jueves, 31 de marzo de 2022

(1685) El valioso coronel Francisco del Campo llegó con refuerzos para Chile, y se vio en apuros para liberar de los indios a su mujer y sus dos hijos. Para algunos, todo es defendible: incluso el caso extremo del dominico Juan Barba.

 

     (1285) En Perú, las noticias que llegaban de Chile creaban un clima de gran preocupación, y se hizo lo posible por enviarles ayudas militares: "El virrey don Luis de Velasco hacía entonces esfuerzos increíbles para auxiliar a Chile, y, a pesar del temor que producía ir a pelear contra los mapuches, había conseguido reunir algunos soldados. En noviembre salieron del puerto de Lima dos naves con doscientos ochenta hombres bajo el mando del coronel Francisco del Campo. Pocos días después zarpaba otro buque mandado por el capitán Juan Martínez de Leiva con otros ciento seis, y llegaron a Concepción el 2 de enero de 1600. Desgraciadamente, la condición de esta gente resultaba muy poco útil para la guerra terrible y llena de privaciones que era preciso sostener en Chile. Refiriéndose especialmente a este grupo de soldados, el gobernador Quiñones comunicó lo siguiente: 'El capitán Juan Martínez de Leiva llegó por enero de este año de 1600 con ciento seis hombres, a los cuales diera yo muchos ducados para que no entraran en este reino".

     Diego Barros va a dedicarle algunos elogios al otro capitán: "Francisco del Campo era un militar de gran experiencia en la guerra de Chile, en la que servía desde los principios del gobierno de don Alonso de Sotomayor. Había establecido su casa en la ciudad de Valdivia, y, dejando allí a su mujer y dos hijos pequeños, pasó al Perú, quizá para pedir auxilios militares. A fines de 1598 fue encargado por el virrey del Perú de llevar un socorro de gente para don Alonso de Sotomayor, que entonces gobernaba Panamá. Estando allí Francisco del Campo, recibió la noticia del formidable alzamiento de los indios de Chile y de la muerte de García de Loyola, por lo que volvió rápidamente a Lima. Conocedor de sus antecedentes militares, el virrey don Luis de Velasco le dio el mando de los doscientos ochenta hombres mencionados para ir en socorro de Chile. El 5 de diciembre, once días después del asalto de la ciudad de Valdivia, desembarcaba allí el coronel del Campo, y sólo halló ruinas y desolación. En el puerto encontró uno de los buques que habían presenciado la catástrofe, y entre los españoles que estaban asilados en él, halló a su propia mujer. No le fue difícil ponerse en comunicación con los indios de la comarca y rescatar a algunos de los españoles que habían quedado cautivos, y entre ellos a sus dos hijos. Supo entonces que la insurrección de los indígenas se había hecho general en aquella parte del territorio y que las ciudades de Osorno y de Villarrica estaban a punto de caer en manos del enemigo. Hubiera querido volar en socorro de esas ciudades y llevarles algunas de las armas y municiones que traía en sus naves; pero, careciendo absolutamente de caballos y de bestias de carga, se vio obligado a dejar allí sus pertrechos con una parte de sus tropas, y a emprender a pie el viaje hacia Osorno a la cabeza de ciento sesenta y cinco soldados. Esta resolución era de la mayor urgencia. Se decía que el ejército de bárbaros que acababa de destruir Valdivia, considerablemente engrosado después de sus triunfos, se había dirigido contra Osorno bajo el mando del cacique Pelantaro, y que este caudillo llevaba por consejeros a Jerónimo Bello, al clérigo Juan Barba y a otros desertores españoles. En su marcha, Francisco del Campo debía evitar todo encuentro con ese formidable ejército de bárbaros, y por esto mismo se veía obligado a caminar con infinitas precauciones, haciendo largos rodeos a través de bosques casi impenetrables, y empleando una lentitud que sin esos peligros habría podido evitar".

 

     (Imagen) El dominico JUAN BARBA, al que ha mencionado recientemente el historiador Diego Barros, fue un personaje misterioso. Se alió con los mapuches, quizá tras ser apresado, y colaboró con ellos contra los españoles. El abogado chileno Osvaldo Solís ha expuesto de forma 'izquierdista' su caso,  como si Juan Barba fuera un rebelde de nuestros tiempos enfrentado en solitario al capitalismo más feroz. Esto es lo que ha escrito: "Poco se sabe del padre dominico Juan Barba, y solo ha llegado a través de algunos cronistas españoles. Inicialmente fue posiblemente capturado por los indios en momentos en que el poder hispano se retiraba a Concepción tras el desastre de Curalaba (donde los mapuches mataron al gobernador García de Loyola), a finales del siglo XVI. Ignoramos lo que le ocurrió a Barba estando prisionero y expuesto al contacto con la sociedad mapuche. Lo que sí es cierto, es que el gobernador interino Pedro de Viscarra informó a Felipe III sobre la revuelta indígena lo que sigue: '…y mezclado con los indios atinó a venir un Juan Barba, fraile de la religión de Santo Domingo, quien en una mano agitaba la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y en la otra la lanza de estos bárbaros'. Lo que se pueda decir es especulación, incluso ha sido materia para el escritor Eduardo Labarca en su novela Butamalón.  Pero hay algo que no tiene duda: la sociedad española de su época condena sin paliativos al cura renegado, que 'evidentemente se ha pasado' al bando de los indios. Se le denigra como seducido por el demonio, violento, impulsivo y lujurioso. Se 'argumenta' que sólo un hombre de naturaleza perversa podría sentirse cercano a una barbarie indígena que ponía fin a las encomiendas y al trabajo forzado de los indios, recuperaba territorios perdidos y exigía su derecho a la vida y la libertad (ironiza sobre el argumento). Hubo otros renegados durante la colonización, mestizos, esclavos negros huidos e, incluso, españoles. Todos tenían sus motivos (y vuelve a la ironía hasta el final), pero ninguno más odiado que un representante de la principal institución española de la época (y la abandona), no la que esgrime la espada, sino la que esgrime la cruz, y que tiene como función difundir el cristianismo, pero sobre él, la legitimidad del dominio hispano. Porque el oro, la tierra, y el dominio político sobre poblaciones indígenas no son el motivo de la conquista, sino la difusión del cristianismo, la salvación de las almas, al estilo de la época por supuesto, es decir destruyendo cuerpos porque era necesario". Solís olvida tener en cuenta que Juan Barba fue un caso único de clérigo que se enfrentara a los soldados con la cruz y con la lanza, como muestra la novela, y que era del todo natural que los españoles aborreciesen lo que consideraban una total locurra.




miércoles, 30 de marzo de 2022

(1684) Barros se equivoca: no es cierto que los españoles mataran a indios por no querer ser cristianos. Aunque parezca extraño, había soldados que se pasaban al bando de los indios. En Valdivia se produjo una de las peores masacres de españoles.

 

     (1284) Diego Barros hace un inciso para hablar de una expedición de corsarios holandeses (a los que ensalza sobremanera), cuya ruta pasaría por el Estrecho de Magallanes para llegar hasta las costas asiáticas. Sufrieron tan grandes tempestades en la zona del estrecho, que las naves se separaron, y una de ellas consiguió llegar al puerto de Valdivia, con la tripulación en pésimas condiciones, y de tal manera que tuvieron que entregarse a los españoles, e incluso algunos  de sus integrantes decidieron alistarse con ellos para luchar contra los indios.

     Sigue contando el historiador Diego Barros cómo iban sucediendo las réplicas de los españoles a los ataque indios, y dice algo que, a mi modo de ver, o es tendencioso o lo ha interpretado mal: "Todas estas persecuciones se efectuaban con un lujo de rigor destinado a aterrorizar a los indios. El mismo don Francisco de Quiñones cuenta al Rey que, habiendo descubierto un complot fraguado por los indios del distrito de Concepción, mandó hacer una hoguera y quemó vivos a los caciques culpados 'porque no quisieron ser cristianos', en vez de ahorcarlos en las ramas de los árboles, que era el modo como se aplicaba ordinariamente la última pena a los indios que no se prestaban a recibir el bautismo". Desde los primeros tiempos de la conquista, estuvo prohibido en las Indias forzar a los nativos a bautizarse, y más todavía con amenazas de pena de muerte. Cuesta creer que sean ciertas las palabras que Barros pone en boca del gobernador Quiñones, a no ser que le llegara una versión adulterada. Lo que sí se hacía era ejecutar  a cabecillas responsables de una sublevación, y a los indios en el combate de la batalla, o como castigo de escarmiento por los daños que habían hecho. Los españoles les obligaban a los indios a someterse y mantenerse en paz, pero jamás castigaban por motivos religiosos, y los primeros en oponerse serían los propios clérigos.

     A pesar de la dureza con que los españoles castigaban a los mapuches, no había manera de aplacarlos: "La insurrección araucana se hacía cada vez más formidable. La vuelta de la primavera había permitido que se renovaran las hostilidades en casi todas partes, y las inmediaciones de Angol, de la Imperial y de Arauco eran el teatro de las obstinadas correrías de los indios. En las tropas españolas que guarnecían esos pueblos se había introducido una lamentable desmoralización. Hastiados por las privaciones que les imponía aquel estado de guerra, y convencidos por las recientes derrotas de que era imposible resistir el levantamiento de los bárbaros, muchos soldados huían de sus campamentos, y algunos se pasaban a servir al enemigo. Las crónicas han conservado particularmente el recuerdo de un clérigo llamado Juan Barba que, habiendo desertado de La Imperial, pasó a ser el consejero de los indios que cercaban esta plaza. También en el distrito de Valdivia se había hecho sentir la insurrección. Mandaba allí el capitán Gómez Romero, y, aunque tenía a sus órdenes algunas tropas de buena calidad,  tuvo que esforzarse para mantener la autoridad española. Dispuso hacer correrías en los campos vecinos para desbaratar a los indios de guerra, y él fue hasta Osorno para asegurar la tranquilidad de la provincia. El  capitán Andrés Pérez, que durante su ausencia había quedado mandando en Valdivia, cerró las calles de la ciudad y tomó otras precauciones militares. Pero luego volvió Gómez Romero, y, creyendo escarmentados a los indios, descuidó aquellas precauciones, quedando la plaza muy vulnerable".

