(456) Cieza acaba de decir que les pareció imposible volver río arriba,
pero deja entrever que la actitud de Orellana fue sospechosa: “Diciendo algunas
justificaciones, Orellana prosiguió su camino, e descubrió por el grande e muy
ancho río Marañón (nombre inicial del
Amazonas) grandes provincias e pueblos tan grandes, que afirman que, yendo
caminando dos días por el río abajo, no acababan de pasar lo poblado. Tuvieron
algunas guerras con los indios, e fueron heridos algunos españoles, e al padre
Fray Gaspar de Carvajal le quebraron un ojo. Pasados otros trabajos mayores,
llegaron al Mar Océano, desde donde Fancisco de Orellana fue a España. Su
Majestad le hizo merced de aquella provincia con título de Adelantado, e,
publicando mayores cosa de las que vio, juntó mucha gente, con la cual entró
por la boca del gran río, y murió miserablemente, y toda la gente se perdió (algunos se salvaron)”.
Aunque Gonzalo Pizarro, sus hombres y los indios que los acompañaban
sufrían con desesperación la tardanza de Orellana en volver, estaban tan
atormentados por el hambre que decidieron ponerse en marcha: “No tenían
alimentos ni parte cierta adonde pudiesen ir. Los cielos derramaban agua sin
parar. Se abrían camino con hachas e machetes, y no dejaban de cortar aquel
espeso monte. Como hallaban tanta maleza y ningún poblado, acordando aguardar a
ver si Francisco de Orellana volvía, y por no perecer todos de hambre, comían
los caballos y los perros que tenían, sin que se perdiese parte ninguna de sus
tripas ni cueros”.
Llegaron a una isla del río. Cieza hace la reflexión de que la única
oportunidad de salvarse estaba en haber preparado allí algún barco para bajar
navegando (como lo había hecho Orellana), porque habrían encontrado “tantas
poblaciones e tan grandes que es admiración decirlo”. Pero estaban
completamente desorientados: “Gonzalo Pizarro mandó al capitán Alonso de
Mercadillo que fuese con una docena de soldados en unas canoas y supiese si
había algún rastro del capitán Francisco de Orellana, y si había algún
bastimento por la tierra. El capitán Mercadillo anduvo ocho días sin hallar
ninguna cosa ni rastro de indios”. Aunque Gonzalo Pizarro vio que aquello era
el fin, ordenó que varios hombres repitieran el intento, también en canoas,
pero en otra dirección, yendo bajo el mando del capitán Gonzalo Diaz de Pineda (recordemos que fue el primer
español que había entrado un buen trecho en las tierras amazónicas): “Llegaron
a otro río más poderoso, e vieron cortaduras de machetes y espadas, sabiendo
así que estuvo allí Orellana con sus hombres. Siguieron su marcha y, al cabo de
diez leguas, hallaron muchas labranzas de yuca, lo que no fue poco alivio para
los españoles. Se hincaron de rodillas y dieron muchas gracias a Dios nuestro
Señor por tan gran merced como les había hecho. Cargaron de yuca las dos canoas
que llevaban, y se volvieron adonde habían quedado Gonzalo Pizarro y los
españoles, estando todos tan desmayados, que ninguno pensaba escapar con vida.
Cuando vieron lo que traían en las canoas, ponían los ojos en el cielo y le
daban gracias a Dios por aquella merced tan grande”.
(Imagen) Decía Juan de Peñalosa (en la imagen anterior) que había
luchado contra los nicaragüenses hermanos HERNANDO Y PEDRO DE CONTRERAS,
quienes protagonizaron una pintoresca y loca historia. Justo cuando el gran
Pedro de la Gasca acabó con la rebelión de Gonzalo Pizarro, se rebelaron contra
la corona española. Hasta hay quien dice que su empeño tuvo un fundamento
indigenista, algo chocante porque eran hijos de españoles. Además su padre, el
segoviano Rodrigo de Contreras, había
sido el Gobernador de Nicaragua, y, por si fuera poco, yerno del temible
Pedrarias Dávila, al haberse casado con su hija María de Peñalosa, quien,
curiosamente, fue la prometida de Vasco Núñez de Balboa (decapitado por
Pedrarias). Pedro de la Gasca volvía a España con tanto oro, que tuvo que dejar
parte en Panamá porque no cabía en el barco que le esperaba para partir. Todo
el botín era para el Rey y para familiares de los conquistadores (y dice un
cronista: “Sin llevar cosa alguna para sí, que es el mayor milagro que se ha
visto en el Nuevo Mundo”). Magnífica ocasión de ataque para los Contreras: reclutaron
a 200 hombres, prepararon dos naves, robaron el oro de Panamá, y Hernando de Contreras fue por tierra tras
La Gasca para quitarle el sustancioso resto. La reaccion de La Gasca fue
fulminante. Reclutó gente, los derrotó, recuperó lo robado y castigó con dureza
a los cabecilas y a toda su tropa. Fue su último susto en Las Indias, y, una
vez más, lo superó ágilmente. El padre de los insensatos, Rodrigo de Contreras (murió
en 1558), había sido un buen gobernador, que, además, velaba por los indios, y
confirmó su fidelidad a la Corona luchando contra Francisco Hernández Girón, el
último rebelde.
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