(443) En Apirimá estaba el capitán Osorio con dieciséis españoles, a
solo dos leguas de donde los indios habían matado a los hombres de Añasco:
“Llegaron los bárbaros, los cercaron, dieron contra ellos y comenzaron a
herirlos. Osorio y los suyos no pudieron librarse de sus manos. Solamente pudo
escapar un español llamado Serrano, y todos los demás fueron muertos y comidos
por los indios, los cuales, robándoles todo lo que tenían, se fueron después
muy alegres a sus pueblos”.
No acabaron ahí los problemas, porque los indios eran muy bravos, y, además, muy numerosos. Daban
como seguro que los españoles tomarían represalias, y reforzaron sus
posiciones, “dispuestos a morir todos o a repetir con ellos lo que habían hecho
con Pedro de Añasco”. Cuando Serrano llegó a Popayán, al conocer Juan de Ampudia
(gobernador de la ciudad en nombre de Belalcázar) la muerte de los españoles,
determinó ir a guerrear con los indios, y salió de Popayán con sesenta hombres.
Llegaron hasta el lugar en el que habían matado a Osorio. Los indios soprendieron
a un soldado que se llamaba Paredes y lo mataron: “Juan de Ampudia, salió con
los demás españoles contra ellos, y dieron de tal manera en los indios, que
alancearon a muchos, e los españoles de a pie mataron asimismo con las espadas
e ballestas otro número mayor; y tantos fueron los muertos, que un arroyo que
corría por la quebrada iba de color de sangre. Los indios, espantados de cómo
luchaban, volvieron las espaldas, y, por huir de los perros, que los
despedazaban con sus dientes, se despeñaban por los riscos abajo muchos de
ellos. Quedó el campo para los españoles, y prendieron a un cacique principal.
El Capitán le aseguró la vida, le dijo que los guiase por camino seguro, y el
bárbaro lo prometió”. Una multitud de indios los esperaba en lo alto de una
loma, y hacia allá se encaminaron los españoles. “Cuando alcanzaron la cima,
encomendándose a Dios y llamando en su ayuda al Apóstol Santiago, arremetieron
contra los indios, y los indios contra ellos (siendo más de cuatro mil y los
cristianos muy poquitos), y, después de que hubo la batalla durado buen rato, quedado el campo lleno de muertos y de
heridos de los indios (porque no murió sino un cristiano y heridos hubo pocos),
los bárbaros comenzaron a huir, y los cristianos quedaron tan cansados que casi no podían
tenerse en sus pies”.
Volvieron a la carga los indios al amanecer, y, con permiso de Ampudia,
un capitán y varios voluntarios ejercieron de héroes: “Salió el capitán Tobar
con cuarenta rodeleros e ballesteros contra los indios, e hirieron y mataron a
muchos. Ellos seguían gritando y amenazando, y Tobar, mostrando su persona e
rostro con autoridad, les decía: ‘Perros, yo soy Francisco García de Tobar, y
conmigo y no con otros tenéis esta cuestión’. Y así, con el esfuerzo
maravilloso de este capitán y con el de sus compañeros, pudieron tanto, que,
después de haber matado a gran número de indios, los demás se fueron huyendo, y
Tobar volvió adonde el Capitán Ampudia, el cual lo recibió muy bien”.
(Imagen) Acabamos de ver al capitán FRANCISCO GARCÍA DE TOBAR reaccionar
con soberbia y valentía frente a las amenazas de unos feroces y caníbales
indios colombianos. Había nacido en Sevilla, llegó a las Indias en 1517 y luchó
en la conquista de Nicaragua. Más tarde llegó a Perú con la tropa de Pedro de
Alvarado, y luego se puso a las órdenes de Sebastián de Belalcázar. Salió
vencedor en el mencionado choque con los indios, pero, dos años más tarde, en
1541, acabaron con su vida. Entonces residía en Popayán, de donde había sido
nombrado gobernador delegado por Belalcázar al partir para España. Y lo que son
las cosas: Cincuenta años después, una
nieta de Belalcázar, llamada Beatriz de Belalcázar, y un nieto de
Francisco García de Tobar, llamado igual que él, fueron proganistas de un
‘culebrón’ de tanto impacto social, que nunca se ha olvidado en Popayán. El
capitán Lorenzo de Paz-Maldonado llegó a
esta ciudad como hombre rico, y se casó con Beatriz de Belalcázar barriendo a
sus muchos pretendientes, uno de los cuales era Francisco García de Tobar. Unos
quince años después, vivieron un romance oculto Beatriz y Francisco, algo
siempre peligroso, y mucho más en aquellos tiempos. Surgió la inevitable
casualidad: Lorenzo los encontró amartelados al volver a su casa, sacó la
espada, y el veterano capitán les dio muerte acribillándolos a cuchilladas. En
un principio, Lorenzo fue condenado a muerte, pero, apelando la sentencia,
quedó absuelto, quizá por el peso que tenía entonces el estigma del adulterio.
Continuó gozando de su fortuna, y se casó de nuevo, esta vez con Catalina de
Zúñiga, hija del capitán Francisco de Mosquera y Figueroa.
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