    

     (Imagen) Una vez más, los españoles se confiaron después de haber aplicado a los indios un buen castigo, y el exceso de tranquilidad les va a costar caro: "Un español llamado Jerónimo Bello, originario de La Imperial y hombre turbulento y de malas inclinaciones, se había juntado con los indios, y los incitó a atacar por sorpresa la ciudad de Valdivia, prometiéndoles un triunfo seguro. Otro español, llamado Juan Sánchez, lo secundó en sus planes. En los términos de Purén y de La Imperial se reunieron más de cuatro mil guerreros araucanos, la mitad de los cuales montaban excelentes caballos, pues se habían propagado mucho estos animales en el territorio ocupado por los indios. Su caudillo era Pelantaro (cuya gran fama iba en aumento), el cacique de Purén que desde el año anterior figuraba como jefe principal de la insurrección. Ese ejército se puso en marcha y se acercó a Valdivia sin que los españoles de esta plaza tuvieran la menor noticia de este peligro. En la madrugada del 24 de noviembre de 1599, poco antes de amanecer, cayeron de improviso sobre la ciudad, dividiéndose en cuadrillas que cerraban todas las calles para impedir la fuga de los desprevenidos pobladores. Los indios ponían fuego a las casas, mataban a todos los españoles que encontraban, sin distinción de edades y de sexo, y se entregaban al más desenfrenado saqueo. Había en la ciudad un fuerte armado con buena artillería, pero ningún hombre en él, y los indios lo ocuparon sin hallar la menor resistencia. 'Quemaron los templos de Valdivia, con gran destrozo en las imágenes y haciéndolas pedazos con sacrílegas manos', dice un documento contemporáneo. Después de dos horas de incendio y de degüello, los indios eran dueños absolutos de la ciudad. En esa horrible jornada perecieron más de cien españoles entre hombres, mujeres y niños, y quedaron cautivos más de trescientos que habían podido sustraerse a la matanza de las primeras horas del ataque. Sólo unos pocos lograron escapar metiéndose en tres buques mercantes que estaban fondeados en el río. Esos buques habían tenido que permanecer allí sin poder auxiliar a sus compatriotas y como testigos impasibles de aquellas escenas de horror y de carnicería. Los españoles estimaban en trescientos mil pesos el valor de las casas incendiadas y destruidas, y de los despojos tomados por el enemigo. Este espantoso desastre, el más grande que jamás habían sufrido los españoles en Chile, iba a sembrar la consternación en todo el país, y a hacer comprender mejor todavía la imposibilidad de dominar el levantamiento de los indios si no se recibían pronto los socorros que se habían pedido al Perú y a España". Y seguirán las tragedias.




martes, 29 de marzo de 2022

(1683) El gobernador Quiñones destituyó a Francisco Jufré por haber tenido un descuido contra los mapuches. Después le llegaron refuerzos de Perú bajo el mando de Jusepe de Ribera, hijo del legendario Nicolás de Ribera.

 

     (1283) Al gobernador Francisco de Quiñones le va a sacar de quicio que Francisco Jufré no hubiese mantenido a sus hombres en constante alerta, que fue la causa del desastre que sufrieron en Chillán. Sin embargo Jufré había hecho después un esfuerzo para replicar con dureza a los indios: "En la noche del asalto por sorpresa de los indios, defendió como pudo el fortín no terminado que allí había, y en la mañana siguiente se preparó para perseguir al enemigo. Recibió, además, un refuerzo inesperado de veinte hombres que mandaba el capitán Tomás de Olaverría, el primer contingente de tropas que enviaban los vecinos de Santiago a petición del Gobernador. Olaverría había oído la víspera los disparos de arcabuz, y le hicieron comprender que Chillán había sido asaltado por los indios. Aunque aceleró su marcha, llegó al pueblo cuando los enemigos se habían retirado. Con este refuerzo, Jufré organizó una columna de cuarenta jinetes para ir tras los indios. Pero estos se retiraban en buenos caballos, resultando que, después de dos días de penosa persecución, Jufré volvía a Chillán sin haber recogido más fruto que el de dar muerte a siete indios que encontró rezagados, y salvar a una de las españolas que llevaban cautivas. Al saber este desastre, el gobernador Quiñones envió desde Concepción todas las ayudas de que podía disponer. Reprobando la imprevisión del general Jufré, le quitó el mando del distrito de Chillán, y puso en su lugar al capitán Miguel de Silva, dándole, también, algunos refuerzos y recomendándole el escarmiento de los indios. Bajo la activa dirección de ese experimentado capitán, se adelantaron las fortificaciones del pueblo hasta dejarlo en situación de rechazar un nuevo asalto. Miguel de Silva, además, hizo varias correrías batiendo y dispersando a los indios, arrasó por todas partes sus casas y sus sembrados, y rescató del cautiverio a casi todas las mujeres españolas que los bárbaros habían tomado en Chillán (librándolas de un destino que habría sido horrendo). Tres meses más tarde, a mediados de enero de 1600, volvieron estos indios a atacar el pueblo en número más considerable todavía, y favorecidos también por las sombras de la noche, pero esta vez los españoles no se dejaron sorprender, se defendieron perfectamente y pusieron al enemigo en completa derrota matándole más de cien hombres. El capitán Miguel de Silva había logrado restablecer en aquella región el prestigio de las armas españolas".

     A pesar de la caótica situación en la que estaban inmersos los españoles en Chile, no perdían la esperanza de recuperar la aceptable tranquilidad que habían perdido: "El gobernador don Francisco de Quiñones pudo creer por un momento que podría dominar la insurrección con los socorros que esperaba. Le animaba el hecho de que el virrey del Perú, don Luis de Toledo, estaba vivamente interesado en socorrer al reino de Chile, y, aunque encontraba dificultades para reunir gente, había conseguido formar en Lima una columna de ciento cincuenta hombres que despachó a Chile bajo las órdenes de don Jusepe de Ribera, anunciando, además, que quedaba haciendo diligencias para enviar otros refuerzos.  Llegaron esas tropas a Valparaíso a fines de septiembre, esto es, en tiempo oportuno para tomar parte en la campaña del verano siguiente. La ciudad de Santiago, haciendo también grandes sacrificios, había puesto sobre las armas a ciento treinta soldados, que, como hemos visto, comenzaron a llegar en el mes de octubre a las provincias del sur. El Gobernador pudo hacer salir de Concepción un destacamento de sesenta hombres bajo el mando del capitán Pedro Cortés, los cuales mantuvieron sumisos a los indios de las riberas del Itata".

 

     (Imagen) Acabamos de ver que el virrey de Perú envió un refuerzo de hombres a Chile bajo el mando del capitán Jusepe de Ribera, cuyo nombre resulta extraño. De hecho, hubo otro también en aquellos tiempos llamado, a veces, Jusepe de Ribera (gran casualidad) por haberse formado en Italia: nuestro gran pintor José de Ribera el Españoleto. Sin embargo, el que ahora vemos llegar a Chile, JUSEPE DE RIBERA  Y DÁVALOS, era criollo y nunca estuvo en Italia, pero sí en un internado jesuita de Lima, y quizá allí latinizaran su nombre. Nació el año 1555 en Lima, y fue el menor de los diez hijos de NICOLÁS DE RIBERA EL VIEJO (del que ya hablamos hace mucho tiempo), uno de los hombres más brillantes y sensatos de toda la historia de las Indias. Formó parte de los famosos TRECE DE LA FAMA, los únicos que no abandonaron a Pizarro en una situación extrema, gracias a lo cual luego se pudo conquistar el Imperio Inca. Jusepe ingresó adolescente en la Compañía de Jesús, pero pudo más el afán de aventuras militares, y en 1577, se ve ya inmerso en un enfrentamiento contra el pirata inglés Francis Drake. Casado en 1580 con la criolla Catalina Alconchel, lo eligieron dos veces alcalde de Lima, y, durante la segunda, le hemos visto ahora, año 1599, llegar a Chile con un  refuerzo de soldados para ayudar al gobernador Quiñones contra los tremendos ataques mapuches. Quizá nos siga hablando de él el historiador Diego Barros, pero su estancia en Chile solo duró, como mucho, dos años, puesto que aparece ya en Perú en 1601 como corregidor de Huamanga. E incluso da la impresión de que, en lo sucesivo, su actividad fue acaparada por cargos políticos. En 1603 era corregidor de Lima, pasando a ser su alcalde de nuevo en 1607, 1610 y 1611. Debió de ser un gran gestor administrativo, ya que, contra lo habitual, se pidió que continuara de seguido en el cargo de alcalde Lima para que terminara las obras que había iniciado en la localidad,  relativas a la construcción de un puente, una alameda, algunas casas del municipio y la ampliación de la cárcel. Sus ocupaciones políticas siguieron constantes: Corregidor de un pueblo de indios (de 1612 a 1617), y dos veces alcalde del lugar, Gobernador de Huancavélica, debido a que conocía bien sus minas de mercurio, y, como último puesto conocido, el de ser nuevamente alcalde de Lima el año 1629, sin que se sepa la fecha de su fallecimiento. La vida de su mujer, Catalina de Alconchel, fue pintoresca: era viuda del conquistador Pablo de Montemayor y había tenido como amante al inquisidor, fraile y pariente suyo Antonio Gutiérrez de Ulloa, prototipo del clérigo cínico. En la imagen, el respetado patriarca NICOLÁS DE RIBERA, primer alcalde de Lima.





lunes, 28 de marzo de 2022

(1682) A veces los españoles pecaban de confiados al creer que con castigos sometían a los mapuches. Así parecía por un tiempo, pero solían rehacerse con mayor rabia. Hablemos del excepcional extremeño Pedro Cortés de Monroy.

