(453) Los de Orellana estaban tan agotados de la travesía, que se
decidió que descansaran un tiempo en Zumaque. Siguió adelante Gonzalo Pizarro
con sesenta de los suyos, pero sin llevar caballos porque la dificultad del
terreno lo impedía. Iban hacia el Este (“por la derrota de donde el sol nace”).
Y encontraron ‘canelos’. Cieza los alaba pero se confirma que el objetivo
principal era el oro: “Son a manera de grandes olivos, y echan de sí unos
capullos con su flor grande, siendo su canela perfectísima e de mucha
sustancia; los naturales los tienen en mucho, y mercadean con ella por todas
las poblaciones”.
Lo que cuenta después Cieza resulta odioso, pero no se muerde la lengua.
Gonzalo Pizarro, por medio de intérpretes, quiso obtener más informacion de
aquellos indios, pero le dijeron que no sabían si había más pueblos por
aquellas tierras, porque, de existir, se encontrarían en lugares muy lejanos.
Se sintió muy frustrado, y también rabioso por creer que mentían. Los atormentó
sin piedad, y se le fue la mano. Además de torturarlos con fuego, mató a
algunos de forma horrible: “El carnicero Gonzalo Pizarro no se contentó con
quemar a los indios sin tener culpa ninguna, sino que mandó que fuesen mandados
otros de aquellos indios a los perros, los cuales los despedazaban con sus
dientes e los comían. Y oí decir que, entre los que aquí quemó y aperreó, hubo
alguna mujeres, que es tener mayor maldad”. Otro comentario de Cieza que deja
bien claro su afán de contar las cosas como ocurrieron. Bastaría este pasaje
para dejar claro que no tiene fundamento el comentario de algún historiador en
el sentido de que adornaba la figura de los Pizarro. Se le suele notar a Cieza
que sufre contando los abusos que cometieron los españoles con los indios, pero
le vence la honradez del cronista que pone por encima de todo la verdad.
Los españoles rumiaban su frustración. Siguieron marchando hasta
prepararse para dormir en la ‘tranquila’ ribera de un río. Pero en tierras
amazónicas, nada es tranquilo: “Y llovió tanto en el nacimiento del río, que
llegó una gran avenida de agua, y, si no fuera por los que estaban de guardia,
se habrían ahogado algunos. Al oír las voces que dieron, todos se levantaron y
se subieron a unas barrancas, y, aunque se dieron prisa, perdieron parte de su
fardaje”. Luego no les quedó más remedio que retroceder, con la esperanza de
encontrar otro camino menos peligroso.
Había sido tan duro el comienzo de la expedición que, a pesar del
demostrado aguante los españoles, el superveterano Gonzalo Pizarro empezó a
desmoralizarse: “Muy acongojado estaba Gonzalo Pizarro al ver que no encontraba
ninguna provincia fértil, y que hubiera tantas montañas, e pesábale muchas
veces no haberse quedado a descubrir por tierras del Cuzco. Y esto no lo daba a
entender a los que con él estaban, sino que les daba mucho ánimo. Por consejo
de todos ellos, determinaron volver al punto de partida”. De camino hacia
Zumaque, vieron un gran río, con canoas e indios en su orilla. Los llamaron en
son de paz. El cacique, que se llamaba Delicola, se les acercó con varios
nativos: “Gonzalo Pizarro se holgó de verlo y le hizo mucha honra, dándole
algunos peines y cuchillos, que ellos tenían en mucho, e preguntole si hallaría
alguna tierra que fuese buena”.
(Imagen) Hay que ponerlo en un pedestal a FRANCISCO DE ORELLANA por su
proeza del Amazonas. La imagen muestra el recorrido (desde su partida de
Guayaquil). Casi 7.000 km de sufrimientos, incertidumbre y enfrentamientos con
los indios. Entre los que sobrevivieron, estaba fray Gaspar de Carvajal, quien
hizo una crónica de la terrible aventura (cuánto mérito el de aquellos
religiosos…). La siguiente expedición fue
un desastre total, pero igualmente heroica. Fue a la gobernación que le habían
concedido en tierras amazónicas. Se casó previamente en Sevilla con una joven
mujer excepcional: ANA DE AYALA. De nada sirvió que se opusiera con todas sus
fuerzas al matrimonio fray Pablo de Torres porque ella no aportaba nada de
dote, y hacía falta dinero para la empresa. Orellana antepuso su amor, y le contestó
que quería ir con ella casado, y no amancebado. Partió en 1544, con más de 400
personas (solo sobrevivieron 44), y poca ayuda económica del Rey. Empezaron
mal. Ya en Cabo Verde murieron bastantes por alguna infección. También perdieron
dos naves de las cuatro que tenían, pero nada pudo minar la determinación de
Orellana. Entraron en la enorme desembocadura del Amazonas, y siguieron río
arriba, por laberintos de afluentes que solo mostraban una naturaleza feroz y
escasas poblaciones de indios. Anduvieron perdidos durante once meses, en un
goteo constante de fallecidos, entre ellos, el propio Orellana, a quien su
mujer, Ana de Ayala, enterró tan piadosamente como los compañeros del gran
Hernando de Soto sumergieron su cadáver en las aguas de Misisipi. Dos de los
pocos que pudieron encontrar el acceso a
la desembocadura del gran río, fueron el capitán Juan de Peñalosa y Ana de
Ayala, y, además, se casaron, permaneciendo juntos en Panamá hasta que ella
falleció (26 años después aún vivía).
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