sábado, 30 de abril de 2016

(Día 251) YA DESDE EL PRINCIPIO, empieza BERNAL a mencionar personajes fundamentales de LAS INDIAS: Pedrarias Dávila, Balboa, Francisco Hernández de Córdoba, el obispo Fonseca, el piloto Alaminos, y, de manera especial, el gran enemigo de Cortés, DIEGO VELÁZQUEZ DE CUÉLLAR.

(3) –Felices noches, querubín: Bernal dice que solo nos quiere a nosotros de embajadores. Corresponderemos con total fidelidad.
     -Y, a ser posible, haciendo un buen trabajo. Oigamos sus palabras: “En el año  de 1514 llegué a Nombre de Dios (Panamá) con el gobernador Pedrarias Dávila, donde pronto murieron de pestilencia muchos soldados, y también había diferencias entre el mesmo gobernador  y un hidalgo que se decía Vasco Núñez de Balboa”. Hace alusión al crimen de Dávila contra Balboa, pero no se decide a condenarlo: “Según pareció, por sospecha que tuvo de que el yerno (Balboa) se le quería alzar con copia (un montón) de soldados, por sentencia lo mandó degollar”. Como el ambiente con Dávila debía de ser terrorífico, pasó a Cuba. Se enorgullece de sus caballerescas aspiraciones: “Ningún capitán pasó 3 veces arreo (sucesivamente) a esta Nueva España, de manera que soy yo su más antiguo descubridor, y doy muchas gracias y loores a Dios por haberme guardado de muchos peligros de muerte, para que declare lo acaecido en aquellas guerras (como G. Márquez: ‘vivir para contarla’). El gobernador de Cuba, Diego Velázquez, deudo mío (pariente) prometió darme los primeros indios que vacasen, y no quise aguardar, porque siempre tuve el celo de servir a Dios y procurar de ganar honra”. Le vino al pelo la primera expedición que Velázquez estaba preparando en Cuba para despacharla hacia el litoral de tierra firme bajo el mando de Francisco Hernández de Córdoba; se alistó de inmediato. No se priva de criticar  a su ilustre ‘deudo’ por exigir la ilegalidad de que le trajeran indios esclavos con los que cubrir los gastos de aquella aventura. Hubo, por esto, protesta general, y Velázquez tuvo que ceder. ¿Qué opinas, experimentado clérigo?
     -Pues que lo que dice después resulta contundente: estaba bien informado. Como algunos pensaban que  no procedía hacer público un comentario tan crítico, añade. “Conviene que lo diga por los pleitos que nos pusieron el Diego Velázquez y el obispo de Burgos, que se decía Juan Rodríguez de Fonseca”. Tú sabes, secre, que Fonseca fue mi gran protector, pero a estas alturas cuánticas, no puedo ocultar que, estando de por medio su ambición, era capaz de  saltarse el Decálogo completo. Bernal, siempre tan cercano a la gente, es una máquina recordando nombres de sus compañeros, y así sabemos que el piloto mayor era el veterano lobo de mar Antón de Alaminos, que  no se vio libre de errores. Esto va a ser en vivo y en directo.
     Vete anotando ahora, escribano mío, estas ráfagas. Velázquez viene de Velasco, y hay que suponerlo equivalente a Blázquez/Blasco y a Vázquez/Vasco. Hagamos un brevísimo comentario sobre el gobernador de Cuba Diego Velázquez de Cuéllar. Y necesario, porque va a ser un enemigo constante de Cortés, hasta que tuvo que dejarlo por imposible. De nada le sirvió en esta batalla particular su prestigio, su valía personal y su enorme energía. Llegó a Indias en el 2º viaje de Colón (1493). Hizo grandes méritos en la pacificación de La Española, y el hijo de Colón, Diego, le confió en 1511 la conquista y población de Cuba, complicado trabajito en el que estaba a sus órdenes Cortés (qué vueltas da la vida). Diego Velázquez lo bordó, y tuvo dos aciertos que le cubrieron de gloria: 1.- Fue el visionario pionero de un nuevo enfoque de progreso: el desarrollo de la ganadería y la agricultura, con un gran impulso de la caña de azúcar; incluso trató bien a los indios pacificados, aunque tuvo mucho que ver en la llegada de los primeros esclavos negros. 2.- Fundó con entusiasmo y ojo clínico las 7 primeras ciudades  de Cuba: Baracoa, Bayamo, Santiago (1ª capital), Puerto Príncipe, Sancti Sipiritu, La Habana (capital definitiva) y San Juan de los Remedios. Como su mismo 2º apellido lo dice, era de la segoviana Cuéllar,  vetusta población en la que cada piedra rezuma historia.

     (La 1ª foto es del castillo de los duques de Alburquerque (Cuéllar), y ha pertenecido a diversos linajudos, entre ellos, quién lo diría, Ambrosio Spínola; sí, el mismísimo personaje que en el cuadro de Las Lanzas de Velázquez -otro Velázquez- recibe con amable educación las llaves de la derrotada ciudad de Breda -2ª foto-).


viernes, 29 de abril de 2016

(DÍA 250) BERNAL, a lo largo de muchos años, escribió sus recuerdos, pero se dedicó de lleno y con rabia a preparar un gran libro para rebatir a los pomposos cronistas.

(2) –Avante a toda máquina, habilísimo piloto: rumbo, Bernal.
     –Gracias, capi. Respetaremos religiosamente su jugoso estilo, pero retocaremos la ortografía donde resulte confusa; y (dita sea) tendremos que resumir sus palabras. Bernal llevaba tiempo escribiendo en plan casero, y quizá solo por propia satisfacción, sobre lo que recordaba del pasado, con una apabullante memoria de la que a veces se fía demasiado. Pero tropezó con un reto que le revolvió el estómago: el endiosamiento de Cortés por parte de os cronistas (aunque él también lo admiraba profundamente) y la ausencia casi total de reconocimiento de los enormes méritos de sus acompañantes, la numerosa tropa de ‘conquistadores’ anónimos. Naturalmente, Bernal respiraba sobre todo por su propia herida. Nada más revelador de su carácter y su sencilla pero firme confianza en sí mismo, que su explicación del calambrazo que sufrió al leer al cronista oficial de Cortés, el gran humanista López de Gómara, que escribió su libro por encargo de Martín Cortés, hijo legítimo del superhéroe: “Estando escribiendo esta crónica, vi lo que escribe Gómara sobre la conquista de México, y viendo su policía (elegancia) y estas mis palabras tan groseras y sin primor, dejé de escribir (admirable sinceridad)”. Pero siguió leyendo, y desde lo más hondo brotó y se impuso su propia dignidad, llegando a revolverse contra Gómara, incluso en exceso: “Mirando que lo que cuenta es burla acerca de lo acaecido, torné a proseguir mi relación, porque la verdadera policía e agraciado componer es decir la verdad. Y, para que salga a la luz, quiero volver con la pluma en la mano como el buen piloto lleva la sonda, descubriendo bajos cuando siente que los hay. Así haré yo diciendo los borrones (mentiras) de los cronistas”. Lástima que muriera sin ver publicada su obra de arte. Tu turno, reverendo.
      –Es asombroso, secre, que aquel pardillo que vi marchar de Sevilla con 18 años sobreviviera a una permanente situación de riesgo de muerte hasta que terminó sus últimas batallas en compañía de Cortés, contando ya unos 30, y llegara después casi a los 90, bien situado, en medio de una vida serena, y con tiempo y ganas para dedicar parte de sus asombrosas energías a ‘engendrar’ una maravilla literaria. Ya muy anciano, le apremiaba su publicación, “porque soy viejo de más de 84 años, y he perdido la vista y el oír, y por mi ventura no tengo otra riqueza que dejar (exagera) a mis descendientes, salvo esta mi verdadera y notable relación”. Si supiera la que iba a armar…
     Añade, leal taquígrafo, esta fugaz explicación: Colón en su tercer viaje descubre la costa continental de la zona de Panamá. “Mis” pilotos de la Casa de Contratación, Solís y Yáñez Pinzón, en 1509, buscando un paso (que no existía) hacia el desconocido Pacífico, repiten la ruta de Colón y suben más al norte, hasta Yucatán. Durante un tiempo se dejó en el olvido esa zona. Nicolás de Ovando es nombrado Gobernador de la Española (R. Dominicana) en 1501. Su sucesor, Diego Colón, hijo del Almirante, le confía a Diego Velázquez de Cuéllar la conquista de Cuba. Lo logra fácilmente, y como es un personaje muy inquieto, saca del baúl de los recuerdos los viajes de la costa continental, y se empeña en explorar a fondo esa zona (en plan señorito, mandando a otros). Su terca ambición, le lleva a hacer tres intentos, que serán como escalones para que el último, el de Cortés, haga saltar la banca. Pero sepan quienes esto leyeren que Bernal participó en los tres viajes, por lo que solo él tiene el honor de haber corrido desde sus inicios, con la lengua afuera y desde la meta de salida, la gran carrera que terminó en Maratón, digo en Tenoctitlán-México.