 

     (1282) Durante los meses intempestivos, solían paralizarse los enfrentamiento militares, aunque la amenaza mapuche se mantenía alerta y sosteniendo los cercos establecidos:  "El invierno de 1599 se pasó en todo el reino de Chile en medio de la mayor inquietud. Sin embargo, aunque los españoles se hallaban cercados en Angol, La Imperial y Villarrica, y aunque en todas partes había temores de insurrección, no tuvieron  nuevos desastres durante esos meses. Don Francisco de Quiñones permanecía en Concepción puramente a la defensiva, esperando recibir socorros del Perú y de Santiago, para hallarse en la primavera al menos en estado de sostenerse con buen éxito en las posiciones que ocupaba. Aunque el levantamiento de los indios había tomado proporciones desconocidas hasta entonces, la falta de unidad de esas tribus no había permitido que adquiriese un desarrollo capaz de hacerlo irresistible. Los indígenas de los alrededores de Chillán se mantuvieron en paz durante algunos meses, pero la desconfianza de los españoles y el propósito de aterrorizarlos con castigos terribles para mantenerlos sumisos aceleraron su insurrección. El capitán Diego Serrano Magalla, que mandaba allí por encargo de su suegro, el general Francisco Jufré, hizo algunas correrías en los campos vecinos, apresó a varios caciques, y aplicó a muchos indios castigos atroces para arrancarles declaraciones acerca de los proyectos hostiles que se les atribuían. Se ha contado que los españoles comenzaron a vender como esclavos a esos prisioneros. Tales tratamientos debían exasperar a los indígenas y excitarlos a sublevarse contra sus opresores".

     Al parecer, los soldados confiaban demasiado en el temor que producían las represalias que se tomaban con los mapuches: "Los españoles de Chillán llegaron a creer que aquellos castigos habían producido la pacificación de la comarca. A pesar de las órdenes terminantes del gobernador Quiñones, y a consecuencia de la relajación general de toda disciplina, vivían en el mayor descuido. Dejaron sin terminar un fortín que habían empezado a construir, sus caballos pacían libremente en el campo, y muchos hombres se ausentaban del pueblo para atender a los trabajos de sus estancias. Aprovechándose de este estado de cosas, los indios, bajo las instigaciones de un cacique llamado Quilacán, se reunieron en los bosques vecinos en número de dos mil hombres. En la mañana del 9 de octubre de 1599 (en plena primavera chilena), dos horas antes de amanecer, cayeron de improviso sobre Chillán sin ser sentidos por nadie. En medio de una atronadora gritería, los bárbaros ponían fuego a los techos pajizos de los edificios, y perseguían con imperturbable tesón a los que dejaban sus casas huyendo de las llamas. Los soldados españoles, armados de cualquier modo, corrían en todas direcciones y trataban de reunirse en algunos puntos para organizar la resistencia contra los asaltantes. Mientras unos se recogían en el fuerte, otros se reconcentraban en la iglesia mayor, desde donde emplearon el fuego de arcabuz y lograron contener al enemigo, causándole la muerte de algunos de sus guerreros. Los indios, entretanto, dueños de la mayor parte de la ciudad, incendiaron casi todas las casas y el convento de frailes mercedarios, dieron muerte a cuatro o cinco españoles, apresaron a más de treinta, entre estos muchas mujeres y niños, y al venir el día se retiraron en confuso tropel llevándose consigo los prisioneros. En los campos vecinos ejercieron toda clase de depredaciones, y después de robar los ganados que encontraron en su camino, volvieron a asilarse en los bosques, favorecidos por un fuerte temporal de lluvia que hacía difícil su persecución".

 

     (Imagen) Nos hemos dejado atrás a PEDRO CORTÉS DE MONROY, figura ilustre. Como ya vimos, había nacido el año 1536 en La Zarza (Badajoz), y era pariente cercano, por vía materna, del gran Hernán Cortés de Monroy. Tras mucho batallar en Chile, se casó allí el año 1573 con Elena de Tobar, hija primogénita del famoso capitán Pedro de Cisternas. Tuvieron ocho hijos, entre ellos a María Cortés de Monroy, quien, siguiendo la costumbre de mantener el estatus social, se casó el año 1603 con otro capitán importante, Francisco Hernández Ortiz, cuyas peripecias militares en Chile vamos presenciando. Hay dos expedientes de los méritos y servicios de Pedro Cortés de Monroy: uno presentado en 1573 por él mismo, y el otro, habiendo ya fallecido, el año 1623 por su hijo Juan Cortés de Monroy, siendo curioso que los dos tengan errores en las fechas más antiguas. En el que presentó Pedro (hablando en tercera persona) dice "que llegó a Perú el año 1552 (era 1555) en compañía de Don  Andrés Hurtado de Mendoza, Virrey y Capitán General del Reino del Perú, el cual tuvo  noticia el año 1554 (era 1557) de que los indios del Reino de Chile se habían  alzado, y desbaratado el ejército de Vuestra Majestad, por lo que envió en su ayuda a su hijo Don García Hurtado de Mendoza con soldados, y uno de los que se ofrecieron a ir fue Pedro Cortés de Monroy". La llegada de García de Mendoza a Chile supuso un gran refuerzo y, con implacables batallas, tuvo un balance muy positivo para los españoles, aunque siempre pagando un alto precio en vidas. En 1561, durante un enfrentamiento con los mapuches, murieron 45 de los 85 españoles que formaban la tropa, resultando, además, gravemente herido Pedro Cortés de Monroy. Una vez curado, se tomó la revancha, logrando evitar con astucia una celada que le habían preparado los mapuches, y capturando a cuatro de sus caciques. De forma ascendente, logró adquirir un gran prestigio: soldado hasta recibir el grado de Capitán en 1577, Sargento Mayor del Reino en 1596, Coronel en 1602 y Maestre de Campo en 1605, pudiendo presumir de haber vencido en 119 batallas. Pero llegó a más altura (como indica el pomposo cuadro de la imagen): alcanzó las dignidades de Coronel General del Reino de Chile en 1610, Procurador General del Reino de Chile en 1613 y, en otros aspectos, se convirtió en un personaje que asentó las  raíces de una de las familias criollas más importantes y acaudaladas del Chile colonial. Hacia el año 1615, PEDRO CORTÉS DE MONROY llegó a España, y el Rey lo nombró Corregidor de Arica, pero, de vuelta hacia Chile, murió de camino en Panamá el año 1617.




domingo, 27 de marzo de 2022

(1681) Fallecido Felipe II, Francisco de Quiñones no consigue que le envíe refuerzos Felipe III. El buen historiador Diego Barros 'desbarra' al hablar de este monarca.

 

     (1281) El viaje por mar con los suministros para la ciudad de Arauco no tuvo problemas durante la travesía, pero lo arriesgado era entregárselo a los acorralados vecinos: "El desembarco de esos socorros ofrecía las mayores dificultades. Los indios que sitiaban Arauco corrieron a defender el desembarcadero, y se ocultaron cerca de la playa. Advertidos por las señales que hacían los defensores de la plaza, los expedicionarios penetraron resueltamente con las tres embarcaciones menores en el río Carampangue y bajaron a tierra sin inconveniente alguno. Habían apenas formado sus escuadrones para entrar al fuerte, cuando fueron asaltados con gran gritería por los indios, pero, utilizando el fuego de arcabuz, hicieron los españoles   considerables estragos sobre los espesos pelotones de enemigos y los pusieron en completa dispersión. El caudillo que capitaneaba a los bárbaros quedó muerto en el campo. La plaza de Arauco, que, según sus defensores, no habría podido sostenerse más que unos pocos días, se salvó así de una catástrofe inevitable, y recibió los socorros necesarios para resistir un largo sitio. Los españoles, además, hicieron algunas correrías en los campos vecinos que les permitieron restablecer momentáneamente su prestigio en esa región. Este pequeño triunfo, sin embargo, mejoraba bien poco la situación de los españoles. Quiñones lo comprendía así, y por eso, dando cuenta al Rey en esos mismos días del estado del país y de las dificultades sin cuento que hallaba para desempeñar su misión, le repetía que lo más pronto posible le enviase un socorro de mil hombres, que ya le había pedido desde el Perú. 'Conforme a la fuerza y vigor del enemigo, le dice en el documento, toda la de Chile no podrá evitar que durante el verano la guerra llegue a los términos de Santiago y La Serena. Solo se podrá conservar la posesión de las tierras con la gente que se traiga del Perú, hasta que vengan de España por lo menos mil hombres bien armados, por el Río de la Plata y no por la vía de Panamá (era mucho más largo el viaje)'. El gobernador Quiñones estaba convencido de que con esos mil hombres podría lograr en tres años la pacificación completa de todo el reino de Chile". Al parecer, los demás gobernadores habían creído lo mismo, pero, desgraciadamente, nunca pudieron contar con esa ayuda, quizá porque a todos los sitios había llegado la opinión de que Chile era un lugar tormentoso: "Pero don Francisco de Quiñones debía experimentar no tardando mucho una dolorosa contrariedad. A fines de septiembre de ese año de tantos desastres, llegaba a Chile una real cédula fechada en Segovia el 28 de octubre de 1598. Se anunciaba  en ella que Felipe II había fallecido el mes anterior y que su hijo acababa de tomar las riendas del gobierno con el nombre de Felipe III. El nuevo soberano mandaba que se hiciera su solemne proclamación  y que se honrase la memoria de su padre con el luto y con las exequias públicas. Pero lejos de comunicar el próximo envío de los socorros que con tanta insistencia se habían pedido desde Chile, el monarca hablaba de la pobreza en que había quedado el Tesoro Real y recomendaba que fuesen sus vasallos de América quienes acudiesen a remediar sus necesidades. Todo esto hacía suponer que aquellos socorros tardarían mucho en llegar".

