. Así se convirtió en el primero de la larga lista de soñadores que fracasaron persiguiendo lo que no existía. Sin embargo, su hazaña fue portentosa, y anduvo perdido durante meses, pero abrió el camino de entrada a aquellos territorios selváticos tan desmedidos y peligrosos. Descubrió el volcán Sumaco, y dejó pobladas tres localidades, Sumaco, Quijos y Cosanga (donde un lugar lleva su nombre). Se mantuvo fiel a Gonzalo Pizarro y le ayudó a luchar contra el virrey Blasco Núñez Vela (lo que le convirtió en un rebelde a la Corona), muriendo por un envenanimiento accidental el año 1545 (al menos, se libró de que le cortaran la cabeza).



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