     (En la foto, el solemne castillo de la Mota (Medina del Campo). Si esas piedras hablaran…)


jueves, 28 de abril de 2016

(249) EMPEZAMOS HOY (por fin) LA PUBLICACIÓN (durante CIENTO SESENTA Y DOS ENTRADAS seguidas y a diario) del libro que hemos escrito (el entrañable Sancho Ortiz de Matienzo y yo, su servidor) resumiendo la MARAVILLOSA OBRA DE BERNAL DÍAZ DE CASTILLO. ¡Vamos allá!:




ACLARACIÓN PREVIA


     Al publicar este libro, tengo la sensación de echar una botella con mensaje al inmenso y azaroso océano.  De la manera más escueta, daré algunas explicaciones. Escribí una biografía de un personaje histórico nacido en el Valle de Mena (Burgos) hacia el año 1460. Fue el resultado de tres años de investigación que dieron para 500 páginas de texto (con abundante material que dejé en reserva). El protagonista de la historia es SANCHO ORTIZ DE MATIENZO, un canónigo de la catedral de Sevilla que tuvo una gran importancia, hasta ahora poco conocida, en el apasionante entramado de los lazos iniciales de Castilla con el Nuevo Mundo, debido fundamentalmente a su privilegiado cargo de primer Tesorero de la Casa de la Contratacion de Indias de Sevilla, desde su fundación en 1503  hasta que él falleció en 1521.
   
     Posteriormente abrí una página en Internet, con dos objetivos: promocionar el libro, y (porque me lo pedía el cuerpo) dar a conocer hechos de aquella locura histórica y deslumbrante del descubrimiento de América y la subsiguiente ocupación. Aunque el Sancho de la biografía que escribí fue un personaje absolutamente serio, la publicación se convirtió en una tertulia a dúo, entre él y yo, haciendo comentarios sobre la marcha a medida que íbamos presentando lo sustancial, de manera que quedé casi abducido por un Sancho ectoplásmico y zumbón (pero, eso sí, entrañable) que se me aparecía a diario para esa labor de divulgación de hechos tan impactantes. De mutuo acuerdo, nos propusimos como disciplina procurar que el resultado fuera ameno y claro, con santo respeto a la sintaxis, para hacerlo todo más asimilable y sabroso.
   
     Estuvimos 463 días dale que te pego. Ocurrió que la parte final de las tertulias, unas 160, estuvieron dedicadas a resumir las casi 900 páginas del texto de un libro absolutamente fabuloso, cuyo título es “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, escrito por un soldado que participó con Hernán Cortés en todo el tormentoso trabajo de dominar México. Su nombre, archiconocido por los historiadores, era BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, y fue grande en todo, menos en soberbia; testigo de semejante epopeya, en la que arriesgó su vida a diario, se hartó de que los cronistas solo hablaran de Cortés (al que no le restaba méritos), y se metió en otra aventura, la de sacarle jugo a su privilegiada memoria y dar su versión para que se reconociera el mérito de la “tropa”, él incluido. Todo lo que cuenta es maravilloso, como una inaudita epopeya; pero a eso se añade otro valor excepcional: el sabor único de su estilo, en lenguaje llano de aquel tiempo (perfectamente entendible), carente de cualquier asomo de pedantería, y, aunque de aspecto rústico, con garra de escritor nato que sabe enganchar y narrar claramente. En este libro que publicamos, todo el mérito y la mayor parte del texto es suyo: nosotros nos limitamos a expresar nuestra admiración, dar algunas explicaciones, y comentar con ojos  modernos (a veces desencajados) las sensaciones que nos va proporcionando su alucinante historia.
    
     Sancho y yo le hicimos justicia en la red: eso es precisamente lo que intentamos conseguir ahora en versión libro, para que sean más los afortunados que tengan la oportunidad de descubrir “la historia más dramática jamás contada” (con su parte gloriosa, y también con la tenebrosa), y rendir homenaje a un cronista asombroso, único e irrepetible: BERNAL DÍAZ DEL CASTILLO.




(1)  –Tranquilo, Babieca: ya están abriendo los boxes de salida.
     - Va a ser una carrera larga y arriesgada, reverendo abad; nos la vamos a jugar. El plan es, nada menos, resumir ese maravilloso tocho de Bernal Díaz del Castillo, su “Verdadera historia de la conquista de Nueva España”, y lo haremos con los comentarios que procedan, en el mismo tono coloquial y llano de su incomparable autor. Dudo que haya caso más pintoresco, sabroso, vivo, didáctico y de tanto calor humano en ninguna otra crónica histórica conocida.
     –Sepan vuesas mersedes que les vamos a ofrecer una ocasión única de conocer al detalle el largo proceso de unos hechos trascendentales que cambiaron el mundo, contados por un irrepetible escritor nada académico pero nato, que los vivió en la fase previa a la actuación de Cortés, y en lo que ocurrió durante y después de la caída del imperio azteca. Y se van a quedar ojipláticos. Sería mejor que leyeran el libro, pero créanme que, como tertulianos, seremos buena compañía y el mejor aperitivo para que se animen a darse luego el atracón. Por si hay algún malsano crítico escondido tras las cortinas, sepa ya el perillán que mi secre y yo estamos al corriente de la “estupidez del siglo”, la de un tonto de manual de cuyo nombre no queremos acordarnos, robador de ciegos, niños e inocentes doncellas, usurpador de herencias, capaz de vender a su madre, ordeñador del sensacionalismo y experto en el marketing más rastrero, que ha promocionado su falsedad impresa asegurando que la sublime joya de Bernal la escribió Cortés. Nunca más lo mencionaremos, y que el diablo se lo lleve. Solo añadiré que nosotros diremos siempre con orgullo de Bernal lo que se celebra del cerdo ibérico, que de él nos gustan hasta los andares. Qué bien me he quedado. Prosigue.
     –Me adhiero plenamente al panfleto, entrañable ectoplasma. Precisamente Bernal es eso mismo, alguien que no escribe, sino que te está hablando, y según lo va haciendo, se hace cada vez más entrañable, más humano, defectos incluidos, con sus filias y sus fobias, nunca dañinas, y con ese estilo rústico, lleno de enredos sintácticos, que resulta reciamente sabroso y aromático, como la sopa de ajo castellana. Ya lo has dicho: nos gustan hasta sus andares. Nos la jugamos, Sancho: ¿convenceremos?
     –Recuerda la que se armó con solo 12 discípulos (amados). He traído el hisopo, fiel compañero: nos empararemos en agua bendita para triunfar con Bernal. Nació el año 1496 en Medina del Campo, cuya plaza vemos en la foto; lugar histórico donde los haya. A la derecha de la iglesia está el palacio en el que murió la gran Isabel la Católica en 1504; yo viví el duelo del pueblo, y ni te puedes imaginar lo que fue aquello. Medina era uno de los centros mercantiles más importantes de Europa. Dejemos que se presente el ilustre soldado con sus propias palabras al comienzo de su libro (tenía ya 84 años y no llegó a verlo publicado): “Bernal Díaz del Castillo, vecino e regidor de Santiago de Guatemala, uno de los primeros conquistadores de la Nueva España (México) y de Honduras, natural de la muy noble Villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor que fue della, al que también llamaban el galán (‘elegante’: ya empieza Bernal a salpimentar la narración)”. El año 1514 me tocó a mí, pequeñín, preparar hasta el último detalle de una de las expediciones más impresionantes que partieron para Indias, la de Pedrarias Dávila, personaje valiente pero siniestro. Entonces conocí y registré a un mocetón de 18 años que se embarcó en aquella armada y se hacía llamar Bernal Díaz (el “del Castillo” se lo añadió mucho más tarde), sin poder sospechar que sería protagonista de una vida grandiosa y autor de una crónica de valor incalculable. Esto promete.





miércoles, 27 de abril de 2016

(248) OTRA GRAN MUJER DE ARMAS TOMAR, pero magnífica compañera del gran ‘conquistador’ de Chile PEDRO DE VALDIVIA: la todoterreno INÉS SUÁREZ. Vivieron ‘amancebados’, pero tuvieron que renunciar  a su amorosa convivencia por exigencias políticas y religiosas de la época.

