domingo, 6 de marzo de 2022

(1663) El gobernador García de Loyola, en cuanto llegó a Chile, luchó con éxito contra los indios. Con él llegaron los primeros jesuitas, partidarios de pacificar a los indios sin violencia (pecando de optimismo). El superior era Baltasar Piñas.

 

     (1263) Estaba claro que el gobernador Martín García de Loyola tenía el firme propósito de enfrentarse a los mapuches con todas las consecuencias: "Determinó el Gobernador ir al territorio de Arauco, tomando tan a pecho las cosas de la guerra, que se propuso no asentarse en Santiago mientras ella durase y él permaneciese en el cargo. Y para no dejar raíces que le obligasen a volver algunas veces a esta ciudad desamparando la zona fronteriza con los enemigos, llevó consigo a su mujer y a toda su casa, y partió con casi trescientos soldados que juntó con harto trabajo, ayudándose de alguna derrama impuesta con mucha suavidad, más con ruegos que con exigencias, haciendo ver a los vecinos la necesidad presente y que era un asunto que afectaba a todos. La mujer de Loyola era una hija de los reyes indios del Perú, y la habían pretendido por mujer algunos caballeros de mucha estofa por su calidad y rentas, que eran de gran suma, por lo cual le pareció al comendador que podría ser esto de algún efecto para que los indios se allanasen viendo que una de su nación era mujer del inca que gobernaba la tierra, como en efecto lo fue, y por esta causa la llevó consigo sacándola de entre la gente que estaba de paz donde no había necesidad de este medio. Y habiendo llegado a la ciudad de la Concepción, no quiso parar en ella muchos días, saliendo pronto para volver a Arauco, donde era toda la refriega. Dentro de pocos días pasó con su campo el río de Biobío y lo asentó en Colcura, al pie de la famosa cuesta de Avemán, que está a cuatro leguas de Arauco. En este tiempo salió el maestre de campo de la fortaleza y tuvo una guazabara (lucha) con algunos escuadrones de los indios que le tenían cercado, de donde salió con la victoria habiendo matado a cien de ellos. Y como por una parte vieron esta pérdida y por otra lamentaron la llegada del gobernador, alzaron el cerco no atreviéndose a hacer frente a tanta gente española".

     Nos hace saber ahora el cronista (o quizá, más bien, el último corrector del texto, el jesuita Bartolomé de Escobar) que llegaron entonces a Chile, por primera vez, unos clérigos poco conocidos en las Indias: "Días después de la venida del gobernador Martín García de Loyola, llegaron algunos padres de la Compañía de Jesús, de cuya institución nunca se había visto hombre en Chile hasta entonces. Habían sido muy deseados por todas las personas graves interesadas en su aprovechamiento espiritual, y en particular de los gobernadores anteriores, por la buenas noticias que tenían del mucho fruto que estos padres habían hecho en el Perú, y el gran cambio que en aquellas tierras se experimentó por su correcta doctrina y buen ejemplo. Por esta causa, le suplicaron al rey Don Felipe Segundo que ayudase a este reino de Chile con algunos padres jesuitas, esperando por su medio lograr el sosiego que no habían podido alcanzar en tantos años por fuerza de armas. Acontece no pocas veces que las empresas arduas que no se consigue efectuarlas con grandes medios humanos, se logran con gran facilidad por la intervención de los servidores de Dios con la fuerza de sus oraciones, e incluso pacifican a los hombres, aunque sean enemigos, con la eficacia de las palabras que Dios pone en sus lenguas". Está haciendo referencia a que los jesuitas, enemigos de emplear la violencia con los nativos, consiguieron su amistad con su espíritu evangélico. Esto creó un gran malestar en varios países, que incluso los expulsaron de sus dominios, y hasta consiguieron muchos años después que el Papa suprimiera temporalmente sus actividades. Un ejemplo claro es lo que cuenta el argumento de la película La Misión, donde aparece Robert de Niro como un soldado portugués esclavista, arrepentido y puesto al servicio de los jesuitas para evitar la destrucción de los indios, y de su  mundo, al que la deliciosa música de Ennio Morricone convierte en un escenario idílico".

 

     (Imagen) Llegaron a Chile casi al mismo tiempo y por primera vez los jesuitas  y el nuevo gobernador, Martín García de Loyola, quien quizá influyera para que los sacerdotes lo hicieran, ya que, siendo sobrino nieto de San Ignacio, les tendría aprecio. Sigamos la  crónica, y no olvidemos que su redacción estaba revisada por el jesuita Bartolomé de Escobar: "Su majestad autorizó que fueran desde España  a Chile ocho religiosos jesuitas,  pero, llegados a la ciudad de Lima, le pareció oportuno a su provincial trocar algunos de ellos con otros más experimentados en aquellas tierras, para que se organizase esto más acertadamente. Además, sabiendo que sería muy bueno para el  servicio de Dios, se le encargó esta empresa al padre BALTASAR PIÑAS, de conocida santidad en todo el Perú y en muchos sitios de Italia y España, por donde había andado buscando almas para el cielo con extraordinario fervor de espíritu. También había fundado colegios en algunos lugares de Cerdeña, España y no menos en el Perú, donde fue provincial. Y, últimamente, el colegio de Quito, a donde no había entrado la compañía hasta que él fue a ello el año 1586. Aunque por su mucha edad y cansancio corporal estaba ya retirado, dejó la seguridad por los peligros, no con ganas de batallar, sino de conseguir el bien de las almas. Fueron con él dos sacerdotes nacidos en Chile, que habían ido en su juventud a estudiar en Lima, de donde salieron con muy copioso caudal de letras y mucho mayor de virtud tras catorce años que habían estado en la misma Compañía de Jesús. Uno de estos padres se llamaba Hernando de Aguilera, hijo del capitán Pedro de Olmos Aguilera, de quien se ha hecho diversas veces mención en esta historia, y el otro Juan de Olivares, los cuales fueron a este asunto para que, así como sus padres habían hecho la conquista militar del reino de Chile, y sus hermanos estaban en ella actualmente, ellos se dedicasen a la espiritual, ayudándose con las letras y el espíritu que habían adquirido, y con la lengua de los indios, pues la conocían por haberse criado entre ellos. De la misma manera,  fue con ellos otro religioso llamado Luis de Valdivia, muy docto en cosas de letras y hombre muy espiritual, pero no viejo, el cual, por ser familiar del difunto gobernador Valdivia, partió con pretensión de imitarle en el valor, aunque de diferente manera, con celo de irse ganando pronto las almas de los indios, cuyas tierras había ganado su pariente, y también para reparar de esta forma los daños que les habían hecho a los indios durante las conquistas". Ha quedado retratado el estilo de conversión empleado por los jesuitas: convencer sin violencia, aunque, a veces, les costaba la vida.




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