(440) Tuvo noticias Robledo de que, cerca de allí, estaba la zona de
Arma (que, según Cieza, era la más extensa, poblada y rica de Perú, con
abundancia de oro). Con intencion de pacificarla y fundar una nueva ciudad, se
puso en marcha acompañado de sus hombres, de algunos caciques de Paucura y de muchos
indios. Es un claro ejemplo de que en las campañas de Perú, Ecuador y Colombia,
como ocurría con frecuencia en las Indias, muchos pueblos nativos se asociaron
a los españoles para poder vencer a sus propios enemigos locales. El cronista
también nos informa, por propia experiencia, del habitual efecto que causaban
los rumores que, por primera vez, les llegaban a los indios: “Ya sabían todos
los pueblos de aquella gran provincia que llegaban los españoles, y
engrandecían nuestros hechos diciendo que, de un golpe de espada, hendíamos a
un indio; y lo que más les espantaba era oír de la manera que la saeta salía de
la ballesta, y la furia tan veloz que llevaba, y de los caballos admiraban también
su ligereza”.
No obstante, venciendo su miedo, los indios decidieron probar fortuna
atacando: “Llegando a la vista de una cumbre, oímos gran ruido de muchos
tambores y bocinas, pues, tras esconder sus haciendas y poner en lugar seguro a
sus mujeres e hijos, acordaron salir a hacer apariencia de guerra. El Capitán
Robledo mandó que todos se pusiesen en orden con sus armas, y empezamos a
caminar hacia ellos. La grita de los indios crecía, y nosotros, sin darnos
mucha prisa, seguíamos avanzando. Aunque procuraron espantarnos con su
estruendo, y echaban rodando por la sierra abajo crecidas piedras, no bastó,
porque el valor de los españoles es tan grande, que no teme a ninguno de los
del mundo, y así, a su pesar, llegaron a lo alto e hicieron huir a los indios”.
Siguieron tras ellos y mataron a algunos, pudiendo comprobar que trabajaban el
oro: “Vimos que estaban adornados de muy hermosas piezas de oro, con bandas de
este metal, plumajes, coronas e grandes patenas, y hasta se vieron algunos
indios armados de oro de pies a cabeza. Nos aposentamos en dos casas, muy
alegres de ver que Dios, nuestro Señor, era servido de depararnos tierra tan
rica y bien poblada, para que, siendo por nosotros descubierta, fuera su nombre
adorado y el sacro Evangelio predicado”.
Partieron al día siguiente, y se repitió la escena en otros poblados.
Consiguieron doblegar a más indios, y, en un punto determinado, Robledo le
encargó a Hernán Rodríguez de Sosa que fuera con gente hasta el pueblo de Maytama, ‘la
capital’ del entorno, donde residía el cacique más importante (llamado Maytama), y que lo apresara: “Hallaron a los
indios a punto de guerra, e, dando en ellos hasta que era de día, los hicieron
huir, y prendieron a un hermano de Maytama. La espesura de los maizales era tan
grande, que los indios pudieron escapar con todo el oro”. Llegó entonces
Robledo con el resto de la gente, y la mayoría de los indios de aquella comarca
siguieron con sus dudas: paz o guerra. En ese momento hubo una oleada de indios
y caciques que venían de todas partes con actitud amistosa y abundantes regalos
de objetos y adornos de oro.
(Imagen) Veamos más datos que amplían, confirman y corrigen algunas
cosas que anoté en la imagen anterior.
JORGE ROBLEDO estuvo muy poco tiempo casado con MARÍA DE CARVAJAL, solamente
dos años, pero su apoyo fue decisivo para que saliera bien librado del juicio
al que le sometieron en España, e incluso, ya fallecido, para que se condenara a muerte a
Belalcázar por haberlo ejecutado. Cuando Jorge volvió a las Indias con María
tras haberse casado en Úbeda (Jaén), las rivalidades entre los dos capitanes fueron
inevitables. Los intentos de negociación de Robledo, ofreciéndole a su
contrario que casara a alguno de sus hijos con familiares de su esposa,
resultaron inútiles. Hubo pelea, y perdió Robledo la batalla y la vida. Resulta
que Francisco Briceño, el tercer marido de María, era hermano del segundo, el también
fallecido Pedro Briceño, y, a su vez, quien fue encargado por el Rey de llevar
a cabo la investigación de las acusaciones que ella había hecho contra
Belalcázar por ejecutar a Jorge Robledo.
Salta a la vista que la mano oculta de tan corajuda dama tuvo que influir para
que el sospechoso saliera malparado en el informe final, lo que le costó una
pena de muerte (que no llegó a sufrir porque falleció inesperadamente).
Belalcázar había ejecutado a Robledo junto a tres de sus capitanes. Uno de
ellos era HERNÁN RODRÍGUEZ DE SOSA (del que he hablado recientemente). Tan gran
capitán ha dejado un romántico recuerdo
en Sonsón (Colombia), casi el único que de él queda (salvo en las viejas
crónicas). Se tata de un sencillo teatro (el de la imagen) que lleva el nombre
de ITARÉ, una princesa indígena tan enamorada de Hernán, que, por evitar tener
que casarse con un importante cacique, prefirió morir ahogada en un río al que
la arrojaron como castigo.
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