(1281) El viaje por mar con los
suministros para la ciudad de Arauco no tuvo problemas durante la travesía,
pero lo arriesgado era entregárselo a los acorralados vecinos: "El desembarco
de esos socorros ofrecía las mayores dificultades. Los indios que sitiaban
Arauco corrieron a defender el desembarcadero, y se ocultaron cerca de la
playa. Advertidos por las señales que hacían los defensores de la plaza, los expedicionarios
penetraron resueltamente con las tres embarcaciones menores en el río
Carampangue y bajaron a tierra sin inconveniente alguno. Habían apenas formado
sus escuadrones para entrar al fuerte, cuando fueron asaltados con gran
gritería por los indios, pero, utilizando el fuego de arcabuz, hicieron los
españoles considerables estragos sobre
los espesos pelotones de enemigos y los pusieron en completa dispersión. El
caudillo que capitaneaba a los bárbaros quedó muerto en el campo. La plaza de
Arauco, que, según sus defensores, no habría podido sostenerse más que unos
pocos días, se salvó así de una catástrofe inevitable, y recibió los socorros
necesarios para resistir un largo sitio. Los españoles, además, hicieron
algunas correrías en los campos vecinos que les permitieron restablecer
momentáneamente su prestigio en esa región. Este pequeño triunfo, sin embargo,
mejoraba bien poco la situación de los españoles. Quiñones lo comprendía así, y
por eso, dando cuenta al Rey en esos mismos días del estado del país y de las
dificultades sin cuento que hallaba para desempeñar su misión, le repetía que
lo más pronto posible le enviase un socorro de mil hombres, que ya le había
pedido desde el Perú. 'Conforme a la fuerza y vigor del enemigo, le dice en el
documento, toda la de Chile no podrá evitar que durante el verano la guerra llegue
a los términos de Santiago y La Serena. Solo se podrá conservar la posesión de las
tierras con la gente que se traiga del Perú, hasta que vengan de España por lo
menos mil hombres bien armados, por el Río de la Plata y no por la vía de
Panamá (era mucho más largo el viaje)'. El gobernador Quiñones estaba convencido
de que con esos mil hombres podría lograr en tres años la pacificación completa
de todo el reino de Chile". Al parecer, los demás gobernadores habían
creído lo mismo, pero, desgraciadamente, nunca pudieron contar con esa ayuda,
quizá porque a todos los sitios había llegado la opinión de que Chile era un
lugar tormentoso: "Pero don Francisco de Quiñones debía experimentar no
tardando mucho una dolorosa contrariedad. A fines de septiembre de ese año de
tantos desastres, llegaba a Chile una real cédula fechada en Segovia el 28 de
octubre de 1598. Se anunciaba en ella
que Felipe II había fallecido el mes anterior y que su hijo acababa de tomar
las riendas del gobierno con el nombre de Felipe III. El nuevo soberano mandaba
que se hiciera su solemne proclamación y
que se honrase la memoria de su padre con el luto y con las exequias públicas.
Pero lejos de comunicar el próximo envío de los socorros que con tanta
insistencia se habían pedido desde Chile, el monarca hablaba de la pobreza en
que había quedado el Tesoro Real y recomendaba que fuesen sus vasallos de
América quienes acudiesen a remediar sus necesidades. Todo esto hacía suponer
que aquellos socorros tardarían mucho en llegar".
(Imagen) El historiador Diego Barros Arana
va a resultar absolutamente exagerado en la explicación que da del abandono en
que dejó Felipe III a los chilenos, criticándole a él e incluso al clero,
siendo así que tampoco Felipe II vio la posibilidad de enviar refuerzos. Habla
de una España debilitada, pero deja de lado que la independencia de los países
americanos no empezó hasta principios del siglo XIX. En su espléndida 'Historia
General de Chile' se podía haber ahorrado, para bien, este comentario: "El
cambio de soberano era mucho más trascendental de lo que a primera vista
parecía. Felipe III, príncipe tan notable por su debilidad como sus
predecesores lo habían sido por su energía, llegaba al trono a recoger la
triste herencia de ruina (?) que habían preparado los errores que
acumularon su padre y su abuelo (?). Sin poder comprender aquellos
males, entregó el gobierno a favoritos incapaces y poco escrupulosos, bajo cuya
administración pudo verse que la grandeza de España era un edificio construido
sobre arena (?). Su poder militar, irresistible en Europa durante la
mayor parte del siglo XVI, había comenzado a perder el prestigio después de sufrir
grandes derrotas, y cayó en poco tiempo en el más deplorable estado de
postración (?). La administración iba a resentirse de esa decadencia, y
el soberano para quien cruzaban los mares tantos galeones henchidos del oro de
las Indias, estaba obligado a pedir casi como limosna los donativos de sus
súbditos (?). Mientras la casa real no podía pagar los salarios de los
criados, y tenía que comprar al fiado los manjares que se servían en la mesa
del monarca (?), sus favoritos derrochaban los impuestos y los donativos
en obsequios y pensiones a sus adeptos, en fiestas y regocijos y en fundaciones
religiosas (?). Bajo aquel régimen desastroso, el clero adquirió un
enorme poder. Los conventos y las iglesias se multiplicaron asombrosamente, sus
riquezas llegaron a ser prodigiosas, y la miseria pública, la carencia de
industrias y la falta de hábitos de trabajo echaban cada año a los claustros y
al sacerdocio a millares de personas que encontraban en esta carrera una vida
cómoda y desahogada (?). Bajo la doble influencia del absolutismo
político y del desbordamiento del poder sacerdotal, el pueblo español perdía su
antigua virilidad y el ingenio mismo de la nación (?)". De hecho, España vivió
entonces su Siglo de Oro cultural, y alcanzó su máxima expansión territorial,
jugando un papel crucial en la paz y en
los conflictos bélicos que entonces se produjeron. Pero dejemos que se
desahogue el chileno Diego Barros en sus obsesiones políticas y religiosas con
este comentario que incluyó en su texto hacia el año 1857.
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