(248) – Deprisa y resumiendo, joven, que, si breve, dos veces bueno.  Nos toca hablar de una de las mujeres más grandes (y me cae bien): Inés Suárez.
     - Y eso, reverendo, que estaba amancebada con Pedro de Valdivia (cómo has cambiado), pero te entiendo: contribuyó como nadie a sacar de la nada Chile enterito. Quintaesencia de gran mujer detrás de un gran hombre, tuvo la máxima influencia que los tiempos le permitían. Tras el horror y el fracaso que vivió Almagro en la zona chilena, solo un trastornado como Valdivia, cuyo único sueño era la gloria, podía cocear de nuevo en ese aguijón. Inés Suárez, tan insensata como él, había partido de España para buscar a su verdadero marido, soldado en Perú. Llegó y se enteró de que era uno de los muertos en la batalla de Salinas, donde los Pizarro, en cuyo ejército luchaba, derrotaron y ejecutaron a Almagro. Los vencedores compensaron a la viuda con una encomienda de indios en Cuzco, y allá conoció a otro beneficiado por batallar en el mismo bando ganador: Valdivia.  Hubo flechazo inmediato, e Inés se entusiasmó con el temerario proyecto de su enamorado. Francisco Pizarro les permitió llevar a cabo la expedición. Llegado el  momento de ponerse en marcha, evitan los gélidos Andes y la ruina económica de ir por mar, y héteme aquí que repiten la insensatez de Almagro: atravesar los  670 km del desierto más asesino del globo, el de Atacama. Por el camino (2 meses) ven cadáveres congelados de la expedición anterior. Pero superan la terrible prueba. Valdivia, siempre apuntalado, si hace falta, por su tesoro de compañera, construye poblaciones a diestro y siniestro, con las amenazas y los ataques constantes de los nativos más belicosos y crueles de Indias, los mapuches (llamados araucos por los incas, que jamás los doblegaron). Añadamos la ‘gozada’ de las constantes conjuras de su socio en la empresa, Pedro Sancho de la Hoz, a varios de cuyos cómplices tuvo que ejecutar. Estando ausente Valdivia, quien liquidó a Sancho fue su sustituto, Francisco de Villagrá (otro ‘grande’ que hemos de dejar de lado). Cuenta tú, reve, la imprudente maniobra de Valdivia.
     - Salió ciego de rabia de Santiago, con la idea fija de castigar los desmanes de los nativos, que no esperaban otra cosa y cercaron la ciudad mientras Valdivia iba saboreando la escabechina de mapuches que  pensaba hacer allá a lo lejos. En el fuerte había 4 capitanes capaces de matar a su madre si era necesario, y, presos en los calabozos, 7 caciques que fueron al poblado para espiar fingiéndose negociadores. Pero, cuando Santiago iba a ser aniquilada, fue Inés la que se atrevió a tomar una medida  brutal y muy arriesgada: decapitar a los 7 cautivos, mostrar desafiante sus cabezas a los enemigos y lanzárselas desde el fuerte. Resultó un éxito fulminante. Los bravísimos indios, totalmente desmoralizados por semejante teatralidad, se retiraron de inmediato. Ciao, caro.
     - Remata la faena, maestro, en el apartado ‘paredaño’. Sayonara.


     La cosa funcionaba así, hijos míos. Tomemos a los 4 grandes de Indias. Cortés se “alza” del gobernador de Cuba, Velázquez; Pizarro, del de Panamá, Pedrarias; Quesada, más diplomáticamente, del de Santa Marta, el gobernador Lugo; y Valdivia, de Pizarro. Todos quedan exculpados y con la cabeza en su sitio mediante sus ‘regalitos’ al rey: México, Perú, Colombia y Chile. Pero solo Valdivia tuvo a su lado una colaboradora de enorme valía, a pesar de su analfabetismo. Inés Suárez nació en la cacereña Plasencia, y ningún sitio mejor que su catedral (la de la foto) para tomar la heroica decisión de ir a Indias. A Valdivia se le perdonó todo, como al otro trío, pero no el amancebamiento (las presiones  de la Iglesia no eran ninguna broma). Le exigieron que regularizara la situación trayendo de España a su abandonada mujer, Marina Ortiz de Gaete. Por su parte, Inés fue obligada a casarse para poder seguir en Chile, y lo hizo con un regidor (concejal) de Santiago llamado Rodrigo de Quiroga. Cuando llegó Marina Ortiz, año 1554, los mapuches ya habían matado a Valdivia. La buena dama vivió hasta el año 1592.  Inés Suárez, que murió 12 años antes, había pasado el resto de su existencia muy bien situada, haciendo obras de caridad y fundando con su marido el convento de la Merced, donde reposan los restos de ambos. No hay la menor duda de que fue una de las mujeres más extraordinarias de aquella epopeya de Indias. 


martes, 26 de abril de 2016

(247) Dejando aparte probables exageraciones de la autobiografía de CATALINA DE ERAUSO, la “MONJA ALFÉREZ”, su vida fue extraordinaria, y bien conocida en Indias, España y Europa. Fue, sin duda, mujer, pero su carácter varonil y agresivo queda bien retratado en el cuadro de PACHECO.

(247) – Los dos sabemos, carrozón, que la vida es como la caída libre: empieza despacio, pero con un  final vertiginoso. Nos hemos zampado ya 246 sabrosas tertulias, y parece que empezamos ayer.
     - ‘El tiempo huye’, sabio ectoplasma. Hoy vamos a hacer una pequeña trampa, y sé que estás de acuerdo conmigo: empezaremos  a hablar, como única excepción, de dos mujeres militares, y, de la primera, solo porque su leyenda lo merece. Tuvo mucho, muchísimo mérito, y valor, pero algo en ella echa para atrás: fue tan bravucona como el soldado más tosco y pendenciero.
Se hizo famosa en Indias, en España y en Europa, tuvo una ‘supuesta’ autobiografía (con exageraciones evidentes), y su mítica vida ha dado origen a importantes  obras literarias y cinematográficas. He aquí, pues, el asombroso personaje: Catalina de Erauso, conocida como la Monja Alférez. Tu turno, Sancho.
     - No con mucho gusto, hijo mío; valoro más otras cualidades de las señoras. Pero es un deber reseñar su peripecia vital, aunque lo haremos de puntillas y deprisita. Es metafísicamente imposible hablar de ella como mujer, y ella sería la primera en agradecerlo. Hay otro problema: algunos de los hechos que se le atribuyen son tan dudosos que dañan la credibilidad de gran parte de su publicada existencia. Se conoce muy bien por dónde anduvo, su excepcional valor, su carácter desafiante y provocador, la crueldad que derrochó en las peores guerras contra los indios más salvajes (los mapuches de Chile), y el hecho inapelable de que, sabiendo que se trataba biológicamente de una mujer, la nombraron alférez, sin conseguir la categoría de capitán no por exceso de prudencia, sino, precisamente, por su dureza con los indígenas. Nació en San Sebastián hacia 1585, hija de un jefe militar. Estuvo desde muy niña en un convento (creando problemas), hasta que se fugó, vistiendo como hombre el resto de su vida. Fue a la Corte (Valladolid). Luego, a Indias, enrolándose como soldado. En Lima (dice la tontería de que su hermano, que estaba allí, no la reconoció), se vio envuelta en duelos y muertes, siendo, además, ese hermano una de sus víctimas (otra posible ‘bola’). Huye hacia Chile para luchar contra los indios. No pasó un día sin que tuviera problemas. Otra huída, esta vez por los Andes hasta Argentina. Un testigo la salva cuando estaba ya en el cadalso (qué cosas). Encuentra amparo en el obispo, que, ante la rareza de su comportamiento y de su aspecto físico, ordena una inspección anatómica: no solo resulta ser mujer, sino virgen. Vuelve a España, y el rey la recibe con honores. Lo que no admite duda, querido secre, es que, exageraciones aparte, Catalina de Erauso alcanzó gran popularidad en Indias, en España y en el resto de Europa. Dorme bene.
-  Tendrás que rematar esto en el apartado de la foto. Ciao Sancio.

     Decíamos que Felipe IV estuvo muy considerado con Catalina de Erauso, y lo fue tanto que le dio pleno valor al grado que lucía como Alférez en Indias, con derecho a cobrar la paga en cualquier zona de aquel territorio. Se dio un garbeo por Italia, recibiendo en persona todas las bendiciones del papa. Volvió a España, y en 1630 el pintor Francisco Pacheco (maestro y suegro de Velázquez) le hizo un extraordinario retrato en el que se cumple primorosamente lo de ‘una imagen vale más que mil palabras’. Con su desafiante energía, que le permitió, siempre en soledad y contracorriente, vivir de acuerdo con su excepcional naturaleza, se embarcó de nuevo para Indias en medio del respeto de los funcionarios de la Casa de la Contratación, porque presentó un documento en el que el rey decía: “Os mando que dejéis pasar a la Nueva España (México) a el Alférez Doña (tiene mérito la cosa) Catalina de Erauso, que vino de Perú, SIN LE PEDIR INFORMACION NINGUNA (perdonen vuesas mersedes que lo ponga con mayúsculas)”. Allí cambió las armas por las reatas de mulas, para dedicarse al transporte de mercancías, hasta que, en 1650, le llegó el descanso definitivo. Hagámosle una sentida reverencia, porque no fue nada fácil cuajar semejante vida.

