martes, 4 de junio de 2019

(Día 848) Cieza, con harto dolor, manifiesta su vergüenza por la terrible carnicería que se hizo con los nativos que hirieron gravemente a JORGE ROBLEDO, en los que se ensañaron especialmente los indios amigos.


     (438) La venganza de los españoles iba a ser terrible, y Cieza, siempre tan honrado y tan deseoso de contar estrictamente la verdad, la buena y la mala, entra en detalles descargando su conciencia: “Costumbre mía es loar los buenos hechos de los capitanes y gentes de mi nación, pero también la de no perdonar las cosas mal hechas, para que no se crea que, por afecto a alguno de ellos, no he de contar sus yerros. Yo vi esta conquista e guerra, y, si bien tuve a Robledo el amor que todos le tenían, y aun más porque en aquel tiempo yo iba a su casa, cuento la verdad purísima. Muchas cosas pasaron que dejo de decir por hallarme tan cansado de tratar lo que ocurrió en aquellas tierras. Aunque, como digo, desease tanto el honor de Robledo, no dejaré de decir que se hizo en esta provincia de Pozo una de las mayores crueldades que se han hecho en estas Indias, y fue que, porque aquellos malaventurados indios hirieron a Robledo, les cobraron tanto odio, que los que iban a hacer el castigo llevaban voluntad de no perdonar la vida a ninguno”.
     Y cuenta lo que pasó: “Al ser desbaratados los indios, el cacique principal se fue muy turbado a las orillas del río grande con sus mujeres e principales, y otros de sus capitanes se fueron a guarecer en un peñol fortísimo. Allí se recogieron más de mil personas, hombres, mujeres y niños. Los cristianos que iban con el Comendador Hernán Rodríguez de Sosa le dieron aviso de cómo se habían encastillado”. Se dirigieron hacia ellos, y los nativos, viendo tantos soldados, se desmoralizaron. Los indios amigos hicieron un cerco por la parte de abajo, y los españoles subieron a la cima del peñol.
     Lo que ocurrió después lo describe Cieza con horror: “Los cristianos, por la parte alta, les echaron los perros, los cuales eran tan fieros que con sus crueles dientes abrían a los pobres hasta las entrañas. No era pequeño dolor ver que, por luchar contra los que venían a quitarles las tierras, los tratasen de aquella manera. Y los muchachos, espantados de ver el estruendo, eran hechos pedazos por los perros, y, en su huida, se despeñaban por aquellos riscos. Si escapaban de aquel peligro, se veían en otro mayor, que era caer en poder de sus vecinos, los de Carrapa y Picara, pues los trataban con más crueldad, porque no dejaban mujer que no matasen, y a los niños los tomaban por los pies, y daban con sus cabezas en las peñas, y rápidamente, como dragones, se los comían crudos a bocados; a la mayoría de los hombres que tomaron, los mataron, y a otros los llevaban presos con las manos atadas”.
     Cieza no comenta si él participó en aquella horrenda batalla, ni tampoco aclara del todo si, por estar Robledo ausente y malherido, pudo no tener responsabilidad en la masacre. En el párrafo siguiente solo se refiere a la mala actuación de los capitanes que iban al mando, a los cuales, de alguna manera, maldice, incluyendo a Robledo indirectamente: “Baltasar de Ledesma y el comendador Hernán Rodríguez de Sosa lo hicieron aquí de tal manera, que es de creer que, por este pecado, andando el tiempo, hubieron de morir en este mismo pueblo, siendo estos y el Capitán Robledo comidos por los mismos indios”.

     (Imagen) JORGE ROBLEDO nació en Úbeda (Jaén) hacia el año 1500, y murió, injustamente ejecutado por Sebastián de Belalcázar, en 1546: era un competidor demasiado valioso. Hizo grandes cosas, y, de seguir viviendo, habría logrado muchas más. Antes de llegar a las Indias, estuvo luchando en las guerras de Italia, y luego batalló bajo las órdenes del gran Pedro de Alvarado en México y Guatelama. Se supone que fue con él como llegó luego a Perú, poniéndose después al servicio de Belalcázar (capitán de Pizarro) en la zona de Quito. Era muy joven el cronista Pedro Cieza de León cuando se incorporó a las expediciones de Jorge Robledo, quien pronto le tuvo un gran afecto porque vería en él la calidad humana y la inteligencia que muestra en sus escritos. Afecto recíproco, pues Cieza lo admiró en gran manera, sin que fuera ciego a sus circunstanciales abusos con los indios. Hay un documento en el que el Oidor Villalobos le denuncia ante el Rey (Robledo estaba en España). Del texto se desprende que, al menos en teoría, no eran hechos legalmente admisibles. Resumo lo que dice: “Estaba poblada la tierra de indios pacíficos, y Jorge Robledo, por fuerza, les tomó mucho oro y provisiones sin pagárselo, y les hizo daños e injurias, y tomó más de cien indios y los trajo atados y encadenados para que les trajesen las cargas, por los cuales malos tratamientos murieron casi todos los indios, lo cual fue perdición de toda la tierra, porque, habiendo estado ellos pacíficos, se alteraron y pusieron en guerra, negando servicio a Dios y a Vuestra Majestad”. Al parecer, las acusaciones no fueron probadas. Robledo quedó absuelto, volvió con gandes poderes a las Indias, y fue asesinado por Belalcázar, amparándose, para no admitirlos, en tramposos argumentos legales.



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