viernes, 4 de marzo de 2022

(1662) Fue a Chile un nuevo gobernador, MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE LOYOLA, y lo hizo con gran ánimo, aun sabiendo cuán peligrosos eran los mapuches. Llegó justo un siglo después del descubrimiento de América. ¡Qué fructíferos años!

 

     (1262) Llega un nuevo gobernador a Chile, y el cronista nos lo presenta. Ya he mencionado en varias ocasiones que era un vasco sobrino nieto de San Ignacio de Loyola, el impresionante personaje en el que se dio la circunstancia de que, como ocurrió a veces en las Indias, fue soldado antes que sacerdote (y, por añadidura, fundador de la Compañía de Jesús, que tanta importancia ha tenido a lo largo de la Historia). Se trataba de MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE LOYOLA. Oigamos al cronista. "Habiendo sido nombrado muchos días atrás gobernador del Paraguay Martín García de Loyola, Caballero del Hábito de Calatrava, natural de la provincia de Guipúzcoa, de la casa de Loyola y descendiente de la cabeza de ella, y habiéndose retrasado su viaje, el cual había de hacer desde el Perú, donde residía, le llegaron provisiones del rey Don Felipe Segundo, en las que lo nombró gobernador y capitán general de estos reinos de Chile. Por entonces esta tierra se encontraba a la sazón tan miserable y el estado de las cosas de la guerra tan empobrecido, que, por no poder sustentarlas, había ido don Alonso de Sotomayor (sin saber que había sido cesado como gobernador) a la ciudad de los Reyes (Lima), del Perú, a pedir ayuda de gente, munición y dineros para que no decayesen del todo. Pero aun así, se animó el nuevo gobernador a tomar la posesión de su cargo, entrando a la ciudad de Santiago, con solo dos criados, en el mes de setiembre del año 1592. Fue muy bien recibido por todos, y lo primero que hizo fue enterarse de raíz de todas las cosas que entonces ocurrían, sin querer cambiar ni una piedra hasta tomar el pulso del estado de ellas. Habiendo sabido el gobernador que el maestre de campo Alonso García Ramón, que estaba con ciento treinta hombres en la fortaleza de Arauco, se encontraba en gran aprieto por tenerle cercado más de cuatro mil indios, dio orden de remediar este daño, tomando pareceres de los principales del pueblo y  de los más versados en las cosas de guerra. Como ya estaban todos muy cansados de tan largas molestias y no veían forma de  sacar adelante lo que en cincuenta años no habían podido concluir en tiempos en los que había sido más factible, manifestaron el parecer de que se abandonasen los fuertes que estaban fuera de las ciudades, pues había mucho que hacer en los pueblos, ya que estaban con gran necesidad de gente hacendosa, pues había mucha hambrienta, rota y casi desesperada por tantas calamidades y ninguna manera de alivio ni socorro. Pero se mostró Loyola tan animoso, que, no solamente no abandonó los fuertes ya fundados, ni desistió de la continuación de la guerra, sino que lo tomó todo con nuevos bríos, supliendo con sagacidad y prudencia la falta de medios,  que a la sazón eran muy escasos. Y, para que se consiguiese el refuerzo que se necesitaba, envió a Miguel de Olavarría (otro  vasco), su sargento mayor, a la ciudad de Lima,  del Perú, para que pidiese ayuda de gente y dinero para sustentar la guerra, pues le  constaba enteramente el deseo que don Garcia Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y virrey de aquel reino de Perú, tenía de favorecer las cosas de Chile como cosa propia, por haber sido el más insigne benefactor de este reino". Las últimas elogiosas palabras dejan claro que el jesuita Bartolomé de Escobar, al hacer la última corrección de la crónica de Pedro Mariño de Lobera, quiso poner en muy buen lugar (aunque es cierto que tuvo grandes méritos como gobernador de Chile) al virrey García de Mendoza, quien le había encomendado el trabajo.

 

     (Imagen) Estamos viendo al gobernador MARTÍN GARCÍA DE LOYOLA llegar a Chile EL AÑO 1592, primer centenario de la asombrosa proeza de CRISTÓBAL COLÓN. Desde que  descubrió América, los españoles no dejaron de seguir  hacia delante, PLUS ULTRA. Nada les frenaba, y las consecuencias fueron una mezcla de grandes logros para la humanidad, pero no exentos de horrores y crueldades. Si algo los caracterizó fue el ansia de gloria y riquezas, pero a base de un esfuerzo y un heroísmo extraordinarios, a lo que se añadía un sincero deseo de cristianizar a los nativos. Muchos avances rozaron el fracaso. Colón les falseaba a sus marinos las distancias para que no se amotinaran al ver que el mar parecía inacabable. Igual que a él, España acogió a Fernando de Magallanes, quien encontró el paso, por el estrecho de su nombre, a ese inmenso Océano Pacífico que había descubierto el gran Vasco Núñez de Balboa el año 1513. Masacrado Magallanes por indígenas, Juan Sebastián Elcano completó la vuelta al mundo en 1522. Pero antes, en 1519, Hernán Cortés (quizá el más completo de aquellos héroes), descubrió y conquistó México tras haber estado a punto de que lo mataran. El increíble Francisco Pizarro, cuyos ojos vieron el Pacífico junto a Balboa, tardó ocho terribles años en encontrar el imperio inca y apresar a Atahualpa (en 1532).  Tristemente, luego llegaron las sangrientas guerras civiles de Perú. Por aquel tiempo, el culto Gonzalo Jiménez de Quesada (de quien  ya hablaremos), tuvo la habilidad de mantener su autoridad en Colombia (merecidamente) frente a dos temibles pretendientes, Sebastián de Belalcázar y el alemán Nicolás Federmann. Vimos las aventuras de Álvar Núñez Cabeza de Vaca por las tierras de Florida, y la manera ignominiosa en que, en 1544, fue destituido de su cargo como gobernador del territorio de Río de la Plata, y ahora (año 1592) estamos inmersos en la historia de la conquista de Chile, iniciada por el extraordinario Pedro de Valdivia. Durante estos cien años ha habido personajes de brillo excepcional, tanto militares, como políticos, funcionarios y clérigos, y gracias a su iniciativa, valentía y espíritu emprendedor, se fundaron unas setecientas ciudades, se construyeron numerosas catedrales, y se pusieron en marcha universidades, todo ello con tanta solidez, que, en su mayoría, siguen en pie llenas de vida. Hubo un 'gringo' que admiró incondicionalmente la aventura de los españoles en las Indias: CHARLES F. LUMMIS (fallecido en 1928).





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