viernes, 21 de junio de 2019

(Día 863) Gonzalo Pizarro castiga brutalmente a unos indios. Cieza sufre por estos abusos y lo califica de ‘carnicero’. Las dificultades aumentan. Gonzalo Pizarro disimula su decepción y anima a los soldados.


     (453) Los de Orellana estaban tan agotados de la travesía, que se decidió que descansaran un tiempo en Zumaque. Siguió adelante Gonzalo Pizarro con sesenta de los suyos, pero sin llevar caballos porque la dificultad del terreno lo impedía. Iban hacia el Este (“por la derrota de donde el sol nace”). Y encontraron ‘canelos’. Cieza los alaba pero se confirma que el objetivo principal era el oro: “Son a manera de grandes olivos, y echan de sí unos capullos con su flor grande, siendo su canela perfectísima e de mucha sustancia; los naturales los tienen en mucho, y mercadean con ella por todas las poblaciones”.
    Lo que cuenta después Cieza resulta odioso, pero no se muerde la lengua. Gonzalo Pizarro, por medio de intérpretes, quiso obtener más informacion de aquellos indios, pero le dijeron que no sabían si había más pueblos por aquellas tierras, porque, de existir, se encontrarían en lugares muy lejanos. Se sintió muy frustrado, y también rabioso por creer que mentían. Los atormentó sin piedad, y se le fue la mano. Además de torturarlos con fuego, mató a algunos de forma horrible: “El carnicero Gonzalo Pizarro no se contentó con quemar a los indios sin tener culpa ninguna, sino que mandó que fuesen mandados otros de aquellos indios a los perros, los cuales los despedazaban con sus dientes e los comían. Y oí decir que, entre los que aquí quemó y aperreó, hubo alguna mujeres, que es tener mayor maldad”. Otro comentario de Cieza que deja bien claro su afán de contar las cosas como ocurrieron. Bastaría este pasaje para dejar claro que no tiene fundamento el comentario de algún historiador en el sentido de que adornaba la figura de los Pizarro. Se le suele notar a Cieza que sufre contando los abusos que cometieron los españoles con los indios, pero le vence la honradez del cronista que pone por encima de todo la verdad.
     Los españoles rumiaban su frustración. Siguieron marchando hasta prepararse para dormir en la ‘tranquila’ ribera de un río. Pero en tierras amazónicas, nada es tranquilo: “Y llovió tanto en el nacimiento del río, que llegó una gran avenida de agua, y, si no fuera por los que estaban de guardia, se habrían ahogado algunos. Al oír las voces que dieron, todos se levantaron y se subieron a unas barrancas, y, aunque se dieron prisa, perdieron parte de su fardaje”. Luego no les quedó más remedio que retroceder, con la esperanza de encontrar otro camino menos peligroso.
     Había sido tan duro el comienzo de la expedición que, a pesar del demostrado aguante los españoles, el superveterano Gonzalo Pizarro empezó a desmoralizarse: “Muy acongojado estaba Gonzalo Pizarro al ver que no encontraba ninguna provincia fértil, y que hubiera tantas montañas, e pesábale muchas veces no haberse quedado a descubrir por tierras del Cuzco. Y esto no lo daba a entender a los que con él estaban, sino que les daba mucho ánimo. Por consejo de todos ellos, determinaron volver al punto de partida”. De camino hacia Zumaque, vieron un gran río, con canoas e indios en su orilla. Los llamaron en son de paz. El cacique, que se llamaba Delicola, se les acercó con varios nativos: “Gonzalo Pizarro se holgó de verlo y le hizo mucha honra, dándole algunos peines y cuchillos, que ellos tenían en mucho, e preguntole si hallaría alguna tierra que fuese buena”.

     (Imagen) Hay que ponerlo en un pedestal a FRANCISCO DE ORELLANA por su proeza del Amazonas. La imagen muestra el recorrido (desde su partida de Guayaquil). Casi 7.000 km de sufrimientos, incertidumbre y enfrentamientos con los indios. Entre los que sobrevivieron, estaba fray Gaspar de Carvajal, quien hizo una crónica de la terrible aventura (cuánto mérito el de aquellos religiosos…).  La siguiente expedición fue un desastre total, pero igualmente heroica. Fue a la gobernación que le habían concedido en tierras amazónicas. Se casó previamente en Sevilla con una joven mujer excepcional: ANA DE AYALA. De nada sirvió que se opusiera con todas sus fuerzas al matrimonio fray Pablo de Torres porque ella no aportaba nada de dote, y hacía falta dinero para la empresa. Orellana antepuso su amor, y le contestó que quería ir con ella casado, y no amancebado. Partió en 1544, con más de 400 personas (solo sobrevivieron 44), y poca ayuda económica del Rey. Empezaron mal. Ya en Cabo Verde murieron bastantes por alguna infección. También perdieron dos naves de las cuatro que tenían, pero nada pudo minar la determinación de Orellana. Entraron en la enorme desembocadura del Amazonas, y siguieron río arriba, por laberintos de afluentes que solo mostraban una naturaleza feroz y escasas poblaciones de indios. Anduvieron perdidos durante once meses, en un goteo constante de fallecidos, entre ellos, el propio Orellana, a quien su mujer, Ana de Ayala, enterró tan piadosamente como los compañeros del gran Hernando de Soto sumergieron su cadáver en las aguas de Misisipi. Dos de los pocos que  pudieron encontrar el acceso a la desembocadura del gran río, fueron el capitán Juan de Peñalosa y Ana de Ayala, y, además, se casaron, permaneciendo juntos en Panamá hasta que ella falleció (26 años después aún vivía).



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