viernes, 25 de marzo de 2022

(1680) El heroico Francisco de Quiñones partió por mar de Perú hacia Chile con los pocos soldados que había conseguido. Allí llegó tras salvarse de una durísima tormenta. Fue recibido por los desesperados españoles con gran alegría.

 

     (1280) Francisco de Quiñones, cuya vida fue un continuo ajetreo, rondaba ya los sesenta años cuando se disponía a partir hacia  tierras chilenas, y va a tener muchas dificultades para alistar a 'insensatos' que quieran acompañarlo en la aventura: "Apenas designado por el Virrey para desempeñar el cargo de gobernador y capitán general del reino de Chile, don Francisco de Quiñones hizo publicar en la plaza mayor de Lima  un solemne bando que anunciaba al pueblo el viaje que iba a emprender, y le pedía su cooperación. Después de recordar los desastres de Chile y la obligación en que estaban todos los vasallos del Rey de acudir a su servicio, ofrecía 170 pesos de plata como sueldo a quienes quisieran acompañarlo como soldados en la pacificación de este país, comprometiéndose a darles permiso para volverse al Perú cuando lo solicitasen. A pesar de tan halagadoras promesas, fue imposible enganchar los trescientos hombres que se había querido mandar a Chile. Era tal el desprestigio de este país, que las gentes se resistían enérgicamente a enrolarse en esta columna. Por otra parte, hacía poco que el Virrey había enviado un contingente mucho más considerable de tropas a Panamá para la defensa de la región del istmo contra los ataques de los piratas ingleses, por lo que la población aventurera que suministraba soldados para la guerra era entonces mucho menos numerosa. Después de casi tres meses de afanes, Quiñones sólo había podido juntar ciento treinta hombres, y con ellos se decidió a partir para su destino. Entre los capitanes que debían acompañarlo se contaba su hijo mayor, don Antonio de Quiñones. El gobernador Quiñones consiguió también dos buques, y en ellos zarpó del Callao el 12 de mayo de 1599, trayendo por piloto mayor a don Juan de Cárdenas y Añasco, marino experimentado. Comenzaba entonces la estación de los vientos del norte, y Quiñones sufrió en este viaje una tempestad en la que corrieron el mayor peligro, y los marineros comenzaron a preparar tablas para salvarse en el caso de un naufragio que parecía inevitable. Fue tanto el riesgo, que las personas de mayor importancia que venían en las naves le pidieron a Quiñones que cambiase el rumbo y que se acercase a tierra para desembarcar a la gente. El Gobernador Quiñones se mantuvo inflexible en su determinación, y el 28 de mayo llegaba a la bahía de Concepción cuando el viento norte se hacía sentir aún con amenazante intensidad. Supersticioso, como la casi totalidad de los hombres de su tiempo, Quiñones estaba persuadido de que un milagro del cielo lo había salvado de un fin desastroso. En cumplimiento de un voto hecho en las horas de peligro, no quiso bajar a tierra sino el día siguiente, cuando supo que había sido repartido entre los conventos de Concepción un donativo de trescientos pesos de plata que había prometido hacerles". Hemos visto  repetidas veces que la llegada de un gobernador a Chile era recibida siempre con entusiasmo, algo frecuente en todas las Indias, pero que sin duda resultaba más intenso en Chile porque necesitaban desesperadamente que llegara alguien que pusiera remedio a la amenaza constante y terrorífica de los mapuches, más rabiosa entonces que en ningún otro tiempo. La gente española rebosaba entusiasmo con la llegada del Gobernador, pero si alguien no se hacía grandes ilusiones era él mismo, muy consciente de la realidad.

 

     (Imagen) El Gobernador Quiñones sabía de sobra que su misión estaba envenenada, pero era un hombre de valentía extrema que confiaba en los milagros: "Don Francisco de Quiñones fue recibido en Concepción con salvas de artillería, las músicas militares lo saludaron como salvador del reino, y hubo horas de alegría, creyendo que se acercaba el término de los horribles males por los que había pasado Chile. El Gobernador, sin embargo, era consciente de los peligros de la situación y de su impotencia.  El corto refuerzo que traía era del todo insuficiente para dominar la formidable insurrección de los indígenas. El Tesoro Real estaba vacío, los soldados empobrecidos, y los vecinos  privados de sus campos y de sus ganados por el levantamiento de los indios. Las ciudades de Santiago y La Serena, aunque alejadas del teatro de la guerra, no se hallaban en mejor situación, pues era necesario mantener una estricta vigilancia por miedo a que los indios tratasen de imitar el ejemplo de los del sur, aprovechándose de la debilidad de sus guarniciones. El licenciado Francisco Pastene, que había quedado en Santiago como teniente de gobernador, creyó descubrir una conjuración de los indios de Quillota, y había tenido que aplicar castigos enérgicos y rápidos. El primer cuidado de don Francisco de Quiñones fue dar cuenta al Virrey de Perú de aquel estado de cosas, y pedirle que le enviase los socorros indispensables. Con las fuerzas de su mando, se empeñó en restablecer la tranquilidad en las cercanías de Concepción. Los indios de estos lugares, según su costumbre inveterada, fingieron querer la paz, pero Quiñones se negó a tratar con ellos y les exigió que trabajaran en la reconstrucción de los edificios destruidos. Habría querido también socorrer las ciudades que se hallaban sitiadas por los indios, pero le era imposible hacerlo por falta de tropas. Además, las noticias de la ciudad de Arauco eran tan alarmantes, que se hacía indispensable intentar algún esfuerzo. Esta plaza había sido socorrida por mar con víveres y municiones, pero, acorralada por un enemigo soberbio y numeroso, estaba a punto de sucumbir. Para ir en su ayuda, Quiñones organizó una columna de unos doscientos hombres, formada por españoles e indios amigos, y la despachó en un navío bajo las órdenes Juan de Cárdenas y Añasco, a quien dio el título de general de aquellos mares. Esa flotilla llevaba, además, todos los socorros de víveres, ropas y municiones que el Gobernador pudo suministrar a los sitiados de Arauco". La imagen nos muestra que FRANCISCO DE QUIÑONES, después de llegar a Chile, viendo el panorama, le proponía al Rey alguna manera de remediarlo cambiando de destino a Francisco Jufré.




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