jueves, 24 de marzo de 2022

(1679) Frente a la enorme masa de los mapuches, los españoles de Chile siempre andaban escasos de soldados. Iban a llegar refuerzos desde Perú, donde se puso a su mando un veterano que fue apresado por los turcos: Francisco de Quiñones.

 

     (1279) Los mapuches iban llenándose de entusiasmo al tener a los españoles tan acorralados. Las limitadas victorias de los españoles apenas les impresionaban: "La defensa temporal que se había mantenido en la ciudad de Angol  no podía contener, ni siquiera en parte, la insurrección general de los nativos. Los indios que poblaban los campos del norte del Biobío, creyeron que los españoles estaban perdidos y que bastaría un regular esfuerzo para arrojarlos definitivamente del territorio. En esta confianza, se reunieron en número considerable, y después de recorrer los campos vecinos, haciendo las devastaciones acostumbradas, se presentaron el 6 de abril enfrente de Concepción. En el primer combate, los indios fueron batidos por los defensores de la ciudad, bajo el mando del alférez real Luis de las Cuevas, pero quedaba otro cuerpo reunido a pocas leguas de la ciudad, en el asiento de Quilacoya. No queriendo darles tiempo a que se organizaran mejor, resolvió Viscarra salir a atacarlos. Poniéndose él mismo a la cabeza de unos ochenta soldados, partió de Concepción en la tarde del 7 de abril, y cayendo de improviso antes de amanecer sobre el campamento de los bárbaros, mató más de cien de estos, tomó prisioneros a unos cuarenta y obligó a los otros a buscar la salvación en la fuga. Con el propósito de aterrorizar al enemigo, el Gobernador declaró que todo indio que fuese tomado con las armas en la mano sería reducido a esclavitud. En ejecución de este decreto, los prisioneros de Quilacoya fueron marcados en la cara con un hierro candente".   

     Veremos en la imagen cómo apareció de repente en escena Francisco de Quiñones, el cual se ofreció en Lima a tomar el mando de una tropa de refuerzo con destino a Chile, para ayudar a los desesperados españoles. Diego Barros define al personaje: "Era Quiñones un hidalgo originario de León, que sirvió al Rey desde su primera juventud, y que había llegado a la vejez conservando la entereza de su carácter. En 1559, embarcado en Italia en la escuadra que mandaba el duque de Medinaceli, virrey de Nápoles, luchó en la funesta jornada de Jelbes. Es esta una isla pequeña, situada en las inmediaciones de Trípoli, y nido entonces de los piratas turcos. Los españoles se apoderaron de ella sin grandes dificultades, pero atacados por una escuadra turca, sufrieron una espantosa derrota, y perdieron treinta naves, mil muertos y cerca de cinco mil prisioneros que fueron llevados a Constantinopla y vendidos como esclavos. Don Francisco de Quiñones fue uno de ellos. Se ha contado que en el combate desplegó un valor heroico, que defendió su nave casi en solitario, y que cayó en poder de los turcos cubierto de heridas. Pero más tarde recobró su libertad mediante un grueso rescate en dinero, y continuó sirviendo en Italia y en Flandes. En España, don Francisco de Quiñones contrajo matrimonio con doña Grimanesa de Mogrovejo, hermana de un célebre religioso que desempeñaba el cargo de inquisidor de Granada, y que ha sido canonizado por la Iglesia con el nombre de Santo Toribio  de Mogrovejo. Promovido este al rango de arzobispo de Lima, Quiñones pasó con él al Perú en 1580. Pronto se le dieron los cargos de maestre de campo y de comisario general de la caballería. En 1582, el virrey don Martín Enríquez le confió la misión de conducir hasta Panamá la flota que llevaba a España los tesoros del Perú, y pocos meses más tarde fue nombrado corregidor de la ciudad de Lima y de su distrito. En este puesto desplegó una gran actividad en la persecución de ladrones y de vagos, y se ganó la reputación de hombre justiciero".

 

     (Imagen) Los mapuches dejaron para la historia un recuerdo de su crueldad, pero también de su asombrosa valentía. Diego Barros comenta: "Estos pequeños triunfos no mejoraron la situación de los españoles, pues los indios rebeldes quedaron dueños de todos los campos  circunvecinos. Quemaron las casas e inquietaban sin cesar a la ciudad de Concepción. Los pobladores se encerraban cada noche en la iglesia, donde creían posible defenderse. Pero el Gobernador comprendía de sobra los peligros de la situación. Desde la funesta jornada de Curalaba, en diciembre del año anterior, habían perdido más de 200 hombres, y, entre ellos, al Gobernador García de Loyola y algunos de sus más ilustres capitanes, suponiendo en total una tercera parte de los pobladores de las ciudades del sur. Los españoles habían visto arrasadas todas sus estancias, quemados algunos fuertes, destruida una de sus ciudades y seriamente amenazadas las otras. 'Si se dilata el socorro que de Vuestra Excelencia se espera, escribía Viscarra al virrey del Perú, es muy probable que se  rebelen todos los indios de Chile, y sería necesario llevar a cabo una nueva conquista'. En efecto, los socorros pedidos al Perú tardaban demasiado. A mediados de enero de 1599 había partido de Valparaíso el capitán Luis Jufré para pedirle al Virrey el envío de algunos auxilios. Cuando llegó Jufré a Lima, comenzó a cumplir su misión con toda intensidad. En aquella ciudad encontró dos individuos bien dispuestos a ayudarlo, el capitán Jerónimo de Benavides, que el año anterior había ido al Perú con un objetivo análogo, y Domingo de Eraso, el secretario de García de Loyola, que volvía de España después de realizar una gestión semejante. El virrey del Perú, don Luis de Velasco, se había mostrado siempre dispuesto a socorrer a Chile, y ya había enviado los refuerzos de hombres y de municiones que le había sido posible reunir. En esta ocasión, ante el formidable levantamiento de los indios y la muerte del gobernador García de Loyola, el Virrey demostró mayor empeño aún en suministrar esos socorros. Reunió al efecto a los oficiales de la Real Audiencia, y, de acuerdo con ellos, dispuso que a la mayor brevedad se alistasen 300 hombres y se les proveyese de armas y municiones. Cuando buscaba entre los capitanes que había en todo el virreinato uno a quien confiar el mando de esas tropas y el gobierno de Chile, se  ofreció espontáneamente a desempeñar este cargo un antiguo militar llamado don Francisco de Quiñones, que gozaba de gran prestigio y que servía en el alto puesto de corregidor de Lima". Ampliaré datos sobre Francisco de Quiñones. En el grabado, tres gobernadores de Chile: Quiñones, Loyola y Viscarra.




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