(1285) En Perú, las noticias que llegaban
de Chile creaban un clima de gran preocupación, y se hizo lo posible por
enviarles ayudas militares: "El virrey don Luis de Velasco hacía entonces
esfuerzos increíbles para auxiliar a Chile, y, a pesar del temor que producía
ir a pelear contra los mapuches, había conseguido reunir algunos soldados. En
noviembre salieron del puerto de Lima dos naves con doscientos ochenta hombres
bajo el mando del coronel Francisco del Campo. Pocos días después zarpaba otro
buque mandado por el capitán Juan Martínez de Leiva con otros ciento seis, y llegaron
a Concepción el 2 de enero de 1600. Desgraciadamente, la condición de esta
gente resultaba muy poco útil para la guerra terrible y llena de privaciones
que era preciso sostener en Chile. Refiriéndose especialmente a este grupo de
soldados, el gobernador Quiñones comunicó lo siguiente: 'El capitán Juan
Martínez de Leiva llegó por enero de este año de 1600 con ciento seis hombres, a
los cuales diera yo muchos ducados para que no entraran en este reino".
Diego Barros va a dedicarle algunos
elogios al otro capitán: "Francisco del Campo era un militar de gran experiencia
en la guerra de Chile, en la que servía desde los principios del gobierno de
don Alonso de Sotomayor. Había establecido su casa en la ciudad de Valdivia, y,
dejando allí a su mujer y dos hijos pequeños, pasó al Perú, quizá para pedir
auxilios militares. A fines de 1598 fue encargado por el virrey del Perú de
llevar un socorro de gente para don Alonso de Sotomayor, que entonces gobernaba
Panamá. Estando allí Francisco del Campo, recibió la noticia del formidable
alzamiento de los indios de Chile y de la muerte de García de Loyola, por lo
que volvió rápidamente a Lima. Conocedor de sus antecedentes militares, el
virrey don Luis de Velasco le dio el mando de los doscientos ochenta hombres
mencionados para ir en socorro de Chile. El 5 de diciembre, once días después
del asalto de la ciudad de Valdivia, desembarcaba allí el coronel del Campo, y
sólo halló ruinas y desolación. En el puerto encontró uno de los buques que
habían presenciado la catástrofe, y entre los españoles que estaban asilados en
él, halló a su propia mujer. No le fue difícil ponerse en comunicación con los
indios de la comarca y rescatar a algunos de los españoles que habían quedado
cautivos, y entre ellos a sus dos hijos. Supo entonces que la insurrección de
los indígenas se había hecho general en aquella parte del territorio y que las
ciudades de Osorno y de Villarrica estaban a punto de caer en manos del
enemigo. Hubiera querido volar en socorro de esas ciudades y llevarles algunas
de las armas y municiones que traía en sus naves; pero, careciendo
absolutamente de caballos y de bestias de carga, se vio obligado a dejar allí
sus pertrechos con una parte de sus tropas, y a emprender a pie el viaje hacia
Osorno a la cabeza de ciento sesenta y cinco soldados. Esta resolución era de
la mayor urgencia. Se decía que el ejército de bárbaros que acababa de destruir
Valdivia, considerablemente engrosado después de sus triunfos, se había
dirigido contra Osorno bajo el mando del cacique Pelantaro, y que este caudillo
llevaba por consejeros a Jerónimo Bello, al clérigo Juan Barba y a otros
desertores españoles. En su marcha, Francisco del Campo debía evitar todo
encuentro con ese formidable ejército de bárbaros, y por esto mismo se veía
obligado a caminar con infinitas precauciones, haciendo largos rodeos a través
de bosques casi impenetrables, y empleando una lentitud que sin esos peligros
habría podido evitar".
(Imagen) El dominico JUAN BARBA, al que ha
mencionado recientemente el historiador Diego Barros, fue un personaje
misterioso. Se alió con los mapuches, quizá tras ser apresado, y colaboró con
ellos contra los españoles. El abogado chileno Osvaldo Solís ha expuesto de
forma 'izquierdista' su caso, como si
Juan Barba fuera un rebelde de nuestros tiempos enfrentado en solitario al
capitalismo más feroz. Esto es lo que ha escrito: "Poco se sabe del padre
dominico Juan Barba, y solo ha llegado a través de algunos cronistas españoles.
Inicialmente fue posiblemente capturado por los indios en momentos en que el
poder hispano se retiraba a Concepción tras el desastre de Curalaba (donde
los mapuches mataron al gobernador García de Loyola), a finales del siglo
XVI. Ignoramos lo que le ocurrió a Barba estando prisionero y expuesto al
contacto con la sociedad mapuche. Lo que sí es cierto, es que el gobernador
interino Pedro de Viscarra informó a Felipe III sobre la revuelta indígena lo
que sigue: '…y mezclado con los indios atinó a venir un Juan Barba, fraile de
la religión de Santo Domingo, quien en una mano agitaba la Cruz de Nuestro
Señor Jesucristo y en la otra la lanza de estos bárbaros'. Lo que se pueda
decir es especulación, incluso ha sido materia para el escritor Eduardo Labarca
en su novela Butamalón. Pero hay algo
que no tiene duda: la sociedad española de su época condena sin paliativos al
cura renegado, que 'evidentemente se ha pasado' al bando de los indios. Se le
denigra como seducido por el demonio, violento, impulsivo y lujurioso. Se
'argumenta' que sólo un hombre de naturaleza perversa podría sentirse cercano a
una barbarie indígena que ponía fin a las encomiendas y al trabajo forzado de
los indios, recuperaba territorios perdidos y exigía su derecho a la vida y la
libertad (ironiza sobre el argumento). Hubo otros renegados durante la
colonización, mestizos, esclavos negros huidos e, incluso, españoles. Todos
tenían sus motivos (y vuelve a la ironía hasta el final), pero ninguno
más odiado que un representante de la principal institución española de la
época (y la abandona), no la que esgrime la espada, sino la que esgrime
la cruz, y que tiene como función difundir el cristianismo, pero sobre él, la
legitimidad del dominio hispano. Porque el oro, la tierra, y el dominio
político sobre poblaciones indígenas no son el motivo de la conquista, sino la
difusión del cristianismo, la salvación de las almas, al estilo de la época por
supuesto, es decir destruyendo cuerpos porque era necesario". Solís olvida
tener en cuenta que Juan Barba fue un caso único de clérigo que se enfrentara a
los soldados con la cruz y con la lanza, como muestra la novela, y que era del
todo natural que los españoles aborreciesen lo que consideraban una total
locurra.