 

     (Imagen) El historiador Diego Barros Arana va a resultar absolutamente exagerado en la explicación que da del abandono en que dejó Felipe III a los chilenos, criticándole a él e incluso al clero, siendo así que tampoco Felipe II vio la posibilidad de enviar refuerzos. Habla de una España debilitada, pero deja de lado que la independencia de los países americanos no empezó hasta principios del siglo XIX. En su espléndida 'Historia General de Chile' se podía haber ahorrado, para bien, este comentario: "El cambio de soberano era mucho más trascendental de lo que a primera vista parecía. Felipe III, príncipe tan notable por su debilidad como sus predecesores lo habían sido por su energía, llegaba al trono a recoger la triste herencia de ruina (?) que habían preparado los errores que acumularon su padre y su abuelo (?). Sin poder comprender aquellos males, entregó el gobierno a favoritos incapaces y poco escrupulosos, bajo cuya administración pudo verse que la grandeza de España era un edificio construido sobre arena (?). Su poder militar, irresistible en Europa durante la mayor parte del siglo XVI, había comenzado a perder el prestigio después de sufrir grandes derrotas, y cayó en poco tiempo en el más deplorable estado de postración (?). La administración iba a resentirse de esa decadencia, y el soberano para quien cruzaban los mares tantos galeones henchidos del oro de las Indias, estaba obligado a pedir casi como limosna los donativos de sus súbditos (?). Mientras la casa real no podía pagar los salarios de los criados, y tenía que comprar al fiado los manjares que se servían en la mesa del monarca (?), sus favoritos derrochaban los impuestos y los donativos en obsequios y pensiones a sus adeptos, en fiestas y regocijos y en fundaciones religiosas (?). Bajo aquel régimen desastroso, el clero adquirió un enorme poder. Los conventos y las iglesias se multiplicaron asombrosamente, sus riquezas llegaron a ser prodigiosas, y la miseria pública, la carencia de industrias y la falta de hábitos de trabajo echaban cada año a los claustros y al sacerdocio a millares de personas que encontraban en esta carrera una vida cómoda y desahogada (?). Bajo la doble influencia del absolutismo político y del desbordamiento del poder sacerdotal, el pueblo español perdía su antigua virilidad y el ingenio mismo de la nación (?)". De hecho, España vivió entonces su Siglo de Oro cultural, y alcanzó su máxima expansión territorial, jugando un papel crucial en la paz y en  los conflictos bélicos que entonces se produjeron. Pero dejemos que se desahogue el chileno Diego Barros en sus obsesiones políticas y religiosas con este comentario que incluyó en su texto hacia el año 1857.




viernes, 25 de marzo de 2022

(1680) El heroico Francisco de Quiñones partió por mar de Perú hacia Chile con los pocos soldados que había conseguido. Allí llegó tras salvarse de una durísima tormenta. Fue recibido por los desesperados españoles con gran alegría.

 

     (1280) Francisco de Quiñones, cuya vida fue un continuo ajetreo, rondaba ya los sesenta años cuando se disponía a partir hacia  tierras chilenas, y va a tener muchas dificultades para alistar a 'insensatos' que quieran acompañarlo en la aventura: "Apenas designado por el Virrey para desempeñar el cargo de gobernador y capitán general del reino de Chile, don Francisco de Quiñones hizo publicar en la plaza mayor de Lima  un solemne bando que anunciaba al pueblo el viaje que iba a emprender, y le pedía su cooperación. Después de recordar los desastres de Chile y la obligación en que estaban todos los vasallos del Rey de acudir a su servicio, ofrecía 170 pesos de plata como sueldo a quienes quisieran acompañarlo como soldados en la pacificación de este país, comprometiéndose a darles permiso para volverse al Perú cuando lo solicitasen. A pesar de tan halagadoras promesas, fue imposible enganchar los trescientos hombres que se había querido mandar a Chile. Era tal el desprestigio de este país, que las gentes se resistían enérgicamente a enrolarse en esta columna. Por otra parte, hacía poco que el Virrey había enviado un contingente mucho más considerable de tropas a Panamá para la defensa de la región del istmo contra los ataques de los piratas ingleses, por lo que la población aventurera que suministraba soldados para la guerra era entonces mucho menos numerosa. Después de casi tres meses de afanes, Quiñones sólo había podido juntar ciento treinta hombres, y con ellos se decidió a partir para su destino. Entre los capitanes que debían acompañarlo se contaba su hijo mayor, don Antonio de Quiñones. El gobernador Quiñones consiguió también dos buques, y en ellos zarpó del Callao el 12 de mayo de 1599, trayendo por piloto mayor a don Juan de Cárdenas y Añasco, marino experimentado. Comenzaba entonces la estación de los vientos del norte, y Quiñones sufrió en este viaje una tempestad en la que corrieron el mayor peligro, y los marineros comenzaron a preparar tablas para salvarse en el caso de un naufragio que parecía inevitable. Fue tanto el riesgo, que las personas de mayor importancia que venían en las naves le pidieron a Quiñones que cambiase el rumbo y que se acercase a tierra para desembarcar a la gente. El Gobernador Quiñones se mantuvo inflexible en su determinación, y el 28 de mayo llegaba a la bahía de Concepción cuando el viento norte se hacía sentir aún con amenazante intensidad. Supersticioso, como la casi totalidad de los hombres de su tiempo, Quiñones estaba persuadido de que un milagro del cielo lo había salvado de un fin desastroso. En cumplimiento de un voto hecho en las horas de peligro, no quiso bajar a tierra sino el día siguiente, cuando supo que había sido repartido entre los conventos de Concepción un donativo de trescientos pesos de plata que había prometido hacerles". Hemos visto  repetidas veces que la llegada de un gobernador a Chile era recibida siempre con entusiasmo, algo frecuente en todas las Indias, pero que sin duda resultaba más intenso en Chile porque necesitaban desesperadamente que llegara alguien que pusiera remedio a la amenaza constante y terrorífica de los mapuches, más rabiosa entonces que en ningún otro tiempo. La gente española rebosaba entusiasmo con la llegada del Gobernador, pero si alguien no se hacía grandes ilusiones era él mismo, muy consciente de la realidad.

 

     (Imagen) El Gobernador Quiñones sabía de sobra que su misión estaba envenenada, pero era un hombre de valentía extrema que confiaba en los milagros: "Don Francisco de Quiñones fue recibido en Concepción con salvas de artillería, las músicas militares lo saludaron como salvador del reino, y hubo horas de alegría, creyendo que se acercaba el término de los horribles males por los que había pasado Chile. El Gobernador, sin embargo, era consciente de los peligros de la situación y de su impotencia.  El corto refuerzo que traía era del todo insuficiente para dominar la formidable insurrección de los indígenas. El Tesoro Real estaba vacío, los soldados empobrecidos, y los vecinos  privados de sus campos y de sus ganados por el levantamiento de los indios. Las ciudades de Santiago y La Serena, aunque alejadas del teatro de la guerra, no se hallaban en mejor situación, pues era necesario mantener una estricta vigilancia por miedo a que los indios tratasen de imitar el ejemplo de los del sur, aprovechándose de la debilidad de sus guarniciones. El licenciado Francisco Pastene, que había quedado en Santiago como teniente de gobernador, creyó descubrir una conjuración de los indios de Quillota, y había tenido que aplicar castigos enérgicos y rápidos. El primer cuidado de don Francisco de Quiñones fue dar cuenta al Virrey de Perú de aquel estado de cosas, y pedirle que le enviase los socorros indispensables. Con las fuerzas de su mando, se empeñó en restablecer la tranquilidad en las cercanías de Concepción. Los indios de estos lugares, según su costumbre inveterada, fingieron querer la paz, pero Quiñones se negó a tratar con ellos y les exigió que trabajaran en la reconstrucción de los edificios destruidos. Habría querido también socorrer las ciudades que se hallaban sitiadas por los indios, pero le era imposible hacerlo por falta de tropas. Además, las noticias de la ciudad de Arauco eran tan alarmantes, que se hacía indispensable intentar algún esfuerzo. Esta plaza había sido socorrida por mar con víveres y municiones, pero, acorralada por un enemigo soberbio y numeroso, estaba a punto de sucumbir. Para ir en su ayuda, Quiñones organizó una columna de unos doscientos hombres, formada por españoles e indios amigos, y la despachó en un navío bajo las órdenes Juan de Cárdenas y Añasco, a quien dio el título de general de aquellos mares. Esa flotilla llevaba, además, todos los socorros de víveres, ropas y municiones que el Gobernador pudo suministrar a los sitiados de Arauco". La imagen nos muestra que FRANCISCO DE QUIÑONES, después de llegar a Chile, viendo el panorama, le proponía al Rey alguna manera de remediarlo cambiando de destino a Francisco Jufré.




jueves, 24 de marzo de 2022

(1679) Frente a la enorme masa de los mapuches, los españoles de Chile siempre andaban escasos de soldados. Iban a llegar refuerzos desde Perú, donde se puso a su mando un veterano que fue apresado por los turcos: Francisco de Quiñones.

