(455) Fue entonces cuando ocurrió algo que iba a cambiar todos los
planes, y hasta daría origen a un hecho histórico. Los caciques huidos les
habían asegurado, tramposamente, a los españoles que más adelante encontrarían
tierras prósperas, donde podrían abastecerse hasta hartarse, y se dejaron
seducir por el engaño. Decidieron continuar. Pero no todos, porque la mayoría
estaban exhaustos, sino parte de ellos. Cieza, que sabe lo que va a ocurrir,
insiste en las advertencias de Gonzalo Pizarro: “Mandó al capitán general Francisco
de Orellana que, con setenta hombres, fuese a ver si era cierto lo que los
indios habían dicho, y que volviesen con el barco lleno de bastimentos, y que
él, con todo el campo, se iría después río abajo, y que mirase la manera en la
que dejaba a los españoles, porque era grande la necesidad que se pasaba, y
viniese con toda la brevedad que pudiese a remediarlos; e que no hiciese otra
cosa, porque solo a él le confiaba el barco. Francisco de Orellana le respondió
que él pondría toda la diligencia que se le mandaba, y que se daría prisa en ir
y volver con el bastimento que pudiese, e que no tuviese duda de ello. Luego
partió Orellana por el río abajo, quedando Gonzalo Pizarro y los demás
españoles con gran deseo de que su vuelta fuese con brevedad”.
Es bien conocido lo que ocurrió después. Orellana no volvió. Logró ser
el primero en recorrer entero el Amazonas, y nunca se sabrá si le fue imposible
retornar contra corriente, o si le pudo la ambicion descubridora y se convirtio
en un traidor. Gonzalo Pizarro y sus hombres esperaron largo tiempo verlo
reaparecer por las aguas del gran río, con la duda de si todos los de Orellana
habrían muerto, cosa frecuente en aquellas aventuras. Perdida ya toda esperanza,
abandonaron la misión y volvieron a Quito dos años después de haber partido. A
la amargura de su tremendo fracaso, Gonzalo Pizarro tuvo que añadir dos
mazazos. Se enteró de que su hermano Francisco Pizarro había sido asesinado, y
de que Francisco de Orellana, cubierto de gloria por su proeza, estaba en
España pidiéndole al Rey que lo premiara confiándole una exploración por
tierras amazónicas. Gonzalo lo denunció por traidor, pero no se aceptó su versión. En cualquier caso, los
dos rivales iban a quedar estrechamente unidos por la desgracia. Francisco de
Orellana consiguió la licencia del Rey, pero, el año 1546, murió en algún lugar
impreciso de la Amazonía. Dos años más tarde, le tocó el turno a Gonzalo
Pizarro, derrotado por rebelde en la batalla de Jaquijaguana, y ejecutado de
inmediato.
Pero sigamos leyendo los datos que va desgranando Pedro Cieza de León,
el maravilloso autor de una crónica que lo abarcó todo. En este caso reduce la
peripecia de Orellana a pocas palabras, aunque da la sensación de que desconfía
de su honradez: “Partieron por el río abajo llevando muy pocos bastimentos, e
pasaron muy grandes trabajos porque navegaron algunos días sin hallar poblados.
Cuando dieron donde los había (los
alimentos), trataron sobre darse la vuelta (era lo ordenado por Gonzalo Pizarro), y parecioles cosa imposible
por haber más de trescientas leguas”.
(Imagen) Volvamos a JUAN DE PEÑALOSA, el capitán que se casó con ANA DE
AYALA, la viuda del gran Francisco de Orellana. Todavía vivía ella cuando Juan
le pidió al Rey en 1572 que le permitiera defenderse de una acusación que le
habían hecho. Juan aprovecha el mismo expediente para exponer sus méritos y sus
servicios a la Corona. La imagen muestra la primera página, y aporta datos
intresantes. Resumo lo que le dice a Felipe II: “Hace treinta años que sirvo a
Vuestra Majestad en la Indias como Contador en Tierra Firme (Panamá), y en el descubrimiento y
conquista del río Marañón (Amazonas)
con el Adelantado Orellana (se trata del
segundo viaje de Orellana), y asimismo serví con mucha lealtad a Vuestra
Majestad en la rebelión de los Contreras, yendo en seguimiento del General y de
sus secuaces, algunos de los cuales fueron muertos, y otros sometidos a la
justicia en la ciudad de Nata, donde se les dio alcance”. (Se refiere a una
rebelión menor, y apenas conocida porque se habla de ella poco, pero la
explicaré en la póxima imagen). Luego Peñalosa le indica al Rey que, el año
1569, se hizo una inspección en la Audiencia de Panamá, y resultó que el
Consejo de Indias le condenó a él con privacion de su oficio, destierro
perpetuo de las Indias y pago de más de cuatro mi pesos. Alega que no le dieron
opción a defenderse, dado que el plazo para hacerlo (quince días) fue muy
corto: “Se hacía la inspección en Panamá, y yo estaba en la ciudad de Nombre de
Dios despachando solo la flota de Vuestra Majestad. Y así, fui condenado sin
culpa, porque las acusaciones correspondían a otros contadores antecesores
míos”.
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