(1264) Nos cuenta el cronista cómo
hicieron los jesuitas el viaje a
Chile: "Partieron los ocho
religiosos del puerto del Callao de Lima en el mes de febrero del año 1593, y
tuvieron una procelosa tormenta en la que se vieron en gran peligro, llegando
finalmente al puerto de La Serena, desde donde fueron todos en procesión hasta
la ciudad, caminando muchas personas descalzas por haberlo prometido durante la
tormenta. Los vecinos de este pueblo les pidieron con insistencia a los dichos
padres que se quedasen allí, al menos dos de ellos, pero no fue posible porque
no se había tramitado el permiso en la capital de Chile. Habiendo caminado los
padres sesenta leguas, llegaron a los cercanías de Santiago, donde se había
preparado todo para salir a recibirlos, pero los padres, queriendo evitar
ruidos y aplausos, caminaron gran parte de la noche, y amanecieron dentro de la
ciudad sin ser oídos ni vistos. La alegría, los júbilos y la devoción que se
les hizo a esos padres no son explicables en pocas palabras, especialmente por
ser el padre Baltasar Piñas hombre amabilísimo, y en todas partes muy respetado
por su santidad y por su voluntad de agradar a todos. Causaba admiración que,
desde el principio de su llegada, los indios hacían grandísimas procesiones
todos los domingos cantando por las calles la doctrina cristiana, y era un
espectáculo que embelesaba a la gente de la ciudad, que echaba mil bendiciones a estos religiosos que tal
mano tenían para emprender grandes cosas en poco tiempo. Y lo que más les
admiraba era ver que un hombre como el padre Valdivia, recién llegado a aquella
tierra, había aprendido en un mes el lenguaje de los naturales, que lo
encontraban tan carismático, que andaban tras él en grandes cuadrillas colgados
de sus palabras y mirándolo con tanto amor como si fuera su padre. Los
españoles, admirados de su valía, decidieron conseguirles una casa, y les
compraron la que había sido del fallecido gobernador Rodrigo de Quiroga, el
cual había deseado mucho llegar a ver gente de la compañía de Jesús en este
reino de Chile. Aquí fundaron los padres su colegio, en el que pusieron sus
escuelas de latinidad para educación de la juventud, con lo cual culminar la
buena obra que los padres hacían, y satisfacer el deseo con que anhelaba todo
el reino de Chile ver a sus hijos en esta ocupación tan importante. Dio
principio a este servicio un sacerdote llamado Gabriel de Vega, muy capaz de
darlo a escuelas de más alta ciencia, lo que no le impidió aprender luego la lengua de los indios y
trabajar con ellos en las cosas de sus almas. Y, como para atender tan diversos
servicios eran necesarios más jesuitas, volvió a la ciudad de Lima el padre
Luis de Estella, que era un religioso muy cabal, con cuya misión fueron
enviados más religiosos a este colegio de Chile, de manera que aumentó el
número de ellos y la fuerza de los ministerios propios de la Compañía de Jesús".
El cronista vuelve a las batallas con los
mapuches: "Al principio del año de 93 fue el gobernador al fuerte de
Arauco, y, viendo que el lugar estaba en buenas condiciones, partió para la
provincia de Tucapel, donde los indios estaban mucho más agresivos que en otras
partes. Fue grande el estrago que allí les hizo, talando los campos, recogiendo
ganados y apresando muchos indios, además de haber muerto buena cantidad de los
que ofrecieron resistencia. Luego volvió a la fortaleza de Arauco, y la tornó a
abastecer de lo necesario para el invierno, que tardaría en llegar".
(Imagen) Nos ha dejado claro el cronista
que el jesuita BALTASAR PIÑAS era un hombre de excepcional valía, siendo
admirado por todos los que lo conocieron. Estaba al frente, ya con mucha edad,
de los primeros jesuitas que llegaron a Chile. Haremos un resumen de la apasionante
biografía de este héroe de la espiritualidad. Había nacido en Sanahúja (Lérida)
el año 1528. Estando en Valencia, ingresó en la Compañía de Jesús (fundada en
1534) el año 1550. Estudió Teología en Gandía, donde los jesuitas, dedicados
desde un principio a la enseñanza, habían fundado su primera universidad, por
iniciativa de Francisco de Borja, quien fue, además de jesuita, duque del
lugar, y, tras su muerte, canonizado como santo. Fue ordenado sacerdote el año
1554 en Albarracín, de donde tuvieron que salir los jesuitas, ya desde aquella
época envueltos en conflictos sociales. Se trasladó a Pedrola (Zaragoza), y
allí, también cosa típica de su orden religiosa, estuvo evangelizando a
musulmanes. Fue enviado a Cerdeña, donde estableció a los primeros jesuitas de
la isla y fundó dos colegios de enseñanza. Regresó a Zaragoza el año 1570, y,
dado su prestigio, le encomendaron la formación de los novicios jesuitas.
Fallecido Francisco de Borja, que era el Padre General de los jesuitas,
Baltasar Piñas asistió en Roma el año 1573 al nombramiento de su sucesor.
Inició en 1575 su aventura definitiva, pues formó parte de un grupo de
jesuitas, encabezado por Jesús de Cerdeña, que salieron con destino a Perú para
reforzar a sus compañeros y hacer una inspección sobre sus actividades. Su
valía se impuso en cuanto llegó. Los jesuitas lo nombraron en 1576 representante
suyo en Madrid y Roma para todas las cuestiones relativas a su orden religiosa.
Volvió a Perú cinco años después, pero no con las manos vacías, sino acompañado
de otros 16 jesuitas. En cuanto se le confió el gobierno de toda la orden en
Perú, decidió no aumentar el número de integrantes, dando preferencia a mejorar
la disciplina de sus 130 miembros. Participó como provincial de su orden en el
Concilio de Lima (año 1582), presidido por Toribio de Mogrovejo, el futuro
santo. Fundó una misión en Tucumán (Argentina), y después un colegio en la muy lejana
Quito, donde fue heroico atendiendo a enfermos durante una epidemia de peste.
Lo acabamos de ver, en 1593, llegar a Chile al mando de los primeros jesuitas y
fundar un colegio en Santiago. El año 1595, el extraordinario BALTASAR PIÑAS
regresó a Perú, muriendo en Lima poco después.
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