 

     (1279) Los mapuches iban llenándose de entusiasmo al tener a los españoles tan acorralados. Las limitadas victorias de los españoles apenas les impresionaban: "La defensa temporal que se había mantenido en la ciudad de Angol  no podía contener, ni siquiera en parte, la insurrección general de los nativos. Los indios que poblaban los campos del norte del Biobío, creyeron que los españoles estaban perdidos y que bastaría un regular esfuerzo para arrojarlos definitivamente del territorio. En esta confianza, se reunieron en número considerable, y después de recorrer los campos vecinos, haciendo las devastaciones acostumbradas, se presentaron el 6 de abril enfrente de Concepción. En el primer combate, los indios fueron batidos por los defensores de la ciudad, bajo el mando del alférez real Luis de las Cuevas, pero quedaba otro cuerpo reunido a pocas leguas de la ciudad, en el asiento de Quilacoya. No queriendo darles tiempo a que se organizaran mejor, resolvió Viscarra salir a atacarlos. Poniéndose él mismo a la cabeza de unos ochenta soldados, partió de Concepción en la tarde del 7 de abril, y cayendo de improviso antes de amanecer sobre el campamento de los bárbaros, mató más de cien de estos, tomó prisioneros a unos cuarenta y obligó a los otros a buscar la salvación en la fuga. Con el propósito de aterrorizar al enemigo, el Gobernador declaró que todo indio que fuese tomado con las armas en la mano sería reducido a esclavitud. En ejecución de este decreto, los prisioneros de Quilacoya fueron marcados en la cara con un hierro candente".   

     Veremos en la imagen cómo apareció de repente en escena Francisco de Quiñones, el cual se ofreció en Lima a tomar el mando de una tropa de refuerzo con destino a Chile, para ayudar a los desesperados españoles. Diego Barros define al personaje: "Era Quiñones un hidalgo originario de León, que sirvió al Rey desde su primera juventud, y que había llegado a la vejez conservando la entereza de su carácter. En 1559, embarcado en Italia en la escuadra que mandaba el duque de Medinaceli, virrey de Nápoles, luchó en la funesta jornada de Jelbes. Es esta una isla pequeña, situada en las inmediaciones de Trípoli, y nido entonces de los piratas turcos. Los españoles se apoderaron de ella sin grandes dificultades, pero atacados por una escuadra turca, sufrieron una espantosa derrota, y perdieron treinta naves, mil muertos y cerca de cinco mil prisioneros que fueron llevados a Constantinopla y vendidos como esclavos. Don Francisco de Quiñones fue uno de ellos. Se ha contado que en el combate desplegó un valor heroico, que defendió su nave casi en solitario, y que cayó en poder de los turcos cubierto de heridas. Pero más tarde recobró su libertad mediante un grueso rescate en dinero, y continuó sirviendo en Italia y en Flandes. En España, don Francisco de Quiñones contrajo matrimonio con doña Grimanesa de Mogrovejo, hermana de un célebre religioso que desempeñaba el cargo de inquisidor de Granada, y que ha sido canonizado por la Iglesia con el nombre de Santo Toribio  de Mogrovejo. Promovido este al rango de arzobispo de Lima, Quiñones pasó con él al Perú en 1580. Pronto se le dieron los cargos de maestre de campo y de comisario general de la caballería. En 1582, el virrey don Martín Enríquez le confió la misión de conducir hasta Panamá la flota que llevaba a España los tesoros del Perú, y pocos meses más tarde fue nombrado corregidor de la ciudad de Lima y de su distrito. En este puesto desplegó una gran actividad en la persecución de ladrones y de vagos, y se ganó la reputación de hombre justiciero".

 

     (Imagen) Los mapuches dejaron para la historia un recuerdo de su crueldad, pero también de su asombrosa valentía. Diego Barros comenta: "Estos pequeños triunfos no mejoraron la situación de los españoles, pues los indios rebeldes quedaron dueños de todos los campos  circunvecinos. Quemaron las casas e inquietaban sin cesar a la ciudad de Concepción. Los pobladores se encerraban cada noche en la iglesia, donde creían posible defenderse. Pero el Gobernador comprendía de sobra los peligros de la situación. Desde la funesta jornada de Curalaba, en diciembre del año anterior, habían perdido más de 200 hombres, y, entre ellos, al Gobernador García de Loyola y algunos de sus más ilustres capitanes, suponiendo en total una tercera parte de los pobladores de las ciudades del sur. Los españoles habían visto arrasadas todas sus estancias, quemados algunos fuertes, destruida una de sus ciudades y seriamente amenazadas las otras. 'Si se dilata el socorro que de Vuestra Excelencia se espera, escribía Viscarra al virrey del Perú, es muy probable que se  rebelen todos los indios de Chile, y sería necesario llevar a cabo una nueva conquista'. En efecto, los socorros pedidos al Perú tardaban demasiado. A mediados de enero de 1599 había partido de Valparaíso el capitán Luis Jufré para pedirle al Virrey el envío de algunos auxilios. Cuando llegó Jufré a Lima, comenzó a cumplir su misión con toda intensidad. En aquella ciudad encontró dos individuos bien dispuestos a ayudarlo, el capitán Jerónimo de Benavides, que el año anterior había ido al Perú con un objetivo análogo, y Domingo de Eraso, el secretario de García de Loyola, que volvía de España después de realizar una gestión semejante. El virrey del Perú, don Luis de Velasco, se había mostrado siempre dispuesto a socorrer a Chile, y ya había enviado los refuerzos de hombres y de municiones que le había sido posible reunir. En esta ocasión, ante el formidable levantamiento de los indios y la muerte del gobernador García de Loyola, el Virrey demostró mayor empeño aún en suministrar esos socorros. Reunió al efecto a los oficiales de la Real Audiencia, y, de acuerdo con ellos, dispuso que a la mayor brevedad se alistasen 300 hombres y se les proveyese de armas y municiones. Cuando buscaba entre los capitanes que había en todo el virreinato uno a quien confiar el mando de esas tropas y el gobierno de Chile, se  ofreció espontáneamente a desempeñar este cargo un antiguo militar llamado don Francisco de Quiñones, que gozaba de gran prestigio y que servía en el alto puesto de corregidor de Lima". Ampliaré datos sobre Francisco de Quiñones. En el grabado, tres gobernadores de Chile: Quiñones, Loyola y Viscarra.




miércoles, 23 de marzo de 2022

(1678) La rebelión de los mapuches se extendía como la lava de un volcán. Los pobladores españoles se vieron obligados a abandonar desesperadamente las riberas del río Biobío.

 

     (1278) La rebelión de los mapuches se extendía como la lava de un volcán: "La insurrección de los indios había llegado a otros lugares de la región del sur. La ciudad de Villarrica, enclavada en el corazón del territorio, al pie de la cordillera de los Andes, y lejos de los otros centros de población, se vio seriamente amenazada. El capitán Rodrigo de Bastidas, que mandaba allí (ya hablamos de su triste y heroico final), convencido de que no podía recibir socorros de ninguna parte, hizo cuanto era dable para mantener la moralidad de las pocas tropas de su mando, y aun sostuvo con ventaja algunos combates contra los indios. Todo, sin embargo, hacía presentir desastres inauditos para aquella ciudad y para su guarnición, pero Bastidas y sus compañeros mostraron en esa ocasión ánimo resuelto para soportar las privaciones y para hacer frente a todos los peligros.

Mientras tenían lugar estos sucesos en los alrededores de la Imperial, el levantamiento de los indios cobraba mayor fuerza en las poblaciones inmediatas al río Biobío. Angol era inquietada frecuentemente, y la nueva ciudad de Santa Cruz se veía amenazada por un sitio que podía serle funesto. No tenía más agua que la de un arroyo vecino del que podían posesionarse los sitiadores, ni más comunicación posible con los otros lugares de españoles que por el río, pudiendo ser cortada si los indios se apoderaban de las embarcaciones que allí había, y, además, Santa Cruz estaba a una legua del Biobío, y sus defensores tendrían que dividir sus fuerzas entre la ciudad y el río, debilitando considerablemente su poder. Francisco Jufré, en quien había delegado el gobernador interino el mando superior de las operaciones, reconoció todos estos inconvenientes, y creyendo imposible sostener un sitio con mujeres y niños, y sin poder ser socorrido, pidió a Viscarra que mandase despoblar la ciudad antes de que fuese atacada por los indios. El Gobernador, que se hallaba entonces en Concepción rodeado de alarmas y de inquietudes, sabiendo que Chile jamás había pasado por días de mayor peligro, convocó a sus capitanes para oír sus pareceres acerca de despoblar Santa Cruz. Siendo imposible enviar allí la ayuda que necesitaban, Viscarra y sus consejeros acordaron autorizar a Francisco Jufré para que 'él y los capitanes que consigo tenía, viesen lo que más convenía al servicio de Dios y del Rey'. Esta resolución, aunque imprecisa en la forma, suponía aprobar el plan propuesto por Jufré. Pero la despoblación de Santa Cruz ofrecía las más serias dificultades. Sus habitantes eran hombres pobres, sin otros bienes de fortuna que sus casas y los campos que comenzaban a cultivar en los alrededores. El abandono de esos lugares suponía para ellos la pérdida de sus hogares, de sus propiedades, de sus muebles y de sus ganados, y el principio de una vida de miseria semejante a la mendicidad. Jufré se vio por esto mismo obligado a disimular sus propósitos, haciendo entender a los habitantes de la ciudad que era necesario acercarse al río para estar en situación de recibir los socorros que pudieran enviársele, y enseguida pasar el río para buscar un sitio en que fortificarse más ventajosamente".

