(1271) En muy probable que el gobernador García
de Loyola se hiciera la ilusión de que
los mapuches se mantuviesen en paz largo tiempo. Sin embargo, por si acaso,
planificó otras medidas, y volvió, una vez más, a buscar angustiosamente ayuda
en Perú: "Temía que el sometimiento de los indios solo fuera definitivo si,
tras aumentar el número de tropas, pudiese fundar una ciudad en el sitio en que
había levantado el fuerte de San Salvador y, sobre todo, cuando repoblase la
ciudad que había existido en la región de Tucapel. Para conseguirlo, decidió
enviar a Perú al maestre de campo don Gabriel de Castilla a pedir nuevos
auxilios al Virrey, y redobló sus ruegos a la ciudad de Santiago para que el
verano próximo contribuyese con un contingente de soldados. Sus ilusiones aumentaron
al comunicarle los españoles del fuerte de Arauco que los indios de Tucapel,
cansados de tan largas guerras, y escarmentados por sus derrotas, estaban
dispuestos a aceptar la paz. Engañado por estas promesas, el Gobernador
resolvió trasladarse a esos lugares en abril de 1597. Pero, cuando llegó a la
plaza de Arauco, y mientras se ocupaba en reunir a los caciques comarcanos para
tratar la paz, los indios de Purén volvieron a tomar las armas contra los
defensores del fuerte de San Salvador y los pusieron a punto de sucumbir".
Para mayor trastorno, las lluvias
tormentosas caídas en invierno habían aumentado el caudal de los ríos y los
campos estaban intransitables: "No obstante, el gobernador marchó resueltamente en ayuda
del fuerte amenazado, cuyos defensores eran en su mayor parte soldados inexpertos,
y llegó al fuerte en los momentos en que era más necesaria su presencia. Los
indios habían comenzado a desviar la corriente del río Lumaco para anegar el
sitio en que estaban establecidos los españoles. Fue necesario abandonar ese
lugar y construir en otro vecino unas empalizadas. Estos trabajos imponían a
aquellos soldados sufrimientos y fatigas que casi es imposible describir. En
todo el territorio, la crecida extraordinaria de los ríos causó daños de la
mayor consideración. En Santiago, el Mapocho salió de madre, inundó las calles,
destruyó muchas casas y causó la muerte de un número considerable de personas. García
de Loyola y sus compañeros estaban obligados a trabajar en las empalizadas en
medio de tempestades, y pisando sobre el agua y el fango, sin tener abrigo ni
de día ni de noche. El Gobernador contrajo una inflamación en la vista que lo
puso a punto de perder el ojo derecho. Las dificultades para comunicarse con
las ciudades de Angol y de La Imperial, y enviar los víveres indispensables para
el mantenimiento de aquella guarnición, habrían sido invencibles para hombres
menos enérgicos que aquellos resueltos soldados. Cinco meses resistieron en ese
lugar. Una mañana, después de perder ocho hombres, volvían los españoles
perseguidos por los bárbaros, y estalló un violento incendio, motivado por el
descuido de un muchacho. Se perdieron muchos de sus caballos y una buena parte
de las provisiones, y tuvieron que abandonar el sitio, replegándose a Angol. Además,
el incendio y esta retirada fueron causa de que la insurrección de los indios
tomase mucho mayor cuerpo, de forma que los mapuches se mantuvieron durante la
primavera haciendo correrías en toda aquella comarca, e inquietando a los
indios que servían de auxiliares a los españoles. El capitán Miguel de Silva,
que defendía la plaza de Arauco, desplegó en esa ocasión tanta sagacidad para descubrir
los proyectos de los enemigos como audacia para combatirlos".
(Imagen) A pesar de la durísima
situación, los españoles seguían creativos: "Mantenían la costumbre de
fundar nuevas ciudades. Bajo el mando de Martín García de Loyola, establecieron
hacia el año 1596, al otro lado de los Andes, la ciudad de San Luis, condenada
por su alejamiento y por su escasez de pobladores a llevar por largos años una
existencia oscura y miserable, y se le dio el nombre de San Luis de Loyola, en
honor del gobernador de Chile". Por su parte, Gabriel de Castilla estaba
ya en Perú mendigándole con angustia al virrey que proporcionase soldados para
Chile: "Aunque las noticias sobre la situación de Chile eran muy
deprimentes, el Virrey mandó que se
publicase un bando solemne, por el cual se abría un nuevo enganche de
voluntarios para ayudar a Chile. Ofrecía que a cada soldado se le pagarían
ciento cincuenta pesos si no tuviese armas, y doscientos pesos a los que se
presentasen provistos de arcabuz y cota. Aseguraba también que los
voluntarios no estarían obligados al
servicio militar más de un año. A pesar de tan ventajosas condiciones, solo
alcanzaron a reunirse ciento cuarenta hombres. Don Gabriel de Castilla salió
con ellos del Callao y llegó a Valparaíso después de veintidós días de
navegación". Superando todos los inconvenientes, el gobernador García de
Loyola seguía pensando en atacar a los mapuches a principios del verano:
"Había pedido a los vecinos de Santiago que le prestasen los auxilios
prometidos de hombres y de caballos. El mismo maestre de campo, don Gabriel de
Castilla, había traído del Perú una provisión del Virrey en la que, revocando
las permisivas ordenanzas anteriores, disponía que los vecinos de las ciudades
de Chile acudieran a la guerra. Pero en Santiago surgieron de nuevo las
resistencias, y con tanta resolución, que apenas se pudo conseguir algunos
caballos y convencer a unos pocos
soldados. Además, después de inútiles diligencias para engrosar su columna, el
maestre de campo Gabriel de Castilla llegaba a Chile, a finales de 1597 , con
el escaso contingente de soldados que logró formar en Perú. Privado de los
recursos que esperaba, el Gobernador permanecía en las ciudades del sur
reducido a la más absoluta inacción. Venciendo no pocas dificultades, había
conseguido que esos soldados alistados en Perú para servir solo un año
prometiesen seguir algún tiempo más, pero eran insuficientes para tomar la
ofensiva. Asimismo, como vimos, habían resultado ineficaces las gestiones que,
en este sentido y por orden suya, había hecho Domingo de Eraso en España ante
Felipe II, ya que solo obtuvo una promesa de futura ayuda". MARTÍN GARCÍA
ÓÑEZ DE LOYOLA se negaba a ver que estaba en vísperas de un fracaso total.
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