(458) Los que iban en la canoa con Gonzalo Díaz de Pineda tuvieron un
enfrentamiento con varios indios ribereños y mataron a cuatro. Viendo también
que el terreno mejoraba y que a lo lejos había grandes montañas que podían ser
de la zona de Quito, decidieron volver río abajo al encuentro del resto de la
tropa. Gonzalo Pizarro y sus hombres seguían río arriba con muchísimas
dificultades, y, literalmente, muertos de hambre: “Se habían comido los perros
que llevaban que eran más de novecientos, e dos tan solo habían quedado vivos,
uno de Gonzalo Pizarro e otro de Don Antonio de Ribera. También habían comido
muchos caballos de los que traían, e los españoles venían tan fatigados, que no
se podían tener, e algunos quedaban por aquellos montes muertos. Yendo por el
río, Gonzalo Díaz oyó el ruido que traían cortando los árboles con las espadas,
e salieron muy alegres a tierra y fueron donde estaban los cristianos,
holgándose unos con otros, e no podemos
contar el gran placer que Gonzalo Pizarro recibió en ver a Gonzalo Díaz
de Pineda, porque ya lo tenían por muerto, el cual le contó que habían visto a la
parte de Mediodía unas sierras muy altas, y que creían que en ellas
hallarían algún poblado o camino para salir a tierra de cristianos. Y,
con saber estas cosas, Gonzalo Pizarro mucho se holgó”. No deja de asombrar el
dato que da Cieza de la enorme cantidad de perros de guerra que llevaban
aquellas tropas.
Pero, como le encanta simultanear los hechos, nos cambia de tercio,
abandona momentáneamente a Gonzalo Pizarro en medio de su terrible campaña, y
nos lleva de nuevo al escenario de las andanzas de Belalcázar, al que vamos a
ver muy crecido y mandón volviendo con grandes poderes de España. Y Cieza, para
que lo entendamos, nos explica el desarrollo del argumento. Nos recuerda que
Belalcázar, Gonzalo Jiménez de Quesada y el alemán Federman se presentaron, en
sus campañas de conquista, casi al mismo tiempo en Bogotá (ya hablé de ello
anteriomente). Quien llegó primero fue Quesada, pero los tres aceptaron dejar
que el Rey decidiera a quién le correspondían los derechos de ocupación.
Belalcázar fue a España para defender su pretensión. Aunque, finalmente, se hizo justicia reconociendo la prioridad de
Quesada, no volvió descontento Belalcázar porque consiguió jugosos permisos de
conquista.
Cieza va a hacer el sorprendente
comentario, probablemente acertado, de que la ausencia del Rey le favoreció, y
en perjuicio de otros: “Llegado a España el capitán Belalcázar, halló a Su
Majestad ausente de ella, por lo que entonces a los que iban a España les era
fácil negociar, y los señores del Consejo de Indias creían a los capitanes que
iban a pedir mercedes. A Belalcázar, después de hechas sus informaciones, le
hicieron merced de la gobernación de Popayán, con las villas de Anserma,
Cartago, Cali y Neiva, y todo lo que se incluye hasta llegar a los términos de
la ciudad de Quito. Con sus despachos e favores, partió de España, dirigiéndose
a Cali, donde ya había noticia de que llegaba como Gobernador”.
(Imagen) Vemos que, junto a Gonzalo Pizarro, va en la terrible campaña
amazónica el capitán ANTONIO DE RIBERA. Era Caballero de Santiago, y, en 1545, tenía
el prestigioso cargo de Alcalde de Lima. Cuando asesinaron a Pizarro, luchó
contra Diego de Almagro el Mozo. Se supone que
luego abandonó a Gonzalo Pizarro y se pasó al bando de los leales a la
Corona, puesto que vivió muchos años. Todo le iba bien. Pero el colmo de su
fortuna le llegó siendo alcalde: se casó con INÉS MUÑOZ. ¡Qué mujer! Era una sevillana
humilde y analfabeta. Fue a las Indias con su primer marido, Francisco Martín de
Alcántara, hermanastro (por parte de madre) de Francisco Pizarro. Con el tiempo, se establecieron en Lima, ya
como ricos vecinos. Pizarro le confió la educación de sus mestizos hijos.
Cuando fueron asesinados juntos Pizarro y su marido, Inés tuvo el valor de
enterrar sus cuerpos, evitando así que fueran profanados por los implacables
amotinados. Para que nadie molestara a los hijos de Pizarro, los mantuvo escondidos
en un convento, y luego huyó con ellos, abandonando casi todos sus bienes. Vinieron
tiempos mejores para Inés. Pasó a ser Inés Muñoz ‘de Ribera’. Introdujo en Perú
numerosos productos agrícolas. Estableció el primer ‘obraje’ para el tejido de
la lana y el algodón. Tuvo un solo hijo (murió joven), fruto de su matrimonio
con Antonio de Ribera. Cuando quedó viuda, fundó un convento (sigue en pie)
para ayudar a “las muchas hijas de conquistadores pobres que había en Lima”. El
cuadro que la representa (el de la imagen) dice (de forma peculiar): “Esta
señora fue la primera conquistadora que
entró en Perú, por cuyas manos llegaron el trigo y otras plantas a estos reinos”.
Murió muy anciana, y, aunque, de los dos hijos de Pizarro, solamente sobrevivió
Francisca Pizarro, es de suponer que, si también ella llegó a ser una mujer
excepcional, fue gracias a la educación y el ejemplo que le dio INÉS MUÑOZ DE
RIBERA.
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