(457) La abundante yuca que encontraron estaba en un territorio
despoblado, pues los indios que la sembraron habían sido expulsados de la zona
por otros indios. La alegría fue mucha, pero pronto volvieron a pasar por
grandes dificultades. Por lo que dice Cieza, resulta que ya no seguían los
cauces río abajo, sino hacia arriba, lo que parece indicar (luego lo
confirmará) que su verdadero propósito era abandonar la aventura y tratar de
dirigirse de vuelta a tierras quiteñas, pero no sabian por dónde. Habían pasado
veintisiete días hasta que les trajeron la yuca. En ese tiempo el hambre fue
atroz. Se comieron hasta el cuero de las sillas de los caballos. Se trasladaron
después adonde estaban los campos de yuca: “Allí asentaron el Real y estuvieron
ocho días, pero muy dolientes, enfermos y angustiados”.
La tremenda situación le sirve a Cieza para reflexionar sobre la parte
heroica de Gozalo Pizarro y de los españoles en general, sin pasar por alto sus
defectos: “Fue mucho lo que trabajó Gonzalo Pizarro en este descubrimiento, e,
si él no mancillara su fama con nombre de traidor, ella hablaría para siempre
de lo mucho que había servido. Mas, en esta gran historia, que fue el principio
de lo que los españoles hicieron en estos reinos, pondremos los cosas como
pasaron, no perdonando el contar la maldad ni la atrocidad, pero sin dejar de
decir los buenos hechos”.
Ocho días permanecieron hartándose en los yucales, y luego se pusieron
en marcha: “Allí habían muerto dos españoles de la mucha yuca que comieron, y
otros se hincharon e pusieron malos, que de ninguna manera podían andar. Los
ponían en los caballos, atándoles con una recia cuerda para que no pudiesen
caerse. Muchos andaban ya descalzos. A Orellana e a los que fueron con él
tuviéronlos por muertos de hambre o por mano de los indios. Anduvieron río
arriba cuarenta leguas, y después llegaron a una pequeña población. Los
bárbaros poníanse en unas canoas y les hablaban por señas, trayéndoles de la
comida que ellos tenían. Echábanla en tierra y recibían como rescate
cascabeles, peines e otras cosas que los españoles traen siempre consigo”.
Seguían río arriba, pero completamente desorientados: “Gonzalo Pizarro
iba muy triste porque no sabía en qué país estaban, ni qué derrota podría tomar
para salir al Perú o a otra tierra donde hubiese cristianos. Determinó que fuese
a descubrir por el río el capitán Gonzalo Díaz de Pineda con algunos hombres,
llevando una ballesta e un arcabuz, hasta ver si daban con algún poblado.
Detrás de ellos iban los de Gonzalo Pizarro con muy gran trabajo, y, como el
camino era todo montaña, lleno de troncones e árboles espinosos, llevaban los pies
llenos de grietas, y tenían muchas púas en las piernas. Y de esta suerte iban
todos muertos de hambre, desnudos, descalzos, llenos de llagas y abriendo el
camino con las espadas, maldiciéndose muchas veces por haber venido a pasar tan
grandes trabajos”.
(Imagen) El expeditivo asturiano Pedro
Menéndez de Avilés se hizo famoso (entre otros motivos) por destruir los
asentamientos de hugonotes franceses en territorio de dominio español, y le
brindan en nuestros días gran admiración y gratitud los ‘gringos’ porque fundó en
1565 San Agustín (Florida), su primera ciudad europea. Pero hubo antes en las Indias otro asturiano de gran valía y
apenas conocido: GONZALO DÍAZ DE PINEDA. Nacido cerca de Oviedo, partió hacia
el Nuevo Mundo en 1526. Conoció a Pizarro y se apuntó a su aventura peruana,
haciéndose rico con su jugosa parte del botín arrebatado a Atahualpa. Intervino
en la campaña de la conquista de Quito, y, aunque tuvo algún roce con el
difícil Belalcázar (que lo encarceló durante unos meses), fue nombrado alcalde
de la ciudad por ser hombre muy culto y respetado. Pero era, sobre todo, un
inquieto militar, y (como ya vimos) se entusiasmó con los rumores que
circulaban sobre las riquezas amazónicas de canela y oro. Así se convirtió en
el primero de la larga lista de soñadores que fracasaron persiguiendo lo que no
existía. Sin embargo, su hazaña fue portentosa, y anduvo perdido durante meses,
pero abrió el camino de entrada a aquellos territorios selváticos tan
desmedidos y peligrosos. Descubrió el volcán Sumaco, y dejó pobladas tres localidades,
Sumaco, Quijos y Cosanga (donde un lugar lleva su nombre). Se mantuvo fiel a
Gonzalo Pizarro y le ayudó a luchar contra el virrey Blasco Núñez Vela (lo que
le convirtió en un rebelde a la Corona), muriendo por un envenanimiento
accidental el año 1545 (al menos, se libró de que le cortaran la cabeza).
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