 

     (Imagen) Pedro de Valdivia llegó a Chile el año 1540. Estamos ahora en el año 1599. La conquista de los españoles fue en aquellas tierras especialmente dura ya desde el principio, y sin cesar. Pero hubo grandes triunfos. Sin embargo, con la muerte del gobernador Martín García Óñez de Loyola, a finales de 1598, la vida de los españoles se convirtió en un horror provocado por los implacables mapuches. Acabamos de ver que el capitán Francisco Jufré decidió abandonar, para evitar una segura catástrofe, la recién fundada ciudad de Santa Cruz de Óñez, y se vio obligado a engañar a los vecinos. Oigamos a Diego de Barros: "Abandonaron sus casas en medio de una confusión indescriptible. En la ribera norte del río Biobío, asentaron su campamento y dieron principio a la construcción de empalizadas, creyendo que Jufré pensaba establecerse allí. Hasta entonces los indios del lugar se habían mantenido en paz, pero la despoblación de Santa Cruz de Óñez dio principio a su rebelión. Los que habitaban en la ribera sur del Biobío saquearon las casas que los españoles acababan de abandonar. Los de la orilla opuesta pusieron sitio al fuerte de Jesús que Martín García Óñez de Loyola había fundado para tener libre el camino que llevaba a Concepción. El general Hernando de Andrade, que mandaba en el fuerte, se defendió valientemente y rechazó el primer ataque. Al final, evitó sucumbir gracias a que el general Jufré le pudo enviar ayuda pronto. Sin embargo, considerando imposible sostenerse contra la insurrección, el general también mandó abandonar aquel fuerte, con la consecuencia de que las orillas del Biobío quedaron en poder de los rebeldes. Probablemente, si los españoles hubieran tenido la misma constancia que tantas veces exhibieron en aquella larga guerra, habrían podido aguantar hasta recibir refuerzos, e incluso, quizá, sofocar el levantamiento de los indígenas (demasiado optimista la opinión de Barros). El abandono de las riberas del Biobío tuvo una influencia fatal para la subsistencia de la conquista de Chile. Y por eso ocurrió que, desde ese día, los indios estrecharon más y más a los defensores de la ciudad de Angol, persuadidos de que estos no podían recibir ayuda. Mandaba en ella el capitán don Juan Rodolfo Lisperguer, chileno de nacimiento e hijo de un caballero alemán, del que hemos tenido ocasión de hablar anteriormente. Este capitán, desplegando una entereza incontrastable, no sólo hizo un viaje a Concepción en busca de municiones, teniendo que atravesar las provincias sublevadas, sino que sostuvo heroicamente la defensa de la ciudad durante algunos meses".





martes, 22 de marzo de 2022

(1677) La tragedia iba en aumento. Murió, entre otros, el capitán Andrés Valiente. Varias poblaciones, como La Imperial, estaban cercadas y sin recursos. Algunos, jugándose la vida, fueron a Concepción pidiendo ayuda, pero no la había.

 

     (1277) La rebelión fue intensificándose: "No tardando mucho, los indios rebeldes asaltaron un pequeño fortín que los españoles tenían en Maquegua,  cerca de La Imperial, degollaron a los indios amigos de los españoles que encontraron allí, y lo prendieron fuego. Se rehízo pronto el fortín, pero los mismos indios que habían sido fieles a los españoles, mataban a los soldados que lo defendían. Los defensores de La Imperial tuvieron hasta fines de marzo cerca de cincuenta hombres muertos, lo que era una pérdida enorme, dada la escasez de soldados". La situación era especialmente dramática, ya que los vecinos se veían desamparados: "En todo el tiempo transcurrido desde el principio  del levantamiento general, los defensores de La Imperial solo habían recibido de fuera auxilios casi insignificantes. El 27 de marzo se reunía el cabildo de la ciudad y daba sus poderes a don Bernardino de Mendoza para que se trasladase a Concepción y pidiese al gobernador interino Viscarra los auxilios que se creían indispensables para la defensa de la ciudad. Pero la gestión estaba condenada al fracaso. En medio de los apuros que pasaba todo el país, su gobierno superior podía hacer bien poca cosa en favor de las ciudades del sur. El gobernador interino les había enviado en febrero un corto socorro de tropas que, según dos testigos,  sirvieron de muy poco, ya que solo eran 48 hombres, tan inútiles y desarmados que se reían los indios de ellos. Con este miserable refuerzo se intentaba socorrer cuatro ciudades amenazadas por la formidable insurrección de los indígenas".

     Todo podía empeorar: "La Imperial pasó luego por pruebas más dolorosas todavía. Los españoles tenían por amigos a los indios que poblaban la ribera sur del río Cautín. En esos lugares, y a poco más de dos leguas de La imperial, habían establecido un fortín con escasa guarnición, y tenía la misión de amparar las estancias y los trabajos agrícolas que allí existían. En los primeros días de abril se presentó allí un cuerpo considerable de indios de guerra mandado por Anganamón. Sin tardanza, dieron muerte a los seis españoles que hallaron allí, y a todos los indios amigos que pudieron apresar. A consecuencia de esta operación de los bárbaros, los defensores de La Imperial iban a hallarse incomunicados con las ciudades del sur, como lo estaban ya con las del norte". Este comentario aclara algo que mencioné como sorprendente: el hecho de que ningún español fuera a socorrer a los vecinos de La Imperial. Al parecer, resultaría un suicidio intentarlo, porque quedaron cercados por los indios, quienes, asimismo, y de forma  multitudinaria, contralaban todos los caminos. Por si fuera poco, el corregidor de La Imperial pecó de osado: "Ante este peligro,  el capitán Andrés Valiente perdió toda su prudencia. Reunió 40 soldados, y se dirigió con ellos a reponer el fuerte, pero los indios habían juntado guerreros en número veinte veces mayor que el de los españoles. El 8 de abril cayeron sobre los soldados del capitán Valiente cortándoles toda retirada posible. La lucha, que no debió de ser larga, se terminó con una de las más desastrosas derrotas que habían sufrido los españoles. Dos de estos lograron pasar a nado el río Cautín y llegar sanos y salvos a La Imperial. Otros tres tomaron la fuga por las llanuras orientales, y hallaron su salvación en la apartada ciudad de Villarrica. Los treinta y cinco restantes, y entre ellos el mismo capitán Andrés Valiente, fueron matados inhumanamente".

 

     (Imagen) Las victorias que iban consiguiendo los mapuches, y su extrema crueldad, tenían aterrorizados a todos los españoles de Chile, siendo la ciudad de La Imperial la que estaba en el centro del horror, aislada de las demás y acabando de sufrir la tragedia de la muerte del corregidor Andrés Valiente y treinta y cinco de los escasos soldados que llevaba consigo. El historiador Diego Barros nos dice: "Aquel desastre produjo una impresión profundamente dolorosa en la ciudad. Los habitantes de La Imperial celebraban esos días la Semana Santa. Persuadidos de que sus oraciones podrían atraerles una protección sobrenatural, hicieron votos y procesiones, pero la desgracia no cesaba de perseguir a los defensores de La Imperial. Uno de esos mismos días, los indios de guerra, animados por los que habían sido amigos de los españoles, hicieron su entrada en los barrios de la ciudad que acababan de abandonar los vecinos, y se llevaron todos los objetos que encontraban en las casas, sin hallar la menor resistencia en ninguna parte. En los alrededores ejercían depredaciones mayores todavía, destruyendo las casas de las estancias, robando los ganados y sembrando por todas partes la desolación y el espanto. El corregidor de Valdivia, sin posibilidad de prestar a La Imperial un auxilio más eficaz, juntó apenas veintidós hombres y los hizo partir por el camino de tierra bajo las órdenes del capitán Liñán de Vera. En las cercanías del río Toltén, fueron asaltados de improviso por los indios de esta región, que hasta entonces habían sido pacíficos, y los mataron a todos sin  piedad. Después de tantos desastres, la situación de los defensores de la ciudad era casi desesperada. El capitán Hernando Ortiz, que había tomado el mando por muerte del corregidor, pasó revista a sus tropas y sólo halló noventa nombres, incluyendo sacerdotes, ancianos y enfermos, para atender a la defensa de la ciudad. Esperando todavía socorros que en aquellos momentos no podían llegarle de ningún lado, había hecho partir para Concepción el 9 de abril a don Baltasar de Villagrán y a fray Juan de Lagunilla a dar cuenta al Gobernador de los apuros por los que pasaba la ciudad. Esos emisarios, venciendo dificultades extraordinarias y escapando felizmente a los mayores peligros en un territorio ocupado por los enemigos, llegaron a Angol y de allí siguieron su viaje a Concepción, sin más resultado que el de saber que el gobernador Viscarra no se hallaba en una situación más holgada que la de los defensores de La Imperial, y que, por lo tanto, le era absolutamente imposible prestar a esta ciudad los auxilios que pedía". En la imagen, subrayadas, Santiago, La Imperial y ciudades afectadas por el terror mapuche.




lunes, 21 de marzo de 2022

(1676) Los españoles siempre salían, con gran riesgo, a proteger a otros atacados por los indios. Los mapuches iban extendiendo sus ataques por más territorios, y convertirán Chile en un infierno. Por entonces mataron a Pedro Olmos de Aguilera.

