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Dejando aparte probables exageraciones de la autobiografía de CATALINA DE
ERAUSO, la “MONJA ALFÉREZ”, su vida fue extraordinaria, y bien conocida en
Indias, España y Europa. Fue, sin duda, mujer, pero su carácter varonil y
agresivo queda bien retratado en el cuadro de PACHECO.
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– Los dos sabemos, carrozón, que la vida es como la caída libre: empieza despacio,
pero con un final vertiginoso. Nos hemos
zampado ya 246 sabrosas tertulias, y parece que empezamos ayer.
- ‘El tiempo huye’, sabio ectoplasma. Hoy
vamos a hacer una pequeña trampa, y sé que estás de acuerdo conmigo: empezaremos a hablar, como única excepción, de dos
mujeres militares, y, de la primera, solo porque su leyenda lo merece. Tuvo
mucho, muchísimo mérito, y valor, pero algo en ella echa para atrás: fue tan
bravucona como el soldado más tosco y pendenciero.
Se
hizo famosa en Indias, en España y en Europa, tuvo una ‘supuesta’ autobiografía
(con exageraciones evidentes), y su mítica vida ha dado origen a
importantes obras literarias y
cinematográficas. He aquí, pues, el asombroso personaje: Catalina de Erauso,
conocida como la Monja Alférez. Tu turno, Sancho.
- No con mucho gusto, hijo mío; valoro más
otras cualidades de las señoras. Pero es un deber reseñar su peripecia vital,
aunque lo haremos de puntillas y deprisita. Es metafísicamente imposible hablar
de ella como mujer, y ella sería la primera en agradecerlo. Hay otro problema:
algunos de los hechos que se le atribuyen son tan dudosos que dañan la
credibilidad de gran parte de su publicada existencia. Se conoce muy bien por
dónde anduvo, su excepcional valor, su carácter desafiante y provocador, la
crueldad que derrochó en las peores guerras contra los indios más salvajes (los
mapuches de Chile), y el hecho inapelable de que, sabiendo que se trataba
biológicamente de una mujer, la nombraron alférez, sin conseguir la categoría
de capitán no por exceso de prudencia, sino, precisamente, por su dureza con
los indígenas. Nació en San Sebastián hacia 1585, hija de un jefe militar.
Estuvo desde muy niña en un convento (creando problemas), hasta que se fugó, vistiendo
como hombre el resto de su vida. Fue a la Corte (Valladolid). Luego, a Indias,
enrolándose como soldado. En Lima (dice la tontería de que su hermano, que
estaba allí, no la reconoció), se vio envuelta en duelos y muertes, siendo,
además, ese hermano una de sus víctimas (otra posible ‘bola’). Huye hacia Chile
para luchar contra los indios. No pasó un día sin que tuviera problemas. Otra
huída, esta vez por los Andes hasta Argentina. Un testigo la salva cuando
estaba ya en el cadalso (qué cosas). Encuentra amparo en el obispo, que, ante
la rareza de su comportamiento y de su aspecto físico, ordena una inspección
anatómica: no solo resulta ser mujer, sino virgen. Vuelve a España, y el rey la
recibe con honores. Lo que no admite duda, querido secre, es que, exageraciones
aparte, Catalina de Erauso alcanzó gran popularidad en Indias, en España y en
el resto de Europa. Dorme bene.
- Tendrás que rematar esto en el apartado de la
foto. Ciao Sancio.
Decíamos que Felipe IV estuvo muy considerado
con Catalina de Erauso, y lo fue tanto que le dio pleno valor al grado que
lucía como Alférez en Indias, con derecho a cobrar la paga en cualquier zona de
aquel territorio. Se dio un garbeo por Italia, recibiendo en persona todas las
bendiciones del papa. Volvió a España, y en 1630 el pintor Francisco Pacheco
(maestro y suegro de Velázquez) le hizo un extraordinario retrato en el que se
cumple primorosamente lo de ‘una imagen vale más que mil palabras’. Con su
desafiante energía, que le permitió, siempre en soledad y contracorriente,
vivir de acuerdo con su excepcional naturaleza, se embarcó de nuevo para Indias
en medio del respeto de los funcionarios de la Casa de la Contratación, porque
presentó un documento en el que el rey decía: “Os mando que dejéis pasar a la
Nueva España (México) a el Alférez Doña (tiene mérito la cosa) Catalina de
Erauso, que vino de Perú, SIN LE PEDIR INFORMACION NINGUNA (perdonen vuesas mersedes
que lo ponga con mayúsculas)”. Allí cambió las armas por las reatas de mulas,
para dedicarse al transporte de mercancías, hasta que, en 1650, le llegó el
descanso definitivo. Hagámosle una sentida reverencia, porque no fue nada fácil
cuajar semejante vida.
Y
todo parece indicar, dada su trayectoria, que murió virgen, pero sin la más
mínima vocación de mártir (era pura rebeldía).
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