(454) Empezó entonces un juego de disimulos: “El cacique se había
arrepentido por haber salido de paz, y, como ya tenía noticias de la muerte que
habían dado a muchos indios por no haber querido darles alegres noticias,
determinó decirles, aunque fuese mentira, que delante había regiones muy ricas,
con señores muy poderosos. Gonzalo Pizarro y los españoles estaban muy alegres
por oírlo, ceyendo que todo era verdad. Gonzalo Pizarro mandó a sus hombres
que, sin dar a entender que vigilaban al cacique, tuviesen cuidado de que no se
les pudiera huir, y él bien lo barruntaba, mas también lo disimulaba”. Los
españoles siguieron adelante (con el vigilado cacique) para ver si era cierto lo
que decía. Llegaron a un punto en el que el río se estrechaba. Hicieron puentes
para pasarlo. Al ver que al otro lado se habían puesto muchos indios dispuestos
para la pelea, Gonzalo Pizarro ordenó a sus arcabuceros que dispararan,
“mataron a unos siete, y los demás, viendo las muertes tan rápidas de sus
compañeros, comenzaron a huir”. Continuando su marcha, encontraron unos
poblados, pero poca comida. Tras ser avisados los que se habían quedado en
Zumaque, fueron a juntarse con el grupo de Gonzalo Pizarro.
Siguiendo la marcha, llegaron a otro poblado: “El cacique vino de paz,
pero, turbándose mucho al ver los caballos y a tantos cristianos, quiso echarse
al río para huir, pero se lo impidieron, y Gonzalo Pizarro mandó encadenarle a
él y a otros dos caciques”. También lo hicieron con el cacique Delicola porque
sus indios de Zumaque llegaron con canoas para intentar liberarlo, y él corría
hacia ellos para salvarse. Se lo impidieron y lo encadenaron.
Había que seguir, y tenían el grave problema tan habitual en las
expediciones largas: “Los españoles, estando en aquel río que habían
descubierto, que es muy grande y va a entrar en el Mar Dulce (ese nombre le había puesto Vicente Yáñez
Pinzón en 1500 a la desembocadura del Amazonas), comprobaron que no les
quedaba casi nada de las provisiones que habían sacado de Quito, y, siendo la
tierra tan mala, pensaron que sería bueno hacer un barco para llevar por el río
abajo el mantenimiento, e los caballos por tierra.”. Dicho y hecho, porque
aquellas tropas de las Indias siempre llevaban gente de diversos oficios.
Cargaron el barco hasta los topes; mientras descendía por el río, los hombres
iban a pie o a caballo, pero forzosamente por la orilla: “Quisieron algunas
veces entrar en una parte o en otra para ver lo que había, pero eran tantas las
ciénagas e atolladeros, que no lo podían hacer, e les era forzado caminar
siguiendo el río, aunque no sin mucha dificultad, porque había ciénagas tan
hondas, que era forzoso pasarlas a nado con los caballos; y se ahogaron algunos
caballos y españoles”.
Solo paraban lo imprescindible: “Anduvieron por el río abajo caminando
cuarenta y tres jornadas. Hallaban poca comida, e sentíase el hambre, porque
los más de mil puercos que sacaron de Quito ya se los habían comido. En este
tiempo, el cacique Delicola e los otros que venían presos, un día que no había
mucho cuidado en los vigilar, se echaron con la cadena al río, e pasaron a la
otra parte sin que los cristianos los pudieran tomar. Al verse sin guías para
pasar adelante, los cristianos entraron en consulta para determinar lo que
harían”.
(Imagen) Vimos en la imagen anterior
que el Rey dio por buenos los argumentos con los que Francisco de Orellana
justificaba haber abandonado a Gonzalo Pizarro. Sin embargo Gonzalo le envió un
escrito al Rey (el de la imagen actual) en el que le decía que le había
permitido descender por el Amazonas solo hasta cierto punto, y con el único fin
de que consiguiera provisiones para la hambrienta expedición, “y no miró a lo
que debía hacer como yo, su capitán, le había dicho”. El cronista Inca
Garcilaso no tiene ni la menor duda de que fue una traición. Escribió al
respecto muchos años después, y conocía todas los versiones publicadas y los
comentarios que oyó a viejos conquistadores de la época, entre ellos, su padre.
Reconoce que le habría resultado muy costoso a Orellana volver hasta el
campamento de Gonzalo Pizarro, pero critica su actitud. Resumo sus palabras: “Alzó
velas y siguió su camino adelante con intención de venirse a España y pedir
aquella conquista. Muchos de los que iban con él, especialmente fray Gaspar de
Carvajal, sospecharon de su mala
intención, y le dijeron que no se excediese de lo que le había permitido Gonzalo
Pizarro, pero Orellana apaciguó a muchos con buenas palabras. Hernán Sánchez de
Vargas, un caballero mozo, natural de Badajoz, se convirtió en el cabecilla de
quienes no estaban de acuerdo, y Orellana no lo mató para darle muerte más
duradera, pues lo dejó entre el gran río y las montañas para que pereciese de hambre.
Luego se hizo elegir capitán de Su Majestad, sin dependencia de Gonzalo
Pizarro. Hazaña que mejor se podía llamar traición, como la han hecho otros
conquistadores en el Nuevo Mundo”. No obstante, nunca se sabrá si Orellana obró
en conciencia. Una cosa es cierta: de haber vuelto adonde Gonzalo Pizarro, toda
le expedición habría regresado a Quito, y, a buen seguro, pasarían muchos años
hasta que otro aventurero dispuesto a todo fuera capaz de recorrer el Amazonas
entero y descubrir sus misterios.
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