jueves, 31 de marzo de 2022

(1685) El valioso coronel Francisco del Campo llegó con refuerzos para Chile, y se vio en apuros para liberar de los indios a su mujer y sus dos hijos. Para algunos, todo es defendible: incluso el caso extremo del dominico Juan Barba.

 

     (1285) En Perú, las noticias que llegaban de Chile creaban un clima de gran preocupación, y se hizo lo posible por enviarles ayudas militares: "El virrey don Luis de Velasco hacía entonces esfuerzos increíbles para auxiliar a Chile, y, a pesar del temor que producía ir a pelear contra los mapuches, había conseguido reunir algunos soldados. En noviembre salieron del puerto de Lima dos naves con doscientos ochenta hombres bajo el mando del coronel Francisco del Campo. Pocos días después zarpaba otro buque mandado por el capitán Juan Martínez de Leiva con otros ciento seis, y llegaron a Concepción el 2 de enero de 1600. Desgraciadamente, la condición de esta gente resultaba muy poco útil para la guerra terrible y llena de privaciones que era preciso sostener en Chile. Refiriéndose especialmente a este grupo de soldados, el gobernador Quiñones comunicó lo siguiente: 'El capitán Juan Martínez de Leiva llegó por enero de este año de 1600 con ciento seis hombres, a los cuales diera yo muchos ducados para que no entraran en este reino".

     Diego Barros va a dedicarle algunos elogios al otro capitán: "Francisco del Campo era un militar de gran experiencia en la guerra de Chile, en la que servía desde los principios del gobierno de don Alonso de Sotomayor. Había establecido su casa en la ciudad de Valdivia, y, dejando allí a su mujer y dos hijos pequeños, pasó al Perú, quizá para pedir auxilios militares. A fines de 1598 fue encargado por el virrey del Perú de llevar un socorro de gente para don Alonso de Sotomayor, que entonces gobernaba Panamá. Estando allí Francisco del Campo, recibió la noticia del formidable alzamiento de los indios de Chile y de la muerte de García de Loyola, por lo que volvió rápidamente a Lima. Conocedor de sus antecedentes militares, el virrey don Luis de Velasco le dio el mando de los doscientos ochenta hombres mencionados para ir en socorro de Chile. El 5 de diciembre, once días después del asalto de la ciudad de Valdivia, desembarcaba allí el coronel del Campo, y sólo halló ruinas y desolación. En el puerto encontró uno de los buques que habían presenciado la catástrofe, y entre los españoles que estaban asilados en él, halló a su propia mujer. No le fue difícil ponerse en comunicación con los indios de la comarca y rescatar a algunos de los españoles que habían quedado cautivos, y entre ellos a sus dos hijos. Supo entonces que la insurrección de los indígenas se había hecho general en aquella parte del territorio y que las ciudades de Osorno y de Villarrica estaban a punto de caer en manos del enemigo. Hubiera querido volar en socorro de esas ciudades y llevarles algunas de las armas y municiones que traía en sus naves; pero, careciendo absolutamente de caballos y de bestias de carga, se vio obligado a dejar allí sus pertrechos con una parte de sus tropas, y a emprender a pie el viaje hacia Osorno a la cabeza de ciento sesenta y cinco soldados. Esta resolución era de la mayor urgencia. Se decía que el ejército de bárbaros que acababa de destruir Valdivia, considerablemente engrosado después de sus triunfos, se había dirigido contra Osorno bajo el mando del cacique Pelantaro, y que este caudillo llevaba por consejeros a Jerónimo Bello, al clérigo Juan Barba y a otros desertores españoles. En su marcha, Francisco del Campo debía evitar todo encuentro con ese formidable ejército de bárbaros, y por esto mismo se veía obligado a caminar con infinitas precauciones, haciendo largos rodeos a través de bosques casi impenetrables, y empleando una lentitud que sin esos peligros habría podido evitar".

 

     (Imagen) El dominico JUAN BARBA, al que ha mencionado recientemente el historiador Diego Barros, fue un personaje misterioso. Se alió con los mapuches, quizá tras ser apresado, y colaboró con ellos contra los españoles. El abogado chileno Osvaldo Solís ha expuesto de forma 'izquierdista' su caso,  como si Juan Barba fuera un rebelde de nuestros tiempos enfrentado en solitario al capitalismo más feroz. Esto es lo que ha escrito: "Poco se sabe del padre dominico Juan Barba, y solo ha llegado a través de algunos cronistas españoles. Inicialmente fue posiblemente capturado por los indios en momentos en que el poder hispano se retiraba a Concepción tras el desastre de Curalaba (donde los mapuches mataron al gobernador García de Loyola), a finales del siglo XVI. Ignoramos lo que le ocurrió a Barba estando prisionero y expuesto al contacto con la sociedad mapuche. Lo que sí es cierto, es que el gobernador interino Pedro de Viscarra informó a Felipe III sobre la revuelta indígena lo que sigue: '…y mezclado con los indios atinó a venir un Juan Barba, fraile de la religión de Santo Domingo, quien en una mano agitaba la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo y en la otra la lanza de estos bárbaros'. Lo que se pueda decir es especulación, incluso ha sido materia para el escritor Eduardo Labarca en su novela Butamalón.  Pero hay algo que no tiene duda: la sociedad española de su época condena sin paliativos al cura renegado, que 'evidentemente se ha pasado' al bando de los indios. Se le denigra como seducido por el demonio, violento, impulsivo y lujurioso. Se 'argumenta' que sólo un hombre de naturaleza perversa podría sentirse cercano a una barbarie indígena que ponía fin a las encomiendas y al trabajo forzado de los indios, recuperaba territorios perdidos y exigía su derecho a la vida y la libertad (ironiza sobre el argumento). Hubo otros renegados durante la colonización, mestizos, esclavos negros huidos e, incluso, españoles. Todos tenían sus motivos (y vuelve a la ironía hasta el final), pero ninguno más odiado que un representante de la principal institución española de la época (y la abandona), no la que esgrime la espada, sino la que esgrime la cruz, y que tiene como función difundir el cristianismo, pero sobre él, la legitimidad del dominio hispano. Porque el oro, la tierra, y el dominio político sobre poblaciones indígenas no son el motivo de la conquista, sino la difusión del cristianismo, la salvación de las almas, al estilo de la época por supuesto, es decir destruyendo cuerpos porque era necesario". Solís olvida tener en cuenta que Juan Barba fue un caso único de clérigo que se enfrentara a los soldados con la cruz y con la lanza, como muestra la novela, y que era del todo natural que los españoles aborreciesen lo que consideraban una total locurra.




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