domingo, 13 de marzo de 2022

(1669) Está claro que la desastrosa situación de Chile era un pesado lastre para el virrey de Perú, García Hurtado de Mendoza. El gobernador Martín García Óñez de Loyola se desesperaba porque no le llegaba ayuda de allí ni de España.

 

     (1269) Es de justicia reconocerle a Martín García Óñez de Loyola una valentía fuera de lo común por el hecho de aceptar el cargo de Gobernador de Chile, un lugar maldito debido a los brutales y constantes ataques de los incasables mapuches. Hay que dar por hecho que, en las ciudades que habían fundado los españoles, la gente civil viviera inmersa en un pánico constante, temiendo la muerte a manos de los indios, o también, en el caso de las mujeres, algo tan dramático y ultrajante como ser raptadas por ellos, quizá, incluso, después de ver asesinados a sus hijos. Mientras los pobladores de Santiago vivían con temor supersticioso el paso de un impresionante cometa, Martín García de Loyola luchaba en el sur con grandes apuros contra los mapuches. No obstante, fundó, en el inicio del año 1595, una pequeña fortaleza en la ribera del río Biobío, a la que le dio el nombre de Jesús. Luego se dirigió a la zona de Tucapel para destruir los sembrados de los indios. Salió de Santa Cruz con setenta soldados, y, temiendo que los mapuches atacaran esta nueva ciudad, le mandó al corregidor de Chillán, Juan Guirao, que fuese con los vecinos del lugar a defender Santa Cruz durante los quince días que iba a durar su campaña. Pero la gente estaba ya tan harta de problemas, que su orden provocó un motín. Sin  ningún respeto a la legítima autoridad del gobernador, los vecinos se negaron a cumplir la orden, haciéndolo, además, exhibiendo amenazantes sus armas. Al gobernador no le quedó más  remedio que disimular esa reacción anárquica, aunque tuvo la fortuna de que los indios no  estaban en un momento de intensa belicosidad, y no llegaron a entender que era una buena ocasión para lanzar un ataque fulminante.

     Era tan difícil la situación,  que el gobernador se veía obligado a actuar como un desesperado pedigüeño. Confiaba en que, al desparecer el temor a los corsarios que tanto preocupó el año anterior, el virrey de Perú, García Hurtado de Mendoza, estaría en disposición de enviarle la ayuda de soldados que le había pedido con tanta urgencia, y que cada día eran más indispensables. Así que, en junio de 1595, envió de nuevo al Perú al sargento mayor Olaverría para conseguir del Virrey y de la Audiencia de Lima la ayuda que se necesitaba. Además, en el caso de que le negaran su petición, Olaverría quedaba facultado para dirigirse a España y darle cuenta al Rey de lo que estaba ocurriendo. Llegado Olaverría a Lima, se puso en contacto con los oidores de la Audiencia de Lima, y les insistió en que la relativa tranquilidad que entonces mantenían entonces los indios chilenos se debía a la habilidad del gobernador García de Loyola. Afirmaba también que este gobernador, aunque contaba con mucho menos recursos que sus predecesores, había obtenido los mejores resultados, y que terminaría de forma definitiva con aquella durísima guerra si le enviaban los medios que exigía. Y en su informe les reclamaba textualmente "trescientos soldados para suplir la falta de los vecinos, doce mil pesos de plata anuales para comprar las provisiones necesarias, y, especialmente, cien mil pesos para cubrir los gastos del primer año de  la gente de guerra que llegue, pues, de lo contrario, en cuatro meses quedaría desnuda y necesitada". En los memoriales subsiguientes, Olaverría pidió, además, al Virrey la suspensión de las ordenanzas que prohibían al gobernador de Chile hacer servir en la guerra a los vecinos encomenderos de todo el reino.

 

 

     (Imagen)  Sorprende la actitud terca del virrey de Perú García Hurtado de Mendoza negándole ayuda de soldados al gobernador de Chile Martín García Óñez de Loyola. El historiador Diego Barros lo deja muy claro, pero resulta extraño porque Hurtado de Mendoza, que había sido  gobernador de Chile, tenía un gran afecto por aquellas tierras. Barros dice: "Aquellas peticiones, por muy justas que pareciesen, se estrellaron contra la obstinada desconfianza del Virrey en las aptitudes del gobernador de Chile, contra su convencimiento de que la guerra de este país estaba mal dirigida y contra su resolución de limitar cuanto pudiese los gastos de la Hacienda Real". Después de oír las repetidas peticiones de Olaverría (el enviado por el gobernador de Chile), el virrey de Perú tomó en setiembre de 1594 una decisión que parece hipócrita: "En razón a  las peticiones presentadas, y a lo que Su Majestad tiene ordenado, se decide enviar 400 hombres armados, que son con los que se espera que se acabará aquella guerra de Chile; y por tenerse entendido que estos 400 hombres se reclutarán con más facilidad y a menos costa de Su Majestad en Panamá, se enviarán capitanes a aquella tierra para que los alisten y traigan en los navíos de Su Majestad, de manera que puedan estar en el reino de Chile por San Juan del año 1596. De esta manera se podrán evitar la vejación y la molestia que reciben los vecinos con sus recursos ordinarios. Y, en cuanto a los demás dineros y cosas que pide el gobernador de Chile, estamos aguardando la respuesta de Su Majestad". Y continúa diciendo Diego Barros: "Los repetidos esfuerzos de Olaverría para tener una resolución más eficaz y un socorro más rápido, fueron enteramente infructuosos. Todo hace creer que el Virrey de Perú, marqués de Cañete, no pensó nunca en socorrer a Chile con los refuerzos que prometía en esta disposición de septiembre de 1594. Sintiéndose viejo y enfermo, y deseando volver a España para atender sus intereses particulares, que por entonces no se hallaban en buen estado, y solicitar en la Corte el premio de sus servicios, había pedido con instancias al Rey que lo relevase del gobierno del Perú. Felipe II, por cédula de 10 de marzo de 1595, había accedido a su demanda, y nombrado en su reemplazo a don Luis de Velasco, que a la sazón desempeñaba el virreinato de Nueva España (México). Cuando el marqués de Cañete ofrecía ayudar a Chile, tenía ya conocimiento de la resolución del Rey, y sabía que su sucesor debía llegar en breve al Perú. Así, pues, no tomó las medidas convenientes para formar la columna de soldados que tenía ofrecida, y se alejó de Lima en mayo de 1596 dejando al virrey Velasco el encargo de entender en estos asuntos".




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