(1266) Por su parte, el gobernador Martín
García de Loyola no bajaba la guardia y tenía entre ceja y ceja el empeño de
continuar acosando a los mapuches: "Fue a la sierra del Aulamilla, donde
estaban los indios, y, aunque era difícil entrar, por haber mucho boscaje, le mandó
al sargento mayor Miguel Olabarría (fue autor de un informe sobre la
situación de Chile) que atacase con sesenta arcabuceros, y lo hizo tan resueltamente, que a la primera
rociada echaron a los indios del fuerte quedando algunos de ellos muertos, y asimismo
resultaron heridos diez españoles, uno de los cuales fue el sargento mayor,
sufriendo dos heridas de las que estuvo manco más de ocho meses".
Pelear no era suficiente para el
gobernador, pues pensaba en más cosas: "Llegado el año de 1595,
fundó Martín García Óñez de Loyola una ciudad en la zona de Millapoa, que está
junto al río Biobío, y le dio el nombre de Santa Cruz de Óñez. Esta población
fue de suma importancia para tener a los indios a raya, pues hasta entonces
eran señores de todas las tierras próximas a Concepción de la otra parte del
río. Y con ello se han sometido, quedando pacificados no solamente los indios
de ambas vegas, sino también los de Arauco, Talcamavida, Mareguano, Laulamilla
y Chipimo, que son más de las dos terceras partes de los indios que Loyola
halló rebelados en Chile. Y para tenerlo más asegurado, fabricó en el otro lado
del río el fuerte de Jesús, para imitar a su tío (tío abuelo) Ignacio de
Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, y por más asegurar el territorio con
este divino nombre".
Pero nunca faltaba algún sobresalto:
"Contra esta fortaleza vino un indio llamado Nangalién, que era un capitán
valerosísimo y cacique de la provincia de Mareguano. Le habían facilitado el
acceso los indios que acababan de ser pacificados, ya que seguían viendo con
malos ojos a los españoles. Llegó un día al amanecer con trescientos hombres,
cogiendo descuidados a los españoles, que eran solo veintidós. Dio la alarma el
centinela sin que se hallase hombre vestido, salvo un soldado viejo llamado
Ríos que acudió al portillo por donde ya los indios iban entrando. Derribando
dos de un arcabuzazo, puso luego mano a su espada y detuvo el ímpetu de los
demás peleando varonilmente. A esto acudió el capitán llamado don Juan de Rivadeneira,
y por otra parte fueron los soldados a la puerta principal, que estaba ya casi
derribada, y, en particular, Juan Gajardo impidió a los indios que acabasen de
derribarla oponiéndose con un mosquete con que mató a muchos enemigos. Viendo
los enemigos cuan mal les iba en este asalto, se retiraron, aunque no muy
escarmentados, pues tornaron a hacer de las suyas. Por esta causa decidió el
gobernador perseguir a este cacique, y envió al sargento mayor Olaverría a
darle una trasnochada con cuarenta y cinco hombres en la provincia de Mareguano.
Tuvo el sargento buena mano en este lance, porque, entre otros indios, prendió a
un cuñado del cacique Nangalién llamado Neretalia, y después de esto fue apresado
un hijo del mismo Nangalién, lo cual sintió tanto su padre. que hubo de presentarse
en son de paz con todos los suyos, con lo cual quedó la tierra muy tranquila".
(Imagen) Terminamos ya la crónica de Pedro
Mariño de Lobera, pero seguiremos con otras fuentes porque es importante hablar
de lo que ocurrió después. Estas son las últimas palabras del narrador: "Mucho es de estimar en esta parte la prudencia y ánimo de
Martín García de Loyola, pues, en menos tiempo, con menos gente y medios y con
ninguna experiencia en cosas de Chile, ha logrado lo que otros gobernadores no
pudieron, y se ha mantenido en paz y con el respeto de todos. Se ha atrevido a
cosas extraordinarias, como salir solo a hablar con algunos indios rebelados sobre
la paz. estando a vista de ambos ejércitos". Luego el cronista alaba una
tomadura de pelo con la que el gobernador engañó a los temibles mapuches. Para
bajarles los humos, los retó a un enfrentamiento un día determinado, que
aceptaron con entusiasmo y seguros de vencer. Pero el gobernador llegó a
propósito al lugar con sus hombres tres días antes, encontró a unos indios
despistados y les dijo que fueran adonde sus caciques y les dijeran que los
consideraba unos cobardes por no haberse presentado. El caso es que los
caciques, al recibir el mensaje, quedaron perplejos, pensando que habían
entendido mal la fecha, y se sintieron avergonzados de haber dado esa imagen de
temerosas gallinas. Dicho lo cual, el cronista termina su texto de esta manera:
"Para remate de esta historia, advierto que es mucho de ponderar el tesón de
los indios, pues nunca se ha visto que ninguno de ellos se rinda ante un
español, aunque le cueste la vida. Suele ocurrir estar un indio ante dos o tres
españoles armados y no rendírseles hasta morir. Porque lo que más les duele de
todos sus trabajos, es servir a gente extranjera, y, para evitar esto, llevan
sustentando la guerra desde hace casi cincuenta años. Por lo cual han padecido
tanta disminución, que, donde había mil indios, apenas se hallan ahora
cincuenta. Y por esta causa está la tierra muy empobrecida y miserable, sin
otro remedio más que la esperanza del cielo. Concluyo diciendo que el escribir
muchos libros es cosa sin propósito, y que lo que importa es que oigamos este razonamiento:
Teme a Dios y guarda sus mandamientos, porque Dios ha de nivelar todas las
cosas en su juicio y sentenciar lo bueno y lo malo según la balanza de su
justicia. Y si este santo temor hubiera sido el impulso con que se conquistaron
estos reinos, no estuviera esta historia llena de tantas calamidades como el
lector ha leído en ella. Ojalá quiera Dios poner en todo su piadosa mano, para
que en los corazones haya más amor suyo y más feliz prosperidad en los acontecimientos".
Buen consejo final, pero añadido, probablemente, por el jesuita Bartolomé de
Escobar.
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