martes, 26 de abril de 2016

(247) Dejando aparte probables exageraciones de la autobiografía de CATALINA DE ERAUSO, la “MONJA ALFÉREZ”, su vida fue extraordinaria, y bien conocida en Indias, España y Europa. Fue, sin duda, mujer, pero su carácter varonil y agresivo queda bien retratado en el cuadro de PACHECO.

(247) – Los dos sabemos, carrozón, que la vida es como la caída libre: empieza despacio, pero con un  final vertiginoso. Nos hemos zampado ya 246 sabrosas tertulias, y parece que empezamos ayer.
     - ‘El tiempo huye’, sabio ectoplasma. Hoy vamos a hacer una pequeña trampa, y sé que estás de acuerdo conmigo: empezaremos  a hablar, como única excepción, de dos mujeres militares, y, de la primera, solo porque su leyenda lo merece. Tuvo mucho, muchísimo mérito, y valor, pero algo en ella echa para atrás: fue tan bravucona como el soldado más tosco y pendenciero.
Se hizo famosa en Indias, en España y en Europa, tuvo una ‘supuesta’ autobiografía (con exageraciones evidentes), y su mítica vida ha dado origen a importantes  obras literarias y cinematográficas. He aquí, pues, el asombroso personaje: Catalina de Erauso, conocida como la Monja Alférez. Tu turno, Sancho.
     - No con mucho gusto, hijo mío; valoro más otras cualidades de las señoras. Pero es un deber reseñar su peripecia vital, aunque lo haremos de puntillas y deprisita. Es metafísicamente imposible hablar de ella como mujer, y ella sería la primera en agradecerlo. Hay otro problema: algunos de los hechos que se le atribuyen son tan dudosos que dañan la credibilidad de gran parte de su publicada existencia. Se conoce muy bien por dónde anduvo, su excepcional valor, su carácter desafiante y provocador, la crueldad que derrochó en las peores guerras contra los indios más salvajes (los mapuches de Chile), y el hecho inapelable de que, sabiendo que se trataba biológicamente de una mujer, la nombraron alférez, sin conseguir la categoría de capitán no por exceso de prudencia, sino, precisamente, por su dureza con los indígenas. Nació en San Sebastián hacia 1585, hija de un jefe militar. Estuvo desde muy niña en un convento (creando problemas), hasta que se fugó, vistiendo como hombre el resto de su vida. Fue a la Corte (Valladolid). Luego, a Indias, enrolándose como soldado. En Lima (dice la tontería de que su hermano, que estaba allí, no la reconoció), se vio envuelta en duelos y muertes, siendo, además, ese hermano una de sus víctimas (otra posible ‘bola’). Huye hacia Chile para luchar contra los indios. No pasó un día sin que tuviera problemas. Otra huída, esta vez por los Andes hasta Argentina. Un testigo la salva cuando estaba ya en el cadalso (qué cosas). Encuentra amparo en el obispo, que, ante la rareza de su comportamiento y de su aspecto físico, ordena una inspección anatómica: no solo resulta ser mujer, sino virgen. Vuelve a España, y el rey la recibe con honores. Lo que no admite duda, querido secre, es que, exageraciones aparte, Catalina de Erauso alcanzó gran popularidad en Indias, en España y en el resto de Europa. Dorme bene.
-  Tendrás que rematar esto en el apartado de la foto. Ciao Sancio.

     Decíamos que Felipe IV estuvo muy considerado con Catalina de Erauso, y lo fue tanto que le dio pleno valor al grado que lucía como Alférez en Indias, con derecho a cobrar la paga en cualquier zona de aquel territorio. Se dio un garbeo por Italia, recibiendo en persona todas las bendiciones del papa. Volvió a España, y en 1630 el pintor Francisco Pacheco (maestro y suegro de Velázquez) le hizo un extraordinario retrato en el que se cumple primorosamente lo de ‘una imagen vale más que mil palabras’. Con su desafiante energía, que le permitió, siempre en soledad y contracorriente, vivir de acuerdo con su excepcional naturaleza, se embarcó de nuevo para Indias en medio del respeto de los funcionarios de la Casa de la Contratación, porque presentó un documento en el que el rey decía: “Os mando que dejéis pasar a la Nueva España (México) a el Alférez Doña (tiene mérito la cosa) Catalina de Erauso, que vino de Perú, SIN LE PEDIR INFORMACION NINGUNA (perdonen vuesas mersedes que lo ponga con mayúsculas)”. Allí cambió las armas por las reatas de mulas, para dedicarse al transporte de mercancías, hasta que, en 1650, le llegó el descanso definitivo. Hagámosle una sentida reverencia, porque no fue nada fácil cuajar semejante vida.

Y todo parece indicar, dada su trayectoria, que murió virgen, pero sin la más mínima vocación de mártir (era pura rebeldía).


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