Y todo parece indicar, dada su trayectoria, que murió virgen, pero sin la más mínima vocación de mártir (era pura rebeldía).


lunes, 25 de abril de 2016

(246) – Hello, old man. Resúmenos una carta que ya comentamos y que ahora es muy oportuna. Nos viene al pelo.
     - Siempre a tu servicio, ilustre prelado. Se la escribió al rey Felipe II Juan de Salazar de Espinosa en marzo de 1556,  meses después de llegar a Asunción. Calla cosas, pero nos aclara otras. Recordemos que Mencía de Calderón alcanzó la capital tres meses más tarde que él. Juan empieza hablando de su partida adelantada desde la costa brasileña, pero sin dar explicaciones, aunque sabemos que había una quiebra en el mando tras quedar desplazado por el capitán Antonio Trejo, el yerno de la ‘doña’. Comenta el texto, reverendo.
     - Me emocionas: eres un buen hijo. Decía Juan: “Visto que la necesidad era cada día mayor, decidí ir a Asunción con una docena de soldados y otros seis portugueses, y así truje a doña Isabel de Contreras (viuda de Becerra), con quien me casé, y dos hijas suyas (Isabel Becerra y Elvira Carbajal), y otras tres mujeres casadas. Salimos, y las autoridades portuguesas mandaron a los indios que nos prendiesen, y, si nos defendiésemos, que nos matasen”. Se enteró del plan el jesuita Manuel de Nobrega (viva san Ignacio), y mucho tenían que quererle los indios, porque “les movió de su mal propósito diciéndoles que Dios se enojaría, y que así el rey de Portugal como los que se lo habían mandado eran malos cristianos. Y con esta buena obra y ayuda, pasamos sin romper (a luchar) con ellos. Llegamos a Guayza, que es la primera población, a cabo de cinco meses”. Descansaron y siguieron hacia Asunción, que estaba a 600 km., presentándose allá en octubre de 1555, donde había noticias de que Mencía había fracasado en su intento de construir el fuerte de San Francisco por una razón más dramática que lo ella que imaginaba: “Estuvieron allí diez meses, y visto que la armada no venía, ni ellos podían resistir sin su ayuda, lo descamparon”. La gran esperanza de Mencía había sido que aparecieran los tres barcos que tenían que llegar desde España bajo el mando de su hijastro, Diego de Sanabria. Como dice Juan de Salazar, Mencía renunció a instalar el fuerte porque la espera de los barcos se hizo demasiado larga, pero nadie sabía entonces que se los había tragado el océano. Juan de Salazar permaneció en Asunción hasta su muerte, en 1560, ejerciendo como Tesorero Real y Regidor de esa ciudad que él mismo había fundado. Así se despidió del rey en la carta (y de nosotros): “Desta ciudad de La Asunción, a 20 de marzo, 1556 años. Criado de V. Alt. que sus reales pies y manos besa. Juan de Salazar”. Alcemos las copas por este protagonista de tantos hitos históricos. Ciao.
     - Y por la bella cuna en que nació, Espinosa de los Monteros (Burghos), que es  vecina de la tuya propia, buen Sancho, el hermoso Valle de Mena. Bye, my dear ectoplasm.


     Allá va la despedida definitiva (nunca se sabe) de Don Juan de Salazar y de Espinosa. Al final de la carta al rey, se puso pedigüeño, como tenían que hacer sin remedio aquellos grandes hombres siempre mal compensados: “Por ser el primer poblador y fundador desta ciudad y tierra (Asunción), y por mis muchos trabajos y gastos, y por estar muy cansado y pobre (murió 4 años después, sin duda consumido), humildemente suplico a V. Maj. se me haga merced de que sean  perpetuos los indios que tengo concedidos, porque muriendo yo, mi mujer (Isabel Contreras) y sus hijas (Isabel Becerra y Elvira Carbajal), y los hijos que V. Alteza me hizo merced de legitimar, quedarían todos perdidos”. Al hacer el testamento,  mostró su preocupación por sus tres hijos legitimados, y por sus madres (casi seguro indígenas), ordenando que fueran bien atendidos, “les den de vestir y bien de comer, con buena doctrina para que mejor se puedan salvar (qué duros, pero qué creyentes eran), y con buen tratamiento para sus madres y de los otros hijos que Dios les diere”. Y sin quebrarse vuesas mersedes la testa en viajes exóticos, pueden venir a rendirle homenaje en su precioso pueblo, el que ven en la foto, Espinosa de los Monteros; ítem más, llegarse en media hora al Valle de Mena, besar las sagradas piedras del Monasterio de Taranco, donde nació Castilla, ver en Villasana mi casa y el convento que fundé, y llegarse luego al cercano pueblo de Villalba de Losa para darle un abrazo a la estatua de Juan de Garay, fundador de Buenos Aires. Jamás verán tanta historia de importancia capital en tan corto espacio. Palabra de abad.


domingo, 24 de abril de 2016

(245) DRAMAS FAMILIARES, mujeres extraordinarias, que vivieron entre grandes hombres (JUAN DE SALAZAR, JUAN DE GARAY…), y un maravilloso fruto que surgió del INFIERNO DE ASUNCIÓN, el ejemplar obispo FRAY FERNANDO DE TREJO Y SANABRIA.

(245)  – La paciencia todo lo alcanza, secre. Estás que te mueres por empezar con Bernal Díaz del Castillo. Te llegará el gustazo.
     - Tú y yo, reverendo, siempre fieles a las mujeres, seguiremos un tantico en su compañía. Y además es un placer reivindicarlas. Cuando llegó Mencía a Asunción, conoció  a aquel heroico grupo de  damas que procedían del infierno de Buenos Aires, entre las que destacaban nuestras admiradas (ya reseñadas) Isabel de Guevara, María de Angulo y su hija Elvira de Mendoza. Sus apasionantes biografías se cruzaron. Esmérate en explicarlo claramente, Sancho.
     - Me dejas a mí el lío, cobardón, pero me pondré didáctico. Primero recordaremos que Isabel de Contreras, viuda del ahogado Francisco Becerra, se casó con ‘nuestro vecino’ Juan de Salazar de Espinosa (de Espinosa de los Moneros), y con él llegó a Asunción (por el mismo camino del río Iguazú) tres meses antes que Mencía y los suyos. Pasan los años, muere Salazar en 1560, deja heredera principal a su mujer, y le confía el cuidado de sus tres propios hijos, extramatrimoniales y legitimados. Como ya sabemos, en 1564, Nufrio de Chaves, con melifluas palabras, sedujo a un grupo de pobladores de Asunción para que se trasladaran a Santa Cruz de la Sierra, en el que figuraban no solo su mujer, Elvira de Mendoza, y su suegra, María de Angulo, sino también Isabel Contreras, ya viuda de Juan de Salazar, así como su hija, Isabel Becerra, las cuales no se pudieron enterar, de momento, del dramón que dejaban atrás.  Una hija y hermana suya, llamada Elvira de Carbajal (no utilizaba el apellido Becerra), se quedó en Asunción, se casó con el capitán Ruy Díaz de Melgarejo, y, tiempo después, su marido la pilló en apasionada faena con un clérigo,  acabando con los dos. La condena que recibió fue solamente de cárcel, por pesar mucho entonces las cuestiones de honor, a lo que se añadió una fulminante excomunión eclesiástica dado el matiz sacrílego de ejecutar a un sagrado pecador. Treinta años después, el desventurado  personaje se mostró pesaroso, especialmente por sus hijos (unos bebés el día fatídico) “habidos de Doña Elvira de Carbajal, mi legítima esposa, que Dios haya”. Cuenta algo alegre.
     - Pues lo hubo, entrañable clérigo. La otra hija y hermana, Isabel Becerra fue mimada por el destino. Al llegar a Santa Cruz (lo que ya era una gran suerte) se casó con ‘nuestro también vecino’ (de Villalba de Losa) el gran capitán Juan de Garay, de manera que habría sido “yernastro” del difunto Juan de Salazar. Esta familia y algunos más se volvieron a Asunción (Nufrio murió asaeteado en el camino). Después de soportar el trago de la escabechina que llevó a cabo en la capital el engañado Melgarejo, es de suponer que disfrutaron de una vida extraordinaria: Garay fundó definitivamente Buenos Aires en 1580, cubierto de gloria y de hijos, porque tuvo ocho con Isabel de Becerra, más un mestizo colateral; los indios acabaron con su alegría y con su vida en 1583. Ya lo sé, Sancho...
-  Sí, joven (de espíritu): tendré que añadir yo una de las mayores satisfacciones de la adorable Mencía Calderón. Ciao.



