martes, 25 de junio de 2019

(Día 866) Gonzalo y sus hombres se desesperaban porque Orellana no volvía. Empezaron a comer los caballos y los perros de guerra que tenían. Superaron el infierno gracias a la yuca que encontraron.


     (456) Cieza acaba de decir que les pareció imposible volver río arriba, pero deja entrever que la actitud de Orellana fue sospechosa: “Diciendo algunas justificaciones, Orellana prosiguió su camino, e descubrió por el grande e muy ancho río Marañón (nombre inicial del Amazonas) grandes provincias e pueblos tan grandes, que afirman que, yendo caminando dos días por el río abajo, no acababan de pasar lo poblado. Tuvieron algunas guerras con los indios, e fueron heridos algunos españoles, e al padre Fray Gaspar de Carvajal le quebraron un ojo. Pasados otros trabajos mayores, llegaron al Mar Océano, desde donde Fancisco de Orellana fue a España. Su Majestad le hizo merced de aquella provincia con título de Adelantado, e, publicando mayores cosa de las que vio, juntó mucha gente, con la cual entró por la boca del gran río, y murió miserablemente, y toda la gente se perdió (algunos se salvaron)”.
     Aunque Gonzalo Pizarro, sus hombres y los indios que los acompañaban sufrían con desesperación la tardanza de Orellana en volver, estaban tan atormentados por el hambre que decidieron ponerse en marcha: “No tenían alimentos ni parte cierta adonde pudiesen ir. Los cielos derramaban agua sin parar. Se abrían camino con hachas e machetes, y no dejaban de cortar aquel espeso monte. Como hallaban tanta maleza y ningún poblado, acordando aguardar a ver si Francisco de Orellana volvía, y por no perecer todos de hambre, comían los caballos y los perros que tenían, sin que se perdiese parte ninguna de sus tripas ni cueros”.
     Llegaron a una isla del río. Cieza hace la reflexión de que la única oportunidad de salvarse estaba en haber preparado allí algún barco para bajar navegando (como lo había hecho Orellana), porque habrían encontrado “tantas poblaciones e tan grandes que es admiración decirlo”. Pero estaban completamente desorientados: “Gonzalo Pizarro mandó al capitán Alonso de Mercadillo que fuese con una docena de soldados en unas canoas y supiese si había algún rastro del capitán Francisco de Orellana, y si había algún bastimento por la tierra. El capitán Mercadillo anduvo ocho días sin hallar ninguna cosa ni rastro de indios”. Aunque Gonzalo Pizarro vio que aquello era el fin, ordenó que varios hombres repitieran el intento, también en canoas, pero en otra dirección, yendo bajo el mando del capitán Gonzalo Diaz  de Pineda (recordemos que fue el primer español que había entrado un buen trecho en las tierras amazónicas): “Llegaron a otro río más poderoso, e vieron cortaduras de machetes y espadas, sabiendo así que estuvo allí Orellana con sus hombres. Siguieron su marcha y, al cabo de diez leguas, hallaron muchas labranzas de yuca, lo que no fue poco alivio para los españoles. Se hincaron de rodillas y dieron muchas gracias a Dios nuestro Señor por tan gran merced como les había hecho. Cargaron de yuca las dos canoas que llevaban, y se volvieron adonde habían quedado Gonzalo Pizarro y los españoles, estando todos tan desmayados, que ninguno pensaba escapar con vida. Cuando vieron lo que traían en las canoas, ponían los ojos en el cielo y le daban gracias a Dios por aquella merced tan grande”.

     (Imagen) Decía Juan de Peñalosa (en la imagen anterior) que había luchado contra los nicaragüenses hermanos HERNANDO Y PEDRO DE CONTRERAS, quienes protagonizaron una pintoresca y loca historia. Justo cuando el gran Pedro de la Gasca acabó con la rebelión de Gonzalo Pizarro, se rebelaron contra la corona española. Hasta hay quien dice que su empeño tuvo un fundamento indigenista, algo chocante porque eran hijos de españoles. Además su padre, el segoviano Rodrigo  de Contreras, había sido el Gobernador de Nicaragua, y, por si fuera poco, yerno del temible Pedrarias Dávila, al haberse casado con su hija María de Peñalosa, quien, curiosamente, fue la prometida de Vasco Núñez de Balboa (decapitado por Pedrarias). Pedro de la Gasca volvía a España con tanto oro, que tuvo que dejar parte en Panamá porque no cabía en el barco que le esperaba para partir. Todo el botín era para el Rey y para familiares de los conquistadores (y dice un cronista: “Sin llevar cosa alguna para sí, que es el mayor milagro que se ha visto en el Nuevo Mundo”). Magnífica ocasión de ataque para los Contreras: reclutaron a 200 hombres, prepararon dos naves, robaron el oro de Panamá,  y Hernando de Contreras fue por tierra tras La Gasca para quitarle el sustancioso resto. La reaccion de La Gasca fue fulminante. Reclutó gente, los derrotó, recuperó lo robado y castigó con dureza a los cabecilas y a toda su tropa. Fue su último susto en Las Indias, y, una vez más, lo superó ágilmente. El padre de los insensatos, Rodrigo de Contreras (murió en 1558), había sido un buen gobernador, que, además, velaba por los indios, y confirmó su fidelidad a la Corona luchando contra Francisco Hernández Girón, el último rebelde.



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