(452) Cieza deja un testimonio de su admiración que sirva para que todas
las generaciones futuras puedan valorar con justicia la parte heroica de la
gran aventura de las Indias: “Esta expedición que hizo Gonzalo Pizarro fue una
de las más fatigosas que se han hecho en estas partes de las Indias. Todos
saben que muchas naciones superaron e hicieron tributarios suyos a otros, e que
pocos vencían a muchos. Alejandro Magno, con teinta y tres mil macedonios,
emprendió la conquista del mundo; y muchos de los capitanes que enviaban los
romanos a guerrear acometían a los enemigos con tan poca gente, que es
asombroso creerlo. Pero yo digo que no hallo gentes que por tan áspera tierra,
grandes montañas, desiertos e ríos caudalosos, pudiesen andar como los
españoles. Ellos, en tiempo de setenta años, han descubierto otro mundo mayor
que el que conocíamos, sin llevar carros de vituallas, ni gran bagaje, ni tiendas
para recostarse, ni más que una espada y una rodela, e una pequeña talega para
su comida. Así se metían a descubrir, y esto es lo que yo pondero de los
españoles, y lo que mucho estimo. En esta jornada que hizo Gonzalo Pizarro se
pasó ciertamente muy gran trabajo”.
En algún sentido, Cieza se queda corto. No detalla que la muerte era la eterna
compañera de aquellos hombres. La estadística lo prueba. No solo morían, sino
que el pánico tenía que ser una sensación constante. Bernal Díaz del Castillo
lo describe a menudo en su gran crónica sobre México. Se avergonzaba de
reconocer que sentía miedo (¡cómo para no tenerlo..!), sin poder soportar el
infernal ruido de los tambores, cuando sabía que, en ese momento, los aztecas
estaban arrancándoles el corazón a compañeros suyos que habían apresado.
Imaginemos el tembleque de ver venir en avalancha a miles de indios, o al atreverse
a ir a conocer a un poderosísimo Atahualpa rodeado de la enorme masa humana de
sus tropas. Añadamos méritos: su inquebrantable determinación para llegar al
objetivo señalado, y la capacidad de fundar cientos de ciudades, algunas de
ellas convertidas en grandes metrópolis, dotándolas de catedrales y
universidades que siguen llenas de actividad y han sostenido la religión y la cultura.
Después de pararse a reflexionar sobre la terrible aventura que les
espera a Gonzalo Pizarro y a sus hombres en su intento de descubrir y poblar
las tierras amazónicas, comienza a narrarlo. Fue por delante su Maestre de
Campo, Antonio de Rivera, con parte de la tropa. Se detuvieron en un poblado
llamado Hatunquijo. Cuando ya había salido también hacia allá Gonzalo Pizarro,
hubo alguien que se entusiasmó con la aventura, y decidió, sin aviso pevio,
incorporarse a ella con treinta españoles. Alguien que luego protagonizó una
proeza: el trujillano Francisco de Orellana (ya anteriormente había sido uno de
los fundadores de Guayaquil). Nuevamente los Andes empezaron a hacer estragos.
Cieza se lamenta de que el horribe frío les costó la vida a cien indios de los
que acompañaban a Gonzalo. Llegaron a Zumaque, donde se detuvieron y pidieron a
Antonio de Rivera que les enviara provisiones desde Hatunquijo. Los de
Orellana, que venían detrás con las mismas dificultades, lograron alcanzar
Zumaque, y, aunque fueron una sorpresa, resultó para bien, porque Gonzalo Pizarro
y los suyos se alegraron del refuerzo. Seguro que todos se conocían, y lo más
probable es que, de niños, Gonzalo y Orellana jugaran juntos en Trujillo.
(Imagen) FRANCISCO DE ORELLANA fue un gran personaje de corta vida y
largos hechos. Nació en Trujillo el año 1511, y se supone que sería amigo de
infancia de los hermanos Pizarro, menos de Francisco, que ya andaba por las
Indias. Para allá se fue Orellana en 1527, empezando a batallar por los
territorios de Nicaragua. En 1535, al producirse la rebelión general de Manco
Inca, Pizarro, viéndose en apuros, lanzó una petición general de ayuda a otras
gobernaciones. Uno de los que atendió la llamada fue Orellana, que ya era un
hombre rico. Luchando contra los indios peruanos, quedó tuerto. En la guerra de
Las Salinas, Orellana estuvo bajo el mando de los Pizarro. Derrotado Almagro,
fue enviado a Ecuador, donde fundó la ciudad de Guayaquil. Luego se incorporó a
la campaña amazónica de Gonzalo Pizarro. Tratándose de dos viejos amigos
(incluso parientes), avanzarían con redoblado entusiasmo por aquellos territorios
prometedores de grandes descubrimientos. Pero todo se torció. Gonzalo le acusó
después ante el Rey a Orellana de
haberle abandonado traidoramente. Orellana, tras lograr la proeza y la gloria
de recorrer por primera vez todo el Amazonas, presentó sus alegaciones. Carlos
V las aceptó y le permitió ir a conquistar y gobernar en territorio amazónico.
En el documento de la concesión (el de la imagen) se ve que el monarca aceptaba
plenamente su versión de lo ocurrido: “Habiendo vos ido con ciertos compañeros
por el río abajo a buscar comida, por la corriente fuisteis llevados más de
doscientas leguas sin poder dar la vuelta, y, por las muchas noticias que
tuvisteis de la riqueza de aquella tierra, posponiendo vuestro peligro y solo
por servir a Su Majestad, os aventurasteis a saber lo que había en aquellas
provincias”. Le concedieron, pues, a FRANCISCO DE ORELLANA la nueva
gobernación, pero fue un regalo envenenado: murió en la aventura. Era el año
1546.
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