     Terminemos con algo muy positivo, sufrido pendolista. Telegráficamente: Doña Mencía Calderón (qué deslumbrante dama, y que el Señor me perdone), vivió, por fin, cómodamente hasta sus últimos días en Asunción. Su hija menor, Mencía Sanabria, se casó a lo grande. La mayor, María Sanabria, aunque sufrió la pérdida temprana de su primer marido, el notable capitán Antonio de Trejo, muerto en prisión por culpa del gobernador Irala, se casó pronto con un ‘jefazo’, el teniente de gobernador Martín Suárez de Toledo. Pues bien: ahora viene la gran alegría. Con Trejo había tenido un niño llamado Fernando. Este chavalín hizo el tremendo viaje con sus padres hasta Asunción. Al amparo de su padrastro, llegó al convento franciscano de Lima teniendo solo 14 años, sin duda muy intensos. Convertido en joven sacerdote de  22 años en 1574,  pronto le hacen responsable de su orden en Perú, alcanzando la cumbre espiritual al ser nombrado obispo de Tucumán en 1592. Y todo ello (oh, Dios mío, qué rara avis) sazonado de una vida ejemplar, impulsora de la evangelización respetuosa de los indios, y entusiasta de la cultura, poniendo su dinero personal para que surgiera lo que después sería la argentina Universidad de Córdoba. Es de temer que tan gran personaje, FRAY FERNANDO DE TREJO Y SANABRIA, fallecido en 1614, no tenga la biografía que se merece, pero al menos la universidad colocó el año 1903 en su patio de honor este hermoso monumento.


sábado, 23 de abril de 2016

(244) LA FOTA DE DOÑA MENCÍA CALDERÓN llega a Brasil, sufriendo un descalabro en sus costas. Balance del viaje: salieron de España 300 y murieron 180. JUAN DE SALAZAR, con un  grupo, y, después, MENCÍA, con el resto, llegaron, por fin y siempre entre sufrimientos, a ASUNCIÓN.


(244) – Buenas noches, insomne búho. ¿Qué hicieron los piratas gabachos?
     - A la paz de Dios, reverendo. Pues subieron al barco de Juan de Salazar a llevarse el botín, pero el otro Salazar, Hernando, temió que incluyeran en el lote a alguna de las doncellas, y “se puso con sus armas a la boca delante de la cámara donde estaban, para amparallas y que no tocasen a aquellas damas ni a sus haciendas”.
Por galantería francesa, o impresionados por el fuego de la mirada del caballero andante, las respetaron. Apuntemos la piratería como otra habitual amenaza de aquellos locos viajes. Prosiga el mosén.
     - Grazie, piccolino. Pasaron después 7 meses de travesía, todos los días iguales, infinitos cielo y agua, incomodidades de la asfixiante convivencia, escasez,  mareo continuo, miserias humanas, rencillas,  bromas, cabreos, y, como decía Quirós de su viaje, también el consuelo de la Salve al atardecer, amén de esperanza, hipertrófica  esperanza… Pero no les fue tan mal, porque lograron su objetivo, llegar a Brasil, a la isla de Santa Catalina (entonces española), que hoy se llama  Florianópolis (vaya parida). Sin embargo, fue arribar a la costa y sufrir un mazazo demoledor: les recibió, primero, una airada tempestad que hundió la nao San Juan con todos sus ocupantes, y, al entrar en la bahía, otra más, con resultado de 11 ahogados, uno de ellos Francisco Becerra, dueño de la otra nave. Solo quedaba un patache (digamos que una patera grande), y también se fue a pique, aunque todos se salvaron. Balance: salieron 300 de Sanlúcar y sobrevivieron 120. Eran tan peligrosas aquellas demenciales aventuras, que resultaba tan mortífero el viaje como el destino, por lo que me dan ganas de excomulgar a los que solo hablan de los defectos de los temerarios españoles que iban a Indias. En aquella desnudez con la que se quedaron doña Mencía y sus acompañantes, todo, absolutamente todo el sentido de la expedición se vino abajo. Estaban ellos como para cumplir la misión de su viaje,  llevarles ayuda a los de Asunción. Así que, ‘a sobrevivir toca’. En Sta. Catalina, María Sanabria, hija de Mencía, se casó con el importante militar Hernando de Trejo. Pasaron los supervivientes casi ¡tres años! en la isla, hasta que recobraron poco a poco la ilusión, como el oso que sale de su letargo invernal. Asunción era la esperanza. Dos capitanes, Saavedra y Hernando de Salazar, fueron, uno detrás de otro, a la capital para pedir ayuda: el implacable gobernador provisional, Irala, temiendo competidores, los encerró. En Santa Catalina, quién sabe si injustamente, fue destituido como jefe ‘nuestro’ Juan de Salazar, asumiendo el mando Trejo, y esto debió de colmar la paciencia del espinosiego, porque, tras casarse con Isabel Contreras (la talludita viuda de Becerra), se puso en marcha hacia Asunción (no olvidemos que él fundó esta ciudad), llevándola a ella con sus hijas, Elvira e Isabel, más unos cuantos soldados leales, algunos con sus esposas, y varios portugueses. Adieu, mon petit.   
     - Admirables personajes: siempre en marcha. À demain, mon vieux.


     Perdonen vuesas mersedes tanto mapa y olviden las líneas azules. Juan de Salazar y sus pocos adictos parten de la isla Santa Catalina, en la costa brasileña, cuyo nombre ha cambiado algún cursi recientemente (Florianópolis, en honor del ex-presidente brasileño Florián Peixoto). Por la ruta pedestre (1.500 km) que inició el impagable portugués Alejo García, llegaron a Asunción tras 7 trabajados meses. Mencía Calderón era tan cumplidora, que no quiso partir sin fundar antes el fuerte de San Francisco, una de las cláusulas de la (maldita) licencia real. Y lo hizo “pa ná”, porque tuvieron que abandonarlo rápidamente por el acoso de los indios.

Así que, con una amargura más, se pusieron en marcha capitaneados por su yerno, Hernando de Trejo, quien ejecutó por el camino a unos inocentes indios que confundió con los que les habían atacado. La expedición, solamente 22 hombres, 21 mujeres y algunos niños, llegó a la capital de Paraguay en mayo de 1556. El implacable gobernador Martínez de Irala, que babeaba de gusto cuando podía acusar de algo a sus posibles competidores, apresó a Trejo, fundándose en el ‘asesinato’ de los indios (con gran cinismo, porque él estuvo siempre bañado en esa sangre), y allí murió encerrado un año después el yerno de Mencía estando todavía pendiente de juicio.  


viernes, 22 de abril de 2016

(243) OTRA ASOMBROSA MUJER: MENCÍA DE CALDERÓN. Estuvo al mando de una flota en ruta hacia ASUNCIÓN, con padecimientos y desgracias colosales. Con ella iba el gran JUAN DE SALAZAR Y ESPINOSA, esta vez responsable de un hecho poco digno.