 

     (1276) Tuvo por entonces Francisco Hernández Ortiz una breve actuación contra los indios, los cuales, no se atrevían a atacar directamente a las ciudades porque estaban bien armadas con cañones y arcabuces. Lo que les encantaba era recorrer los campos "haciendo daño en las estancias solitarias de los españoles o de sus indios amigos, destruyendo los viñedos, que eran muy abundantes en esa región, y aprovechando cualquier circunstancia favorable para dar un golpe de mano". El 23 de febrero de 1599 salieron de Angol diez españoles mandados por el capitán Gonzalo Gutiérrez y seguidos por una partida de indios amigos: "Iban a buscar forraje para los caballos, pero, cuando estaban ocupados en esta faena, fueron asaltados por muchos indios de Purén. No pudiendo tomar sus caballos, fueron a refugiarse detrás de los cercados de una estancia vecina. Probablemente habrían perecido allí, pero el capitán Francisco Hernández Ortiz, que mandaba accidentalmente en Angol, al saber el peligro que corrían, salió precipitadamente de la ciudad a la cabeza de treinta jinetes. Al descubrir el número considerable de indios que allí había, Hernández Ortiz y sus compañeros se vieron obligados a batirse en retirada, y regresaron a Angol casi en completa derrota, dejando en el campo muertos a cuatro de los suyos. Los indios aprovecharon su victoria para llevarse el ganado y para destruir las casas que los españoles tenían cerca".

     Poco a poco, se fue agravando preocupantemente el peligro mapuche: "La situación de los españoles en esos lugares comenzaba a hacerse insostenible. No les era dado esperar socorros de la Imperial ni de las otras ciudades del sur, porque, como veremos más adelante, la insurrección de los indios se había extendido a aquella región. A dos leguas de Angol se levantaba el fuerte de Molchén, que defendían sólo catorce españoles. Aprovechándose de la salida de una parte de esa pequeña guarnición, los indios encargados de proveer de leña a ese fuerte (hasta entonces amigos), cayeron de improviso sobre los pocos defensores que quedaban, los degollaron inhumanamente y pusieron fuego a las empalizadas.    Después de numerosas correrías, en las que dieron muerte a cuantos españoles hallaban en el campo, y quemaron los caseríos de algunas estancias, intentaron, el 20 de marzo de 1599, un atrevido ataque a la ciudad de Angol, pero los defensores de la plaza no sólo consiguieron rechazar a los enemigos, causándoles pérdidas considerables, sino que, saliendo fuera de sus bastiones, marcharon en su persecución un largo trecho, y  mataron a algunos. Esta victoria, sin embargo, fue de tan poca importancia en el curso de la guerra, que poco tiempo después los indios volvían a renovar sus ataques, aprovechándose de las tinieblas de la noche, y repetían sus devastaciones en los campos vecinos".

     Luego Diego Barros hace una observación importante: "Si el levantamiento de los indígenas se hubiese limitado a aquella parte del territorio, que era la que siempre había estado en guerra, no habría habido motivo para que los españoles comenzaran a desesperar de su situación. Pero la insurrección se extendió rápidamente a provincias que estaban tranquilas desde tiempo atrás".

 

     (Imagen) La derrota y salvaje muerte de Pedro de Valdivia y sus hombres en Tucapel a manos de los mapuches, en diciembre de 1553, fue un golpe terrible para la moral de los españoles, pero se rehicieron. Justo 45 años después, les ocurrió lo mismo al gobernador Martín García Óñez de Loyola y a los que lo acompañaban, con la diferencia de que esta catástrofe va a marcar el inicio de un largo infierno para los españoles. La zona conflictiva había estado principalmente en el territorio de Angol, pero la rebelión se extenderá hacia el sur (ver imagen). Escuchemos al historiador Diego Barros. "Poco después de la derrota y muerte de García de Loyola, los indios de la zona de La Imperial comenzaron también a rebelarse, aunque se limitaron al principio a recorrer los campos robando a los españoles, y excitando a la rebelión a los indios que permanecían sometidos. Era corregidor de La Imperial el capitán Andrés Valiente, de quien dice el poeta cronista de estos sucesos que 'en obras lo era como en apellido'. El  24 de diciembre (1598), cuando llegó a la ciudad la noticia del desastre de Curalaba (donde murió el gobernador), pasó revista y vio que tenía 150 jinetes y 43 infantes, siendo insuficientes para luchar fuera de la ciudad. Queriendo defenderla, dispuso que las mujeres y los niños se recogiesen en la casa episcopal, que, desde dos años atrás, había quedado vacía por muerte del obispo fray Agustín Cisneros (del que ya hablamos). Distribuyó sus tropas, cerró las calles, y, un mes después, aparecieron los indios por las cercanías de la ciudad. Andrés Valiente parecía determinado a mantenerse a la defensiva, pero las depredaciones de los indios irritaban sobremanera a los suyos. Uno de estos, el capitán Pedro Olmos de Aguilera, el vecino más considerado de la ciudad, salió con 40 jinetes a defender los campos que asolaba el enemigo. Los indios ocultaron en las inmediaciones el grueso de sus fuerzas, Olmos de Aguilera se alejó de la ciudad,  y pronto se vio obligado a aceptar el combate en las peores condiciones. Después de una desesperada pelea, los españoles lograron abrirse paso y regresar a la ciudad, pero dejaban en el campo ocho hombres muertos, uno de los cuales era el mismo capitán que los había sacado de La Imperial. La victoria de los indios y la muerte de Olmos de Aguilera sembraron la consternación en la ciudad, e hicieron presentir los incalculables desastres que se aguardaban". De Pedro Olmos  de Aguilera ya hice una reseña, y ahora se aclara que murió en enero de 1599. Por ello, no llegó a saber que a varios de sus hijos y familiares los mataron poco después los mapuches en una situación dantesca.




domingo, 20 de marzo de 2022

(1675) El cacique Pelantaro, convertido en gran líder por haber matado al gobernador García de Loyola, lanzó nuevos ataques. En la defensa brilló el capitán Francisco Jufré, y también lo hará el capitán Francisco Hernández Ortiz.

 

     (1275) Si los tiempos pasados fueron una batalla constante, los venideros van a ser mucho peores: "En esos mismos días, la insurrección asomaba por todas partes. El capitán Miguel de Silva, que mandaba en la ciudad de San Felipe de Arauco, se apresuró a convocar a una junta a los caciques de todas las tribus comarcanas, y obtuvo de ellos la promesa de permanecer en paz. Pero, como solía acontecer, los indios de la costa continuaron juntándose para la guerra, y el 16 de enero de 1599 atacaron Arauco unos mil guerreros. Miguel de Silva, encerrándose en el fuerte, se defendió resuelta y felizmente de los ataques de los indios, dando tiempo a que le socorrieran por mar. El 22 de enero llegó a Concepción el gobernador interino (Pedro de Viscarra) con los pocos soldados que había sacado de Santiago. El mismo día fondeaba en el puerto un buque que traía las provisiones militares necesarias que había pedido en Perú el año anterior el capitán Jerónimo de Benavides. Apenas repartidas esas municiones, llegaron a Concepción noticias más alarmantes todavía. Se acababa de alzar toda la comarca vecina de Angol, y luego la región en la que estaba situada la ciudad de Santa Cruz. El caudillo Pelantaro (muy admirado por los mapuches, y autor de la muerte del gobernador Martín García de Loyola), a la cabeza de unos mil doscientos guerreros, se acercó esta plaza, y allí comenzó a ejercer sus depredaciones sobre los indios que permanecían fieles a los españoles. La alarma cundió en toda la región".

     Estaban inmersos en una situación que revelaba el temple de cada uno: "En medio del desaliento de muchos, no faltaron algunos hombres firmes que estuvieran determinados a oponer una vigorosa resistencia a los indígenas. El general Francisco Jufré, que durante el gobierno del fallecido Martín García Óñez de Loyola había vivido retirado en una estancia de las inmediaciones de Chillán, fue llamado por los vecinos de Santa Cruz para dirigir la defensa de la ciudad. Contando con algunos refuerzos enviados por el Gobernador, Jufré decidió atacar a los indios con un golpe de audacia antes de que los indios juntaran mayores fuerzas. El día 7 de febrero salió de Santa Cruz con cincuenta españoles y unos doscientos indios auxiliares, y atacó a los enemigos. En el primer momento hicieron grandes estragos en las filas de los rebeldes, pero pronto comenzaron a ceder ante el mayor número, y se replegaron en la ciudad con pérdida de dos muertos y con algunos heridos. Aunque los españoles no habían logrado una victoria,  al menos alejaron de momento los peligros que amenazaban Santa Cruz, pero Jufré se convenció de que sus tropas no poseían el vigor que las circunstancias reclamaban. Entre sus soldados, muchos se habían batido con todo denuedo, pero otros se mostraron acobardados".

     Otro valiente capitán pagó con su vida  el atrevimiento de ir en busca de datos sobre los preparativos de los indios: "El capitán Luis de Urbaneja que mandaba una columna de cuarenta jinetes, se alejó con ellos para recoger noticias del enemigo. Unos mil indios que estaban al acecho les salieron al paso, y el combate no fue largo ni dudoso. Los españoles hicieron prodigios de valor para defenderse, e incluso lograron abrirse camino entre los espesos escuadrones de los indios, pero perdieron ocho hombres, y entre ellos al capitán Urbaneja, que gozaba reputación de soldado muy valiente y experto. Tuvo lugar aquel desastre el 11 de febrero de 1599. Habría sido de poca importancia en otra ocasión, pero entonces abatió sobremanera a los españoles, y alentó la soberbia de los  bárbaros".

