domingo, 27 de marzo de 2022

(1681) Fallecido Felipe II, Francisco de Quiñones no consigue que le envíe refuerzos Felipe III. El buen historiador Diego Barros 'desbarra' al hablar de este monarca.

 

     (1281) El viaje por mar con los suministros para la ciudad de Arauco no tuvo problemas durante la travesía, pero lo arriesgado era entregárselo a los acorralados vecinos: "El desembarco de esos socorros ofrecía las mayores dificultades. Los indios que sitiaban Arauco corrieron a defender el desembarcadero, y se ocultaron cerca de la playa. Advertidos por las señales que hacían los defensores de la plaza, los expedicionarios penetraron resueltamente con las tres embarcaciones menores en el río Carampangue y bajaron a tierra sin inconveniente alguno. Habían apenas formado sus escuadrones para entrar al fuerte, cuando fueron asaltados con gran gritería por los indios, pero, utilizando el fuego de arcabuz, hicieron los españoles   considerables estragos sobre los espesos pelotones de enemigos y los pusieron en completa dispersión. El caudillo que capitaneaba a los bárbaros quedó muerto en el campo. La plaza de Arauco, que, según sus defensores, no habría podido sostenerse más que unos pocos días, se salvó así de una catástrofe inevitable, y recibió los socorros necesarios para resistir un largo sitio. Los españoles, además, hicieron algunas correrías en los campos vecinos que les permitieron restablecer momentáneamente su prestigio en esa región. Este pequeño triunfo, sin embargo, mejoraba bien poco la situación de los españoles. Quiñones lo comprendía así, y por eso, dando cuenta al Rey en esos mismos días del estado del país y de las dificultades sin cuento que hallaba para desempeñar su misión, le repetía que lo más pronto posible le enviase un socorro de mil hombres, que ya le había pedido desde el Perú. 'Conforme a la fuerza y vigor del enemigo, le dice en el documento, toda la de Chile no podrá evitar que durante el verano la guerra llegue a los términos de Santiago y La Serena. Solo se podrá conservar la posesión de las tierras con la gente que se traiga del Perú, hasta que vengan de España por lo menos mil hombres bien armados, por el Río de la Plata y no por la vía de Panamá (era mucho más largo el viaje)'. El gobernador Quiñones estaba convencido de que con esos mil hombres podría lograr en tres años la pacificación completa de todo el reino de Chile". Al parecer, los demás gobernadores habían creído lo mismo, pero, desgraciadamente, nunca pudieron contar con esa ayuda, quizá porque a todos los sitios había llegado la opinión de que Chile era un lugar tormentoso: "Pero don Francisco de Quiñones debía experimentar no tardando mucho una dolorosa contrariedad. A fines de septiembre de ese año de tantos desastres, llegaba a Chile una real cédula fechada en Segovia el 28 de octubre de 1598. Se anunciaba  en ella que Felipe II había fallecido el mes anterior y que su hijo acababa de tomar las riendas del gobierno con el nombre de Felipe III. El nuevo soberano mandaba que se hiciera su solemne proclamación  y que se honrase la memoria de su padre con el luto y con las exequias públicas. Pero lejos de comunicar el próximo envío de los socorros que con tanta insistencia se habían pedido desde Chile, el monarca hablaba de la pobreza en que había quedado el Tesoro Real y recomendaba que fuesen sus vasallos de América quienes acudiesen a remediar sus necesidades. Todo esto hacía suponer que aquellos socorros tardarían mucho en llegar".

 

     (Imagen) El historiador Diego Barros Arana va a resultar absolutamente exagerado en la explicación que da del abandono en que dejó Felipe III a los chilenos, criticándole a él e incluso al clero, siendo así que tampoco Felipe II vio la posibilidad de enviar refuerzos. Habla de una España debilitada, pero deja de lado que la independencia de los países americanos no empezó hasta principios del siglo XIX. En su espléndida 'Historia General de Chile' se podía haber ahorrado, para bien, este comentario: "El cambio de soberano era mucho más trascendental de lo que a primera vista parecía. Felipe III, príncipe tan notable por su debilidad como sus predecesores lo habían sido por su energía, llegaba al trono a recoger la triste herencia de ruina (?) que habían preparado los errores que acumularon su padre y su abuelo (?). Sin poder comprender aquellos males, entregó el gobierno a favoritos incapaces y poco escrupulosos, bajo cuya administración pudo verse que la grandeza de España era un edificio construido sobre arena (?). Su poder militar, irresistible en Europa durante la mayor parte del siglo XVI, había comenzado a perder el prestigio después de sufrir grandes derrotas, y cayó en poco tiempo en el más deplorable estado de postración (?). La administración iba a resentirse de esa decadencia, y el soberano para quien cruzaban los mares tantos galeones henchidos del oro de las Indias, estaba obligado a pedir casi como limosna los donativos de sus súbditos (?). Mientras la casa real no podía pagar los salarios de los criados, y tenía que comprar al fiado los manjares que se servían en la mesa del monarca (?), sus favoritos derrochaban los impuestos y los donativos en obsequios y pensiones a sus adeptos, en fiestas y regocijos y en fundaciones religiosas (?). Bajo aquel régimen desastroso, el clero adquirió un enorme poder. Los conventos y las iglesias se multiplicaron asombrosamente, sus riquezas llegaron a ser prodigiosas, y la miseria pública, la carencia de industrias y la falta de hábitos de trabajo echaban cada año a los claustros y al sacerdocio a millares de personas que encontraban en esta carrera una vida cómoda y desahogada (?). Bajo la doble influencia del absolutismo político y del desbordamiento del poder sacerdotal, el pueblo español perdía su antigua virilidad y el ingenio mismo de la nación (?)". De hecho, España vivió entonces su Siglo de Oro cultural, y alcanzó su máxima expansión territorial, jugando un papel crucial en la paz y en  los conflictos bélicos que entonces se produjeron. Pero dejemos que se desahogue el chileno Diego Barros en sus obsesiones políticas y religiosas con este comentario que incluyó en su texto hacia el año 1857.




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