jueves, 20 de junio de 2019

(Día 862) Cieza elogia con gran admiración la heroicidad de los españoles. Parte Gonzalo Pizarro para el Amazonas, y se le junta pronto Francisco de Orellana.



     (452) Cieza deja un testimonio de su admiración que sirva para que todas las generaciones futuras puedan valorar con justicia la parte heroica de la gran aventura de las Indias: “Esta expedición que hizo Gonzalo Pizarro fue una de las más fatigosas que se han hecho en estas partes de las Indias. Todos saben que muchas naciones superaron e hicieron tributarios suyos a otros, e que pocos vencían a muchos. Alejandro Magno, con teinta y tres mil macedonios, emprendió la conquista del mundo; y muchos de los capitanes que enviaban los romanos a guerrear acometían a los enemigos con tan poca gente, que es asombroso creerlo. Pero yo digo que no hallo gentes que por tan áspera tierra, grandes montañas, desiertos e ríos caudalosos, pudiesen andar como los españoles. Ellos, en tiempo de setenta años, han descubierto otro mundo mayor que el que conocíamos, sin llevar carros de vituallas, ni gran bagaje, ni tiendas para recostarse, ni más que una espada y una rodela, e una pequeña talega para su comida. Así se metían a descubrir, y esto es lo que yo pondero de los españoles, y lo que mucho estimo. En esta jornada que hizo Gonzalo Pizarro se pasó ciertamente muy gran trabajo”.
     En algún sentido, Cieza se queda corto. No detalla que la muerte era la eterna compañera de aquellos hombres. La estadística lo prueba. No solo morían, sino que el pánico tenía que ser una sensación constante. Bernal Díaz del Castillo lo describe a menudo en su gran crónica sobre México. Se avergonzaba de reconocer que sentía miedo (¡cómo para no tenerlo..!), sin poder soportar el infernal ruido de los tambores, cuando sabía que, en ese momento, los aztecas estaban arrancándoles el corazón a compañeros suyos que habían apresado. Imaginemos el tembleque de ver venir en avalancha a miles de indios, o al atreverse a ir a conocer a un poderosísimo Atahualpa rodeado de la enorme masa humana de sus tropas. Añadamos méritos: su inquebrantable determinación para llegar al objetivo señalado, y la capacidad de fundar cientos de ciudades, algunas de ellas convertidas en grandes metrópolis, dotándolas de catedrales y universidades que siguen llenas de actividad y han sostenido la religión y la cultura.
     Después de pararse a reflexionar sobre la terrible aventura que les espera a Gonzalo Pizarro y a sus hombres en su intento de descubrir y poblar las tierras amazónicas, comienza a narrarlo. Fue por delante su Maestre de Campo, Antonio de Rivera, con parte de la tropa. Se detuvieron en un poblado llamado Hatunquijo. Cuando ya había salido también hacia allá Gonzalo Pizarro, hubo alguien que se entusiasmó con la aventura, y decidió, sin aviso pevio, incorporarse a ella con treinta españoles. Alguien que luego protagonizó una proeza: el trujillano Francisco de Orellana (ya anteriormente había sido uno de los fundadores de Guayaquil). Nuevamente los Andes empezaron a hacer estragos. Cieza se lamenta de que el horribe frío les costó la vida a cien indios de los que acompañaban a Gonzalo. Llegaron a Zumaque, donde se detuvieron y pidieron a Antonio de Rivera que les enviara provisiones desde Hatunquijo. Los de Orellana, que venían detrás con las mismas dificultades, lograron alcanzar Zumaque, y, aunque fueron una sorpresa, resultó para bien, porque Gonzalo Pizarro y los suyos se alegraron del refuerzo. Seguro que todos se conocían, y lo más probable es que, de niños, Gonzalo y Orellana jugaran juntos en Trujillo.

     (Imagen) FRANCISCO DE ORELLANA fue un gran personaje de corta vida y largos hechos. Nació en Trujillo el año 1511, y se supone que sería amigo de infancia de los hermanos Pizarro, menos de Francisco, que ya andaba por las Indias. Para allá se fue Orellana en 1527, empezando a batallar por los territorios de Nicaragua. En 1535, al producirse la rebelión general de Manco Inca, Pizarro, viéndose en apuros, lanzó una petición general de ayuda a otras gobernaciones. Uno de los que atendió la llamada fue Orellana, que ya era un hombre rico. Luchando contra los indios peruanos, quedó tuerto. En la guerra de Las Salinas, Orellana estuvo bajo el mando de los Pizarro. Derrotado Almagro, fue enviado a Ecuador, donde fundó la ciudad de Guayaquil. Luego se incorporó a la campaña amazónica de Gonzalo Pizarro. Tratándose de dos viejos amigos (incluso parientes), avanzarían con redoblado entusiasmo por aquellos territorios prometedores de grandes descubrimientos. Pero todo se torció. Gonzalo le acusó después  ante el Rey a Orellana de haberle abandonado traidoramente. Orellana, tras lograr la proeza y la gloria de recorrer por primera vez todo el Amazonas, presentó sus alegaciones. Carlos V las aceptó y le permitió ir a conquistar y gobernar en territorio amazónico. En el documento de la concesión (el de la imagen) se ve que el monarca aceptaba plenamente su versión de lo ocurrido: “Habiendo vos ido con ciertos compañeros por el río abajo a buscar comida, por la corriente fuisteis llevados más de doscientas leguas sin poder dar la vuelta, y, por las muchas noticias que tuvisteis de la riqueza de aquella tierra, posponiendo vuestro peligro y solo por servir a Su Majestad, os aventurasteis a saber lo que había en aquellas provincias”. Le concedieron, pues, a FRANCISCO DE ORELLANA la nueva gobernación, pero fue un regalo envenenado: murió en la aventura. Era el año 1546.



No hay comentarios:

Publicar un comentario