(243) – No pecas de confuso, tenaz chupatintas, pero esmérate ahora porque nos metemos en una maraña de hilos biográficos.
     - Te veo contento, ejemplar prelado: dichoso tú eres entre todas las mujeres. Nos toca la gran dama Mencía Calderón, y espero dejar clara su trayectoria, que se cruza con las heroínas que acabamos de despedir (lo veremos). Doña Mencía (lindo nombre) nació, como Cortés, en Medellín. Su marido, Juan de Sanabria, con título de Adelantando del Río de la Plata, fue encargado de socorrer a la gente de Asunción. Qué optimismo: los que quedaron de esta expedición del ‘gafe’ Sanabria llegaron a destino ¡seis años después!, y, además, para ser socorridos. Ya antes de partir, muere don Juan, y hereda los títulos su hijo (de un matrimonio anterior) Diego de Sanabria; para resolver trámites, Diego permanece en Sevilla, y parte su corajuda madrastra  al mando del tinglado. Unos tres años después, consigue el voluntarioso muchacho financiar otras naves y zarpar ansioso en ayuda de Mencía y su tropa, que llevaban tiempo malviviendo en la costa sudamericana. Zanjemos de sopetón el intentado socorro de Diego: el traidor océano engulló las naves con todos los que iban a bordo, lo que es el colmo de la desgracia. Mencía había iniciado su viaje en 1550, y, probablemente, tardó mucho en saber algo de la catástrofe. Te cedo a la notable mujer, caro Sancio.
     - Con la ilustre dama (qué señora, hijo mío) iban capitanes gloriosos, como Juan de Salazar, Fernando de Trejo, y, entre otros, Hernando de Salazar. Primer enredo: este Salazar es el que (como hemos contado) unos años después iría enloquecido contra los indios porque le habían raptado a su mujer, María de Mendoza, con sus dos niños, solucionando el tremendo conflicto el sabio, e increíblemente osado, ‘speech’ que soltó en guaraní a los implacables nativos su hermana Elvira de Mendoza. Pues bien: la elegante Mencía (que se mantuvo dignamente viuda) llevaba con ella en aquel viaje a sus dos hijas, María y Mencía Sanabria Calderón; también viajaba otra notable familia de Medellín, de viejos amigos suyos, Francisco Becerra, su esposa Isabel Contreras, y sus hijas Elvira Carvajal e Isabel Becerra (ya saben vuesas mersedes que los apellidos bailaban). Me da pena que salgan a flote durante esta ‘excursión’ algunas actuaciones poco honrosas de nuestro casi paisano Juan de Salazar de Espinosa, a pesar de su grandeza histórica, pero es lo que hay. Primero se le amotinó la gente de su nao en Canarias, calmando los ánimos Trejo y el otro Salazar. Y, de seguido, tuvo un gesto bien feo. Se vieron abordados por piratas franceses. Fueron a la nave bucanera Francisco Becerra y alguno más, quedando de rehenes mientras los gabachos robaban lo convenido. Juan de Salazar, jefe de toda la flota, pensó implacablemente en lo que consideró el interés general, y dio orden de largarse, lo que ponía en gravísimo riesgo a los rehenes, pero tuvo que rectificar por el escándalo general de todos los que estaban a sus órdenes. (No hablaremos más de Becerra, porque murió durante el viaje sin ninguna otra  noticia reseñable). Ciao, ciao,  bambino.
     - Buen plan, Sancho: tenemos heroínas para rato. Va bene, caro.



     Vamos a adelantar un poco los acontecimientos, buen hombre, recorriendo la ruta por la que llegarán a Asunción los que quedaron de la flota de doña Mencía. Pero sin hacer trampa con esos avioncitos, sino a pie y desde donde ellos partieron, la isla de Santa Catalina (en el mapa, Florianópolis). Que ningún perillán olvide que ese trayecto lo descubrió un portugués, al servicio de España y miserablemente marginado por las crónicas, Alejo García, con 4 españoles y cientos de indios a los que se metió en el bolsillo hablándoles en su lengua. Y pasaron de largo por Asunción (que aún no existía), para llegar (quítense el sombrero, please) ¡hasta los Andes! El siguiente en recorrerlo fue el gran Cabeza de Vaca, sumido en un éxtasis al ver las cataratas del Iguazú. También Juan de Salazar y de Espinosa, bastante quemado con el resto de la expedición, se adelantó por ahí con un pequeño grupo, y luego lo hizo el resto con Mencía Calderón, presentándose en Asunción seis meses más tarde que el espinosiego. Incluso siendo virtual, ese accidentado ‘paseo’ de más de 1.200 km. nos ha dejado para el vertedero.


jueves, 21 de abril de 2016

(242) ¡Mujeres increíbles! MARIA DE ANGULO y su hija ELVIRA DE MENDOZA, peregrinando con su familia desterrada hasta Lima, y volviendo a Santa Cruz con un golpe de fortuna que se desbarata nuevamente. MARÍA muere, y ELVIRA es protagonista de un maravilloso y eficaz  ACTO DE VALOR.

(242) – Lo de Troya, lucero mío, fantaseados dioses aparte, fue un juego de niños al lado de le epopeya de Indias. Y los cronistas, en general, lo cuentan como si tal cosa. Te quiero ver como un pequeño Homero.
     - Sin duda, my dear, a veces su frialdad decepciona, salvo en situaciones especialmente dramáticas, o cuando el que escribe es el entrañable Bernal Díaz del Castillo. Pero nosotros también le estamos poniendo entusiasmo. ¿Cómo no emocionarse con lo que vamos contando de María de Angulo? Cuando llegó la noticia de que Nufrio había muerto mientras conducía a Asunción a los colonos que no pudieron aguantar más calamidades, su cuñado (hijo de María), Diego de Mendoza, que había quedado al mando en Santa Cruz, lo vio claro: aquí solitos, olvidados de Lima, me hago el amo. Y jugó fuerte: se nombró gobernador de la zona (insensata osadía). Solo estando ciego de ambición pudo olvidar que esos órdagos siempre salían mal, salvo si le regalabas luego al rey un imperio, como Cortés. Ocurrió, pues, lo que era de esperar: fue apresado y murió ahorcado, remedando el trágico final de su padre, Francisco de Mendoza. Toda su familia quedó apestada, condenada al destierro y con sus bienes confiscados. Espantoso.  
     - Rompe el corazón, jovencito. Vaya balance: María de Angulo, ya viuda, pierde a su hijo; su hija Elvira queda desamparada tras la muerte de su hermano y de su marido, el gran Nufrio; los otros hijos varones de María van a España para defenderse ante la Corte. La sufrida matriarca, agrupa al resto de la familia, hijas y nietos, y parten al destierro. ¿A algún pueblo cercano? No: ¡a Lima! Sin duda la razón de tan disparatado viaje fue disponer allá de más oportunidades por ser la capital del virreinato. Recorrieron más de 2.000 km de atormentada marcha con la idea fija de conseguir su rehabilitación, llegaron a su destino y maniobraron hábilmente. La mejor jugada fue casar a una de sus hijas, también llamada María, con Hernando de Salazar, un capitán que acababa de ser nombrado alguacil mayor de…, sí, precisamente,  de Santa Cruz de la Sierra. Mano de santo: todas las peticiones de la familia fueron  atendidas de inmediato, y quedó borrado de un plumazo el triste expediente. ¿Aleluya? Pues, no. Limpios de  toda mancha, y con el importante cargo del esposo-yerno-cuñado Hernando de Salazar, tuvieron ilusión suficiente como para recorrer de nuevo más de 2.000 y poder instalarse con recuperado orgullo en Santa Cruz. Pero, entre otras delicias del viaje, estaba la amenaza permanente de los indios: un furibundo ataque acabó con María de Angulo (65 años), otra de las muchas heroínas anónimas de Indias. Va por ellas.
     - Partir de Sanlúcar para Las Indias era garantía de tormento, y, a veces, muy pocas, de gloria. Bye, my dear priest.

     
    -Vergüenza me da, reverendo, que aparezcan en ese mapa las líneas aéreas; es como ofender a María de Angulo y a su familia.

     - Y que lo digas, joven: para mozas, las de mi época. Desde que María salió de Buenos Aires, ella y los suyos no pararon de viajar entre dolores y peligros. Qué pesadilla: de Buenos Aires a Asunción, donde se casa y van viniendo hijos; de allí, ya viuda, a Santa Cruz, donde ejecutan a su hijo Diego y destierran a la familia entera, que parte para Lima (me estoy mareando); recobrado el honor, se pone de camino con los suyos nuevamente hacia Santa Cruz, y los indios la matan. ¿Queda algún otro detalle reseñable? Pues, sí señor: algo grandioso que protagonizó su hija Elvira, la viuda de Nufrio de Chaves. En el ataque que acabó con María, los indios raptaron a su otra hija, también María, y a dos niños suyos. Salió a rescatarlos dispuesto a todo su marido y padre, el capitán y alguacil mayor Hernando de Salazar, pero los gritos de su cuñada, Elvira, lo detuvieron. En aquella situación terrible, muerta su madre, fue directa adonde los indios chiriguanos, jugándoselo todo a cara o cruz, y les soltó unas parrafadas en guaraní en las que les dijo que, aunque tenían razón en defender sus tierras, su comportamiento carecía de nobleza, y que los españoles serían crueles en su venganza. Problema solucionado: los indios devolvieron a los presos y desaparecieron silenciosamente. Inolvidables mujeres María de Angulo y su hija Elvira de Mendoza: resulta asombrosa su capacidad de sufrir y de hacer frente a la vida con un coraje excepcional. 


miércoles, 20 de abril de 2016

(241) NUFRIO DE CHAVES vuelve con soldados y colonos a SANTA CRUZ DE LA SIERRA, y la encuentra arrasada por los indios. Deciden reconstruirla. Algunos, ya desesperados, quieren volver a ASUNCIÓN. Los guía NUFRIO y muere batallando. Le sustituye el gran JUAN DE GARAY, definitivo fundador de  BUENOS AIRES.

