sábado, 22 de junio de 2019

(Día 864) Gonzalo y los suyos se animan porque el cacique Delicola les asegura que, más adelante, hay poblados ricos. Se lo llevan preso por si ha mentido. La marcha se vuelve muy dificultosa y no encuentran nada. Se ahogan algunos españoles. Delicola consigue huir.


     (454) Empezó entonces un juego de disimulos: “El cacique se había arrepentido por haber salido de paz, y, como ya tenía noticias de la muerte que habían dado a muchos indios por no haber querido darles alegres noticias, determinó decirles, aunque fuese mentira, que delante había regiones muy ricas, con señores muy poderosos. Gonzalo Pizarro y los españoles estaban muy alegres por oírlo, ceyendo que todo era verdad. Gonzalo Pizarro mandó a sus hombres que, sin dar a entender que vigilaban al cacique, tuviesen cuidado de que no se les pudiera huir, y él bien lo barruntaba, mas también lo disimulaba”. Los españoles siguieron adelante (con el vigilado cacique) para ver si era cierto lo que decía. Llegaron a un punto en el que el río se estrechaba. Hicieron puentes para pasarlo. Al ver que al otro lado se habían puesto muchos indios dispuestos para la pelea, Gonzalo Pizarro ordenó a sus arcabuceros que dispararan, “mataron a unos siete, y los demás, viendo las muertes tan rápidas de sus compañeros, comenzaron a huir”. Continuando su marcha, encontraron unos poblados, pero poca comida. Tras ser avisados los que se habían quedado en Zumaque, fueron a juntarse con el grupo de Gonzalo Pizarro.
     Siguiendo la marcha, llegaron a otro poblado: “El cacique vino de paz, pero, turbándose mucho al ver los caballos y a tantos cristianos, quiso echarse al río para huir, pero se lo impidieron, y Gonzalo Pizarro mandó encadenarle a él y a otros dos caciques”. También lo hicieron con el cacique Delicola porque sus indios de Zumaque llegaron con canoas para intentar liberarlo, y él corría hacia ellos para salvarse. Se lo impidieron y lo encadenaron.
     Había que seguir, y tenían el grave problema tan habitual en las expediciones largas: “Los españoles, estando en aquel río que habían descubierto, que es muy grande y va a entrar en el Mar Dulce (ese nombre le había puesto Vicente Yáñez Pinzón en 1500 a la desembocadura del Amazonas), comprobaron que no les quedaba casi nada de las provisiones que habían sacado de Quito, y, siendo la tierra tan mala, pensaron que sería bueno hacer un barco para llevar por el río abajo el mantenimiento, e los caballos por tierra.”. Dicho y hecho, porque aquellas tropas de las Indias siempre llevaban gente de diversos oficios. Cargaron el barco hasta los topes; mientras descendía por el río, los hombres iban a pie o a caballo, pero forzosamente por la orilla: “Quisieron algunas veces entrar en una parte o en otra para ver lo que había, pero eran tantas las ciénagas e atolladeros, que no lo podían hacer, e les era forzado caminar siguiendo el río, aunque no sin mucha dificultad, porque había ciénagas tan hondas, que era forzoso pasarlas a nado con los caballos; y se ahogaron algunos caballos y españoles”.
     Solo paraban lo imprescindible: “Anduvieron por el río abajo caminando cuarenta y tres jornadas. Hallaban poca comida, e sentíase el hambre, porque los más de mil puercos que sacaron de Quito ya se los habían comido. En este tiempo, el cacique Delicola e los otros que venían presos, un día que no había mucho cuidado en los vigilar, se echaron con la cadena al río, e pasaron a la otra parte sin que los cristianos los pudieran tomar. Al verse sin guías para pasar adelante, los cristianos entraron en consulta para determinar lo que harían”.

     (Imagen) Vimos en la imagen anterior  que el Rey dio por buenos los argumentos con los que Francisco de Orellana justificaba haber abandonado a Gonzalo Pizarro. Sin embargo Gonzalo le envió un escrito al Rey (el de la imagen actual) en el que le decía que le había permitido descender por el Amazonas solo hasta cierto punto, y con el único fin de que consiguiera provisiones para la hambrienta expedición, “y no miró a lo que debía hacer como yo, su capitán, le había dicho”. El cronista Inca Garcilaso no tiene ni la menor duda de que fue una traición. Escribió al respecto muchos años después, y conocía todas los versiones publicadas y los comentarios que oyó a viejos conquistadores de la época, entre ellos, su padre. Reconoce que le habría resultado muy costoso a Orellana volver hasta el campamento de Gonzalo Pizarro, pero critica su actitud. Resumo sus palabras: “Alzó velas y siguió su camino adelante con intención de venirse a España y pedir aquella conquista. Muchos de los que iban con él, especialmente fray Gaspar de Carvajal,  sospecharon de su mala intención, y le dijeron que no se excediese de lo que le había permitido Gonzalo Pizarro, pero Orellana apaciguó a muchos con buenas palabras. Hernán Sánchez de Vargas, un caballero mozo, natural de Badajoz, se convirtió en el cabecilla de quienes no estaban de acuerdo, y Orellana no lo mató para darle muerte más duradera, pues lo dejó entre el gran río y las montañas para que pereciese de hambre. Luego se hizo elegir capitán de Su Majestad, sin dependencia de Gonzalo Pizarro. Hazaña que mejor se podía llamar traición, como la han hecho otros conquistadores en el Nuevo Mundo”. No obstante, nunca se sabrá si Orellana obró en conciencia. Una cosa es cierta: de haber vuelto adonde Gonzalo Pizarro, toda le expedición habría regresado a Quito, y, a buen seguro, pasarían muchos años hasta que otro aventurero dispuesto a todo fuera capaz de recorrer el Amazonas entero y descubrir sus misterios.



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