(1283) Al gobernador Francisco de Quiñones
le va a sacar de quicio que Francisco Jufré no hubiese mantenido a sus hombres
en constante alerta, que fue la causa del desastre que sufrieron en Chillán.
Sin embargo Jufré había hecho después un esfuerzo para replicar con dureza a
los indios: "En la noche del asalto por sorpresa de los indios, defendió
como pudo el fortín no terminado que allí había, y en la mañana siguiente se preparó
para perseguir al enemigo. Recibió, además, un refuerzo inesperado de veinte
hombres que mandaba el capitán Tomás de Olaverría, el primer contingente de
tropas que enviaban los vecinos de Santiago a petición del Gobernador.
Olaverría había oído la víspera los disparos de arcabuz, y le hicieron
comprender que Chillán había sido asaltado por los indios. Aunque aceleró su
marcha, llegó al pueblo cuando los enemigos se habían retirado. Con este refuerzo,
Jufré organizó una columna de cuarenta jinetes para ir tras los indios. Pero
estos se retiraban en buenos caballos, resultando que, después de dos días de
penosa persecución, Jufré volvía a Chillán sin haber recogido más fruto que el
de dar muerte a siete indios que encontró rezagados, y salvar a una de las
españolas que llevaban cautivas. Al saber este desastre, el gobernador Quiñones
envió desde Concepción todas las ayudas de que podía disponer. Reprobando la
imprevisión del general Jufré, le quitó el mando del distrito de Chillán, y
puso en su lugar al capitán Miguel de Silva, dándole, también, algunos
refuerzos y recomendándole el escarmiento de los indios. Bajo la activa
dirección de ese experimentado capitán, se adelantaron las fortificaciones del
pueblo hasta dejarlo en situación de rechazar un nuevo asalto. Miguel de Silva,
además, hizo varias correrías batiendo y dispersando a los indios, arrasó
por todas partes sus casas y sus sembrados, y rescató del cautiverio a casi
todas las mujeres españolas que los bárbaros habían tomado en Chillán (librándolas
de un destino que habría sido horrendo). Tres meses más tarde, a mediados
de enero de 1600, volvieron estos indios a atacar el pueblo en número más
considerable todavía, y favorecidos también por las sombras de la noche, pero
esta vez los españoles no se dejaron sorprender, se defendieron perfectamente y
pusieron al enemigo en completa derrota matándole más de cien hombres. El
capitán Miguel de Silva había logrado restablecer en aquella región el
prestigio de las armas españolas".
A pesar de la caótica situación en la que
estaban inmersos los españoles en Chile, no perdían la esperanza de recuperar
la aceptable tranquilidad que habían perdido: "El gobernador don Francisco
de Quiñones pudo creer por un momento que podría dominar la insurrección con
los socorros que esperaba. Le animaba el hecho de que el virrey del Perú, don
Luis de Toledo, estaba vivamente interesado en socorrer al reino de Chile, y,
aunque encontraba dificultades para reunir gente, había conseguido formar en
Lima una columna de ciento cincuenta hombres que despachó a Chile bajo las
órdenes de don Jusepe de Ribera, anunciando, además, que quedaba haciendo
diligencias para enviar otros refuerzos.
Llegaron esas tropas a Valparaíso a fines de septiembre, esto es, en
tiempo oportuno para tomar parte en la campaña del verano siguiente. La ciudad
de Santiago, haciendo también grandes sacrificios, había puesto sobre las armas
a ciento treinta soldados, que, como hemos visto, comenzaron a llegar en el mes
de octubre a las provincias del sur. El Gobernador pudo hacer salir de
Concepción un destacamento de sesenta hombres bajo el mando del capitán Pedro
Cortés, los cuales mantuvieron sumisos a los indios de las riberas del Itata".
(Imagen) Acabamos de ver que el virrey de
Perú envió un refuerzo de hombres a Chile bajo el mando del capitán Jusepe de
Ribera, cuyo nombre resulta extraño. De hecho, hubo otro también en aquellos
tiempos llamado, a veces, Jusepe de Ribera (gran casualidad) por haberse
formado en Italia: nuestro gran pintor José de Ribera el Españoleto. Sin
embargo, el que ahora vemos llegar a Chile, JUSEPE DE RIBERA Y DÁVALOS, era criollo y nunca estuvo en
Italia, pero sí en un internado jesuita de Lima, y quizá allí latinizaran su
nombre. Nació el año 1555 en Lima, y fue el menor de los diez hijos de NICOLÁS
DE RIBERA EL VIEJO (del que ya hablamos hace mucho tiempo), uno de los hombres
más brillantes y sensatos de toda la historia de las Indias. Formó parte de los
famosos TRECE DE LA FAMA, los únicos que no abandonaron a Pizarro en una
situación extrema, gracias a lo cual luego se pudo conquistar el Imperio Inca.
Jusepe ingresó adolescente en la Compañía de Jesús, pero pudo más el afán de
aventuras militares, y en 1577, se ve ya inmerso en un enfrentamiento contra el
pirata inglés Francis Drake. Casado en 1580 con la criolla Catalina Alconchel,
lo eligieron dos veces alcalde de Lima, y, durante la segunda, le hemos visto
ahora, año 1599, llegar a Chile con un
refuerzo de soldados para ayudar al gobernador Quiñones contra los
tremendos ataques mapuches. Quizá nos siga hablando de él el historiador Diego Barros,
pero su estancia en Chile solo duró, como mucho, dos años, puesto que aparece
ya en Perú en 1601 como corregidor de Huamanga. E incluso da la impresión de
que, en lo sucesivo, su actividad fue acaparada por cargos políticos. En 1603
era corregidor de Lima, pasando a ser su alcalde de nuevo en 1607, 1610 y 1611.
Debió de ser un gran gestor administrativo, ya que, contra lo habitual, se
pidió que continuara de seguido en el cargo de alcalde Lima para que terminara
las obras que había iniciado en la localidad,
relativas a la construcción de un puente, una alameda, algunas casas del
municipio y la ampliación de la cárcel. Sus ocupaciones políticas siguieron
constantes: Corregidor de un pueblo de indios (de 1612 a 1617), y dos veces
alcalde del lugar, Gobernador de Huancavélica, debido a que conocía bien sus
minas de mercurio, y, como último puesto conocido, el de ser nuevamente alcalde
de Lima el año 1629, sin que se sepa la fecha de su fallecimiento. La vida de
su mujer, Catalina de Alconchel, fue pintoresca: era viuda del conquistador
Pablo de Montemayor y había tenido como amante al inquisidor, fraile y pariente
suyo Antonio Gutiérrez de Ulloa, prototipo del clérigo cínico. En la imagen, el
respetado patriarca NICOLÁS DE RIBERA, primer alcalde de Lima.
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