(1263) Estaba claro que el gobernador
Martín García de Loyola tenía el firme propósito de enfrentarse a los mapuches
con todas las consecuencias: "Determinó el Gobernador ir al territorio de
Arauco, tomando tan a pecho las cosas de la guerra, que se propuso no asentarse
en Santiago mientras ella durase y él permaneciese en el cargo. Y para no dejar
raíces que le obligasen a volver algunas veces a esta ciudad desamparando la zona
fronteriza con los enemigos, llevó consigo a su mujer y a toda su casa, y partió
con casi trescientos soldados que juntó con harto trabajo, ayudándose de alguna
derrama impuesta con mucha suavidad, más con ruegos que con exigencias, haciendo
ver a los vecinos la necesidad presente y que era un asunto que afectaba a
todos. La mujer de Loyola era una hija de los reyes indios del Perú, y la
habían pretendido por mujer algunos caballeros de mucha estofa por su calidad y
rentas, que eran de gran suma, por lo cual le pareció al comendador que podría
ser esto de algún efecto para que los indios se allanasen viendo que una de su
nación era mujer del inca que gobernaba la tierra, como en efecto lo fue, y por
esta causa la llevó consigo sacándola de entre la gente que estaba de paz donde
no había necesidad de este medio. Y habiendo llegado a la ciudad de la
Concepción, no quiso parar en ella muchos días, saliendo pronto para volver a
Arauco, donde era toda la refriega. Dentro de pocos días pasó con su campo el
río de Biobío y lo asentó en Colcura, al pie de la famosa cuesta de Avemán, que
está a cuatro leguas de Arauco. En este tiempo salió el maestre de campo de la
fortaleza y tuvo una guazabara (lucha) con algunos escuadrones de los
indios que le tenían cercado, de donde salió con la victoria habiendo matado a cien
de ellos. Y como por una parte vieron esta pérdida y por otra lamentaron la llegada
del gobernador, alzaron el cerco no atreviéndose a hacer frente a tanta gente
española".
Nos hace saber ahora el cronista (o quizá,
más bien, el último corrector del texto, el jesuita Bartolomé de Escobar) que
llegaron entonces a Chile, por primera vez, unos clérigos poco conocidos en las
Indias: "Días después de la venida del gobernador Martín García de Loyola,
llegaron algunos padres de la Compañía de Jesús, de cuya institución nunca se
había visto hombre en Chile hasta entonces. Habían sido muy deseados por todas
las personas graves interesadas en su aprovechamiento espiritual, y en particular
de los gobernadores anteriores, por la buenas noticias que tenían del mucho
fruto que estos padres habían hecho en el Perú, y el gran cambio que en
aquellas tierras se experimentó por su correcta doctrina y buen ejemplo. Por
esta causa, le suplicaron al rey Don Felipe Segundo que ayudase a este reino de
Chile con algunos padres jesuitas, esperando por su medio lograr el sosiego que
no habían podido alcanzar en tantos años por fuerza de armas. Acontece no pocas
veces que las empresas arduas que no se consigue efectuarlas con grandes medios
humanos, se logran con gran facilidad por la intervención de los servidores de
Dios con la fuerza de sus oraciones, e incluso pacifican a los hombres, aunque
sean enemigos, con la eficacia de las palabras que Dios pone en sus lenguas".
Está haciendo referencia a que los jesuitas, enemigos de emplear la violencia
con los nativos, consiguieron su amistad con su espíritu evangélico. Esto creó un
gran malestar en varios países, que incluso los expulsaron de sus dominios, y
hasta consiguieron muchos años después que el Papa suprimiera temporalmente sus
actividades. Un ejemplo claro es lo que cuenta el argumento de la película La
Misión, donde aparece Robert de Niro como un soldado portugués esclavista,
arrepentido y puesto al servicio de los jesuitas para evitar la destrucción de
los indios, y de su mundo, al que la
deliciosa música de Ennio Morricone convierte en un escenario idílico".
(Imagen) Llegaron a Chile casi al mismo
tiempo y por primera vez los jesuitas y
el nuevo gobernador, Martín García de Loyola, quien quizá influyera para que
los sacerdotes lo hicieran, ya que, siendo sobrino nieto de San Ignacio, les
tendría aprecio. Sigamos la crónica, y no
olvidemos que su redacción estaba revisada por el jesuita Bartolomé de Escobar:
"Su majestad autorizó que fueran desde España a Chile ocho religiosos jesuitas, pero, llegados a la ciudad de Lima, le pareció
oportuno a su provincial trocar algunos de ellos con otros más experimentados
en aquellas tierras, para que se organizase esto más acertadamente. Además, sabiendo
que sería muy bueno para el servicio de
Dios, se le encargó esta empresa al padre BALTASAR PIÑAS, de conocida santidad
en todo el Perú y en muchos sitios de Italia y España, por donde había andado
buscando almas para el cielo con extraordinario fervor de espíritu. También
había fundado colegios en algunos lugares de Cerdeña, España y no menos en el
Perú, donde fue provincial. Y, últimamente, el colegio de Quito, a donde no
había entrado la compañía hasta que él fue a ello el año 1586. Aunque por su
mucha edad y cansancio corporal estaba ya retirado, dejó la seguridad por los
peligros, no con ganas de batallar, sino de conseguir el bien de las almas.
Fueron con él dos sacerdotes nacidos en Chile, que habían ido en su juventud a
estudiar en Lima, de donde salieron con muy copioso caudal de letras y mucho
mayor de virtud tras catorce años que habían estado en la misma Compañía de
Jesús. Uno de estos padres se llamaba Hernando de Aguilera, hijo del capitán
Pedro de Olmos Aguilera, de quien se ha hecho diversas veces mención en esta
historia, y el otro Juan de Olivares, los cuales fueron a este asunto para que,
así como sus padres habían hecho la conquista militar del reino de Chile, y sus
hermanos estaban en ella actualmente, ellos se dedicasen a la espiritual,
ayudándose con las letras y el espíritu que habían adquirido, y con la lengua
de los indios, pues la conocían por haberse criado entre ellos. De la misma
manera, fue con ellos otro religioso
llamado Luis de Valdivia, muy docto en cosas de letras y hombre muy espiritual,
pero no viejo, el cual, por ser familiar del difunto gobernador Valdivia, partió
con pretensión de imitarle en el valor, aunque de diferente manera, con celo de
irse ganando pronto las almas de los indios, cuyas tierras había ganado su
pariente, y también para reparar de esta forma los daños que les habían hecho a
los indios durante las conquistas". Ha quedado retratado el estilo de
conversión empleado por los jesuitas: convencer sin violencia, aunque, a veces,
les costaba la vida.
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