martes, 15 de marzo de 2022

(1671) Todo estaba en contra del gobernador de Chile Martín García de Loyola: los mapuches atacaban sin cesar, las lluvias eran torrenciales, perdía soldados y apenas conseguía reclutar más. Pero él y sus hombres no cesaban de trabajar y luchar.

 

     (1271) En muy probable que el gobernador García de Loyola se hiciera la ilusión de  que los mapuches se mantuviesen en paz largo tiempo. Sin embargo, por si acaso, planificó otras medidas, y volvió, una vez más, a buscar angustiosamente ayuda en Perú: "Temía que el sometimiento de los indios solo fuera definitivo si, tras aumentar el número de tropas, pudiese fundar una ciudad en el sitio en que había levantado el fuerte de San Salvador y, sobre todo, cuando repoblase la ciudad que había existido en la región de Tucapel. Para conseguirlo, decidió enviar a Perú al maestre de campo don Gabriel de Castilla a pedir nuevos auxilios al Virrey, y redobló sus ruegos a la ciudad de Santiago para que el verano próximo contribuyese con un contingente de soldados. Sus ilusiones aumentaron al comunicarle los españoles del fuerte de Arauco que los indios de Tucapel, cansados de tan largas guerras, y escarmentados por sus derrotas, estaban dispuestos a aceptar la paz. Engañado por estas promesas, el Gobernador resolvió trasladarse a esos lugares en abril de 1597. Pero, cuando llegó a la plaza de Arauco, y mientras se ocupaba en reunir a los caciques comarcanos para tratar la paz, los indios de Purén volvieron a tomar las armas contra los defensores del fuerte de San Salvador y los pusieron a punto de sucumbir".

     Para mayor trastorno, las lluvias tormentosas caídas en invierno habían aumentado el caudal de los ríos y los campos estaban intransitables: "No obstante,  el gobernador marchó resueltamente en ayuda del fuerte amenazado, cuyos defensores eran en su mayor parte soldados inexpertos, y llegó al fuerte en los momentos en que era más necesaria su presencia. Los indios habían comenzado a desviar la corriente del río Lumaco para anegar el sitio en que estaban establecidos los españoles. Fue necesario abandonar ese lugar y construir en otro vecino unas empalizadas. Estos trabajos imponían a aquellos soldados sufrimientos y fatigas que casi es imposible describir. En todo el territorio, la crecida extraordinaria de los ríos causó daños de la mayor consideración. En Santiago, el Mapocho salió de madre, inundó las calles, destruyó muchas casas y causó la muerte de un número considerable de personas. García de Loyola y sus compañeros estaban obligados a trabajar en las empalizadas en medio de tempestades, y pisando sobre el agua y el fango, sin tener abrigo ni de día ni de noche. El Gobernador contrajo una inflamación en la vista que lo puso a punto de perder el ojo derecho. Las dificultades para comunicarse con las ciudades de Angol y de La Imperial, y enviar los víveres indispensables para el mantenimiento de aquella guarnición, habrían sido invencibles para hombres menos enérgicos que aquellos resueltos soldados. Cinco meses resistieron en ese lugar. Una mañana, después de perder ocho hombres, volvían los españoles perseguidos por los bárbaros, y estalló un violento incendio, motivado por el descuido de un muchacho. Se perdieron muchos de sus caballos y una buena parte de las provisiones, y tuvieron que abandonar el sitio, replegándose a Angol. Además, el incendio y esta retirada fueron causa de que la insurrección de los indios tomase mucho mayor cuerpo, de forma que los mapuches se mantuvieron durante la primavera haciendo correrías en toda aquella comarca, e inquietando a los indios que servían de auxiliares a los españoles. El capitán Miguel de Silva, que defendía la plaza de Arauco, desplegó en esa ocasión tanta sagacidad para descubrir los proyectos de los enemigos como audacia para combatirlos".

 

      (Imagen) A pesar de la durísima situación, los españoles seguían creativos: "Mantenían la costumbre de fundar nuevas ciudades. Bajo el mando de Martín García de Loyola, establecieron hacia el año 1596, al otro lado de los Andes, la ciudad de San Luis, condenada por su alejamiento y por su escasez de pobladores a llevar por largos años una existencia oscura y miserable, y se le dio el nombre de San Luis de Loyola, en honor del gobernador de Chile". Por su parte, Gabriel de Castilla estaba ya en Perú mendigándole con angustia al virrey que proporcionase soldados para Chile: "Aunque las noticias sobre la situación de Chile eran muy deprimentes,  el Virrey mandó que se publicase un bando solemne, por el cual se abría un nuevo enganche de voluntarios para ayudar a Chile. Ofrecía que a cada soldado se le pagarían ciento cincuenta pesos si no tuviese armas, y doscientos pesos a los que se presentasen provistos de arcabuz y cota. Aseguraba también que los voluntarios  no estarían obligados al servicio militar más de un año. A pesar de tan ventajosas condiciones, solo alcanzaron a reunirse ciento cuarenta hombres. Don Gabriel de Castilla salió con ellos del Callao y llegó a Valparaíso después de veintidós días de navegación". Superando todos los inconvenientes, el gobernador García de Loyola seguía pensando en atacar a los mapuches a principios del verano: "Había pedido a los vecinos de Santiago que le prestasen los auxilios prometidos de hombres y de caballos. El mismo maestre de campo, don Gabriel de Castilla, había traído del Perú una provisión del Virrey en la que, revocando las permisivas ordenanzas anteriores, disponía que los vecinos de las ciudades de Chile acudieran a la guerra. Pero en Santiago surgieron de nuevo las resistencias, y con tanta resolución, que apenas se pudo conseguir algunos caballos y  convencer a unos pocos soldados. Además, después de inútiles diligencias para engrosar su columna, el maestre de campo Gabriel de Castilla llegaba a Chile, a finales de 1597 , con el escaso contingente de soldados que logró formar en Perú. Privado de los recursos que esperaba, el Gobernador permanecía en las ciudades del sur reducido a la más absoluta inacción. Venciendo no pocas dificultades, había conseguido que esos soldados alistados en Perú para servir solo un año prometiesen seguir algún tiempo más, pero eran insuficientes para tomar la ofensiva. Asimismo, como vimos, habían resultado ineficaces las gestiones que, en este sentido y por orden suya, había hecho Domingo de Eraso en España ante Felipe II, ya que solo obtuvo una promesa de futura ayuda". MARTÍN GARCÍA ÓÑEZ DE LOYOLA se negaba a ver que estaba en vísperas de un fracaso total.




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