(241) – Viento en popa a toda vela, grandullón, por el mar de Indias.
     - Aquello fue un inmenso volcán, patrón, un monstruoso pero bello Cotopaxi, del que brotó lo mejor y lo peor del ser humano. Pero es bonito tertuliar sobre mujeres representativas del sufrimiento y los valores de las muchas que llegaron a aquellas tierras. María  de Angulo inició el  durísimo viaje, de más de 1.000 km, hacia Santa Cruz de la Sierra, bien arropada por soldados enamorados de la muerte; aunque nadie le daría más seguridad que su temible yerno, que iba al mando, Nufrio (hasta el nombre da miedo) de Chaves, hombre brutal con los enemigos, pero de un valor sin límites, y tierno para su esposa Elvira y sus cinco hijos, que también seguían estoicamente el camino hacia la ciudad fundada por él recientemente. Había en la expedición otro prestigioso capitán.
     - Y de talla histórica, ratoncillo de archivos: ¡Juan de Garay! Mientras no se demuestre lo contrario, defenderemos que era natural de Villalba de Losa (es de bien nacidos barrer para casa). Fíjate lo que son las cosas: los de esa tropa (Nufrio y Garay, no) procedían de la destruida primera fundación de Buenos Aires, pero sería este losino quien, pasado el tiempo, la volvería a levantar y a darle el impulso que la convertiría en la impresionante urbe que es hoy. En la trayectoria de aquel calvario que les llevaba a Santa Cruz (siempre empujados por el sueño de la tierra de promisión), muchos murieron víctimas de las flechas envenenadas de los indios. Pero alcanzaron su meta, y lo que vieron fue desolador: la población que había fundado Nufrio tres años antes había sido arrasada, y no quedaba ni  rastro de los soldados y colonos que allí dejó. Las lamentaciones en Indias eran casi un delito; así que había que actuar: reconstruir la población o desandar el larguísimo camino. Decidieron quedarse. Cuatro años después, algunos habían agotado su cupo de esperanza, y Nufrio aceptó conducirlos de vuelta hasta Asunción (mamma mía). Otros, entre ellos toda su familia, María de Angulo incluida, permanecieron allá, administraron la precariedad y esperaron el retorno del patriarca. Pero nunca más volvió: lo mataron los indios, y fue Juan de Garay el que consiguió llegar hasta Asunción al mando de los desventurados soldados. Nufrio había dejado de jefe en Santa Cruz a su cuñado, Diego de Mendoza, hijo de María de Angulo, lo que daría un giro tormentoso (otro más) en la vida de la pobre y admirable  mujer. Mañana, más (y sé bueno, carrozón).
     - Qué felicidad estar jubilado, galáctico Sancho. A domani, caro.


     Implacable Nufrio de Chaves: dispuesto a morir, dispuesto a matar. Pero aquellos demoledores conquistadores volvían a construir sobre lo arrasado, tanto ciudades como culturas. En el lugar más perdido de Sudamérica, fundó Nufrio en 1561 Santa Cruz de la Sierra, nombre que llevaba en su corazón (sí, lo tenía), porque es el del puebluco cacereño en el que nació, cerca de Trujillo (siempre Trujillo). Allí estaba también Juan de Garay, nuestro vecino del Valle de Losa.  Años después, hubo que desplazar algo la población para evitar dificultades, pero fue como trasplantar una maceta, porque la semilla ya había prendido. Hoy Santa Cruz es la ciudad más poblada de Bolivia (pasa de 1.600.000 habitantes), y sus vecinos han sabido olvidar lo malo, recordar lo bueno y dedicarle una expresiva estatua a “Ñuflo” (por si su nombre no fuera ya bastante raro). Lo representa bien: cara de pocos amigos (nuestras bromitas, secre, no le harían mucha gracia), la temible espada destructora en una mano, y, en la otra, un documento constructor, el que certifica la sólida fundación de la ciudad. Y supo acabar sus días siendo fiel al lema de que “una bella muerte honra toda una vida”. Chapeau.

martes, 19 de abril de 2016

(240) LA AMANCEBADA (y gran mujer) MARÍA ANGULO, cuya hija se casa con el durísimo NUFRIO DE CHAVES, pierde a su compañero, FRANCISCO DE MENDOZA, de turbio pasado. La azarosa vida del portugués ALEJO GARCÍA fue un increíble peliculón.

(240) – No sé si me vas a durar tanto, marchoso jubileta, como para contar enterito lo que tenemos en el almacén. Todo se entrelaza.
     - Tranqui, reverendo: lo que importa es el camino. Hemos visto a Isabel de Guevara haciéndose propaganda personal, pero también de todas las mujeres que iban en las naos que salieron huyendo de la destruida Buenos Aires. Tenían que ser muy valientes si se parecían a ella y a otra recia dama que nos sale al encuentro: María de Angulo (quizá de ascendencia menesa). Vimos que todos llegaron adonde se logró fundar Asunción, pero no sin antes doblegar a unos indios, los carios, que tenían costumbres preocupantes. Cuando Juan de Salazar de Espinosa inspeccionó el lugar, observó algo poco tranquilizador: los indios cebaban a sus prisioneros como se hace con lo cerdos para el día de San Martín. No quedó más remedio que someterlos por la fuerza. En aquella ciudad de Asunción, con fama de caótica y de relajadas costumbres (se llegó a llamarla el Paraíso de Mahoma), María de Angulo, que ya había sufrido lo suyo, empezó a hilvanar la parte más agitada y extrema de su vida. Se amancebó (ese era el calificativo de la época) con un líder de mala fortuna, Francisco de Mendoza (nada que ver con el gobernador Pedro de Mendoza), y tuvieron varios hijos. En el conflicto entre Martínez de Irala y el gobernador Cabeza de Vaca, Francisco apostó a caballo ganador. Le salió bien la jugada: Irala encerró a su rival, partió de exploración y dejó como gobernador interino de Asunción al flamante compañero de María Angulo. Ausente Irala, a Francisco se le acabó la suerte. Unos amotinados lo decapitaron, poniendo en su puesto a Diego de Abreu. Con la resignación que da la presencia de la muerte, antes de que le cortaran la cabeza declaró su arrepentimiento por un viejo pecado: había matado en España a su mujer y a un clérigo “por falsas sospechas que de ambos tenía”. Pero el destino es tornadizo.
     - Rasón tenedes, filosófico mansebo. Era tal el temor a Irala que, cuando volvió, Abreu y sus cuates se fugaron al infierno de la selva, pero incluso allí le alcanzó años después la venganza del gobernador con un saetazo de sus enviados. Fue un mal trago para María quedar viuda, pero pronto le sacudió otra convulsión: casó a su hija Elvira con el famoso e implacable capitán Nufrio de Chaves, con el que tuvieron que peregrinar en una expedición de sufrimientos garantizados. Sayonara, baby.


     Imprescindible repetir el mapa, secre, para contar algo casi increíble que ocurrió años antes. Un héroe casi desconocido, el portugués Alejo García, iba en la expedición que le costó la vida en Río de la Plata al gran piloto Díaz Solís (1516). Se volvieron derrotados a la costa brasileña de Curitiva (un poco al sur de Sao Paulo). Ese fenómeno se pasó 8 años entre los indígenas y aprendió idiomas nativos y rutas tentadoras. Con 4 españoles y numerosos indios que le aceptaron como líder entendible, se puso en marcha (1524). Es el  primero que fue directo hasta donde más tarde iba a surgir Asunción. Ese mismo camino seguiría Cabeza de Vaca en 1542, y se quedó asombrado ante las cataratas de Iguazú. Alejo continuó avanzando, llegó (parece un milagro) hasta el pie de los Andes, y volvió con un gran botín, pero unos indios belicosos le quitaron todo, incluso la vida. Ya fundada Asunción, intentó Cabeza de Vaca repetir el viaje: fracasó; luego,  Ayolas e Irala: nuevo fiasco. Después, en 1561,  Nufrio de Chaves, sin mucho éxito, pero  fundó Santa Cruz de la Sierra (actualmente, en Bolivia), el nombre de su cacereño pueblo, regresando  enseguida a Asunción. Y ahora, casado ya con Elvira, la hija de María Angulo, va a volver a ese territorio con toda su familia y gran número de españoles, desde Asunción, en dirección norte, recorriendo una distancia casi tan grande como la que hay hasta Buenos Aires (1.400 km).


lunes, 18 de abril de 2016

(239) LOS ESPAÑOLES ABANDONAN BUENOS AIRES, huyendo hacia la recién fundada ASUNCIÓN. En su carta, ISABEL DE GUEVARA subraya la importancia de la colaboración de LAS MUJERES en el durísimo viaje.


