(1268) A pesar de que el virrey de Perú
había prometido, como mal menor, reclutar en Panamá los soldados que hacían
falta enviar a Chile, no lo llevó a cabo. Como el tiempo pasaba y los refuerzos
no llegaban, el gobernador Martín García de Loyola consideró que podía
desobedecer la orden que había recibido de Perú prohibiéndole reclutar vecinos
civiles de Chile para incorporarlos a la guerra contra los indios, así como la
de imponerles derramas económicas para costos militares. En julio de 1594 le dio amplios poderes al
sargento mayor Miguel de Olaverría para que entrara en acción: "De
inmediato se
trasladó Olaverría a la ciudad de Santiago, y, sin tener en cuenta las
resoluciones dictadas por el virrey del Perú y por la Audiencia de Lima,
comenzó a reunir gente, caballos y armas para la próxima campaña. Esta actitud
produjo una excitación general en la ciudad. Todo el mundo protestaba por la
decisión del Gobernador, el Cabildo se reunió parta tratar el asunto, y las
quejas resultaron patéticas. Las crónicas indican que 'Los vecinos y moradores
de la ciudad dijeron que estaban muy afligidos, y clamaban en las plazas contra
los llamamientos para ir a la guerra y contra las derramas de dinero que se les
imponían. Los predicadores en los púlpitos, y las mujeres por las calles,
cargadas con sus hijos, lloraban y pedían a Dios por los daños que recibían'.
El Cabildo decidió demostrar que los actos del Gobernador eran ilegales y, asimismo,
enviar al sur a uno de sus miembros para exigirle el cumplimiento de las
resoluciones dictadas por el virrey, siendo elegido para tal fin el capitán don
Francisco de Zúñiga, regidor de la ciudad de Santiago".
El resultado fue que el gobernador se
quedó sin los refuerzos peruanos y sin
poder militarizar a la fuerza a los vecinos de la capital, Santiago, y le
pasará lo mismo con las ciudades del sur unos meses después. De momento tuvo
suerte con los mapuches, porque no eran conscientes de que él estaba en sus
peores momentos, falto de recurso militares y sin capacidad de liderazgo. Pero
no tiró la toalla, y se concentró en objetivos más modestos, dedicándose a hacer correrías
contra los indios, en las que tanto él como sus capitanes obtuvieron razonables
éxitos, logrando, entre otras cosas, dispersar
a un número considerable de indios que se habían reunido en la ciénaga de
Lumaco, al sur de Purén. A pesar del exiguo número de sus soldados, en el otoño
de 1994 estableció un fuerte para controlar a los indios de
Catirai y de Mareguano, poniéndole el nombre de Santa Cruz. Pasado un tiempo,
el fuerte se convirtió en ciudad. El 1º de enero de 1595, después de las
ceremonias que en estos casos se solían hacer, y según se recogió en acta,
"el gobernador Martín García Óñez de Loyola hincó una lanza, y luego hizo
levantar el poste de justicia en presencia de todos los capitanes y soldados de
su campo, y, porque todas las buenas
obras de este mundo son frutos del árbol de la santa cruz, y para que de ella
resulte el amparo y fuerza necesaria para la defensa, predicación y aumento de
la fe y ley evangélica, le puso a la dicha ciudad el nombre de Santa Cruz de Óñez, y a la
iglesia mayor el de La Exaltación de la Cruz". Aquella ciudad, fundada tan
ceremoniosamente, iba a tener, sin embargo, una existencia efímera. Ya vimos que,
en la parte final de su texto, Pedro Mariño de Lobera hace referencia a esta fundación,
pero no menciona que iba a desaparecer, porque terminó su crónica antes de que
ocurriera.
(Imagen) El vasco DOMINGO DE ERASO había
llegado a las Indias en busca de aventuras marineras, pero, en Lima, su paisano
el gobernador de Chile Martín García Óñez de Loyola lo fichó como secretario
suyo. Y, ante la insostenible situación que los mapuches estaban creando, el
gobernador lo envió a España para pedirle ayuda militar urgente a Felipe II, ya
que con el virrey de Perú no se había conseguido nada. La misión consistía en
lograr el aporte de unos seiscientos soldados, procurando no pasar por Perú para evitar que desertasen al
oír las noticias tan preocupantes que se tenían sobre la guerra contra los
indios de Chile, como ya había ocurrido
en otras ocasiones. Pero Eraso tenía otro encargo sorprendente, dado el empeño
con que el gobernador se estaba enfrentando a los problemas. Quería que le
manifestara de su parte al Rey que estaba cansado de tantos servicios en las
Indias, por lo que deseaba que nombrase otro gobernador de Chile, para poder volver a España y vivir con
tranquilidad sus últimos días. Eraso
partió a principios de 1595, y, por el peligro de los piratas más el percance
de un naufragio, no pudo llegar a España hasta el año 1597. Inició sus
gestiones de inmediato, pero, con tan mala suerte, que el Rey, gravemente
enfermo (murió unos meses después), se veía muy limitado para atender los
asuntos públicos, dedicando las pocas fuerzas que le quedaban a ocuparse de las
grandes dificultades de la guerra con Francia. Además, como solía ocurrir, los
fondos de la Hacienda Pública estaban casi agotados y había otros gastos
preferentes, por lo que resultaba casi imposible enviar a Chile el importante
contingente de soldados que pedía el gobernador Martín García Óñez de Loyola.
No obstante, el competente Domingo de Eraso presentó un extenso y detallado
informe en el que dejaba claro que Chile estaba en peligro de perderse y era
urgente ir en su ayuda. El Consejo de Indias oyó atentamente su solicitud,
reconoció la conveniencia de enviar los auxilios que se pedían, y hasta formuló
un acuerdo en el que se fijaba el número de tropas que deberían componer el
contingente, las armas y enseres que convenía enviar, y el salario y los
premios que podrían darse a los oficiales y soldados que pasasen a servir en
Chile durante seis años. Sin embargo, Domingo de Eraso salió de España de
vuelta para las Indias a principios de 1598 llevando solamente la incierta
promesa de que el reino de Chile sería socorrido. Pero, como veremos, esa ayuda llegará después de ocurrir una
catástrofe de consecuencias irreparables.
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