 

     (Imagen) Veremos enseguida en acción al capitán FRANCISCO HERNÁNDEZ ORTIZ PIZARRO, natural de Villacastín (Segovia). Se sabe con exactitud que nació el año 1555, ya que se conserva el registro de su bautismo: "En veintisiete de julio de 1955, yo, Sebastián Montero, cura párroco de Villacastín, bauticé a Francisco, hijo de Francisco Hernández y de Inés Pizarro, naturales de dicho lugar". El apellido Pizarro fue ganando posiciones entre sus descendientes, y un nieto suyo, llamado Tomás Pizarro, oidor de la Audiencia de Guadalajara (México), donó hacia el año 1675 una imagen de la Virgen para la parroquia de Villacastín. Francisco se casó con María Cortés de Monroy, nacida en La Serena (Chile), hija de un conquistador famoso en Chile, Pedro Cortés de Monroy, nacido en Zarza (Badajoz), quien sin duda fue pariente cercano del gran Hernán Cortés de Monroy, natural de Medellín, a solo 30 km de Zarza. Francisco Hernández Ortiz llegó a Chile hacia el año 1574, y dos hermanos que lo acompañaban murieron pronto.  El año 1660, un hijo suyo, llamado Cristóbal Hernández Pizarro (también conquistador), presentó un informe de sus servicios a la Corona, y los de otros parientes suyos. En concreto, los que alegaba con respecto a su padre fueron los siguientes: Intervino activamente en la llamada guerra de Arauco (contra los mapuches). Tuvo más de cuarenta años de actividad militar. Fue  Capitán, Maestre de Campo General (cargo superior de la milicia, con mando en todos los ejércitos), fundador de la ciudad de Calbuco, Gobernador y vecino fundador de la ciudad de Chillán, Corregidor de Villarrica en 1580, Corregidor de Osorno en 1583, Corregidor de La Imperial, Corregidor y Justicia Mayor de Chillán en 1593, Corregidor de Angol en 1594, Encomendero de Concepción en 1599,  así como Cabo y Señor de las ciudades del norte (La Imperial, Villarrica, Valdivia y Castro). El año 1603, los indios huilliches (llamados también mapuches del sur) se rebelaron contra los españoles y trataron de expulsarlos de su territorio, atacando previamente la ciudad de Osorno para destruirla. Era sumamente urgente sacar de allí a los vecinos para evitar una masacre, y fue el capitán FRANCISCO HERNÁNDEZ ORTIZ PIZARRO quien, con sus hombres y  con la ayuda de indios amigos, logró proteger la huida de los supervivientes hasta llegar a otra zona situada más al sur. Allí construyeron un fuerte militar, en el que Francisco Hernández asumió el mando, durante un año, como gobernador del archipiélago de Chiloé (en la imagen, se ve el escenario de los hechos). Hay constancia de que FRANCISCO HERNÁNDEZ ORTIZ PIZARRO ya había muerto el año 1613.




viernes, 18 de marzo de 2022

(1674) La trágica muerte del gobernador García de Loyola llenó de euforia a los mapuches y de angustia a los españoles. Le sustituyó el anciano, pero animoso, Pedro de Viscarra, quien de inmediato envió a Luis Jufré a Perú en busca de refuerzos.

 

     (1274) Muerto el gobernador Martín García Óñez de Loyola, y dado el caos social producido por los temibles mapuches, era de suma urgencia nombrar un sustituto, y hacerlo en Chile, a la espera de que se diera la conformidad desde España, o fuera escogido allí otro candidato como gobernador oficial. Así que nadie se opuso a que, para salir del atasco, cogiera el mando supremo el veterano Pedro de Viscarra, para lo que, sin duda, tuvo que echarle mucho valor: "Todos los esfuerzos del gobernador interino, y todo el apoyo que le prestó el Cabildo, produjeron un resultado muy poco consolador. La ciudad de Santiago había enviado a la guerra dos meses atrás una columna de sesenta soldados. Ahora puso sobre las armas otros setenta hombres, a los cuales proveyó con las pocas municiones que se pudieron reunir. En los primeros días de enero de 1599, partía para el sur el capitán Alonso Cid Maldonado con una parte de esas tropas, mientras el resto se preparaba para salir de campaña con el mismo Viscarra. Comprendiendo perfectamente que esos socorros eran del todo insuficientes para sostener la dominación española, el Cabildo y el gobernador interino acordaron despachar inmediatamente a Lima al capitán Luis Jufré para que diese cuenta al Virrey de los últimos desastres de la colonia, y le pidiese firmemente (por enésima vez) los auxilios indispensables con que continuar la guerra. Mientras tanto, cada día llegaban a Santiago noticias más alarmantes. Se decía que la insurrección de los indígenas se hacía general y formidable, y que todas las ciudades del sur corrían peligro de desaparecer si no eran oportunamente socorridas. Viscarra tomó apresuradamente sus últimas medidas. Dio al capitán Gaspar de la Barrera el cargo de corregidor  de Santiago, con el mando militar de la ciudad, y al licenciado Francisco Pastene el de teniente de gobernador. Por fin, el 12 de enero de 1599 se ponía él mismo en marcha para Concepción al frente de las pocas tropas de que podía disponer".

     La rabia de los  multitudinarios mapuches iba a desparramarse mortíferamente como la lava de un volcán: "Las ayudas que llevaba el Gobernador eran totalmente insuficientes para poner remedio a la situación creada por el desastre de Curalava. Los indios de Purén, conscientes de la importancia de su victoria, contagiaron su entusiasmo a todas las tribus próximas, y por todas partes se avivaba la insurrección. Los españoles, por su parte, se veían forzados a encerrarse en las ciudades y fortines, lo cual alentaba a los indios, haciéndoles comprender el miedo que reinaba entre sus opresores. Parece ser que los escasos refuerzos enviados del Perú desmoralizaban al ejército de Chile, ya que, entre los llegados, había numerosos soldados que huían sin pelear. Sin embargo, los indios abandonaron las fiestas y borracheras con que solían celebrar sus triunfos, continuaron sus ataques en los alrededores de Angol, sobre todo en el fuerte de Longotoro,  y en un corto combate, dieron muerte al jefe de la guarnición y a uno de sus soldados. El capitán Vallejo, que salió de Angol en socorro de ese fuerte, salvó a sus defensores de una muerte segura, pero, convencido de que no podría resistir  los nuevos ataques de los indios, ordenó que fuera abandonado".

 

     (Imagen) Confiando en la notable personalidad de LUIS JUFRÉ DE LOAYSA Y MENESES, Pedro de Viscarra, el gobernador interino de Chile, lo envió a Perú para pedir, una vez más y con verdadera angustia, soldados de refuerzo para luchar contra los mapuches. Luis era digno hijo de su padre, el gran Juan Jufré, quien, entre otros grandes méritos, fundó, como ya vimos, la ciudad de San Juan de la Frontera, en territorio argentino. Luis vino al mundo el año 1566 en Santiago de Chile y era criollo (siendo el menor de ocho hermanos), por ser su padre español, y su madre, doña Constanza Aguirre de Meneses, nacida en Talavera de la Reina (era hija de Francisco de Aguirre, temporal gobernador de Chile, y del que ya hablamos extensamente). Luis se había casado con Francisca Ortiz de Gaete, sin duda pariente cercana de la trágica y paciente Marina Ortiz de Gaete, viuda (y, sin saberlo, desde que se casó, pues no volvió a ver a su marido) del desafortunado Pedro de Valdivia. Hablemos del mejor recuerdo que dejó LUlS JUFRÉ, pues nos servirá de ejemplo de cómo muchas poblaciones de América se sienten orgullosas  de los españoles que las fundaron y continúan mostrando su agradecimiento, como vemos en la imagen. El municipio de Medina de Rioseco (Valladolid),el año 2018, publicó la siguiente reseña:  "El 25 de agosto de 1594 Luis Jufré, hijo de Juan Jufré, natural de Medina de Rioseco, fundó en Argentina San Luis de Loyola Nueva Medina de Rioseco. Este 23 de agosto, 424 años después, el alcalde de Medina de Rioseco, David Esteban, ha recibido las llaves de la ciudad en Argentina, de parte de su intendente, Enrique Ponce, abriendo con ellas la puerta de la historia común que comparten ambas villas. 'Los puntanos (gentilicio de San Luis de Loyola Nueva Medina de Rioseco) tienen las puertas abiertas de su 'civitas mater', como ellos dicen, y los riosecanos lo mismo de la de San Luis', ha señalado Esteban en declaraciones a Noticias Castilla y León". LUIS JUFRÉ DE LOAYSA Y MENESES tuvo la oportunidad de fundarla porque el gobernador de Chile, Martín García Óñez de Loyola (a quien acabamos de ver morir), lo envió como teniente suyo a la región, hoy día argentina, de Cuyo, donde su padre ya había fundado la ciudad de San Juan de la Frontera. La que él estableció es conocida como San Luis, cuenta actualmente con unos 300.000 habitantes, y tenía el valor estratégico de ser una paso directo hacia Buenos Aires. Veamos por qué fue 'bautizada' con un largo nombre: "San Luis (el santo de su nombre) de Loyola (el apellido del gobernador) Nueva Medina de Rioseco (en memoria de su padre)". LUIS JUFRÉ murió en Santiago de Chile el año 1611.