(239) – Ya lo hemos visto, caro amico: el duro y largo cerco de los indios a la recién  nacida Buenos Aires convirtió el lugar en un infierno.
     - Así fue, Sancho. Terminó en una derrota de los españoles, y salieron despavoridos río arriba en las destartaladas naves que les quedaban. A pesar de la imagen que da la carta de Isabel, había en el recinto veteranos oficiales, empezando por el gobernador Pedro de Mendoza, que  nunca se desmoralizaban, y  muy dotados para liderar con energía a la gente. Allí estaban algunos que han pisado fuerte en la historia de Indias, como los burgaleses Juan de Ayolas (Birivesca) y Juan de Salazar (Espinosa de los Monteros), más  el vasco  Domingo Martínez de Irala (Vergara), todos ellos muy duros de pelar. En un momento determinado, Mendoza había ordenado a los dos primeros que avanzaran por su cuenta en tareas de descubrimiento; tardaban demasiado en volver, y además él sentía que la sífilis lo estaba consumiendo. Así que decidió retornar a España, y mandó al otro fuera de serie, Juan de Salazar, que alcanzara a los dos capitanes para comunicarles su voluntad de que Ayolas le sucediera en el cargo de gobernador, sin saber que su elegido y un grupo que iba con él habían sido liquidados por los indios. Ya partido para España Mendoza, Juan de Salazar y de Espinosa, en esas correrías por territorio paraguayo, fundó su capital, Asunción. Demos la palabra a Isabel.
     - Gustosamente, mansebo. Los supervivientes escaparon a la desesperada de Buenos Aires: “Los pocos que quedaban vivos, flacos como estaban, determinaron subir el río, y las fatigadas mujeres los curaban y traían la leña a cuestas, animándolos con palabras varoniles, y en ellas estaba la vida dellos; y tomaban muy a pechos todos los servicios del navío, no haciéndolo por obligación, sino por caridad. Ansí llegaron a esta ciudad de la Asunción”. Termina la carta hablando de su propia situación, ya casada con otro personaje de destino trágico, Pedro de Esquivel, que se encontraba entonces enredado en batallas, y solicitándole a la regente alguna merced o algún cargo para su marido (“a quien tres veces le saqué el cuchillo de la garganta”), por los méritos de ambos. Ella era de una familia bien situada en Toledo; sus padres y un hermano suyo se habían incorporado también a la expedición de Mendoza, aportando una nao. Algo tendría de tarambana Esquivel porque, aunque al morir Isabel hacia 1559, lo nombró heredero, el veterano soldado reconoció que “siempre gastó de la hacienda de su esposa, a quien rogaba le perdonase”. Tarambana y temerario, porque en 1571 se enfrentó a un mal enemigo, el gobernador Felipe de Cáceres, que lo ejecutó, no pudiendo entonces la difunta Isabel, esa extraordinaria mujer, “sacarle el cuchillo de la garganta”. Sic transit…
     - …felicitas mundi, reverendo. Isabel nos ha salido entrañable y llena de coraje. Bye, bye.


     Contemplar y ver los toros desde la barrera lo puede hace cualquiera: todo parece sencillo. Fíjate en el mapa, socio. Desde Buenos Aires hasta Asunción, por la carretera actual, asfaltadita y evitando curvas, hay unos 1.400 km. Los huidos de Buenos Aires empezaron su peregrinación en junio de 1536 sin saber dónde acabarían, hasta  que encontraron el lugar apropiado y fundaron de la nada la ciudad de Asunción. Semilla que cuajó robusta y allí siguen sus frutos. Más tarde se presentó un nuevo gobernador que fue ninguneado y maltratado por el vasco Domingo Martínez de Irala, el incomparable Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y llegó con él un capitán seductor que enamoró a Isabel y murió de mala manera: Pedro de Esquivel. Tuvo que ser un colorido gallito, porque el poeta que narró su ejecución lo describió así: “Pedro de Esquivel, un caballero de bella compostura y bella traza”.


sábado, 16 de abril de 2016

(238) TOCA HABLAR DE GRANDES MUJERES DE INDIAS. Empezamos con ISABEL DE GUEVARA, quien nos muestra el valor de otras compañeras, y el HORROR vivido en la PRIMERA FUNDACIÓN DE BUENOS AIRES.

(238) – Que te veo venir, zorreras.  No dejes de lado a las mujeres de las Indias.
     - No protestes, reverendo, porque sé que te gusta el cambio de plan. Hubo bastantes que se distinguieron por su valor luchando codo a codo con los soldados españoles, pero solo nos detendremos en las más notables. Sacaremos también a otras damas sin historia militar, pero no las de México, que aparecerán al hilo de la GRAN CRONICA del incomparable y campechano Bernal Díaz del Castillo, su “HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA”. Haremos el voto que nos faltaba: la constancia.
     - Alguno dirá que es el de la pesadez, pero estoy de acuerdo contigo, chavalín. Si alguien se merece un sitio de honor en nuestro parloteo es el inmenso Bernal; además, su extensa crónica es al mismo tiempo su propia biografía. Y te digo una cosa: deberíamos divulgar su libro en las plazas públicas, resumiendo esa epopeya (que, para desgracia propia, pocos estarán dispuestos a leer íntegra) como los cuentacuentos tradicionales de Marrakech. Advertidas ya vuesas mersedes de lo que les espera más adelante, hablemos ahora de ISABEL DE GUEVARA.
     - Esa valiente mujer, ilustre menés, nos lleva de nuevo al Río de la Plata. Nació en Toledo, y  murió en Asunción en 1559, con unos 45 años. Da la impresión de que, tanto en su caso, como en el de otras extraordinarias heroínas que aparecen arengando a una tropa abatida, hay algo que quizá sea exagerado (no me imagino al gobernador Pedro de Mendoza y a sus oficiales dejando a Isabel suplantarles  totalmente en esa función), pero, sin duda, con una base cierta (no olvidemos a Agustina de Aragón ni a Juana de Arco). Conocemos el protagonismo de Isabel por una carta que envió hacia 1557 a la regente Juana de Austria (hermana de Felipe II) solicitándole alguna merced. Narra la tragedia y ruina de la primera fundación de Buenos Aires en 1536. Parece ser que, tras tres meses asediados por los indios, murieron luchando y de  hambre 1.000 españoles (como el capitán Cepeda, hermano de Sta. Teresa de Jesús), y que, especialmente los varones, estaban sumamente fatigados. Así que Isabel escribe: “por eso, todos los trabajos cargan de las pobres mujeres, levantando a los soldados, sargenteando y poniéndoles orden, y, si no fuera por ellas, todos fueran acabados; y por la honra de los hombres, no escribo muchas más cosas”. No tuvo más remedio el gobernador que dar orden de partir por el río hacia el fuerte de Sancti Spiritu, con unos 400 supervivientes. Ciao.
     - Tendremos otra tertulia con Isabelita. Trátamela bien. Bye, my dear.


     Qué inocencia la nuestra, secre. Ya pusimos esa foto, y ciertamente se trata de la primera fundación de Buenos Aires, pero no nos dimos cuenta de que el grabado narra con crudeza la espantosa situación dentro del poblado al sufrir un largo asedio de los indios. Recordemos que Isabel de Guevara decía que callaba cosas que hicieron los españoles en su desesperación. Crónicas complementarias lo explicaron, y llenan de contenido el grabado: se llegó a comer estiércol, heces y carne de cadáveres humanos. Démosle movimiento secuencial al dibujo (porque se hizo con esa intención): tres soldados llevan un caballo al interior del poblado, lo matan y descuartizan para asarlo en el fuego; les condenan a muerte por su acción, y los ahorcan (recordemos, para injusto contraste, que hemos visto días atrás que, a la  altanera Isabel Barreto, no le pasó nada por acaparar las gorrinas mientras morían de hambre sus acompañantes); y termina la acción representada mostrando que otros soldados se dedican a cortar tajadas de carne de los cadáveres colgados. Estas noticias siempre han sido silenciadas por resultar escandalosas, aunque son hechos lógicos y, sin duda, muy frecuentes en situaciones extremas. Se procesó a quienes habían comido carne humana, pero, para zanjar el asunto, Calos V indultó sensatamente a los ‘deshumanizados’ y famélicos autores. Fue un flamenco, Levinus Hulsius, quien imaginó y repesentó la escena 31 años después.