miércoles, 23 de marzo de 2022

(1678) La rebelión de los mapuches se extendía como la lava de un volcán. Los pobladores españoles se vieron obligados a abandonar desesperadamente las riberas del río Biobío.

 

     (1278) La rebelión de los mapuches se extendía como la lava de un volcán: "La insurrección de los indios había llegado a otros lugares de la región del sur. La ciudad de Villarrica, enclavada en el corazón del territorio, al pie de la cordillera de los Andes, y lejos de los otros centros de población, se vio seriamente amenazada. El capitán Rodrigo de Bastidas, que mandaba allí (ya hablamos de su triste y heroico final), convencido de que no podía recibir socorros de ninguna parte, hizo cuanto era dable para mantener la moralidad de las pocas tropas de su mando, y aun sostuvo con ventaja algunos combates contra los indios. Todo, sin embargo, hacía presentir desastres inauditos para aquella ciudad y para su guarnición, pero Bastidas y sus compañeros mostraron en esa ocasión ánimo resuelto para soportar las privaciones y para hacer frente a todos los peligros.

Mientras tenían lugar estos sucesos en los alrededores de la Imperial, el levantamiento de los indios cobraba mayor fuerza en las poblaciones inmediatas al río Biobío. Angol era inquietada frecuentemente, y la nueva ciudad de Santa Cruz se veía amenazada por un sitio que podía serle funesto. No tenía más agua que la de un arroyo vecino del que podían posesionarse los sitiadores, ni más comunicación posible con los otros lugares de españoles que por el río, pudiendo ser cortada si los indios se apoderaban de las embarcaciones que allí había, y, además, Santa Cruz estaba a una legua del Biobío, y sus defensores tendrían que dividir sus fuerzas entre la ciudad y el río, debilitando considerablemente su poder. Francisco Jufré, en quien había delegado el gobernador interino el mando superior de las operaciones, reconoció todos estos inconvenientes, y creyendo imposible sostener un sitio con mujeres y niños, y sin poder ser socorrido, pidió a Viscarra que mandase despoblar la ciudad antes de que fuese atacada por los indios. El Gobernador, que se hallaba entonces en Concepción rodeado de alarmas y de inquietudes, sabiendo que Chile jamás había pasado por días de mayor peligro, convocó a sus capitanes para oír sus pareceres acerca de despoblar Santa Cruz. Siendo imposible enviar allí la ayuda que necesitaban, Viscarra y sus consejeros acordaron autorizar a Francisco Jufré para que 'él y los capitanes que consigo tenía, viesen lo que más convenía al servicio de Dios y del Rey'. Esta resolución, aunque imprecisa en la forma, suponía aprobar el plan propuesto por Jufré. Pero la despoblación de Santa Cruz ofrecía las más serias dificultades. Sus habitantes eran hombres pobres, sin otros bienes de fortuna que sus casas y los campos que comenzaban a cultivar en los alrededores. El abandono de esos lugares suponía para ellos la pérdida de sus hogares, de sus propiedades, de sus muebles y de sus ganados, y el principio de una vida de miseria semejante a la mendicidad. Jufré se vio por esto mismo obligado a disimular sus propósitos, haciendo entender a los habitantes de la ciudad que era necesario acercarse al río para estar en situación de recibir los socorros que pudieran enviársele, y enseguida pasar el río para buscar un sitio en que fortificarse más ventajosamente".

 

     (Imagen) Pedro de Valdivia llegó a Chile el año 1540. Estamos ahora en el año 1599. La conquista de los españoles fue en aquellas tierras especialmente dura ya desde el principio, y sin cesar. Pero hubo grandes triunfos. Sin embargo, con la muerte del gobernador Martín García Óñez de Loyola, a finales de 1598, la vida de los españoles se convirtió en un horror provocado por los implacables mapuches. Acabamos de ver que el capitán Francisco Jufré decidió abandonar, para evitar una segura catástrofe, la recién fundada ciudad de Santa Cruz de Óñez, y se vio obligado a engañar a los vecinos. Oigamos a Diego de Barros: "Abandonaron sus casas en medio de una confusión indescriptible. En la ribera norte del río Biobío, asentaron su campamento y dieron principio a la construcción de empalizadas, creyendo que Jufré pensaba establecerse allí. Hasta entonces los indios del lugar se habían mantenido en paz, pero la despoblación de Santa Cruz de Óñez dio principio a su rebelión. Los que habitaban en la ribera sur del Biobío saquearon las casas que los españoles acababan de abandonar. Los de la orilla opuesta pusieron sitio al fuerte de Jesús que Martín García Óñez de Loyola había fundado para tener libre el camino que llevaba a Concepción. El general Hernando de Andrade, que mandaba en el fuerte, se defendió valientemente y rechazó el primer ataque. Al final, evitó sucumbir gracias a que el general Jufré le pudo enviar ayuda pronto. Sin embargo, considerando imposible sostenerse contra la insurrección, el general también mandó abandonar aquel fuerte, con la consecuencia de que las orillas del Biobío quedaron en poder de los rebeldes. Probablemente, si los españoles hubieran tenido la misma constancia que tantas veces exhibieron en aquella larga guerra, habrían podido aguantar hasta recibir refuerzos, e incluso, quizá, sofocar el levantamiento de los indígenas (demasiado optimista la opinión de Barros). El abandono de las riberas del Biobío tuvo una influencia fatal para la subsistencia de la conquista de Chile. Y por eso ocurrió que, desde ese día, los indios estrecharon más y más a los defensores de la ciudad de Angol, persuadidos de que estos no podían recibir ayuda. Mandaba en ella el capitán don Juan Rodolfo Lisperguer, chileno de nacimiento e hijo de un caballero alemán, del que hemos tenido ocasión de hablar anteriormente. Este capitán, desplegando una entereza incontrastable, no sólo hizo un viaje a Concepción en busca de municiones, teniendo que atravesar las provincias sublevadas, sino que sostuvo heroicamente la defensa de la ciudad durante algunos meses".





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